Nicholas O'Halloran

Volver al índice de relatos
subglobal1 link | subglobal1 link | subglobal1 link | subglobal1 link | subglobal1 link | subglobal1 link | subglobal1 link
subglobal2 link | subglobal2 link | subglobal2 link | subglobal2 link | subglobal2 link | subglobal2 link | subglobal2 link
subglobal3 link | subglobal3 link | subglobal3 link | subglobal3 link | subglobal3 link | subglobal3 link | subglobal3 link
subglobal4 link | subglobal4 link | subglobal4 link | subglobal4 link | subglobal4 link | subglobal4 link | subglobal4 link
subglobal5 link | subglobal5 link | subglobal5 link | subglobal5 link | subglobal5 link | subglobal5 link | subglobal5 link
subglobal6 link | subglobal6 link | subglobal6 link | subglobal6 link | subglobal6 link | subglobal6 link | subglobal6 link
subglobal7 link | subglobal7 link | subglobal7 link | subglobal7 link | subglobal7 link | subglobal7 link | subglobal7 link
subglobal8 link | subglobal8 link | subglobal8 link | subglobal8 link | subglobal8 link | subglobal8 link | subglobal8 link

El caso de la chica del gángster

SIETE: ENTRE CÓMPLICE Y REHÉN.

Cuando recuperó la conciencia y la compostura, comenzamos a darle vueltas a las distintas posibilidades que teníamos frente a Frank Seal. Ella comenzó a hablar sobre el ponernos en contacto directamente con él, en vez de pasar el filtro del negro Davis, pero yo no conseguía prestarle la mínima atención: estaba perdido en ese cuerpo que, maldita sea, un pequeño problema de sobreexcitación me había impedido degustar en toda su intensidad. A veces la mente traiciona al cuerpo: tiene estas cosas.

- Oye, ¿por dónde andas?
- ¿Perdona?
- No me estás haciendo ni caso, ¿verdad?
- Sí, Carol, claro... Que debemos llamar a Frank...
- Exacto... ¿Y qué más?
- ...
- ¿Lo ves?
- Tenía la cabeza en otras cosas...
- ¿En qué otras cosas? ¿Qué es más importante que esto, ahora?

Tenía razón. En ese momento lo fundamental era trincar la pasta y salir por patas antes de que nos metieran unas raciones de plomo entre pecho y espalda.

- Nada, nena. Andaba dándole vueltas a cómo íbamos a organizar el cobro...
- Antes de eso, y si me hubieras estado escuchando lo sabrías, debemos plantearle el chantaje de tal forma que él no pueda rechazarlo... Así que deja de pensar, que a veces creo que tienes mierda en vez de neuronas, y escúchame:

"El tema que vamos a trabajar es el de la reelección del gobernador. En las anteriores elecciones, Frank apostó muy fuerte por un caballo, que al final perdió. Así que decidió comprar el otro. Supongo que me entiendes. El gobernador está más untado que la tostada de un obeso. Y quiere seguir estándolo, así que anda con la boca callada ante las actividades de Frank. El candidato ya ha dicho en campaña que no va a tolerar el crimen. Sin embargo, lo dice para sacar su tajada, y Frank ya ha empezado a tantearle.

Mientras tanto, el FBI se ha empezado a meter por medio, porque los negocios de Frank implican ciertos asuntos entre estados que no gustan demasiado en Washington. A la poli la puedes untar, pero los federales cuestan demasiado y Frank no es aún tan grande".

- Entonces, ¿qué quieres? ¿Amenazarle con hacer públicos sus trapicheos con los dos candidatos?
- ¿Estás tonto? Lo único que conseguiríamos entonces sería que los partidos cambiaran de candidato y, fueran quienes fueran los siguientes, Frank los compraría.

"La clave está en informar al candidato a la reelección de que Frank apoyará a su adversario. Eso no le va a gustar y, de hecho, si fuera realmente así, sabe a ciencia cierta que se quedaría sin el puesto. ¿Qué crees que hará, en ese momento?"

Mi silencio puso de manifiesto mi ignorancia. Para variar.

