Coincidences and Differences between

the Latin and the Spanish Poems,

Treatises, and Epistles of

Rudericus Carus (Rodrigo Caro)

 Acta conventus Neo-Latini Cantabrigiensis:

Proceedings of the Eleventh International Congress of Neo-Latin Studies (Cambridge, 2000)

ed. Rhoda Schnur et alii; Medieval & Renaissance Texts & Studies 259

Tempe, Arizona 2003, pp. 435-443

Versión aproximada en castellano:

Rodrigo Caro (Utrera, 1573 - Sevilla, 1647) es un destacado autor del Barroco español, tanto por sus tratados eruditos en castellano y en latín, como por el medio centenar de poemas que escribió en una y otra lengua, particularmente la célebre Canción a las ruinas de Itálica.[1] Esta condición de escritor bilingüe, que tiene numerosos antecedentes entre otros humanistas hispalenses desde tiempos del Descubrimiento,[2] se extiende a su correspondencia y a sus informes oficiales de carácter jurídico y religioso.

De los escritores de la primera mitad del siglo XVII con que acaba el Siglo de Oro de la literatura española, es Caro uno de quienes más fielmente recoge la herencia del humanismo renacentista, en particular el entusiasmo por la arqueología y la historia antiguas. Y ello a pesar de pertenecer a una generación en la que ha desaparecido el genuino espíritu del Renacimiento, cuando España se encuentra encerrada en sí misma, y las letras castellanas han alcanzado una madurez decisiva que ha marginado definitivamente el latín. En carta al erudito aragonés Andrés de Ustarroz del 23 de Mayo de 1642, Caro escribe con añoranza:

“Lástima tenga Vm. de los que vivimos en esta última Bética, que siendo madre en todas las edades de tan ilustres ingenios, se halla en este infelice tiempo tan postrada, que en esta gran ciudad, lumbrera del mundo nuevo y viejo, no sé si se hallarán tres que traten estos estudios; y si alguno los trata es o con vana ostentación y sin provecho público, o con ignorancia de los verdaderos principios, que es ejercitarse en el glorioso polvo de la Antigüedad.”[3]

El cultivo del latín iba quedando relegado en efecto a los miembros de órdenes religiosas, sobre todo jesuitas, cuyas escuelas organizaban certámenes poéticos en los que las letras latinas seguían ocupando los lugares de honor. Así, en las fiestas que tuvieron lugar en Sevilla por la beatificación de San Ignacio en 1610, y por la Inmaculada Concepción de la Virgen en 1616, en las que participó Caro como poeta castellano primero y con una inscripción latina más tarde, aparecen poemas en ambas lenguas en los más diversos géneros, sobre todo de licenciados, maestros y alumnos del Colegio Anglicano, entre los que también se descubren algunos nombres y apellidos británicos, consecuencia del exilio político impuesto por la persecución religiosa de la corona inglesa.[4]

Además de escribir ciertos informes oficiales en latín dirigidos al Vaticano, Caro mantiene correspondencia en la lengua del Lacio con Juan Cintado, con José Fernández de Retes y con Francisco de Bilches, entre otros que también le escriben a él en esta lengua. Pero al contrario que sus tratados eruditos en latín, se trata de una práctica que no se justifica principalmente por las exigencias de la comunicación erudita, ni siquiera por hablar con más libertad sobre determinados temas, sino que responde a una actitud estética un tanto elitista y afectada, por parte de una minoría que se siente parte de una república literaria latina que pretendía prolongar los hábitos del humanismo del Quinientos.[5]

