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La Secretaría de Cultura, más burocracia para un gobierno quebrado

En vez de hacer más eficiente la ya de por sí abultada nómina pública para la promoción cultural, el presidente le da un empujoncito al crear otro paquidermo blanco que adquiere grado de Secretaría de Estado. Grillas salvajes y mayor deterioro cultural para México es lo que se avecina

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ENERO, 2015. Como enfermiza reacción, muchos presidentes prefieren valerse del poder cuando les pegan en un punto débil. López Portillo "nacionalizó" la Banca al verse como un inepto en finanzas; para quitarse de encima la frustración de que nadie la apoyó en Cartagena en su exigencia para que Gran Bretaña le regrese Las Malvinas, lo primero que hizo Cristina Kirchner fue expropiar la española IPSOL, o bien la amnistía decretada por Obama a cinco millones de inmigrantes ilegales pocos días después que el Partido Demócrata perdiera la mayoría en la Cámara alta y en el Senado.

En México acabamos de tener otro ejemplo: exhibido antes de convertirse en presidente como alguien incapaz de citar cinco libros --es decir, como un inculto-- Enrique Peña Nieto se acaba de salir con la suya pues recientemente el Senado aprobó la creación de la Secretaría de Cultura. Enhorabuena: ante una miscelánea fiscal que está asfixiando la actividad productiva, un peso que se sigue deslizando al infierno, llevándonos consigo y una legislación ecológica que solo servirá para expoliar y descapitalizar más al sector industrial, según la óptica presidencial, lo urgente es crear más burocracia colgada de la cultura. Total, ¿después de esto quién va a decirle a Peña Nieto que no es un promotor de la cultura?

Cualquiera diría que el nacimiento de una Secretaría de Cultura era indispensable. Después de todo, mientras nuestros museos languidecen por falta de público --la mayoría sobreviven por el subsidio público, lo cual también es un desaprovechamiento de recursos-- los programas con mayor rating en televisión son las telenovelas, los partidos de futbol y los reality shows radiantes en estupidez. ¿Acaso no es obligación del Estado mexicano promover la cultura y de aumentar el presupuesto público unos cuantos puntos del PIB con ese fin?

Pues aunque parezca chiste, México es uno de los países latinoamericanos que más presupuesto destina a la promoción de la cultura. Un artículo de la revista colombiana Semana daba cuenta que, después de Argentina y Venezuela, México es el tercer país que más invierte en la promoción de su cultura a través del gasto público. En cuarto lugar se encuentra Colombia, donde las obras de teatro sí son rentables y las ferias del libro son esperadas con anticipación, es decir, que la tabla pareciera estar invertida: ¿no deberían sus vecinos venezolanos tener más nivel cultural dado el desmesurado presupuesto que para ese fin destina el gobierno de Nicolás Maduro?

Y si bien Argentina cuenta con niveles culturales respetables, éstos se deben más a sus antecedentes históricos que a los millones y millones que sus distintos gobiernos le han echado al tambo. Así pues, y si México ocupa el tercer sitio entre más de 35 países latinoamericanos que destinan presupuesto público a promover la cultura ¿cómo es que esos resultados no son visibles ni con un profundo escrutinio?

La razón es muy sencilla: el presupuesto cultural siempre ha sido visto como botín, no como elemento para educar. Y si a eso agregamos que nuestros gobiernos están convencidos que con más dinero todos aprenderemos a apreciar la cultura, se explica ampliamente que nuestros niveles al respecto sean bajísimos y que se haya creado en México una Secretaría de la Cultura que ya desde hoy huele a paquidermo blanco.

Durante su gestión como secretario de Educación en el gobierno de Álvaro Obregón, José Vasconcelos tuvo una idea que, pensó, ilustraría a las masas: ordenó la impresión de millones de volúmenes de clásicos de la literatura y de la mitología griega para ser repartidos en las escuelas de todo el país, sobre todo las áreas rurales donde los niveles de analfabetismo eran vergonzosos.

¿El resultado? La proliferación de nombres como Ulises, Praxédis, Cosme, Artemisa y Apolo entre la población en vez de los más comunes como José, María o Pedro. Sin embargo con el tiempo esos libros se fueron empolvando hasta despedazarse en el olvido. Hombre bienintencionado, Vasconcelos pensaba que la cultura era un asunto de promoción pública, aunque lo suyo era la promoción cultural mediante la literatura universal, de la que era enorme conocedor.

