Según la leyenda,
la Condesa
de Transilvania Elizabeth Bathory (1560-1614) torturó y
asesinó a 612 muchachas
en su castillo de Cachtice, a lo largo de más de diez
años. Sus baños de sangre
han pasado a la Historia, indisolublemente asociados al vampirismo
nigromántico
de Europa Oriental. Tanto se pasó que al final, pese a ser
noble, la
persiguieron y condenaron. ¿Sus motivos? Mantenerse bella y
perfecta a
pesar de los
achaques de la vejez. Según parece, lo consiguió.
Gabriela
Erzsébet (Elizabeth) Báthory-Nadasdy,
"La
Condesa Sangrienta"
(7 de agosto
de 1560 - 21 de agosto de 1614)
Erzsébet o Alzbeta (Elizabeth) Báthory nace en una
de las familias más antiguas y adineradas de Transilvania. Fue
hija de György Báthory y Anna Báthory, que era a su
vez hermana de
István Báthory (1533-1586), príncipe de
Transilvania y rey de
Polonia entre 1575 y 1586. El apellido Báthory también se
conoce
como Batory o Batori. Entre sus familiares se encuentran personajes
poderosos (un cardenal, varios príncipes y un primo que fue
Primer Ministro de Hungría, mediante su matrimonio con la
princesa María Cristina de Habsburgo). No obstante, entre su
parentela se encontraban también algunos personajes singulares,
como un tío que adoraba a Satán, una tía bisexual
-Karla- que ponía extremo inter&eacutte;s en disciplinar a su
servidumbre y un hermano mayor cruel y borracho. Por no mencionar a su
antepasado Vlad III Draculae, El Empalador.
Nacida en
Nyírbátor el 7 de agosto de 1560, pasó su
infancia en el castillo de Ecsed. Se dice que a los 4 ó 5
años de
edad la pequeña Elizabeth sufrió de violentos ataques;
puede que padeciera epilepsia o alguna otra enfermedad
neurológica. Pero remitieron cuando aún era
pequeña, por lo que no está claro que tuviesen nada que
ver con su comportamiento posterior. En general fue una niña
buena, dulce y aplicada que se preparaba para ocupar su puesto entre la
nobleza de Transilvania. No se le recuerda por manifestar un especial
interés en las habituales ejecuciones de delincuentes y
traidores que tenían lugar frente al castillo, excepto aquella
vez que, cuando ella tenía nueve años, ajusticiaron a un
gitano acusado de vender a su hija a los turcos mediante el
procedimiento de encerrarle en las tripas de un caballo muerto. Tanto
el populacho como la nobleza congregada para el espectáculo lo
celebraron con grandes risotadas, y la propia Elizabeth se
levantó muy temprano para no perdérselo porque le
hacía mucha ilusión.
Como era corriente
en la época, a los once años fue prometida al Conde
Ferencz Nádasdy de Nádasd y Fogarasföld, que
sólo le doblaba la
edad. Un año después, la enviaron a vivir en el castillo
de los Nádasdy, para que fuera conociendo a su nueva familia.
Nunca
hizo buenas migas con su dominante suegra, Úrsula, matriarca del
clan; al parecer, la joven Báthory hacía valer el rango
superior de su apellido con una frecuencia que enojaba a la
Nádasdy. A los trece
años se quedó embarazada de uno de sus sirvientes. Lo
normal: el muchachito fue castrado y arrojado a los perros, y Elizabeth
enviada a otro remoto castillo familiar para que pariera. Allí
dio a luz en 1574 a la única hija que llevaría su
apellido: Anastasia Báthory.