Y es que, además de constituir la base de la educación intelectual, el latín seguía siendo una lengua de prestigio, en la que algunos tratan todavía de imitar la elegancia y eficacia de los antiguos, tanto en la elección del léxico como en la variedad de expresión y agradable sonoridad del discurso. La prosa latina de Caro no carece de elegancia, sin salir de los límites de la naturalidad. El modelo de este latín humanístico, que había alcanzado ya una madurez que superaba las viejas y estériles polémicas sobre el ciceronianismo,[6] es lo que uno de sus corresponsales llama “latín de flamenco”, por la influencia que ejercieron autores como Erasmo y Lipsio, tanto de forma directa como a través de escritores hispanos, como los hispalenses García Matamoros y Arias Montano. Caro es además consciente de que el latín va a seguir siendo una lengua de comunicación erudita en Europa, y de que debe adaptarse a las nuevas realidades. Así, para referirse a las chocolaterías, que ya empezaban a ponerse de moda en Sevilla a principios del siglo XVII, acierta empleando el término plautino thermopolium, el lugar donde se vendían bebidas calientes y generalmente dulces.[7]

De sus tratados eruditos, escribe en latín las extensas notas a su edición de las supuestas historias de Dextro y otros autores, a la parte hispana de la Geografía del Nubiense, y un interesante tratado sobre los Dioses antiguos de Hispania. Son obras con proyección europea, aunque estén centradas en la Península Ibérica y las dos últimas hayan permanecido inéditas. Su edición anotada del pseudo-Dextro, obra de un jesuita toledano, habría sido impresa en París en la Patrologia Latina, si no se le hubiera adelantado el fraile madrileño Francisco de Vivar, como él mismo cuenta en el prefacio a su edición hispalense[8]; los Veterum Hispanie Deorum Manes sive Reliquiae fueron enviados a Flandes hacia 1642 para ser impresos, aunque se perdieron y sólo nos ha quedado la redacción original de 1628 con adiciones marginales,[9] encuadernada con las notas latinas a la Geografía del Nubiense en una traducción latina del árabe impresa en París. 

El tratado mitológico es una obra renacentista en su espíritu, y por su método, basado fundamentalmente en el estudio de las inscripciones, monedas y otros restos arqueológicos, así como en los testimonios literarios de los autores antiguos, constituye una obra pionera en los estudios modernos sobre los dioses antiguos en Europa. Cuando el latín tiene menos utilidad y el empleo del romance cuenta con sobrados antecedentes en esos géneros, Caro no se justifica siquiera por escribir en castellano sus tratados, como los que dedicó a las antigüedades y a los varones insignes del arzobispado de Sevilla, o a los juegos infantiles en la Antigüedad y su pervivencia. 

Las fuentes latinas que maneja y el público al que se dirige explican que Caro traduzca o parafrasee en versos castellanos muchos de los poemas e inscripciones en latín que aduce en esos tratados, que incluyen textos latinos de más de cuarenta autores desde la Antigüedad al Renacimiento.[10] También participa de la actividad inversa, al ofrecernos dos traducciones latinas en verso de un proverbio, “A quien Dios quiso bien, en Sevilla le dio de comer”, que ya había sido comentado por Juan de Mal Lara, en lo que también sigue la práctica de Fernando de Arce en su colección de refranes castellanos traducidos al latín (Salamanca 1533).[11]

El medio centenar de poemas de Caro en latín y en romance, equiparables en número y extensión, y que en muchos casos comparten géneros literarios y temas, ilustra perfectamente la estrecha relación existente en la época entre la poesía escrita en ambas lenguas. Otros poetas hispalenses del siglo XVI, especialmente en el grupo de Mal Lara y Fernando de Herrera, compusieron en distinta proporción poesías latinas y castellanas, lo que explica las numerosas coincidencias, conexiones e influencias mutuas entre ellas, si bien determinados géneros suelen cultivarse preferentemente en una u otra lengua. La más larga tradición literaria de la poesía latina permite rastrear el origen de la estructura, motivos e incluso algunas expresiones de las composiciones castellanas de Caro. También comparten una misma teoría literaria, lo que explica el empleo en ambos casos de arcaísmos, neologismos y un sinfín de procedimientos para lograr la necesaria elegancia del lenguaje poético.

