Nicholas O'Halloran

Volver al índice de relatos
subglobal1 link | subglobal1 link | subglobal1 link | subglobal1 link | subglobal1 link | subglobal1 link | subglobal1 link
subglobal2 link | subglobal2 link | subglobal2 link | subglobal2 link | subglobal2 link | subglobal2 link | subglobal2 link
subglobal3 link | subglobal3 link | subglobal3 link | subglobal3 link | subglobal3 link | subglobal3 link | subglobal3 link
subglobal4 link | subglobal4 link | subglobal4 link | subglobal4 link | subglobal4 link | subglobal4 link | subglobal4 link
subglobal5 link | subglobal5 link | subglobal5 link | subglobal5 link | subglobal5 link | subglobal5 link | subglobal5 link
subglobal6 link | subglobal6 link | subglobal6 link | subglobal6 link | subglobal6 link | subglobal6 link | subglobal6 link
subglobal7 link | subglobal7 link | subglobal7 link | subglobal7 link | subglobal7 link | subglobal7 link | subglobal7 link
subglobal8 link | subglobal8 link | subglobal8 link | subglobal8 link | subglobal8 link | subglobal8 link | subglobal8 link

El caso de la chica del gángster

UNO: UN PLAN PERFECTO

La única forma de degustar un Bloody Mary decente es ir al club donde esté Sammy esa semana. Y digo degustar y no beber porque ese maldito barman tiene la deliciosa propiedad de transformar una bebida en toda una experiencia. No sé cuál es su secreto, si el zumo de tomate o la dosis justa de tabasco, pero hay que reconocer que Sammy tiene el don de hacer los mejores de toda la ciudad. Lo único malo es que Sammy tiene el pequeño defecto de durar poco en sus trabajos, aún siendo el mejor. Lo que no le preocupa, porque en cuanto se corre la voz de que anda libre, los dueños de los locales se lo rifan.

Cuando uno llega a los cuarenta, lleva tres semanas sin recibir ningún caso nuevo y seis días sin afeitarse, es todo un desafío deambular a las cuatro de la mañana por los distintos tugurios esperando encontrar la sonrisa boba de Sammy tras la barra. Pero qué queréis: me gustan los desafíos. Por eso elegí esta profesión. Por eso, y porque los inútiles de la jefatura superior de policía me condenaron a pasarme el resto de mi carrera de poli metido en una oficina y, la verdad, la burocracia no es lo mío.

Conseguí encontrarlo en el Tin Soldier, un antro decadente de luces tenues y parejas que buscan un rincón de intimidad donde hacer aquello que no podrían hacer en ningún otro sitio. No es que sea un burdel, aunque muchas de las chicas que encuentras allí sean prostitutas. Es, sencillamente, un sitio de moral relajada. Ideal para tomar uno de esos maravillosos Bloody Marys, mantener una conversación intrascendente con una mujer que se deja sobar las tetas, escuchar música decente y olvidarte aunque sea por una noche de que tu vida lleva tiempo haciendo aguas y no tiene pinta de mejorar en un futuro próximo.

Lo cierto es que Pam era una de esas putas de barrio trabajador, con senos blandos como el requesón y un cierto olor a sudor que ponía el tono acre que necesitaba la situación. Porque la perfección no existe y quien la busque está condenado a la derrota, en el mejor de los casos. En el peor, a la desesperación y la bala en la sien. Yo andaba en aquella época más cerca de lo segundo que de lo primero. Además, tenía la ventaja de mi permiso de armas y mi Beretta.

Cuando por fin Pam se decidió a meterme la lengua en la boca -una lengua de trapo, borracha, que creo aún hoy que lo que quería era rebañar algo del Bloody Mary que pudiese tener dentro-, fue cuando Sammy me lo comentó.

- ¿Sabe que le dieron matarile a la fulana de Frank Seal?

Siempre me ha gustado ese tipo de barman que te habla de usted aunque ellos estén ganando el doble que tú. En mi caso, con su sueldo de 150 semanales podía incluso comprar mi alma.