A diferencia de
la mayoría de mujeres (y hombres...) de su tiempo, Elizabeth
había recibido una buena educación y su inteligencia
sobrepasaba a la de la mayoría. Era
excepcional, "hablaba perfectamente
el húngaro, el latín
y el alemán, mientras que la mayoría de los nobles
húngaros no sabían ni deletrear ni escribir [...] hasta
el Príncipe de Transilvania era prácticamente
analfabeto". Algunos de sus contemporáneos y ciertos
investigadores modernos han concluido que debía estar loca, pero
si descontamos los asesinatos, cada detalle de su vida nos muestra a
una persona muy inteligente e incluso sensible, totalmente al control
de sus facultades
mentales.
A los 15
años, en 1575, casó con Ferenc, que entonces contaba 26
años de edad. La ceremonia tuvo lugar con gran lujo en el
castillo de Varanno; incluso se invitó al Emperador Maximiliano
II, pero no pudo acudir. Fue Ferenc quien adoptó el apellido de
soltera de su esposa, mucho más ilustre que el suyo. Se fueron a
vivir al castillo de Csejte (Čachtice), en compañía de su
suegra Úrsula y otros miembros de la casa. La verdad es que el
joven Conde no se pasaba mucho por allí: la mayor parte del
tiempo estaba combatiendo en alguna de las muchas guerras de la zona,
lo que le mereció el apodo de Caballero
Negro de
Hungría. Durante esos periodos de soledad un sirviente
del
castillo, Thorko, introdujo a la joven Elizabeth en las artes
ocultistas. También pasaba largas temporadas en casa de su
tía Karla, bisexual y sadomasoquista. Se dice que incluso
llegó a ausentarse algún tiempo con un extranjero
encapuchado. Cuando volvió, su marido (que había
regresado mientras tanto de una de sus batallas) la perdonó
pronto.
Es a su regreso
que Elizabeth comienza a torturar a las muchachas que le sirven con
cualquier excusa, ayudada por Thorko y dos brujas de la zona llamadas
Darvula (o Darvulia) y Dorottya Szentes, mujer de gran tamaño y
poderío físico. Como disciplina corriente, las
hacía colgar de los tobillos y les propinaba palizas con un
pesado bastón, les colocaba púas en los labios de la boca
y de la vulva, las quemaba con antorchas o les hacía salir
desnudas a la nieve empapadas de agua, en invierno; o cubiertas de
miel, en verano, para que les atacasen los grandes insectos de la zona.
Cuando se trataba de disciplinar a un varón, en cambio, delegaba
la labor en el leal Thorko, quien solía solventar la
cuestión sacando la piel del desdichado a tiras con un
látigo de puntas de hueso. Quien durante el castigo manifestara
algo distinto de la más absoluta sumisión y
aceptación del mismo, fuera hombre o mujer, podía irse
preparando para discutirlo con unos inquietantes alicates de plata que
la condesa había encargado a un orfebre local, manejados
personalmente por ella. Debe observarse que torturar a los siervos por
sus errores era una práctica habitual en la época, algo
que se daba por supuesto: no hay nada de extraño o inusual en
estos castigos. Pero Elizabeth comenzó a poner mucho celo en la
educación de las muchachas más jóvenes, y sus
colaboradores también. A una chica que hablaba mucho, hizo que
le cosieran la boca. Otra que hizo un comentario comparativo entre sus
pechos y los de Elizabeth, creyendo que ésta no se
enteraría, se vio colgada por los mismos durante una semana;
tras descolgarla, hubo que amputárselos. Una camarera que
tenía fama de excesivamente coqueta y disoluta fue obligada a
sentarse en una parrilla al rojo vivo. A su suegra Úrsula esto
no le
parecía ni bien ni mal, más sólo por hacerle la
puñeta a Elizabeth, protegía a algunas de las chicas por
el procedimiento de castigarlas ella, con extremo rigor -no era raro
pasar la noche en el cepo con cincuenta bastonazos en el cuerpo- pero
sin el sadismo que iba caracterizando a la joven condesa.