El poeta tiene conciencia de hecho de su condición bilingüe, y llegó a juntar algunas de sus poesías en un mismo “quaderno [...] de sus versos en romance y en latín” (Biblioteca Capitular de Sevilla, Ms. 58-1-9, f. 72v), quizá los copiados en 1645 en el Ms. 57-3-24 de esa misma biblioteca. Marcelino Menéndez Pelayo reclamó la edición de las poesías latinas y castellanas de Caro,[12] quien cultiva una gran variedad de géneros que continúan la tradición poética humanista del siglo anterior: en versos latinos y castellanos canta las ruinas antiguas y otros restos arqueológicos, que adquieren vida propia de una forma muy especial en la naenia de Cupido Pendulus, en la Canción a las ruinas de Itálica, y en el romance jocoso de La Membrilla. Este poema narra propiamente un episodio biográfico, como la epístola latina en dísticos elegíacos, dirigida igualmente a su amigo Juan de Robles, quien a su vez fue poeta latino y preceptista del castellano culto. De contenido religioso son cuatro poemas en castellano (un romance, una glosa y dos canciones) y tres en latín: un epigrama a un milagro de la Virgen de Consolación, y una oda y un himno horacianos, dedicados a la Virgen de las Veredas de Utrera y al cráneo de Euphrósyne, reliquia de una de las once mil mártires de Colonia que el último gobernador español de Maastricht se trajo a su villa natal desde el desaparecido convento de los Bogardos.

Otro género común a los poemas en ambas lenguas es el de la laus urbis: el poema latino Baetis urbs sive Vtricula comparte con las silvas castellanas a Sevilla, Carmona y Utrera, e incluso con la canción a Itálica, unos mismos recursos (como el sobrepujamiento), estructura y contenidos, con ligeras variantes de acuerdo con las peculiaridades de cada lugar; después del apóstrofe inicial, los cinco poemas tratan primeramente del nombre y fundación de la ciudad, y acaban refiriendo sus hijos ilustres y sus mártires. Si en Itálica el tema de las ruinas es el motivo principal, en los restantes poemas lo es la situación privilegiada de esos tres lugares y la fertilidad de sus tierras. También los versos 79-122 del romance Membrilla, aunque en un tono de parodia, tratan algunos de estos mismos motivos de la alabanza de ciudades, como su nombre y origen, riquezas naturales, santos patronos e hijos ilustres, Genio del lugar, etc.  

En Baetis urbs, la imitación de los antiguos es muy cuidada, hasta el punto de que un gramático de la Universidad de Salamanca, discípulo del Brocense, a duras penas halló en sus 307 versos una construcción sintáctica sin un antecedente claro en los antiguos (fraudata colonos). Escribiendo este poema en cuidados hexámetros de majestuosidad clásica, Caro intenta recuperar de la forma más viva posible el pasado de su Utrera natal. Pero curiosamente, la ciudad de Baetis citada por Estrabón puede ser un error de lectura por Italica, con lo que Caro cantó conscientemente en castellano sus ruinas, y en latín alabó algunas de sus riquezas naturales pensando en Utrera, y recreó las miserias de la primitiva población turdetana y el nuevo esplendor que, según Estrabón, trajo la colonización romana a esas tierras (vv. 200-215):

[...] quam Caesar ademptam                 

priscis ruricolis Romano milite complet.

Huic diuisus ager ueteri migrante colono

diuisaeque domus alios uidere Penates.

Plebs, ciues, equites imitataque curia patres,

mores, iura, forum cedunt et sacra Quirino.                     

Totaque iam Baetim resonabat Roma per urbem

exiguam, nam magna decent te, Baetis, alumna

Aeneadum, aeterno quae iam praecellis honore

Romuleam priscumque audes ambire decorem

urbis patritiae dum Gaditana lacessis                           

moenia Balborum toties decorata trophaeis.