- ¿A Carol?
- No hombre, a Daryl... Carol fue su chica hasta hace quince días.
- Mucho tiempo sin pisar la calle.
- A Carol la pasaportó a no-sé-qué pueblucho de la zona oeste, con la excusa de ir a pasar unos días juntos. Así, mientras tanto, Frank podía beneficiarse a Daryl. De hecho, lleva este medio mes dándole excusas. De todos modos, mejor que ande fuera, que Carol no soporta las continuas infidelidades de Frank.
- No me extraña -mentía. Me extrañaba, porque la misma Carol había entrado en la vida de Frank mientras éste andaba con otra. E incluso antes de ser la amante oficial, hubo una más intermedia.
- A Frank Seal siempre le ha gustado ir de flor en flor.
- ¿Y a ti, qué te gusta, cielo? -interrumpió Pam. No estaba prestando atención a nuestra conversación, fija en su copa. Y, la verdad, no sabía si quería que le invitase a otra o que la llevara a un hotel de esos donde cambian las sábanas una vez al día aunque alquilen la habitación siete veces en una noche.
- Me gustaría que te perdieses un rato. Si te quiero encontrar después, te buscaré.

Despedí a mi compañera temporal de boca y teta con una generosa palmada en su también generoso trasero. Pensé que así igual se iba pensando que realmente la buscaría. A veces, las busconas necesitan ese tipo de estímulos. La vida es dura para todos.

- ¿Se sabe quién lo hizo?
- Creo que Frank está buscando a un tipo de la zona este.
- No me suena ningún asalariado en la zona este. Al menos no con lo que hay que tener para borrarle la vida a la fulana de Frank Seal.

Frank Seal no era un hampón. Era EL HAMPÓN, con mayúsculas. Si necesitabas drogas, armas, tabaco o alcohol sin sellar, blanquear un par de millones -quién los pillara- o chicas para llenar un harén que le hiciese competencia al del Sultán de Damasco, Frank Seal era tu hombre. Había que tener muchos redaños para tocarle nada a Frank. Redaños, o una buena suma por la faena.

- Frank anda muy mosqueado. No le ha gustado nada. Si da con el tipo y averigua quién es el pagano de la operación, puede desencadenar una guerra al viejo estilo.
- Eso no sería bueno para nadie.
- Bueno, eso dígaselo a él.
- Maldita sea, Sammy... Si tuviese acceso a ese tipo, no llevaría la vida que llevo. Ponme otro, anda. Y cárgamelo, que esta noche tengo que pensar.
- Como quiera, señor Blind.

El segundo estuvo mejor que el primero. Y se fue superando hasta el quinto, en que llegó la hora de cerrar y me quedé sin saber si habría llegado a tocar el cielo con el sexto. Lo bueno que tiene el Bloody Mary es que, además de permitirte alcanzar ese estado de conciencia que sólo se puede conseguir con el alcohol, además es nutritivo. Y para un tipo que se olvida de comer o de cenar con mucha facilidad, eso es importante. Reconfortado por la ingesta, cuando salí a las seis y media de la mañana marché al despacho.

Recuerdo que cuando lo alquilé, me parecía el mejor de los sitios posibles. La puerta de cristal, con"Patrick Blind: Investigaciones Privadas" en unas maravillosas mayúsculas negras en ella, el archivador de metal, mi mesa de madera maciza, la mesa más pequeña de Miss Finder, la secretaria y administrativa... Y ahora, Miss Finder ausente, su mesa llena de papeles entre los que sería imposible encontrar nada que no sea alguna reclamación por impago de cualquier cosa, el archivador abollado cuyos cajones apenas encajan, mi mesa de madera maciza más desordenada que la de mi exsecretaria, y unas letras negras en la puerta que rezan: "ark in instigacion riadas". Lo único que sigue funcionando bien es el tercer cajón de la derecha de mi mesa, donde guardo una botella de bourbon para los momentos en los que el pensamiento es necesario y no sé por dónde encontrar a Sammy, o estoy demasiado ocupado autodestruyéndome como para ir a buscarle.