Ferencz e
Elizabeth apenas se veían debido a las actividades
guerreras del primero, así que no fue hasta 1585, diez
años después de su matrimonio, cuando la condesa tuvo a
su
primera hija legítima: Anna Nádasdy. En los nueve
años siguientes dio también a luz a Katherina
Nádasdy y dos niños que murieron en la infancia
(Úrsula y Miklos). Finalmente, en 1598, alumbró a su
único hijo superviviente, Pablo (Pál) Nádasdy de
Nádasd y Fogarasföld. En base a las cartas que
escribía a sus familiares, podemos deducir que Elizabeth era una
buena esposa y una madre protectora. Algo que no resulta sorprendente
dado que los nobles trataban a su familia cercana de una manera muy
distinta a como trataban a las clases inferiores: los siervos y
campesinos.
En la
gélida mañana del 4 de enero de 1604, el Caballero Negro
de Hungría murió de súbita enfermedad durante una
de sus batallas y dejó viuda a Elizabeth, que contaba 44
años. Es aquí cuando comienzan las verdaderas
atrocidades. Para empezar, despidió a su muy odiada suegra del
castillo, junto con el resto de la parentela Nádasdy; las
muchachas a
las que ésta protegía fueron llevadas a
los sótanos y allí recibieron por fin los castigos que,
en opinión de Elizabeth, se merecían. Dicen que los
alaridos se escucharon durante una semana. Se cree que a estas alturas
la Condesa ya se había sumado a algunas formas de
hechicería, acudiendo a rituales donde se sacrificaban caballos
y otros animales. La edad no perdona, y a principios del siglo XVII
menos: una mujer de 44 años se acercaba peligrosamente a la
ancianidad (eso de llegar a los 80 es patrimonio casi exclusivo de
nuestros tiempos). Por otra parte, los múltiples partos le
habían estropeado el cuerpo, y puede que presentara problemas de
obesidad. Parece que la vejez y la fealdad aterrorizaban y obsesionaban
a Elizabeth.
La primavera se
derramaba por los ventanales cuando una de sus sirvientas adolescentes
le dio un involuntario estirón de pelos mientras la estaba
peinando. Al principio tuvo mucha suerte: la condesa se limitó a
reaccionar reventándole la nariz de un fuerte bofetón.
Pero entonces la sangre salpicó la piel de Elizabeth... y a
ésta le pareció que allá donde había caido,
desaparecían las arrugas y recuperaba la lozanía juvenil.
Tras consultar a sus brujas y alquimistas, y con la ayuda del mayordomo
Thorko y la corpulenta Dorottya, desnudaron a la muchacha, le hicieron
un profundo corte en el cuello y llenaron un barreño con su
sangre. No está confirmado que Elizabeth se bañara en
sangre, pero si que al menos se embadurnó todo el cuerpo, y
probablemente la bebió, para recuperar la juventud y la belleza.
Ruinas
del Castillo de Čachtice, actualmente en Eslovaquia. Se llega
fácilmente desde Viena por las autovías europeas E60 y
E75.
El castillo está en muy mal estado y no necesita visitantes
descuidados o vándalos de ninguna clase.
Entre 1604 y 1610, los
agentes de Elizabeth se dedicaron a proveerla de jóvenes para
sus rituales sangrientos. En un intento de mantener las apariencias,
convenció al pastor protestante local para que sus
víctimas tuviesen entierros cristianos respetables. Cuando la
cifra comenzó a subir, éste comenzó a manifestar
sus dudas: morían demasiadas chicas por "causas misteriosas y
desconocidas". Así es que ella le amenazó para que
mantuviese la boca cerrada y comenzó a enterrar en secreto los
cuerpos desangrados. Le ayudaba en su tarea un hombretón un poco
retrasado, llamado Ficzko, que compensaba con corpulencia y fuerza
física las luces que le faltaban, y otra joven llamada Helena
Jo, quien protegía su vida ayudando a quitar la de las
demás.