Hinc proceres uenere pii, hinc clara uirorum

militia atque toga praestantum fluxit origo,

quos non Cecropiae dedignarentur Athenae,

suspexit nam Roma suos [...]

También destaca la calidad literaria de algunos de sus epigramas, como el dístico a un caballo de admirable velocidad que Pieter Burman tomó del último folio del manuscrito autógrafo de Caro Veterum Hispaniae deorum, incluyéndolo como de época antigua en su Anthologia, y sigue hasta hoy en la Anthologia Latina (Riese 873) como si se tratara de un epigrama de época clásica:

  IN EQVVM MIRAE PERNICITATIS

Te cuperet Phoebus roseis aptare quadrigis;

                       - sed fieret breuior, te properante, dies.

Los quince elogios de Caro a personas pertenecen a los géneros del epigrama, el poema preliminar y a retratos, el epicedio, el epitafio y el cenotafio, todos ellos en latín, y en versos castellanos al soneto, la esparsa, la canción y la redondilla. Para el célebre Libro de retratos de su amigo Francisco Pacheco compuso los epigramas a dos de los principales poetas del Siglo de Oro, Fernando de Herrera y Fray Luis de León, de quienes también se nos han conservado algunos de sus versos latinos.[13]

En los dos poemas preliminares a una obra de Francisco Tamayo, conservada en un manuscrito de la Hispanic Society of America, Caro sigue una práctica habitual en los impresos del Quinientos, que también practicaron Benito Arias Montano y Juan de Mal Lara entre otros, al ofrecer un poema en latín y otro en vernáculo con el mismo contenido: el soneto a Tamayo tiene la misma estructura del correspondiente epigrama latino, del que es una glosa y al que traduce hasta en el juego de palabras final. También es muy similar el contenido del dístico latino a Pancorvo y la correspondiente redondilla, producto de una especie de paráfrasis poética recíproca y simultánea:

 IN Hieronymi PancorVi lavdem distichon

- Panem coruus habet rostro. Cur mel fluit inde?

                       - Ingenio panis redditur ore fauus.

Redondilla a Jerónimo Pancorvo

- Cuervo es y pan celestial

trae en el pico, ¿cómo es miel?

- Su ingenio es tal, que con él

lo que es pan, hace panal.

En este género de poemas resulta fundamental en ambas lenguas el concepto de agudeza, que alcanzó una especial relevancia en la poesía del siglo XVII,[14] especialmente entre los jesuitas. Y es que la teoría literaria del epigrama latino resultaba válida para el soneto y otras estrofas de la versificación romance,[15] equivalencia que nos ilustra el siguiente juicio del propio Caro sobre Juan de Salinas, a quien a su juicio considera con Góngora el mayor representante en su tiempo del género epigramático en castellano:

En la poesía se inclinó a lo que comúnmente los españoles son inclinados, que es cifrar con viveza un conceto o muchos en pocos versos, ajustando de manera la propiedad de las voces que ninguna esté ociosa. Así lo pide el arte, y esta virtud resplandece en el príncipe de los poetas epigramatarios, Marco Valerio Marcial, también español de la Celtiberia, a quien admiró la Antigüedad romana y admirarán los siglos. Nuestra edad conoció a D. Luis de Góngora, hijo de aquella madre de eternos ingenios, Córdoba. Siguióles el Dr. Juan de Salinas con tanta propiedad y sales, que en este género no les es inferior, estrechando su Musa a aquellos preceptos que enseñó Quintiliano, también español, en el lib. 6, c. 3 de las Institutiones oratorias: ‘dijo muchas gracias pero sin agravio de nadie’ [...]. En lo que más resplandeció su agudeza fue en las alusiones y equívocos, en que no es inferior a los demás, antes superior en la pureza de la habla castellana [...].[16]

Caro recibe a su vez poemas latinos en su elogio del profesor antequerano Juan de Aguilar, de Juan Cordero Chamizo de Villamartín, de un catedrático de latinidad de Sanlúcar, del doctor Lorenzo de Castillejos, de Juan Bautista Porcel de Medina; de Pedro Amador Lazcano, del cosmógrafo Antonio Moreno, de Juan Ximénez, del jesuita Bernardo Caro, o de Fernando Bajo Orihuela, quien por cierto no ocultó su entusiasmo cuando conoció a Caro y supo que era gran poeta latino,[17] pues se trataba de un encuentro harto raro en Villarrasa, el lugar de nacimiento de García Matamoros.