- ¡Colaborar con el FBI! Mata dos pájaros de un tiro: acaba con la oposición y encierra a Frank...
- ¿Sabes que esa cabeza tuya a veces me da miedo?
- Y otras placer, ¿no?
- Supongo que son dos caras de la misma moneda, nena.
- Supones muy bien para ser un detective.
- Y, ¿cómo vamos a contactar con el gobernador?
- Definitivamente, tú eres tonto... No vamos a contactar con él -dijo marcando fuertemente el "no"-, sino que vamos a hacerle creer a Frank que lo haremos si no paga.
- ¿Y si no paga?
- Pagará.
- ¿Por qué? Creo que estarás de acuerdo conmigo en que amenazarle con irle con milongas al gobernador... ¿cómo le convenceré de que el gobernador me creerá?
- ¿A ti? No seas necio. Yo soy la que montaría el cirio. Dile que iré a hablar con el gobernador si no paga... Y ya lo creo que te creerá.
- ¿Por qué?
- No siempre follo con gángsters, ¿sabes?

Maldición. Esa mirada en sus ojos, brillante, fija en los míos... ¡También se tiraba al gobernador! O quizá en un momento anterior había sido su amante... Reconozco que la revelación me hizo recorrerla de arriba a abajo y que, naturalmente, ella se dio cuenta.

- ¿Que te pasa? -me dijo desabrochándose los primeros botones de la blusa recién abrochada- ¿No te lo crees?
- De ti me lo creo todo.
- Para tu aclaración, te diré que fui parte del trato de "protección" entre Frank y el gobernador.
- ¿Y qué parte, concretamente, si puede saberse?
- La mejor, como en el pollo: la pechuga y los muslos.

Volvía a estar excitado, y ella -como no- lo notó.

- ¿Crees que ahora aguantarás un poco más?
- Oye, hace nada estabas semi-inconsciente... ¿Tú que eres? ¿Una ninfómana?
- ¿Te da miedo haber raptado a una ninfómana? Ya veo los titulares: "secuestrador asesinado a polvos por su rehén".

Si no fuera porque lo decía sonriendo, habría pensado que realmente iba a hacerlo.

- No me das miedo. Además, creía que ahora mismo éramos cómplices de chantaje.
- Eso sólo será cuando hagamos el chantaje, ¿no crees?

Era lista. La muy zorra era lista. Aquello significaba que hasta que el chantaje no estuviera realizado y el dinero en el saco, se iba a considerar mi prisionera... con lo que eso conllevaba de intentos de lesión, fuga, delación... Maldita sea... Odiaría tener que utilizar con ella mi pistola para otra cosa que no fuera la de hurgar entre sus piernas, pero todos los demonios del infierno sabían perfectamente que la llenaría de plomo si me obligaba. Si al menos no fuera tan preciosa...

- Entonces, voy a llamar a Frank.
- Ok. Te espero.
- Ya lo creo que me esperarás, querida...

La tomé rápidamente de los brazos, se los giré hasta ponerla de rodillas y, con otro movimiento, la alcé retorciéndole el brazo por su espalda.

- ¿Qué coño haces, cabrón?
- Encerrarte en el sótano.
- ¡Pero qué dices!
- No me obligues a dejarte inconsciente para hacerlo, nena...
- ¡Tú estás sonao...! ¡Acabas de follarme y me encierras!
- Tú lo has dicho: hasta que esté el chantaje hecho eres mi rehén, ¿no? ¡Pues al sótano!

La empujé al cubículo. Cuando le solté el brazo, se revolvió como una gata y me arañó una mejilla. Tuve que abofetearla para que se tranquilizase. Cerré la puerta y me dirigí al baño, para comprobar que la herida sangraba profusamente. Recordaba haber visto un botiquín por algún lado. Revolví media casa hasta que recordé que donde lo ví fue justamente en el sótano, al lado del gasoil para la caldera. Genial.

Usé el vodka para desinfectarme la herida. Aproveché para llenarme el depósito estomacal con un par de Bloody Marys de emergencia y me largué al pueblo.