Sabía que en el asunto de la chica de Frank Seal podía haber mucha pasta de por medio, y estaba dispuesto a hacer todo lo posible por sacar mi tajada, cuando más sustanciosa, mejor. Así que a las siete, cuando llegué a mi oficina, si es que aquella miseria podía llamarse así, comencé a estrujarme la materia gris.

Obviamente, era una estupidez intentar resolver el caso a la vieja usanza, esto es, encontrando al asesino. ¿Quién podría ser? ¿Qué enemigos tenía Frank Seal, aparte del gobierno, los hampones rivales y la sociedad en su conjunto? La cuestión era buscar más allá, ir más lejos, tener un pensamiento penetrante y desvelar la verdad, que no era otra que: ¿qué puedo hacer para que se cumpla el refrán: "a río revuelto ganancia de pescadores"?

El alcohol, en su bendita lucidez, me trajo la respuesta. Frank había perdido a su buscona oficial de este mes. Así que tenía dos alternativas: buscar una nueva, o volver con la anterior. Lo más seguro es que se buscara una nueva, y aquello no me servía de demasiado. Pero había que pensar. Sobre las ocho tuve la solución. La cuestión no era en pensar en la bragueta de Frank. Obviamente ya andaría con otra, si no lo hacía ya mientras estaba con Daryl aprovechando el destierro de Carol. La baza a jugar era la del orgullo. A Frank le habían tocado la moral, y mi plan tenía que basarse en ir más allá y tocarle los cojones. Secuestrar a Carol y pedir una buena pasta. Frank no podría tolerar que le tomaran el pelo dos veces en tan poco tiempo. Porque esa era otra, había que darse prisa. Si no, igual daba con el asesino y pasaba de la chica enviada al culo del mundo.

Mi lápiz trazo irregulares líneas en mi mugrosa libreta de ideas gloriosas:

"Primero: averiguar dónde está Carol.
Segundo: secuestrarla.
Tercero: cobrar el rescate".

Sé que leído así queda un poco inconcluso. Pero aquello era sólo un boceto. Ya iría tomando forma después. Aún tendría que pensarlo mejor, pero eran las ocho y media de la mañana, estaba borracho y no había dormido. Además, hacía siete días que no me afeitaba. "Bienvenido al Astoria Palace"- dijo una voz en mi interior mientras me acomodaba en la silla. Me costaba conciliar el sueño, ya que no podía quitarme de la cabeza el plan esbozado. Era perfecto, o tras cinco Bloody Marys y de buena mañana lo parecía. En mi época en el cuerpo solía tomar unas maravillosas píldoras que me hacían dormir como un ceporro. Los métodos habían cambiado: después de una buena paja -que libera cuerpo y mente- me quedé plácidamente dormido.

Dormir una borrachera en sólo cinco horas es difícil de conseguir, pero no imposible, así que a la una y pico bajé con la boca pastosa y el estómago revuelto buscando algún bar donde me dieran una taza de café, unos buenos huevos con bacon y algún donut. Para mi desgracia, con la excusa de que ya no servían desayunos y estaban preparando los comedores, me tuve que conformar con cerveza de barril pastel de carne. "Mejor: desayuno y comida en uno". Repetí de pastel de carne y "tripetí" de cerveza. También visité los servicios para vomitar.

DOS: A LA CAZA DE LA MUJER

Lo peor de tener que encontrar a una fulana es que nunca se sabe a quién preguntar. No podía preguntarle a la gente de Frank, porque aquello levantaría sospechas, no podía preguntarles a mis excompañeros del cuerpo, por la misma razón, y más cuando se supiese que estaba secuestrada. Sammy no sabía dónde andaba. Volví a mi despacho a consultar mi archivo de confidentes.

Guardaba desde mis tiempos de poli los datos de algunos soplones que, por cuatro copas, te vendían a su madre envuelta en papel de regalo. Tuve que buscarlos en una operación que acabó dejando en el suelo buena parte de los papeles que cubrían mi mesa de madera maciza: pero los encontré.

