Cortázar
habla de Buenos Aires
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Cuando
me voy de Buenos Aires, y no me preocupa en absoluto que alguien pueda
pensar que estoy mintiendo, no siento que me voy de Buenos Aires, porque
apenas llego a París entro en una órbita de vida en la que Buenos Aires
esta cotidianamente presente; sobre todo en estos últimos años. Cuando
digo Buenos Aires estoy diciendo la Argentina y América Latina. Para
eso trato en la medida de lo posible de identificarme con toda nuestra
América Latina.
...muchas
veces, después de ocho o diez años de estar viviendo en
Europa he tratado de imaginar un doble mío en Buenos Aires y me he preguntado:
¿qué hubiera hecho yo en estos diez años que he pasado en París si me
hubiera quedado allí? Y tengo que decir que siempre sacaba una sensación,
un sentimiento negativo. La impresión de que si yo me hubiera anquilosado,
me hubiera enfermado, hubiera aceptado los parámetros de la época en
Argentina...
Sí, yo volvería a la Argentina, pero nunca utilizaré
palabras definitivas, porque si por volver querés decir volver para
quedarse, es necesario aclarar este aspecto. Yo estoy deseando volver
a la Argentina y ojalá pueda hacerlo a comienzos del año que viene.
Pero yo sé que no voy a quedarme en la Argentina; mi ideal sería poder
volver al sistema que tuve durante tantos años, es decir, ir y volver
cuando se me daba la gana. Cosa que se acabó con la llegada de los militares
y con la creación de los Escuadrones de la Muerte.
De "El territorio de la novela", entrevista por
Omar Prego Gadea; La fascinación de las palabras |
Tal vez para un escritor la única manera de
combatir ciertas nostalgias es escribiendo y, naturalmente, la nostalgia
se abre paso en el tema del cuento y en todo el cuento, pero en estos
de Deshoras yo creo que hay algo más que nostalgias. Hay denuncia,
hay protesta y hay combate por lo que sucede en la Argentina, es decir,
un clima de opresión, un clima de miedo, de desapariciones y de asesinatos,
todo eso se refleja con bastante claridad, por lo menos, en uno de los
cuentos.
Supe que no llegaría a la verdad inventada
si aceptaba la peluca, si me convencía de que país nuevo
era vida nueva y que el amor se cambia como una camisa. Los últimos
tiempos de Buenos Aires habían sido una buena zona de turbulencia,
algo como una lustración a puñetazos; en la soledad de
los primeros tiempos de París volví sin buscarlo ni rechazarlo
a una escritura cargada de pasado, de temas vividos o imaginados en
esa otra soledad provinciana de tantos años de empleos perdidos
en lo más amargo de la pampa. Y volvía a escribir como
antes, desdobladdo y obediente ante esas rémoras de la nostalgia
que eran mi antipeluca, a la vez que ávidamente entraba en la
verdad inventada, inventada por mí cada día simplemente
porque había decidido hundirme en ella y hacerla mía,
sin pena ni olvido como me lo cantaba una voz tan querida a cada rato,
en cada café del recuerdo.
¿Un antes, un después? Sí, en
los calendarios, pero no en esa misma lapicera que seguía escribiendo
desde la misma mano.
De: Julio Cortázar;
Salvo el crepúsculo, Buenos Aires, Alfaguara, 1996, pág. 244
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