La Respublica Latinarum litterarum era sentida por estos y otros escritores latinos como heredera de un tiempo pasado que consideraban siempre mejor. En la obra de Caro pervive el latín como lengua internacional de cultura puesta al servicio de otros eruditos europeos, como lengua oficial de la Iglesia Católica en sus escritos dirigidos al Vaticano, como práctica humanista de entretenimiento en parte de su correspondencia erudita, y en algunos poemas en que esta lengua resultaba especialmente apropiada por el tema o finalidad, así como por el prestigio social que concedía su empleo. No en vano, en el currículo oficial que escribió al final de sus días, menciona su poema latino Baetis urbs y algunas obras en latín, omitiendo muchas de las escritas en vernáculo.

Caro es un humanista esencialmente latino al que correspondió vivir en un tiempo en que ya primaba el castellano, lo que explica el uso de una y otra lengua en su obra en prosa y verso. En prosa prefiere la lengua vulgar en sus tratados biográficos e históricos sobre la historia de Utrera y Sevilla, o sobre un asunto como los juegos con un ingrediente importante de folklore regional y que interesaban mayoritariamente a un público que no sabía latín, los Días geniales; sólo emplea el latín en las obras de ámbito nacional que tenían además un interés fuera de las fronteras de España, como las Notas a la Geografía hispana del Nubiense y al supuesto Cronicón de Dextro, o su tratado sobre los Dioses antiguos de Hispania. En cuanto a sus poemas, reserva el latín para las composiciones de carácter funerario, pero emplea ya ambas lenguas en los elogios de ciudades y personas, y en la poesía de contenido biográfico, arqueológico y religioso, con lo que son muchas las coincidencias y relaciones de dependencia entre unos y otros, particularmente de los castellanos respecto de los latinos. Aunque la actitud de Caro hacia el latín y el castellano no siempre es idéntica a la de otros autores de su época, sí es un fiel reflejo de la situación de la Respublica litterarum en la España del siglo XVII respecto al uso del latín o el vernáculo.

OBRAS DE RODRIGO CARO CITADAS

Antigüedades y principado de la ilustríssima ciudad de Sevilla y Chorographía de su convento iurídico o antigua chancillería, Sevilla: Andrés Grande, 1634 (ediciones facsímiles en 1982 y 1998).

Días geniales: Días geniales o lúdicros, ed. de J. P. Etienvre, Madrid: Espasa Calpe, 1978.

Flavii Luci Dextri V. C. Omnimodae Historiae, quae extant Fragmenta, cum Chronico M. Maximi, et Helecae, ac S. Braulionis Caesaraugustanorum Episcoporum, Notis Ruderici Cari Baetici illustrata, Sevilla: Matías Clavijo, 1627.

Memorial de Utrera, en Obras de Rodrigo Caro, t. I, Sevilla: Sociedad de Bibliófilos Andaluces, 1883-84.

Poesía castellana y latina e inscripciones originales, estudio, edición crítica, traducción, notas e índices de Joaquín Pascual Barea, Sevilla: Diputación Provincial de Sevilla, 2000.

Varones en letras naturales de la ilustrísima ciudad de Sevilla. Epistolario, ed. de S. Montoto, Sevilla, 1915; Varones insignes en letras [...] de Sevilla, edición de L. Gómez Canseco, Sevilla: Diputación Provincial de Sevilla, 1992.

