Buenos días, Cotahuasi, Buena suerte, Arequipa

Una crónica de Guillermo Reaño

Fotos Pilar Oliveros

 

En Arequipa el turismo empieza a sonar  fuerte así que fuimos hasta allá para celebrarlo. La siguiente es una crónica sobre el circuito Majes-Valle de los Volcanes-Cotahuasi, la nueva propuesta turística que se viene trabajando con ahínco entre autoridades y líderes locales. Bienvenido, Cotahuasi.

 

 

Julio Zúñiga y James Posso se han encontrado en la plaza principal de Cotahuasi y se abrazan. El sol ha brillado fuerte todo el día y hay muchos motivos para celebrar. Es el primer día de actividades del clásico festival de aventura en esa localidad y los que hemos asistido al evento no podemos salir todavía del asombro que nos ha provocado Sipia, la catarata que forma el río Cotahuasi al horadar la cordillera y aventarse hacia el llano para darle vida al Ocoña, el cauce de aguas calmas que se entrega al Pacífico. Julio debe andar por los sesenta años, James es más joven y todo un acontecimiento en estas tierras de la sierra arequipeña. Ambos pertenecen a una raza especial de viajeros, los dos son hombres de río, hombres de aventura. Se miran y sonríen, son cómplices de una nueva propuesta para la zona: el circuito Majes-Valle de los Volcanes-Cotahuasi.

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“Sabes una cosa, me lo había dicho don Julio en el lobby del hotel Corregidor, James Posso llegó a Cotahuasi gracias a mí, yo lo invité a conocer el cañón”.  Cierto o no, para todos es claro que el nombre (y la fama) del Cañón de Cotahuasi, el más profundo de la Tierra, 3525 metros de altura, es creación del  ingeniero geógrafo del Rímac que llegó hace mucho para quedarse a promover el desarrollo y las bellezas paisajísticas de una región al otro lado de la clásica propuesta turística de Arequipa. James usa sombrero de ala ancha, camisa de franela y jean vaquero; es un típico “señor” de este pueblo de casitas antiguas y mucho comercio. La mañana que llegué a Cotahuasi, James vagaba todavía por las alturas del cañón tratando de encontrar la ruta más adecuada para descolgarse de las sierras próximas del Cusco, en un feliz intento por demostrar que existe una conectividad (off road, obviamente) entre el coloso del sur y estas tierras promisorias.

 

Julio Zúñiga. Un portento. Con él recorrimos las dos primeras partes del circuito que ha empezado a sonar fuerte en Arequipa, con él visitamos Majes y el Valle de los Volcanes, las puertas de acceso al Cotahuasi. Julio es un amante del verbo estruendoso, de la cháchara permanente,  conoce como nadie la región y confiesa haber sido el primer nauta por el río Cotahuasi, entrados los ochenta. “Nos llamaron los cholacos, en clara alusión a los polacos que habían navegado el Colca”, comenta sin negar la versión  que afirma que hasta su propia madre tuvo que ponerse el casco y saltar a bordo para emular la hazaña de los europeos que fundaron el canotaje peruano. “Cuando se escriba la historia de este deporte espero que me mencionen al lado de Chando González, de Wally, de la gente de Lunahuaná”. Con él recorrimos el hermosísimo valle de Majes, ubérrima geografía donde se puede encontrar de todo: desde los petroglifos de Toro Muerto hasta el Parque Jurásico de Querulpa, uno de los más singulares atractivos turísticos de una campiña relativamente cercana a Arequipa y con una tradición vitivinícola (y pisquera) que ha empezado a rescatarse después de varias décadas de olvido.

 

En Majes, entre los sauces, las sementeras y las acequias rebosantes de agua, se amontonan las tinajas que durante la colonia arroparon al elixir que hoy en día impresiona al mundo entero. En la bodega Estremadoyro nos topamos con una de ellas grabada en 1619, también con un lagar de sillar y una prensa hecha con los troncos de un varias veces centenario guarango. Un espectáculo para los amantes del buen aromático. “Deben haber un poco más de cien bodegas coloniales dispersas por el valle, por eso es que estamos recuperando el cultivo de la llamada uva negra, hasta hace poco dada por perdida”, insiste don Julio. Él también sabe de piscos.

 

Majes debió ser uno de los valles más prósperos, productivamente hablando, del litoral, en sus suelos en la actualidad se cultiva de todo y en su río se multiplican los camarones, dueños absolutos de la culinaria majeña. La cocina de Majes resulta todo un acontecimiento para los amigos de la buena mesa que han empezado a llegar por cientos a sus restaurantes y huariques. Como para anotarlo en la bitácora personal.