Por la misma época, su hermano
Stephen XII Báthory dio apoyo a un noble de Transilvania que se
había sublevado contra el Emperador de los Habsburgo, que
también controlaba Hungría. Poco después Gabor
Báthory, cruel, alcohólico y playboy, se convirtió
en
Príncipe de Transilvania, con el apoyo económico de la
riquísima Elizabeth. Esto la ponía en peligro directo de
ser acusada
de traición por el Rey. Viuda como era, se vio más
vulnerable y aislada que nunca. Fue por aquél entonces cuando
tomó la costumbre de quemar los genitales a algunas sirvientas
con velas, carbones y hierros por pura diversión, o quizá
para liberar ansiedad. También generalizó su
práctica de beber la sangre directamente mediante brutales
mordiscos en las mejillas, los hombros o los pechos. Para estas
cuestiones privadas se apoyaba en la fuerza física de Dorottya
Szentes, que aunque ya mayor, seguía siendo muy capaz de
inmovilizar a cualquier joven en la posición requerida.
En 1609 Elizabeth, quizás debido
a todo este stress, cometió el error definitivo que
acabaría con
ella: utilizando sus contactos, empezó a aceptar niñas y
adolescentes de buena familia para educarlas en los usos cortesanos.
Como no podía ser
menos, algunas de ellas comenzaron a morirse pronto por las mismas
"causas misteriosas y desconocidas". Esto no era raro en la Edad Media,
con sus elevadísimas tasas de mortalidad infantil y juvenil,
pero en el "internado" de Čachtice el número de fallecimientos
era demasiado alto. Ahora las víctimas eran hijas de la
aristocracia menor, por lo que comenzaron los rumores. La vieja bruja
Darvulia le habría prevenido que nunca tomara nobles, pero esta
anciana había fallecido algún tiempo atrás. Fue su
amiga Erszi Majorova, viuda de un rico granjero que vivía en la
cercana localidad de Milova, quien convenció a la condesa de que
no pasaría nada.
Es que por aquél entonces, era ya
vox populi en la comarca
que algo muy siniestro ocurría a las muchachas que "entraban a
servir" en el castillo de Csejte. Hacia el final, ocultaron muchos
cuerpos en lugares peligrosamente insensatos, como campos
cercanos, silos de grano, el río que corría bajo el
castillo, incluso el jardín de verduras de la cocina... Es
probable que
en medio de su orgía de poder y sangre, Elizabeth y sus
acólitos perdiesen el sentido de la realidad; pese a la
brutalidad de los tiempos, ya no vivían en la época de su
antecesor Vlad III Draculae El
Empalador, y además ahora se
implicaba a hijas de la nobleza.
Finalmente, una de las víctimas
logró escapar antes de que la matasen e informó a las
autoridades religiosas de lo que se cocía en el castillo. Si una
de las sirvientas hubiese tratado de hacer lo mismo, se la
habrían devuelto a su dueña apaleada y cargada de
cadenas. Esto era algo que había ocurrido varias veces en el
pasado; por ejemplo, en el otoño de 1609...
"...una
joven de doce años llamada Pola logró escapar del
castillo de algún modo y buscó ayuda en una villa
cercana. Pero sus ayudantes se enteraron de dónde estaba gracias
a los alguaciles, y tomándola por sorpresa en el ayuntamiento,
se la llevaron de vuelta al Castillo de Čachtice por la fuerza,
escondida en un carro de harina. Vestida sólo con una larga
túnica blanca, la condesa Elizabeth le dio la bienvenida de
vuelta al hogar con amabilidad, pero llamaradas de furia salían
de sus ojos. Con la ayuda de Ficzko y Helena Jo, arrancó las
ropas de la doceañera y la metieron en una especie de jaula.