En una carpeta de cartón azul se apolillaban las hojas, ya amarillentas, con los datos de esos tipos. Tenía tachados algunos, por básicamente tres motivos: dejó la ciudad, cárcel, muerte. Pero aún quedaban algunos. Mi hombre era, si tenía que ser alguno, el negro Davis.

Cuando llegó a la ciudad tenía otro nombre (posiblemente el suyo propio, pero nunca se sabe). Sin embargo, a todo el mundo le recordaba a Sammy Davis Jr., por lo negro, lo bajo y lo feo. Así que con "negro Davis" se tuvo que quedar y buscarse la vida en lo que algunos llamarían bajos fondos. Yo no, porque no estoy dispuesto a calificar peyorativamente a mi medio natural.

Telefoneé -el bendito Dios permitía que la compañía telefónica aún no se hubiera dado cuenta de que llevaba dos meses sin pagarles- y escuché la voz del negro Davis al otro lado del aparato.

- ¿Ssí?

El negro Davis sisea al hablar, porque al llegar a la ciudad vino de duro. Quería respeto, hacerse un nombre: supongo que lo que sueñan todos esos pobres diablos. Y para ello no tuvo mejor idea que la de quitarle la chica a Hakeem el Turco. De hecho no se la quitó, sólo le hizo un fino trabajo lingüístico en la entrepierna. Pero a Hakeem no le gustó nada que jugase boca ajena con su tesorito, así que mandó a un par de bestias pardas a casa del negro. Dicen que fue todo un espectáculo pirotécnico de incisivos, caninos, molares y premolares. Algunos dicen que aprovecharon la repentina capacidad oral del interfecto para penetrarlo oralmente, pero eso está por demostrar. Las bestias dicen que sí y el negro Davis lo niega. Allá cada uno con su historia. La cuestión es que la dentadura postiza nunca ha acabado de encajarle bien: la parte de dentadura postiza que pudo pagar.

- Davis, soy Patrick Blind.
- Que te dens por el culos.

Colgó.

Bien."No me rindo fácilmente", pensé. Y aprovechando que era media tarde, decidí completar mis horas de sueño.

Mi despertar fue oscuro. Era ya de noche y tenía las tripas vacías. Mi billetera me dijo que me invitaba a cenar, así que decidí aceptar: ya arreglaría cuentas con el negro más tarde. Me dirigí al Tin Soldier a la caza de Sammy y sus Bloody Marys milagrosos. Con el primero llegó Pam.

- Hola, hombretón. ¿Qué te trae por aquí?
- Te dije que te buscaría cuando quisiera encontrarte.
- Mmmm... Eso suena a que alguien quiere algo más que conversación.
- Ni lo sueñes: te lo he dicho por quedar bien. Anoche te perdiste muy bien. ¿Puedes repetirlo?

Se fue sin palmada. No me apetecía dársela, sencillamente.

- No debería tratar así a las mujeres, señor Blind.
- Sammy, a ciertas mujeres sí.
- A ninguna, señor.
- No me vengas de moralista, y ponme otro.

Seguí con la mirada a Pam, que fue a sentarse en una de las mesas oscuras. Maldita sea, acababa de empezar la noche: no se le puede entrar a un tipo a esas horas, significa perder demasiado tiempo y dinero. Si hay que invitar a unas copas y pagar un cuerpo usado, se hace a última hora, cuando da tiempo a menos invitaciones.

- Oye, Sammy.
- Dígame, señor Blind.
- ¿Qué sabes de lo de Daryl?
- Nada que no le contase anoche. Frank sigue buscando.
- ¿Y Carol? ¿No la va a traer de... cómo dijiste que se llamaba el sitio?
- No lo dije, señor.
- Ah. Creí que me comentaste que andaba por el monte del Diablo.
- No fui yo, señor. No sé dónde la mandó. Quizá se lo comentó Pam.
- ¿Pam?
- Claro, señor. Se conocían bastante bien, antes de que Pam tocase fondo.
- Ah. Sí, quizá fue ella. Anoche... ya sabes... -obviamente, él no sabía nada, porque no hubo nada la noche anterior, pero a veces estos faroles ayudan a desviar la atención.
- Entonces no entiendo su trato de hoy.
- Es para que no se acostumbre. Me gusta la libertad.
- Compartimos gustos, señor. -Le miré a los ojos, fijamente.- En lo de la libertad. No me interesa nada con Pam.