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Cinco horas después de dejar atrás las tierras de Majes, se llega a Andagua, el villorrio campesino, hecho de piedra e historia, que da la bienvenida a quien se aventuró a tomar por asalto este techo del mundo. El Valle de los Volcanes –84 conos volcánicos dispuestos a la contemplación de cualquiera- representa una clase magistral de vulcanismo en una región lapidada por las fuerzas de la naturaleza. En Andagua, diminuto jardín en medio de piedras y lavas, se alza a duras una casona-hostería que bien vale la pena visitar. Allí es necesario descansar antes de ingresar a los reinos del Coropuna y del Solimana, las deidades protectoras que anteceden el encuentro con Cotahuasi.

 

Navegar por la puna que atesoran estos colosos resulta para el viajero atento una experiencia inolvidable. Se trata de un paisaje salpicado de yaretales. La yareta es una especie nativa que crece donde otras plantas jamás se atreverían a vivir. Su estrategia es simple: para protegerse del frío y de la exposición solar tan intensa sobre los 3800 msnm, ha sabido cubrir sus hojas diminutas con una sustancia similar a la cera con la que evita la pérdida de humedad y crece a un ritmo aterrador, un milímetro al año. Entre yaretales y pastos de ichu viven las vicuñas y otras especies silvestres. El inmenso Coropuna atisba desde su pedestal de hielo cualquier movimiento. “Ya vamos a llegar”, reaparece Julio y nos mira de soslayo.

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Es interesante mencionar cuanto hemos avanzado, como colectivo preocupado en el turismo, en desarrollar conceptos nuevos en una actividad que reclama decisiones innovadoras. Si hace un tiempo era imposible hablar de circuitos compartidos por más de un distrito, hoy resulta común enterarse del desarrollo de propuestas que involucran a actores diversos y comunidades hasta hace poco en conflicto. El corredor Majes-Valle de los Volcanes-Cotahuasi es uno de ellos. Tres provincias de Arequipa -La Unión, Condesuyos y Castilla- se han unido para gestionar un circuito que tiene mucho por ofrecer y que empieza a ocupar páginas enteras en las guías de viajes más conocidas de Europa y los Estados Unidos. James Posso, el hombre del Cotahuasi, lo sabe y por eso comparte su entusiasmo con los asistentes a una versión más del festival de aventura que desde hace varios años impulsa.

 

Nos habíamos topado con Posso cuando regresábamos de la catarata de Sipia. Acababa de descender de una de las 4x4 que lo había traído del Cusco y aún no salía de su asombro. Con Álvaro Rocha, de Somos  y Susana Menéndez, de PromPerú, quedamos en vernos más tarde para intercambiar impresiones. Las mías quedaban claras: Cotahuasi, 2683 msnm, es el primer botón de un valle típicamente characato que tiene muchas cosas que mostrar. Para los amantes de aventura, sin duda el Cañón de Sipia, maravillosa obra natural que lanza al río Cotahuasi ciento cincuenta metros hacia abajo, creando un escenario ideal para la práctica del rapel y otras locuras. Lo vimos, un puñado de suicidas arequipeños (deportistas y policías) se descolgaron a ese averno de agua y arco iris para deslumbrar a la concurrencia. Impresionante.

 

Si Sipia es un regalo de la erosión hídrica las estampas de Alca y Tomepampa, las dos villas que se pueden visitar aguas arriba, resultan un atractivo de polendas para los que amamos el campo, la naturaleza al aire libre y la obra humana. Los dos poblados en mención resumen muy bien el carácter de los cotahuasinos: tercos y conservadores en sus convicciones. Si en Arequipa todos veneran a la Virgen de Chapi, en Tomepampa sus ciudadanos le han levantado altar a la Virgen del Rosario. Si en la Ciudad Blanca los ritmos musicales del altiplano han ganado audiencia entre la población que ha sentado raíces el pie del Misti, en Alca la guitarra cotahuasina  sigue sonando fuerte y nadie discute su fuerza y animosidad. No existe en la sierra sur peruana, campos de cultivo y tapiales mejor cuidados y ordenados que los de esta tierra de sillar y piedra.

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Nos volvimos a encontrar con Julio Zúñiga y James Posso en la plaza de Cotahuasi. Radiaban de alegría. Junto a ellos, los visitantes se divertían. Julio deja de lado por un momento el buen pisco que trajo desde el Magic River, su albergue-restaurante majeño, para invitarme a volver, me dice que hay mucho más por conocer y que el corredor que están impulsando seguirá proponiendo productos novedosos. Lo sé. James replica y le hace un par de bromas al hombre de Majes, se nota que su amistad es de larga data. Las canciones de los Hermanos Loayza, de Alca, interrumpen nuestra plática. Es mayo y cantores y aficionados de toda laya empiezan a calentar motores pues dentro de un par de días se iniciarán las fiestas patronales en Cotahuasi y hay que estar preparados. Es momento de partir y sin darme cuenta, también sonrío. Julio y James me han contagiado su alegría desbordante.

 

Así es Cotahuasi, distrito ecológico que ha hecho de la quiwicha su producto bandera y del festival de aventura una ocasión repetida cada año para invitar a los incrédulos a pasar un tiempito en el cañón más profundo del planeta.

 

 

Karina Pinto Guillén
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