Esta particular jaula estaba construida como una esfera, demasiado
estrecha para sentarse y demasiado baja para estar de pie. Por su
[cara] interior, estaba forrada de cuchillas del tamaño de un
dedo pulgar. Una vez la muchacha estuvo en el interior, levantaron
bruscamente la jaula con la ayuda de una polea. Pola intentó
evitar cortarse con las cuchillas, pero Ficzko manipulaba las cuerdas
de tal modo que la jaula se balancease de lado a lado, mientras que
desde abajo Helena Jo la punzaba con un largo pincho para que se
retorciera de dolor. [...] [El tormento] terminó al día
siguiente, cuando las carnes de Pola estuvieron despedazadas por el
suelo".
Pero ahora la
fugitiva era una de las jóvenes aristócratas a las que
Elizabeth educaba, así que le hicieron caso. A través del
obispado, la denuncia llegó a la Casa Real. El Rey
Mátyás de Hungría -que desde hacía
algún tiempo le buscaba las vueltas a la condesa con el tema de
la traición y también tenía el ojo puesto en sus
extensos dominios- ordenó a un primo de Elizabeth enemistado con
ella, el conde György Thurzo, que tomara el lugar con sus soldados
y realizara una investigación. Dado que la Señora de
Báthory carecía de fuerza militar propia, no
habría resistencia.
Lo cierto es que
no tuvieron que profundizar mucho en su investigación. Cuando
György y sus hombres entraron en el castillo de Csejte, el
30 de diciembre de 1610, lo primero que vieron fue a una sirviente en
el cepo del patio, en estado agónico debido a una paliza que le
había fracturado todos los huesos de la ingle. Esto era
práctica corriente y no les llamó la atención,
pero al acceder al interior se encontraron a una chica desangrada en el
salón, y otra que aún estaba viva aunque le habían
agujereado el cuerpo. En la mazmorra encontraron a una docena que
todavía respiraba, algunas de las cuales habían sido
perforadas y cortadas en varias ocasiones a lo largo de las
últimas semanas. De debajo del castillo exhumaron los cuerpos de
50 muchachas más. Y el diario de Elizabeth contaba día
por día sus víctimas, con todo lujo de detalles, hasta
sumar el fabuloso total de 612 jóvenes torturadas y asesinadas.
Por todas partes había toneles de ceniza y serrín, usados
para recoger la sangre que se vertía tan pródigamente en
aquel lugar. Pese a eso, todo el castillo estaba cubierto de manchas
oscuras y despedía un tenue olor a charcutería.
En 1612 se
inició el juicio en Bitcse. Elizabeth se negó a
declararse inocente o culpable, y no compareció,
acogiéndose a sus derechos nobiliarios. Quien sí lo hizo,
por
las bravas, fueron sus colaboradores. Johannes Ujvary, el mayordomo,
testificó que en su presencia se había asesinado como
mínimo a 37 "mujeres solteras" de entre nueve y
veintiséis
años; a seis de ellas las había reclutado él
personalmente para trabajar en el castillo. De todos modos, la
acusación se concentró en los asesinatos de
jóvenes nobles, pues los de las siervas carecían de
importancia. En el juicio se supo que la mayoría de las chicas
fueron torturadas durante semanas e incluso meses. Las cortaban con
tijeras, las perforaban con gruesas agujas, las azotaban con
látigos cuyas puntas terminaban en ganchos y cuchillas, e
incluso las manipulaban con hierros candientes en el interior de la
jaula llena de púas que se había estrenado con Pola; todo
ello para que la Condesa tomara su refrigerio de sangre varias veces al
día, utilizara el fluido vital como crema rejuvenecedora al
levantarse y al acostarse, y recibiera una ducha cada semana, como
mínimo. También comía ocasionalmente su carne.