Estuve a punto de decirle que a mí tampoco. Pero claro, aquello sería como levantar las cartas a mitad de partida, y no era cuestión. Aproveché para pedirle el tercero y con él en la mano fui a la mesa de Pam.

- Vaya... ¿Ahora sí, cariño?
- Ahora sí, Pam.
- Bien. Acábate la copa y te llevaré a un sitio más tranquilo.
- Todo a su tiempo -le dije.- No quieras anticipar los acontecimientos antes de hora. Primero quiero comprobar la mercancía.

Acerqué su silla a la mía y metí la mano por debajo de su falda. No había bragas. Oí cómo soltaba un pequeño gemido cuando comenzaba a atravesar con mi dedo la jungla amazónica que tenía entre las piernas. Llegué al sitio donde se supone que debía encontrarse el lago de leche y miel, pero encontré una reproducción bastante exacta del desierto de Gobi. Ella, profesional, volvió a gemir.

- Oye- le dije deslizando mi índice por el cañón que formaban los labios de su coño- esto de aquí me recuerda a alguien.
- ¿Qué te recuerda a alguien?
- Sí... ¿Te acuerdas de una tal Carol? Ahora creo que anda liada con Frank Seal.
- ¿Carol Parish?
- La misma... -apliqué una ligera presión sobre su sexo, intentando averiguar si al fondo del cañón, ya que no lago, al menos encontraba río- me la recuerda mucho.
- ¿Te la tiraste?
- Un caballero nunca te respondería.
- ¿Tú lo eres?
- ¿Lo dudas? - ¡Eureka! No había lago ni río, sino un arroyuelo, pero algo era algo. Con ese mínimo de humedad ya se podía mojar el dedo y atacar el punto débil: mi dedo lubricado subió a pulsar el timbre del placer.
- Mmmm... Lo que no dudo es que seas un hombre -su mano se dirigió a mi bragueta, y propino un refregón con bastante poca delicadeza a mi miembro. Hice esfuerzos mentales por recordar alguno de los pósters centrales desplegables de mis revistas de información general, a la caza y captura de un endurecimiento suficiente como para poder fingir un mínimo interés. Lo logré- Y muy hombre, parece -me dijo cuando en su magreo detectó que andaba ya morcillona.
- Carol, Carol... -repetía como inconscientemente mientras dibujaba círculos suaves alrededor de su clítoris - ¡Qué habrá sido de ella!
- No le va nada mal -dijo con la respiración entrecortada. Mi dedo estaba dando en el clavo, así que aceleré el trazado de los círculos, que ya se estaban convirtiendo en una espiral en cuyo centro se encontraba el botoncito mágico.- Ahora está fuera, pero me llamó el otro día para preguntarme si sabía algo de su chico, si iba a ir para allá, porque no conseguía contactar con él.
- ¿Fuera? ¿Fuera del país?
- No... Mmmm... Cielo, fuera del mundo me vas a poner a mí.

Me estaba pasando con el masaje. Y pasarse significa ponerla demasiado cachonda como para que siga hablando y no piense en más que sacarte los cuartos a base de una ración de sexo. Por mi parte, el momento morcillón se mantenía. No había alcanzado una erección plena, pero tampoco era de mi interés el lograrlo. Me interesaba tener la situación bajo control, en el punto justo de excitación que conllevase su interés por dar respuesta a mis preguntas, lo más rápido posible, a la espera de que satisfaciendo mi curiosidad accediese a su negocio y su cuerpo. Decidí aliviar al clítoris y volví a visitar el arroyuelo para conseguir un poco más de lubricidad. Ya teníamos río. Quizá no el amazonas, pero sí el Missouri.