Veterum deorum manes sive reliquiae (1628) y Notas a la Geografía del Nubiense en latín, Bodleian Library, Oxford, Ms. D' Orville 47.



[1] Este poema ha sido traducido al inglés por el poeta G. C. Bryant, y al latín por Tomás Viñas y por el humanista venezolano Miguel Antonio Caro. Cf. T. Viñas, Versiones Latinas de Poesías Hispanas (Barcelona 1927) XXIX-XXX; M. A. Caro, La Canción a las ruinas de Itálica. Introducción, versión latina y notas (Bogotá, 1947).

[2] De ello he tratado recientemente en “Bilingual cultures: the learned language and the vernacular in Renaissance Seville and ancient Rome”, en Barry Taylor & Alejandro Coroleu (edd.), Latin and Vernacular in Renaissance Spain, Cañada Blanch Monographs 3 (Manchester: 1999), pp. 113-119.

[3] En Ricardo del Arco y Garay, La erudición española en el siglo XVII y el cronista de Aragón Andrés de Ustarroz (Madrid: 1950), p. 336.

[4] Thomas Barton, Richard Curtis, Henry Salkeld, Robert Smith, Edward Hopton, William Ashton (Aston), Nicholas Hannington, William Maurice, Andrew Barnes, Francis Guillaude, Thomas Piget y Henry Valinger. Cf. Francisco de Luque Fajardo, Relación de la fiesta que se hizo en Sevilla a la beatificación del glorioso San Ignacio... (Sevilla: Luis Estupiñán, 1610); id., Relación de las fiestas de la cofradía de sacerdotes de San Pedro ad Vincula celebradas en su parroquial iglesia de Sevilla a la Purísima Concepción (Sevilla: López de Gomara, 1616).

[5] La mayor parte de las cartas de Caro están en castellano, incluso las que tratan de arqueología y erudición latina, como las  que figuran copiadas en los manuscritos 57-6-22 y 58-1-9 de la Biblioteca Capitular de Sevilla (en adelante BCS).

[6].Cf. Juan M. Núñez, El ciceronianismo en España (Valladolid: Universidad, 1993).

[7] También Jerónimo Pancorvo, elogiado por Caro en sendos poemas en latín y castellano, le cuenta en una carta que había escrito un panegírico al chocolate, al que ya era devoto (BCS 58-1-9, f. 189r).

[8] […] Ioannes Bellerus, bibliopola Hispalensis, fama et probitate notissimus, epistolis a me peteret, ut Dextrum erratis, quibus scatebat, repurgatum Parisius (ubi Bibliothaeca vet. Patrum novissime condebatur) typis mandandum trasmitterem, non potui viri amicissimi iussa, quamvis impare me oneri iudicarem, subterfugere.

[9] En el testamento que redactó unos días antes de su muerte el verano de 1647, Caro legó el manuscrito de la obra al marqués de Estepa (†1658); sabemos que luego lo tuvo Juan Lucas Cortés (†1701), cuya biblioteca se subastó en 1702; unas décadas después lo tenía en Amsterdam Jacob Philip d’Orville (†1751), de quien pasó tras una polémica testamentaria a la Biblioteca Bodleiana a principios del siglo XIX; anteriormente lo había citado y alabado Pieter Burman en su Anthologia Veterum Latinorum Epigrammatum et Poematu, (Amsterdam: 1773), lib. V, p. 458, en nota al epigrama Anth. Lat. Riese 873. Cf. J. Pascual, Veterum Hispaniae deorum manes sive reliquiae: noticias del tratado de mitología clásica de Rodrigo Caro”, en A. M. Aldama, M.F. del Barrio y A. Espigares, Nova et Vetera: Nuevos horizontes de la Filología Latina, Sociedad de Estudios Latinos, Madrid, 2002, vol. II,  pp. 1049-1064

[10] Cf. Luis Gómez Canseco, Rodrigo Caro, un humanista en la Sevilla del seiscientos (Sevilla: Diputación Provincial, 1986), pp.164-166.