Puede que en ocasiones muy puntuales se diera
también algún baño, pero llenar una bañera
requería de la sangre de demasiadas víctimas, por lo que
debía ser algo excepcional. Si alguna donante se portaba mal y
no cooperaba con la extracción, tenía ocasión de
entablar también estrecha amistad con los afamados alicates de
plata que Elizabeth manejaba en persona antes de pasar a la jaula
esférica. Como hemos visto, la condesa era asímismo
aficionada a arrancarles pedazos de carne a bocados, quemarles los
genitales y ejecutar a algunas en la esfera de púas. Pero en el
empalamiento, llevó la tradición familiar a nuevos
niveles de sofisticación.
Todos los
seguidores de Elizabeth, excepto las brujas, fueron decapitados y sus
cadáveres quemados; este fue el destino de Ficzko, por ejemplo.
A Dorottya y Helena Jo les arrancaron los dedos con tenazas al rojo
vivo "por haberlos empapado en sangre de cristianos" y las quemaron
vivas. Erszi Majorova también fue ejecutada. Katarina Beneczky,
que con catorce años era la más joven de las ayudantes de
Elizabeth, salvó la vida por petición expresa de una
superviviente: se le condenó a recibir cien latigazos en
privado, y el destierro. La consecuencia fue una acusada cojera que le
duraría toda la vida, aunque salvó el cuello.
Pero la Ley
impedía que Elizabeth, una noble, fuese procesada. Así es
que la pusieron bajo arresto domiciliario... a la manera de la
época. Tras introducirla en su mazmorra, los albañiles
sellaron puertas y ventanas, dejando tan solo un pequeño
orificio para pasar la comida. Finalmente el Rey Mátyás
II pidió su cabeza por las jóvenes aristócratas
que habían muerto a sus manos, pero su primo el Primer Ministro
le convenció para que retrasara el cumplimiento de la sentencia
de por vida. O sea, cadena perpetua en confinamiento solitario para
Elizabeth. Esta pena implicaba también la confiscación de
todas sus propiedades, cosa que, como ya dijimos, Mátyás
venía buscando desde tiempo atrás.
El 31 de julio
de 1614 Elizabeth, de 54 años, dictó testamento y
últimas voluntades a dos sacerdotes de la catedral del
arzobispado de Esztergom. Ordenó que lo que quedaba de las
posesiones familiares fuese dividido entre sus hijos. Mientras
duró su encierro, los carceleros la espiaban por el agujero,
dado que a su edad aún era una de las mujeres más
hermosas de Hungría; ¡efectivamente, había
conseguido lo que se proponía!
El 21 de agosto
de 1614, uno de los carceleros fue a echar un vistazo y la vio caida en
el suelo, boca abajo. La Condesa Elizabeth Bathory estaba muerta.
Pretendieron enterrarla en la iglesia de Čachtice, pero los habitantes
locales decidieron que era una aberración que la "Señora
Infame" se quedara en su pueblo, ¡y encima en tierra sagrada!
Finalmente, y como era "uno de los últimos descendientes de la
línea Ecsed de la familia Batory" la llevaron a enterrar al
pueblo de Ecsed, en el noreste de Hungría, el lugar de
procedencia de la poderosa familia. Todos sus documentos fueron
sellados durante más de un siglo, y se prohibió hablar de
ella en todo el país.
Dos años
después, las hijas y el hijo de Isabel fueron finalmente
acusados de traición por el apoyo de su madre a la guerra contra
los alemanes; Anna Báthory, una prima de la condesa,
llegó a sufrir tortura por este motivo en 1618, cuando contaba
24 años, pero sobrevivió. Finalmente la mayor parte de la
familia Báthory-Nádasny huyó a Polonia; algunos
retornaron después de 1640. Un nieto sería ejecutado en
1671 por oponerse al Emperador Alemán.
Con el paso de los siglos, Elizabeth
Bathory se ha convertido en un mito fascinante y terrible,
perfectamente actual, en unas sociedades donde la cultura de la imagen,
el dinero y el poder parecen predominar sobre cualquier otro valor.
¿O acaso alguien duda de que una Elizabeth Bathory sería
posible en nuestros días?
|