Llevaba escrito en un papel el número de Frank Seal. Me lo había dado Carol, para ponerme en contacto directamente con él. No tenía muy claro si usarlo o no, porque aquello de ser mitad cómplice mitad rehén no me permitía confiar plenamente en ella. Por otro lado, su plan del chantaje, aunque no le veía fallos de bulto, me parecía menos adecuado que el mío del secuestro.

Creo que no fui del todo descortés cuando mandé sus ideas a la mierda y llamé al negro Davis para pedir un rescate por ella.

- ¿Ssí?
- Davis, ¿cómo va mi encargo?
- ¡Blinds! Frank te envía recuerdoss...
- Al grano, negro. ¿Cómo está el tema?
- ¿Cómo esstá la mercancíass?
- En perfecto estado.
- ¿Te la hass tiradoss?
- ¿Qué?
- Frank quieress saber ssi te la hass tiradoss...
- ¡Por los clavos de Cristo! No - y no mentía-, ya te he dicho que la mercancía está en perfecto estado.
- Todoss sabemoss que esstá en perfectoss esstadoss... Por esso te lo pregunta... porque esstá muy perfectass...
- Ya te he dicho que no.
- ¿A ti no te parecess perfectass?
- Perfecta no... Me gustan menos peligrosas.
- ¿Peligrossa...? Buen calificativoss...
- Ya lo creo. Pero aún así -la conversación estaba desviándose demasiado-, está en perfecto estado.
- Oye, Blinds...
- ¿Qué pasa?
- Frank esstá preocupado por lass chicass, ¿ssabess?
- Eso suponía...
- Pero hay máss...
- ¿Qué más?
- Aún esstá máss preocupadoss por ti...
- ¿Por mí? Dile que se preocupe de conseguir la pasta.
- Esso no ess problema... Pero ess un caballero, Blinds...
- Maldita sea, negro... Tengo el paquete hecho y está en perfectas condiciones. ¿Qué coño le preocupa?
- De qué quieress tu caja...
- ¿Mi caja?
- Pinoss, robless, eucaliptuss...
- ¿De qué coño hablas, negro...?

Se cortó la comunicación. Aquello no olía bien. Obviamente, no sospeché que se refiera a la caja en la que me iba a enviar el dinero, sino más bien a la caja donde pretendía enviarme al otro barrio. El estado de las líneas no era el ideal, porque me fue imposible comunicar directamente con el negro Davis. Decidí pasar al plan "B", y llamar directamente a Frank Seal. En definitiva, ahora ya sabía quién tenía a la chica, y no iba a haber mucha diferencia entre gastar al negro de intermediario o hablar en persona con el gángster.

Me cogió el teléfono un hombre.

- ¿Sí? ¿Quién es?
- Un amigo.
- Aquí no tenemos amigos.
- Bueno, digamos que soy Patrick Blind. ¿Ese nombre te dice algo?

Oí cómo por lo bajo el tipo del otro lado del auricular le susurraba a alguien: "es él". No tardó en volver a oirse su voz.

- Muy bien, señor Blind. Cuénteme...
- Quiero hablar con el Jefe.
- El señor Seal está reunido ahora, no puede atenderle.

Mucha amabilidad había en ese tono de voz.

- De todos modos, si nos indica un teléfono, le llamará en cuanto pueda.
- Olvídese... -no iba a facilitar ningún número: no tardarían en saber dónde estaba. De pronto, caí en la cuenta de que aquel tipo podía estar intentando demorar la conversación para localizar la llamada. - Volveré a llamarle.

Colgué a toda prisa. No sé cuánto tiempo estuvimos hablando, pero no creo que les diera tiempo de averiguar dónde estaba. Visité, un tanto asqueado por la situación, el bar local. Sus bloody Marys eran menos de emergencia que los míos pero, claro, a años luz de los de Sammy. Me pregunté dónde andaría Sammy ahora. Le echaba de menos, a él y a sus copas. De buena gana me hubiera tomado una en ese momento. Un buen bloody Mary... El problema de haber secuestrado a Carol era que no podría volver a pisar la ciudad... Me había quedado sin los bloodys de Sammy... Aunque siendo asquerosamente rico como iba a serlo, no creo que me costase mucho contactar con él y pagarle un viaje al lugar del mundo donde me encontrase, aunque fuera sólo por deleitarme con una de sus copas.

