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CINE

Esta Cenicienta es porquería bajo la suela de la zapatilla

Ya lo hicieron con Alicia, la del País de las Maravillas, con los Ángeles de Charlie y ahora le toca a la Cenicienta ser hecha pedazos con el pretexto de convertirla en icono feminista y de paso empoderar a las mujeres latinas. Pero en esta historia lamentable, con actuaciones fingidas y con un ex James Bond dando lástimas, lo único que se conseguirá es valorar todavía las versiones previas de esta historia y tirar a la basura, pero ya, a bodrios como éste

Versión impresión

Cinderella
Camilla  Cabello, Nicholas Galitzine, Idina Menzel, Pierce Brosnan
Dirigida por  Kay Cannon
Columbia-DMG/2021

JULIO, 2021. Uno de los elementos más irritantes de los detestados wokes es su nula capacidad para crear sus propios personajes y sus propias historias; en vez de ello, solo se han dedicado a reescribir a su gusto --ellos llaman "redimensionar"-- casi toda la filmografía producida por Hollywood que muchos de nosotros amamos pero vemos cómo esa gente se encarga de enlodar y convertir en basura todo lo que toca. Y con total impunidad, lo que es peor.

Al Hollywood actual no parece importarle que esos experimentos y esas marranadas "incluyentes" hayan sido fracasos fílmicos cercanos al 100 por ciento; después de todo, lo que le sobra es dinero y se trata, como se ha manejado ,de un "plan" como objetivo a mediano plazo para "reciclar" los valores y conceptos de familia, sexualidad y moral.

La Cenicienta, conocida con el mundo anglosajón como Cinderella, ha sido una de las historias que más veces se ha llevado al cine, aunque la versión animada de Disney (1950) es la que más se recuerda. Todavía hace un lustro se hacían versiones decentes de esta muchachita que trabaja en condiciones de esclava con una madrastra malvada y sus dos hermanastras que le tratan peor que chancla vieja.

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Todo cambia, recordamos la historia, cuando a la chica se le aparece una hada madrina quien mediante un hechizo la convierte en una bella mujer que asiste al baile donde conoce al príncipe azul y se enamoran de inmediato, pero a las  12 se acaba el encanto y Cenicienta vuelve a su odiada rutina... hasta que el príncipe toca a su puerta y le prueba la zapatilla que Cenicienta dejó mientras huía del palacio (¿por qué la zapatillo no desapareció con el encanto? nos preguntamos muchas veces). Total que a la muchacha la queda el calzado, se casa con el príncipe y vivieron felices para siempre... por lo menos mientras aparecían en escena los aberrantes wokes.

Esta nueva Cenicienta representa un jonrón de estulticia e incongruencias. Si Hollywood tiene hoy una tendencia aborrecible, es darse esas "libertades" históricas donde aparecen cosas, artilugios y situaciones que nada tienen qué ver con la época donde supuestamente ocurre la historia: aunque supuestamente se trata de una villa medieval o algo así, de repente aparecen guitarras eléctricas, por ejemplo.

Pongámonos nuestras máscaras antigás antes de narrar esta pocilga: Cenicienta (la sobrevalorada Camila Cabello) es una pobre huerfanita que ha quedado a merced de su madrastra, la condesa Wilbur (Jenet La Lecherus) una mujer malvada y resentida porque nunca le permitieron tocar el piano (usted sabe, el patriarcado afecta también a las méndigas) y de sus dos hermanastras. Pero nuestra Cenicienta, feminista decida hacer trizas las imposiciones de la masculinidad tóxica, decide convertirse en empresaria y vender vestidos con telas compradas con dinero salido quién sabe de dónde pues se supone que Cenicienta es una pobretona.

Pese a que vender es una actividad prohibida para las mujeres en el reino, vemos por ahí a varias mujer vendiendo de todo, incluso cafecito caliente. ¿En qué quedamos, puesn?

La valentía de esta Cenicienta latinx incluso la llevará a insultar al rey en público (un cada vez más vergonzoso Pierce Brosnan, muy lejos de sus hazañas como James Bond) quien en vez de ordenar cortarle la cabeza por su irreverencia se queda viéndola pasmado, con cara de idiota). Eso solo será el principio de nuestra heroína latinx: cuando se anuncia el baile donde el príncipe Robert -(Nicholas Galiztine ¿y ahora por qué dejó de ser "azul"?) buscará pareja entre las plebeyas del reino. El sueño imposible de la Cenicienta da un giro cuando se le aparece un Hade Madrine no binario (un totalmente patético Billy porter) quien le realizará un hechizo que... eso ya lo contamos al principio de esta crítica.

Obviamente cada diálogo es acompañado de cancioncitas con letras promotoras del "empoderamiento" dirigido a quienes han ido al cine creyendo que se van a topar con la tradicional historia de Cenicienta que hemos conocido por generaciones. De hecho, cuando de repente sale el rostro del mozalbete ultrawoke James Corden, quien pese a llevar ya una larga lista de fracasos fílmicos aún se le sigue llamando, queda claro que Cinderella fue un experimento atroz realizado a propósito.

Por fortuna no tuve que pagar un solo peso para ver la película, disponible en Amazon Prime --la vi en casa de una amiga quien , con cierta dosis de masoquismo que, ella lo ha reconocido, contrató el servicio-- y eso evitó el coraje de haber gastado el dinero en esta maloliente basura.

Yo me quedó, un millón de veces, con la versión tradicional de Cenicienta, aquella donde la extrañada y maravillosa Evangelina Elizondo realizó un doblaje magistral de la muchacha que pasa de plebeya a princesa gracias a haber dejado olvidada una zapatilla, un contraste enorme, por cierto, con Cabello, quien realiza su propio doblaje con un español fingido y hasta con garrapatas verbales de ortografía verbales.

Incluso los ratoncitos que aparecen en aquella película de los años cincuenta superan en vivacidad, ingenio y movimiento a los roedores que vemos aquí, hechos con esa aplicaciones de animación gratuitas dirigida a esos niños que algún día sueñan en convertirse en diseñadores gráficos.

Pero en fin, estos son los tiempos en los que Hollwood se deleita nadando en el propio excremento que sigue creando. La pesadilla woke tendrá que terminar algún día, máxime porque estas "readaptaciones" no producen ganancias a los estudios, todo lo contrario. Tampoco se puede estar desmadrando el legado, el esfuerzo y el talento de quienes trabajaron en estos clásicos hace décadas para que alguien llegue y termine transformándolos en caquitas como esas que tienen forma de Kiss de Hershey sin que haya consecuencias.

 

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