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El guarurismo, la prepotencia que no se irá

Los sectores público y privado gastan  anualmente millones de pesos en contratarlos, ya sea para cuidar a altos funcionarios, hombres de negocios o mirreyes. Por ello su presencia seguirá siendo parte de nuestro panorama por mucho tiempo

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ABRIL, 2015. Días atrás el guardaespaldas de un tal Alberto Sentíes, a quien las redes sociales apodan Lord Ferrari, bajó a empellones a un conductor para agredirlo y arrebatarle su celular y una tablet, todo en presencia de Sentíes, quien a las pocas horas acudió amparado al Ministerio Público para decir que su "escolta" --sustantivo que sobrevalúa a muchos de estos patanes-- había sido despedido por el incidente. Sentíes, relacionado con un ex regente capitalino, aseguró que el guardia huyó horas después, obviamente con las pertenencias del agredido.

Primo hermano del influyentismo, el guarurismo es parte del panorama mexicano, así como el comportamiento altanero, grosero y prepotente de estos personajes. Los encontramos igual a las afueras de los centros nocturnos, reunidos a las puertas donde se realizan reuniones de políticos o empresarios o recorriendo las calles a bordo de automóviles tan oscuros como sus anteojos y su reputación. También los guaruras son parte inseparable de cantantes y músicos, y quienes suelen responder con golpes y altisonantes hacia los fans que osan acercarse demasiado a sus ídolos.

Los guaruras son, asimismo, una costumbre muy costosa en el país: El Universal estimó recientemente que el guarurismo le cuesta anualmente al país más de 25 mil millones de pesos en sueldos, alimentación, hospedaje y prestaciones.

Un elemento preocupante es que buena parte de estos guardias carecen de instrucción militar o policiaca y fueron contratados, sobre todo, por su aspecto intimidante. Y más preocupante aún es que, al momento de la verdad, estos guardias no suelen cumplir la función pasa la que fueron contratados. Dos ejemplos: Luis Donaldo Colosio fue asesinado en 1994 pese a estar rodeado de guardaespaldas; incluso su jefe de escoltas, Fernando de la Sota, fue acusado de estar implicado en el asesinato.

Otro caso fue el del ex gobernador y presidente del PRI José Francisco Ruiz Massieu, ultimado ese mismo año pese a que sus guardias se habían estacionado en la parte delantera y trasera de la calle, acompañándolo en todo momento. Asimismo ha habido muchos otros casos donde los guaruras incluso no han podido evitar que sus jefes sean secuestrados o sometidos.

Por si fuera poco, el guarurismo se ha extendido como plaga dentro del sector público. De acuerdo a un decreto presidencial del 2009 y luego respaldado por varias legislaturas estatales, los ex presidentes y varios ex gobernadores tienen asignadas escoltas permanentes. Así es: pese al daño provocado al erario y a la estabilidad del país, Humberto Moreira, Eruviel Ávila, Ulises Ruiz o el nonagenario Luis Echeverría nos siguen costando no solo por sus pensiones sino por los salarios de gente contratada para proteger su integridad. Este es un gasto considerable al que rara vez se pone énfasis y que, como se ve, resulta inútil en la mayoría de las veces (Aparte de rechazar su pensión vitalicia, Ernesto Zedillo hizo lo mismo con los guardias que le asignó el Estado Mayor Presidencial).

Estas escoltas suelen acompañar a esos políticos a todos lados donde se transportan, así sea al extranjero, con el enorme gasto que representan a los ciudadanos quienes costean sus sueldos. Por lo menos los guaruras privados son pagados por su patrón, pero en el caso de ex presidentes y gobernadores, se trata de una erogación considerable que de poco o nada sirve a los intereses del país.

Obviamente, las escoltas son indispensables en un país donde los secuestros, la inseguridad y las amenazas son asunto cotidiano. El problema es que mucho de este personal carece de capacitación o simplemente desconoce la ética del comportamiento civil.

El Universal señala que un estimado arroja cómo menos del 40 por ciento de quienes se dedican a ser guaruras de políticos o empresarios no han recibido entrenamiento formal ya sea en academias o en planteles militares. "Se han visto casos increíbles en que algunos de estos guaruras ni siquiera tienen liberada su cartilla militar", señala José Miguel Castillo, administrador de una agencia de seguridad. "Muchos de ellos sencillamente obtienen sus puestos por recomendación o por su aspecto atemorizante".

En otros países como Estados Unidos el guarurismo también ha creado fuertes conflictos aunque allá, al menos, suelen proceder las demandas judiciales cuando éstos cometen abusos o se extralimitan en sus funciones. "En México, en cambio, denunciar a un escolta puede salir contraproducente más aún si se trata de alguien que trabaja para algún funcionario pues buena parte de éstos suelen ser ex policías", refiere Castillo, quien agrega: "Los peores guaruras y los más prepotentes son quienes protegen a los mirreyes, anteriormente llamados júniors, donde ambos son iguales de patanes y maleducados".

"Es guarurismo es la marca de un reflejo de lo que yo llamo el síntoma del poder de la charola o él no sabe usted con quién se mete", refiere la sicóloga Verónica Celis respecto al guarurismo mexicano. "La diferencia es que el mirrey suele ser el que agrede verbalmente y su guarura el que lo hace físicamente".

Continúa Celis: "La mayoría de estos sujetos tienen educación de nivel primaria o secundaria o fueron alumnos deficientes. El hacerse notar con el poder que les da el proteger a un mirrey da origen a comportamientos ominosos. Son personajes acomplejados y frustrados que emplean la prepotencia como una coraza".

Castillo agrega en que una educación no garantiza que un guarura caiga en excesos. "Pasa lo mismo con nuestros políticos, muchos de ellos graduados con maestrías o postgrados. El guarurismo es alimentado con la idea de que viven en una sociedad impune y ahí todo tu entrenamiento, si es que lo tuviste pasa ser guardaespaldas, pasa a segundo plano".

Pero no se crea que el guarurismo y su prepotencia en México son asunto reciente. Basta recordar casos como el de Antonio López de Santa Anna, quien se hacía acompañar por un séquito de guardias que le encendían cigarrillos o le conseguían mujeres, o de caciques sindicales como Luis N. Morones, quien daba funciones adicionales a sus guaruras, como el ir a golpear a domicilio a quienes no pagaran sus cuotas con el sindicato o bien amedrentaban afuera de las iglesias a quienes iban a misa los domingos.

Sin embargo en la época actual, el guarurismo se ha multiplicado por mil. "El deterioro de los valores entre la sociedad civil y la corrupción son terrenos fértiles para el guarurismo", refiere Castillo. 

Otro serio problema agrega Celis, es que muchos de estos guardaespaldas sufren desequilibrios mentales. "Recuerdo cómo hace años durante una obra de teatro, el guarura de cierta actriz sacó una pistola y le apuntó al público con los ojos desorbitados. Ese tipo claramente está mal de la cabeza. Y como ése he visto muchos otros casos. Es terrible que no se atiendan".

Es desolador, pero el guarurismo continuará mucho tiempo entre nosotros. "Me temo que es parte de nuestra cultura, del imponerse, de mostrarle a todos que yo soy tan chinguetas como mi patrón. Por el momento en este país lo mejor es no tener que toparnos con uno de ellos", concluye Castillo.

 

 

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