Y si con alguien experto y metido a fondo en asuntos culturales el asunto fracasó estrepitosamente, qué podemos esperar con un presidente que no fue capaz de citar sus cinco libros favoritos. Cierto, el flamante secretario de Cultura es Guillermo Tovar y de Teresa, un niño prodigio que, desafortunadamente, desde que entró al presupuesto público hace algunos años se apagó, hundido en la zona de comfort que le representa estar dentro de la nómina pública.

Por ello coincidimos con la escritora Elena Poniatowska, quien dijo a El Universal: 

“Crear una Secretaría de Cultura es aumentar la burocracia de una forma terrible, es crear una gran cantidad de puestos, de escritorios burocráticos y yo no veo cuál sería la ventaja; al contrario, creo que la cultura se tiene que diversificar, fortalecer la cultura de cada estado, hay muchas casas de la cultura incluso vacías, creo que lo que hay que hacer es entregar becas a todos los jóvenes creadores, repartir instrumentos musicales, crear centros para escritores en todas las grandes ciudades, centros culturales donde los jóvenes tengan interés, también crear bibliotecas en las escuelas y en lugares donde los niños después de la escuela, puedan ponerse a estudiar. Lo que hace falta es una mayor difusión de la cultura en todo México. Tener una Secretaría de Cultura no significa un avance”.

Por supuesto que repartir instrumentos musicales sin el compromiso de comprobar si se están utilizando equivale al fallido experimento de Vasconcelos. Sin embargo Poniatowska está en lo cierto: centralizar la cultura en un país tan heterogéneo como México es una absurdo monumental. 

Otro punto donde la escritora tiene razón (una postura que sería bueno ver si comparte su admirado Manuel López Obrador) es diversificar la cultura, sobre todo en los estados donde ya existen sus propias secretarías de la cultura en por lo menos 17 de ellos. ¿Qué va a pasar cuando la burocracia cultural federal quiera hacer de las suyas en los cotos estatales? Seguramente tendremos otra inútil como ridícula duplicación de funciones entre los institutos electorales de cada entidad y el Instituto Nacional Electoral.

Si se supone que la Secretaría de Cultura nace para llenar un hueco ¿entonces qué diablos han estado haciendo todos estos años el INBA y el Conaculta, no se supone que estos costosos organismos han estado promoviendo la cultura? Porque esa es otra: ¿qué va a ocurrir con esas dependencias, seguirán con sus propias grillas, realizando obras de teatro y bailables que nadie va a ver, o serán absorbidas por el nuevo mastodonte con lo cual las grillas terminarán por hacerse gigantescas?

México cuenta con una importante cantidad de medios destinados a la promoción cultural, entre ellos el canal 11 del Politécnico y el canal 22, lo que incluye las emisoras culturales del Instituto Mexicano de la Radio repartidas por todo el país y las difusoras culturales de los gobiernos estatales, lo mismo que los departamentos de difusión cultural de las universidades públicas, medios impresos, páginas web e infinidad de talleres literarios donde obviamente se cobra por el servicio prestado.

En ningún momento se niega que la calidad de muchos programas televisivos de estos canales de TV sea de calidad o que gente valiosa colabore en estos departamentos y talleres, aunque también haya ahí holgazanes y recomendados. Lo criticable es que en vez de racionalizar los recursos, y como apunta Poniatowska, se opte por crear más burocracia que en vez de impulsar la promoción cultural, se hundirá en el parasitismo.

Ocurrencias como la Secretaría de Cultura nacen además de un extraño sentimiento de culpa de nuestros gobiernos los cuales ven cómo los niveles culturales en el país están por los suelos. Pero nunca les pasa por la cabeza que ese fracaso está estrechamente ligado con la pésima planeación educativa por parte de la SEP; en lugar de explicar a nuestros alumnos que la apreciación por la cultura se aprecia y se desarrolla, se insiste, como lo hizo Vasconcelos, en memorizar toda la información en bloques que al final son rechazados, lo que convierte a la cultura en mera asignación.

Y si en casa tampoco se enraíza desde la niñez la apreciación cultural, ni metiendo a la nómina a todos los intelectuales y artistas más valiosos de México, el problema verá siquiera indicios de resolverse.

Resumidamente, éramos muchos y Enrique Peña Nieto parió a la Secretaría de Cultura. Como si todos nosotros tuviéramos que pagar su culpa de que a él no le guste leer libros.

 

 

 

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