Me di cuenta con la tercera andanada del camarero local. Aquello era basura. Auténtica bazofia. Quizá estuviera comenzando a afectarme más de lo habitual, con todo aquél desvarío por las copas de Sammy. Maldita sea. Por unos segundos deseé tener al otro lado de la barra a aquél artista, y en la banqueta de al lado a Pam, o cualquier otra puta de barrio... Aquél era mi mundo, y no este de gobernadores, hampones y tías buenas y ninfómanas. Uno no abandona el barrio de la noche a la mañana.

Cuando el tipo me dijo que debía largarme, porque iba a cerrar, no sabía qué hora era. Sí sabía, por otro lado, que sus copas habían afectado grandemente a mi estómago, por una mancha poco elegante de vómito que lucía en la pechera. Conduje despacio para no matarme por aquellos caminos apartados y llegué a la casa. El sótano cerrado. Carol dentro.

- ¡Cabronazo! -dijo nada más abrir yo la puerta, saliendo de estampida hacia el salón. Entonces, reparó en mi estado. - ¿Qué te ha pasado?
- Nada.
- ¿Nada? ¿Y esto?
- Estoy borracho. Creo que voy a dormir.
- Bueno...
- Vuelve a entrar ahí.
- ¿Qué?
- No puedo dormir dejándote suelta... ¿y si te fugas?
- ¿Has hablado con Frank?
- Sí - mentí.
- Entonces ya no puedo fugarme: somos cómplices.
- Excelente.

Es lo último que recuerdo, porque caí redondo en el suelo, durmiendo como un bendito. Como un bendito borracho con una curda del quince largo, por supuesto.

OCHO: UNA VISITA AL INFIERNO

Lo peor de despertar de una borrachera es cuando lo haces con el sol en los ojos y ruído alrededor. Cuando oí la voz susurrante de Carol en mi oído y abrí los ojos, aún era de noche. Pensé que quería hacerlo allí mismo, en el suelo, así que me lancé a abrazarla, buscando torpemente sus pechos. Me cogió fuertemente de la cara y mirándome fijamente, se aseguró de que le prestase atención:

- Te digo que he oído un ruído ahí fuera.

Me costó volver en mí.

- ¿Qué hora es?
- ¿De qué día?
- ¿Cómo de qué día?
- Has estado durmiendo un día entero. Jamás había visto tal borrachera.

Joder... ¿Qué le habrían echado a la bebida? Y, ¿quién?

- Eso no importa ahora. ¿Mi pistola?
- Supongo que estará donde la dejaste.
- No se vé un pijo... - palpé hasta encontrarla en mi chaqueta.
- He apagado las luces.
- ¿Qué has oído?
- Como un motor a lo lejos.
- ¿Y luego?
- Yo diría que puertas.
- ¿Y luego?
- Nada más.

Me arrastré -no me costó mucho, debido a mi estado lamentable- hasta una de las ventanas. Atisbé por ella: sólo las sombras del bosque. De pronto, un árbol pareció moverse. Intenté concentrarme. Sí. De hecho, el puto árbol se movía. Pero lo hacía como una persona. ERA una persona. Iba de árbol en árbol, acercándose a la casa. De hecho, eran al menos dos personas. Más otra, si alguien había quedado en el coche. Aquello pintaba mal.

- ¿Cuál fue la última luz que apagaste?
- Ésta.

Me di cuenta de que las sombras habían pensado lo mismo que yo: la última luz en apagarse sería el rincón por el que entrar. Tuve el tiempo justo de tirarme contra Carol, derribándola, antes de que una tartamuda Thompson comenzase a vomitar sus seiscientas balas por minuto sobre las ventanas, las paredes... Aquello se convirtió en una ducha de cristales y plomo sobre nosotros. Iban en serio. Y estábamos jodidos.

Arrastré a Carol al sótano.