[11] Cf. Refranes más famosíssimos de Mal Lara (Sevilla: 1568), ff. 5v-7r; Filosofía Vulgar, ed. A. Vilanova (Barcelona: 1958), p. 157; J. de Mal Lara, Obras completas (Madrid: 1996); Antonio Serrano, Los Adagiorum Quinquagenae quinque de Fernando de Arce, Alcañiz: Instituto de Estudios Humanísticos, en prensa.

[12] “Programa de Literatura Española. Lección 82. Conservadores del buen gusto y de la tradición literaria del siglo XVI en la lírica. Escuela sevillana. Rodrigo Caro, sus poesías latinas y castellanas: la canción a las ruinas de Itálica, escrita en el siglo XVI, corregida en el XVII,” en Estudios y Discursos de Crítica Histórica y Literaria, t. I. Obras Completas (Santander: 1941-42) VI: 60 y 71.

[13] Francisco Pacheco, Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones de Sevilla, ed. P. Piñero y R. Reyes, Sevilla: 1985. En el elogio de éste escribe el suegro de Velázquez [pp. 69-71] que “para cumplimiento de su elogio y de mi deseo, no me contenté con menos, en honra de tan insigne varón, de que los versos latinos fuesen del licenciado Rodrigo Caro, y los castellanos de Lope de Vega en su Laurel de Apolo, con que se encarecen bastantemente”. En el elogio al retrato de Herrera, autor también de poemas latinos, escribió Pacheco [p. 179] que, “aunque muchos aventajados ingenios hicieron versos en su alabanza, me pareció poner aquí parte de un elogio de Pablo de Céspedes, por ser persona a quien estimó mucho Fernando de Herrera, después desta epigrama latina que el licenciado Rodrigo Caro ofreció a su retrato, digna de la erudición de su autor.” Pacheco valora a Caro más como poeta latino que romance, pues sólo encuentra a otras seis o siete poetas que elogien en latín a sus retratados.

[14] Cf. C. Guzmán y J. I. Andújar, “El tratado de N. Mercerius sobre teoría epigramática”, y D. López-Cañete, “Sobre el epigrama religioso en el Renacimiento”, en Humanismo y pervivencia del Mundo Clásico II. Homenaje al profesor Luis Gil, 3 vols., ed. José M. Maestre Maestre, Joaquín Pascual Barea y Luis Charlo Brea (Cádiz: Universidad de Cádiz, 1997), t. II: pp. 865-870 y 871-882.

[15] Cf. J. F. Alcina, “Entre latín y romance: modelos neolatinos en la creación poética castellana”, en Humanismo y pervivencia del Mundo Clásico I, 2 vols., ed. José M. Maestre Maestre y Joaquín Pascual Barea (Cádiz: 1993), t. I, p. 5.

[16] En la aprobación de Caro el 16 de mayo de 1646 a las Poesías de Salinas (Sevilla: 1869), citado por Henry Bonneville, Le poète sevillan Juan de Salinas (1562?-1643): vie et oeuvre (París: 1969), p. 4.

[17] BCS, Ms. 58-1-9, ff. 55v-56r: Tras la rúbrica añade un hexámetro (Neue tui spernas iuuenilia camina uatis, ‘Y no menosprecies los versos juveniles de tu poeta’), y concluye: “Criado de Vm., el Bachiller Hernando Bajo de Origüela. Mi amigo Francisco de Coria me dijo que era Vm. grande poeta en latín, y díxomelo quando ya Vm. se quería partir de Villarrasa; y así no tuve lugar de dirigir a Vm. estos mal limados versos, por ser muy depriesa y yo no tener ingenio de poeta. Vm. supla las faltas […]”.

Poesía de Rodrigo Caro

Joaquín Pascual Barea

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