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En un principio, el
método de la Condesa para robar la belleza y juventud a sus
víctimas era muy simple: un corte en las yugulares colgando de
los pies, como si fueran ganado, bastaba para embadurnarse de sangre a
placer.
Elizabeth constataría pronto que este
método resultaba muy ineficiente. Al matar a la víctima,
ya no se le podían hacer más extracciones en el futuro.
Por tanto, comenzó a desangrarlas
lentamente a lo largo de prolongadas sesiones de tortura, donde trataba
de preservar su vida para utilizarlas de nuevo en el futuro. Estas
sesiones calenturientas, con un grado importante de contacto
físico, adquirieron pronto un carácter erótico.
Cuando Elizabeth creyó observar que la sangre de una
víctima excitada sexualmente resultaba mucho más eficaz
para transmitirle su belleza y juventud, vinieron a transformarse en
largas sesiones de sadomasoquismo extremo.
Si Elizabeth hubiera tenido conocimientos
básicos de anatomía y microbiología modernas, y
acceso a antibióticos y fármacos contra la anemia, la
mayor parte de sus víctimas habrían sobrevivido. Pero
faltaban más de 200 años para que todo eso se
descubriera, con lo que registraban un fallecimiento cada tres
días. Por ello, Elizabeth siempre tenía una o dos docenas
de víctimas disponibles en el castillo, para ir
rotándolas constantemente.
Con el paso de los años, la Condesa fue perfeccionando sus
técnicas más y más. Hacia el final, las
extracciones consistían en sofisticados rituales tan crueles y
elaborados que sólo le permitían dormir unas pocas horas
al día. Se alimentaba casi exclusivamente de la carne y la
sangre de sus víctimas, y no se preocupaba de tomar medidas para
ocultar sus acciones. Es probable que, sometida a enormes presiones
externas, perdiera el sentido de la realidad.
Según cuentan, todos estos esfuerzos tuvieron
su recompensa. Se dice que, una vez descubierta y emparedada entre los
muros de su castillo, la Condesa Elizabeth Báthory
moriría a los 54 años siendo la mujer más hermosa
de Hungría y aparentando menos de treinta. Tanto es así
que sus guardianes, soldadesca poco sofisticada y nada dispuesta a
dejarse impresionar por los encantos de la madurez, se turnaban para
espiarla por el agujero por donde le pasaban la comida. La leyenda de
la Condesa Sangrienta había nacido.
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