- Nos vamos a encerrar aquí.
- ¿Qué dices?
- Si nos quedamos fuera, nos van a hacer una celosía en el esternón, querida...
- Y si nos quedamos aquí... nos van a cazar como ratas...
- No si funciona bien mi idea.
- Tus ideas son una mierda.
- Pues sal fuera y muere.
- No me apetece.
- Pues a callar.

Le indiqué que se tumbara en el suelo en el lado más alejado de la puerta. Aparté a toda prisa los bidones de gasoil del posible campo de tiro que presentaba el cuarto y me dejé uno a mano. Saqué del botiquín tres frascos de alcohol y los derramé por el suelo, por debajo de la puerta... Y me dispuse a esperar.

Los hampones entraron por la ventana, o lo que quedaba de ella. Oí la voz del negro Davis:

- Ess aquí, sseguro... Lass insstruccioness del fulano del bar no tienenss pérdidass...
- Jamás pensé que un tipo colaborara tan fácilmente... -dijo una segunda voz.
- El dineross ess el dineross.

No había luz fuera, así que supuse que no sabían muy bien todavía hacia donde mirar. Jugué mi baza: ya no había marcha atrás, y lo sabía. Vacié mi Beretta a través de la madera de la puerta y salté encima de Carol.

Inmediatamente un auténtico infierno se desencadenó. A través de la puerta comenzaron a entrar más balas que las que hay en las tiendas. Aquello era una auténtica locura. Oía gritar a los dos tipos, como enfermos, como posesos, como auténticos pirados con un arma automática en la mano.

Antes de que cesara la descarga de proyectiles, prendí el alcohol. La lengua azul de su fuego pasó por debajo de la puerta.

- ¿Qué ess esso?

Reconozco que pellizqué con fuerza un muslo de Carol, para arrancarle un grito lo más natural posible. Yo también comencé a gritar. Carol no era tonta: entendió perfectamente que tenía que berrear como si estuviera ardiendo.

Mientras nos quedábamos afónicos a berridos, empapé de gasoil el colchón y lo lancé al fuego de la puerta. La lengua de fuego que salió al prender el fuel daba realmente la imagen esperada: el suficiente fuego para que aquellos sicarios ni pensasen en entrar a inspeccionar los cadáveres.

Carol y yo continuamos gritando hasta que, poco a poco, disminuímos el volumen. Aquello tenía que ser una muerte creíble. Y debíamos tener ardiendo la cortina de fuego lo suficiente para que se cansasen de esperar fuera. En nuestra contra, el hecho del calor sofocante que amenazaba por convertir al cubículo en un horno y en matarnos, sí, pero de asfixia. Estábamos empapados de sudor, quietos, sin movernos por miedo a delatar que aún seguíamos vivos. Del otro lado, comentarios :"se han frito bien", "así aprenderán", "menudo final para una puta y un imbécil"... En fin, muestras de aprecio.

Necesitábamos alimentar la hoguera. Comenzamos por nuestras camisas que, a decir verdad, molestaban demasiado. Las mojé en gasoil y las arrojé: nuevas llamaradas. La piel de Carol estaba brillante por el sudor. Cuando se quitó el sujetador para quemarlo, noté cómo sus pezones estaban endurecidos. Me miró. Puso cara de "a mí no me mires, no soy la única", y señaló mi entrepierna. Lo cierto era que yo también estaba excitado. Aquella experiencia estaba siendo demasiado límite, demasiado cercana a la muerte, para que el cuerpo no decidiese reaccionar por su cuenta.

Su mano se metió bajo mis pantalones. Comenzó a masturbarme mirándome fíjamente. El sudor perlaba su rostro, su cuello, su busto, sus brazos... Estaba pensando lo mismo que yo: que podía ser nuestra última oportunidad. Acaricié sus pechos, sus pezones duros y empapados... Mis dedos casi resbalaban por su piel. Lamí uno de ellos para probar ese sabor salado tan especial. Su mano seguía recorriendo mi pene, arriba y abajo, deslizándose por él como una cortina se desliza por su riel, con suavidad, con naturalidad... Diríase que estaban hechos el uno para el otro, de tan sencillamente como descubría mi glande y lo volvía a cubrir en cada bajada y subida.

