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Desembarqué en un Buenos Aires del que volvería a salir dos años
después, incapaz de soportar desengaños consecutivos que iban desde
los sentimientos hasta un estilo de vida que las calles del nuevo
Buenos Aires peronista me negaban. ¿Pero para qué hablar de eso en
poemas que demasiado lo contenían sin decirlo? La ironía, una ternura
amarga, tantas imágenes de escape eran como un testamento argentino
de alguien que no se sentía ni se sentiría jamás tránsfuga pero sí
dueño de vender hasta el último libro y el último disco para alejarse
sin rencor, educadamente, despedido en el puerto por familia y amigos
que jamás habían leído ni leerían ese testamento.
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