- ¿Y qué hace perdida en no-sé-dónde? -le pregunté metiendo medio dedo dentro de ella.
- Ufff...
- ¿También tendrá esto así? -le volví a preguntar hundiendo aún más el dedo.
- No lo sé... En la costa oeste hay muy buenos amantes.
- ¿La costa oeste? ¿San Francisco? -todo el dedo dentro.
- Mmmm... - hizo un movimiento de caderas que obligó a mi dedo a explorar las paredes de su sexo.- No... Anda por un pueblo de la bahía de San Pablo...
- Bonito sitio -intenté recordar mis clases de geografía del colegio, a la caza y captura de algún nombre acertado. De paso, en el intento, mandé a otro dedo a hacer compañía al sumergido. - ¿Rodeo?
- No. Herculoso, creo... Oye, ¿no te apetece meter algo más que tus dedos? -apretó a mi morcillona amiga mientras me lo preguntaba.
- Espera... Están tan a gusto... -le dije removiendo el caldo que estaba generando entre sus pierdas con los dedos.

Comencé a reproducir el movimiento del coito en plan digital. Ella gimió suavemente, inclinando su cabeza hacia mi hombro. Tenía el dato, y no me costaba nada largarme de allí. Pero me quedaba media copa y, la verdad, la chica se lo había ganado: decidí dejarle la tarjeta de presentación de un tipo que estudió tres años de piano.

Mi pulgar atacó su clítoris mientras seguían mis dedos en una imitación de los pozos petrolíferos bastante acertadas. Tenía el pulgar seco, y no pudo evitar una mueca de dolor. La desdibujé de su rostro metiéndole la lengua hasta su glotis. Aproveché para mojar un poco el pulgar en sus propios líquidos y atacar de nuevo. Con mi pulgar en su clítoris y mis dedos abriéndose y cerrándose dentro de ella, entrando y saliendo, mojándose enteros mientras la mojaban por dentro, su lengua se volvió loca. Mi miembro comenzó a sufrir duras sacudidas que consiguieron que casi me la doblara. Es difícil pensar con una mano en el coño de una chica, su lengua dentro de tu boca y un intento de masturbación condenado al patetismo entre tus piernas. Pero me concentré y logré una semierección, insuficiente para la penetración pero necesaria para evitar que Pam, en su frenesí, me arrancara la polla.

Conseguí la erección completa cuando comprobé que su escote se perlaba de sudor. Eso, realmente, me puso. Expulsé como pude su lengua de mi cavidad bucal y, sin dejar el estimulante allegro que reproducía mi mano en su entrepierna, lamí la parte de los pechos que quedaba al aire. Era un sudor acre sobre aquellas glándulas blandas, pero fue suficiente para que ella comenzase a jadear aún más fuerte. Temí que alguien nos llamara la atención en el local. Disimuladamente, hice un reconocimiento visual del campo de batalla. Sammy charlaba animadamente con dos clientes. La barra era zona libre. Las mesas cercanas seguían vacías. En las más alejadas, reconocí a otra pareja mirando divertidos mientras él parecía intentar imitarme. Me daba igual.

Sondeé aún más en el agujero mojado de Pam. Decidí que, si todo iba bien, cuando cobrase el rescate le pagaría una buena cena, unas buenas copas y unas buenas bragas negras de encaje, con liguero y todo. Aquel coño se lo había ganado.

Noté un maremoto en mi mano. Se había corrido. Aproveché para mirarla fijamente mientras sacaba mi mano de su cautiverio, deslizándola por sus muslos a modo de caricia pero con el secreto deseo de secarme los dedos allí. Tuve que aprovechar un poco de falda, pero creo que lo hice con disimulo.

- Ha estado muy bien... Ahora te toca a ti -dijo apretándome el miembro.- Vamos a un sitio que conozco. Es limpio.
- Vale -respondí.- Deja que acabe la copa y pida otra para el camino. ¿Tú quieres algo? -le pregunté apurando el Bloody Mary de un sorbo.
- Otra para el camino también, de lo mismo.
- Ok.

Fui a la barra, pague a Sammy y me largué. Tenía que tomar un avión.

SEGUNDA ENTREGA.


Sobre la página | Mapa del sitio | ©2005 Nicholas O'Halloran

Hosted by www.Geocities.ws

1