Afuera, el negro Davis y nuestro amigo seguían comentando:

- Podemos decir que tardamos un par de días en liquidarlos, ¿no?
- Ahora loss comentaremoss con Paul, a ver qué opinass éls... Yo, por míss...
- Son como unas vacaciones pagadas, negro. Y a Frank no le molestará.

Mis pantalones desaparecieron de su lugar natural, para ser empapados en gasoil y arrojados a la hoguera. Lo mismo sucedió con mis calzoncillos. Nuevas lenguas.

- Ess un auténticoss infierno...
- Tendrían el combustible de la calefacción ahí dentro. Sólo a un tarado se le ocurre empezar un tiroteo con ese equipaje.
- Blindss era un idiotass...

El tarado tenía su miembro dentro de la boca de Carol, que jugaba con su lengua a recorrerlo, a saborearlo, a explorarlo, a lamerlo, a chuparlo, a besarlo, a excitarlo. Mis manos se cerraban sobre su cabeza, haciendo excursiones temporarles bajo su pelo, por su cuello, a sus pechos... Estar dentro de un horno mientras una boca juega con tu pene y una mano masajea tus testículos es una de esas experiencias que jamás pensé que llegaría a conocer.

- Aquí tenemoss para unass horass...
- Espera, a ver si se apaga...
- No creoss...

El negro tenía razón. Dos nuevas lenguas: la falda de Carol y su ropa interior. Y claro, nuevas zonas al alcance de mi mano, de mi lengua, de mis labios. Alguna vez ha sucedido que al acceder a la entrepierna de una mujer -debo reconocer que la gran mayoría de veces eran prostitutas- me he encontrado con un olor a sudor y fatiga que no es del todo de mi agrado. En ese momento, mientras me acercaba al sexo de Carol, veía claramente cómo se encontraba empapado de sudor. Toda ella era un lago salado, igual que yo. Sin embargo, me excitaba aún más ese olor: era el olor del peligro, el olor de la muerte, el olor del infierno.

Hundí mi dedo en ella, sin preámbulo alguno, mientras cerraba los labios en torno a su clítoris. Ella, para no gemir, se clavó aún más mi pene en su boca. Reconozco que le daba con dureza, cada vez más dentro, lamiendo cada vez más fuerte... pero es que ella no dejaba descansar a ninguno de los habitantes de mis ingles, acariciando mis testículos, retorciéndomelos, tragándose todo mi sexo, recorriéndolo con su boca y sus manos...

- De essoss no va a quedar nada...
- No sé si a Frank le va a apetecer que no se los llevemos.
- A Frank le da iguals...
- Ya. Pero igual quería a la chica.
- ¿Qué dicess? NI hoy ni nunca...

Al oir aquello entre el crepitar de las llamas, Carol se quedó quieta de golpe. Paré mi perforación en su cuerpo, y busqué su mirada con la mía. Giró hacia mí su cabeza. Había odio en sus ojos. Sin pensarlo dos veces, con un rápido movimiento, saltó sobre mi sexo dándome la espalda y se lo clavó dentro del suyo. El sudor y la humedad hizo que entrase entera, de una sola atacada. Tuve el tiempo justo de incorporarme para, desde atrás, cerrarle la boca justo cuando comenzaba a proferir un grito.

- ¿Has oído eso?
- ¿El quéss?
- No sé, como un grito sordo...
- No. Dessde luego, no creo que estén comoss para gritarss...
- Parece que ya disminuye el fuego...

Los botes de Carol sobre mi sexo no me impedían oír a los hampones. Miré horrorizado a la puerta, para descubrir que, si bien aún había una cierta cortina, parecía ir a menos. Me las arreglé para quitarle a Carol los zapatos y quitarme yo los míos, mientras ella se apoyaba en el suelo con las manos, tensando sus piernas para subir y bajar con su sexo por mi verga. Oía el sonido de su humedad chocando contra mi dureza...

En esa posición francamente incómoda, manteniendo la boca de Carol cerrada con una mano, me las apañé para mojar los zapatos. Tiré uno con objeto de ver el efecto que hacía. Era una lengua interesante, pero no lo suficentemente grande como para hacer desistir a los hampones de su intención de entrar e inspeccionar el sitio. El siguiente, además de humedecerlo, lo llené de gasoil.

Carol aumentaba el ritmo de su movimiento sobre mí. Sentía todo mi sexo pringoso de sudor y sus propios fluidos... Lancé el otro zapato. Mejor lengua, desde luego. Pero no lo suficientemente efectista. Los otros los dos empapé bien, los llené y los tiré a la vez. Un buen efecto.

La lengua hizo brillar aún más el cuerpo de Carol sobre el mío. Sentí que podría estar así el resto de mi vida, viéndola follarme. Me daba con odio, con rabia, se clavaba mi verga en su coño con el ansia de la que quiere demostrarse a sí misma que su vida no es necesariamente una mierda, que está vida, que tiene el poder. Y lo tenía, vaya si lo tenía.

Los zapatos comenzaron a desprender un olor a cuero francamente desagradable. A Carol le dio igual, pero a mí no. Pensé que me iba a desmayar.

- ¿Eso son sus cuerpos, no?
- ¿El quéss? No veoss nadass...
- El olor, como a pellejo...
- Es realmentess assquerossoss...
- Si se van a calcinar, tampoco vamos a encontar nada ahí...
- ¿Y ssi apagamoss el fuegoss?

Temblé.

- Imposible, negro. El gasoil no se apaga así como así. Hay que esperar.
- ¿Essperar para no encontrar nada? No creo quess nadie puedass sobrevivir a esso...
- También tienes razón...

Oía pasos sobre los cristales. Estaban largándose. Pero Carol seguía dándome su sexo salvajemente. No quité mi mano de su boca, pero me relajé un poco. Era cierto que olía mal allí dentro, que hacía muchísimo calor y que, quizá, aún teníamos el riesgo de asfixiarnos, pero decidí disfrutar de aquella situación. Me centré en la nuca de Carol, lamiéndola. Mi otra mano buscó sus pechos, acaricié un pezón, lo pellizqué... Bajé por su vientre hasta esa entrepierna que no hacía sino subir y bajar por mi sexo. Estaba mojada, caliente, gloriosa...

Mis dedos encontraron el clítoris... Hinchado, sin parar de moverse. Las piernas de aquella mujer eran un prodigio de resistencia. Aprete suavemente aquel pequeño botón, y un torrente se disparó en el conjunto que formaban nuestros sexos, el mío dentro del suyo. Ella siguió galopándome. Yo aguantaba sujetándole la boca. Pero sabía que no aguantaría mucho después de correrme. Mi mente, de nuevo, me había sobreexcitado. Sólo esperaba que ella acabase antes de que mi pene, blando, se saliese necesariamente de aquel agujero. Pero no fue así.

Ella me daba cada vez con más violencia, y cada vez mi sexo respondía menos. Se lo sacó de dentro y se giró para mirarme. Me miro con odio, con una mirada de esas que matan. Parecía estar diciéndome: "¿otra vez me dejas a medias?", o "todos los hombres sois igual de cabrones". No se lo pensó demasiado, me tiró contra el suelo y se sentó encima de mi cara.

Juro por lo más sagrado que yo no hice nada. No podía, tal era la presión de Carol sobre mi rostro: estaba demasiado concentrado en aprovechar los escasos segundos en los que, o bien mi nariz o bien mi boca, conseguían algo de aire. Se frotó contra mi cara hasta que me inundó con su orgasmo. Hábilmente había vuelto a taparle la boca en cuanto se tiró sobre mi rostro.

Cayó inconsciente a mi lado. Recuerdo que pensé que lo más importante era garantizarnos el salir de allí, pero la hoguera era todavía infranqueable. No sé si fue el esfuerzo realizado en el acto sexual o el olor del cuero ardiendo o la falta de oxígeno en el sótano. Lo que si recuerdo es que, cuando caí al lado de Carol, lo último que ví fue la mano con la que le había estado tapando la boca.

Tenía marcados todos sus dientes.

QUINTA ENTREGA.

Sobre la página | Mapa del sitio | ©2005 Nicholas O'Halloran

Hosted by www.Geocities.ws

1