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ANÁLISIS, COMENTARIO Y DEMÁS

 

 

 

 

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 Y Demás/Historia

                         McCarthy, ese pobre diablo

Aunque murió hace casi medio siglo, el odio que Hollywood siente por él no ha disminuido. Cualquiera se preguntaría por qué. Detrás de la cacería de brujas se escondía una razón que, estamos seguros, jamás será llevada al cine

JUNIO, 2006. Hay términos que traen varios conceptos con su sola mención, y macartismo es uno de ellos. De inmediato nos trae a la mente intolerancia, paranoia y locura propios de un alcohólico y pervertido, un hipócrita indigno de confianza. Ningún otro norteamericano ha sido tan atacado con igual furia que el nefasto senador; para quien crea que George W. Bush ha batido las marcas de odio perpetradas desde la izquierda, se equivoca: difícilmente se filmará un igual número de películas en torno al ahora presidente como las hechas contra McCarthy, la más reciente de ellas Good Night and Good Luck.

Cosa rara que a Hollywood le interesen muy poco las historias desarrolladas en los cincuenta excepto cuando se trata de McCarthy, alguien que murió a mediados de los cincuenta cuando el 90 por ciento de los espectadores aún no nacía.

Si buscáramos ejemplos de odio visceral, este constituye una gema de a libra, no sólo en el cine, que se ha especializado en el antimacartismo, sino en todos los demás ámbitos. Sólo basta que alguien manifieste su desacuerdo contra la "izquierda ilustrada" para que ésta denuncie una "vuelta al macartismo", palabra empleada, por cierto, por las Dixie Chicks cuando las abuchearon en un concierto.

En una de sus últimas entrevistas, el ya fallecido Arthur Miller, a quien se le achaca la acuñación de la frase "cacería de brujas", sentenció, "el macartismo sigue vivo con el gobierno de George Bush. Uno usaba el pretexto del comunismo para coartar la libertad y el otro usa al terrorismo. No hay diferencia entre uno y otro".

Por supuesto que lo anterior mañosamente altera la verdad histórica. En ningún momento McCarthy propuso cambiar la Constitución para que Miller, el cineasta Donald Trumbo, la escritora Lilian Hellman y otros más dejaran de publicar sus obras; simplemente el Comité a su cargo los requirió para que declararan en torno a las actividades de espionaje a favor de la URSS y porque claramente habían manifestado sus simpatías, y aun defendido, a la dictadura estalinista.

Por supuesto que estos autores no exigían con igual indignación que se dejara publicar a los literatos y dramaturgos rusos, muchos de ellos encerrados por su "prosa contrarrevolucionaria", un argumento que en Moscú equivalía a dejar atrás a la familia y a los amigos mientras que un requisito en Estados Unidos, además del regreso a casa, permitía a los acusados convertirse en estrellas de la prensa debido a la "persecución" del paranoico senador.

También algo que curiosamente evitan mencionar los antimacartistas es que el Comité de Actividades Norteamericanas fue fundado durante el gobierno del demócrata Franklin D. Roosevelt con el fin de interrogar a los cabecillas del Ku Klux Klan quienes al principio de esa década adquirieron una fuerza formidable en el sur norteamericano.

Otra cosa que con frecuencia olvidan los historiadores es que el Comité fue presidido al principio por el demócrata Martin Dies y que otra de sus funciones era investigar a agentes extranjeros.

Tampoco se suele recordar que, aparte de haber neutralizado al KKK --algo que el ultraliberal The New York Times aplaudió-- el Comité, esta vez a cargo de Richard Nixon, atrapó a Alger Hiss, un colaborador de Roosevelt acusado de espiar a favor de la URSS y que la captura del matrimonio Rosemberg estaba fundamentada con pruebas de que habían entregado secretos al enemigo. Mientras la URSS ejecutaba a sus espías con juicios sumarios, en Estados Unidos se trataba de procesos abiertos ¿por qué entonces había de denunciar la "represión" cuando Washington aplicaba la misma tabla?

Aparece el villano

La leyenda negra de Joseph McCarthy es un producto hollywoodense que, como mentira goebeliana dicha mil veces, se ha convertido en verdad.

El senador Joseph McCarthy nació en 1908 en Wisconsin dentro de una familia de ascendencia escocesa e italiana. El alcoholismo que tanto se le suele achacar provenía más bien de su padre, un hombre que estallaba en accesos de furia tras consumir una botella. Pero en general, la vida del futuro senador fue buena, fue alumno sobresaliente en la Marquette University y pese a haber crecido en un rígido ambiente religioso le gustaban las fiestas.

Lo que ayudó sobremanera a McCarthy fue su dominio como orador. Sus detractores dicen que imitaba a Hitler pero el caso es que ya desde los años 20 se distinguía por esa cualidad, mucho antes que el dictador alemán saltara a las planas internacionales. Ingresó a la Marina y al poco tiempo comenzó a dedicarse a la política.

Cuando la ciudad de Milwaukee eligió al primer alcalde socialista de Estados Unidos surgió la alarma en todo el estado donde McCarthy recogió las inquietudes de sus votantes, buena parte de ellos inmigrantes ucranianos, lituanos y estonios, países devorados por la URSS y que habían huido tras la revolución de 1917. Por ello la creación del Comité de Actividades Antinorteamericanas fue bien visto por la opinión pública, sobre todo cuando, como ya se mencionó, neutralizó al KKK, el cual amenazaba la estabilidad en varios estados del Sur.

Los problemas comenzaron más tarde cuando el Comité comenzó a investigar a los estudios de Hollywood.

La principal acusación contra McCarthy en este sentido es que "había destruido" la reputación de connotados directores y, en especial, los guionistas. En realidad el Comité no tenía poder alguno para influir en el contenido de las películas, el cual varió muy poco durante las investigaciones. Otro lamento frecuente es la llamada "lista negra" que dejaba sin trabajo a quienes estuvieran en la mira. En realidad la "lista negra" fue creada por los estudios, una especie de "cuarentena" que se dio más que nada para proteger a los acusados, tanto así que muchas "carreras destruidas" resurgieron una vez que desapareció el Comité tras la muerte de McCarthy.

Conviene reiterar el ambiente de guerra fría que se vivía entonces. El Comité actuaba dentro de ese mismo esquema. Lo que resultó en favor de los acusados por McCarthy fue la vanidad del senador pues debido a su imprudencia llegó a acusar sin tener las pruebas contundentes, algo utilizado para ridiculizarlo. También tenía una enorme confianza en sí mismo, era altanero y con frecuencia su audacia se traducía en ingenuidad. A Hollywood había logrado arrinconarlo porque, efectivamente, la influencia prosoviética presentaba pruebas innegables, lo cual hizo que gente como Elia Kazan "diera nombres", mismos que, contrario a la leyenda, el Comité ya conocía, razón por la que aportaron muy poca información nueva; quienes huyeron, como Charlie Chaplin, con ese hecho simplemente se habían autoculpado.

Cuando McCarthy se enfrentó a la prensa escrita y a la televisión el asunto fue distinto, no sólo porque estos medios disponían de una respuesta inmediata a las acusaciones, además que poseían un poder de penetración mucho mayor. Adicionalmente, en esos medios había mucha gente que se sentía amenazada por el Comité sin que ello equivaliera a ser procomunistas. McCarthy comenzó a ver como amenaza contra Estados Unidos todo desacuerdo hacia el Comité con lo cual se hizo mucho más vulnerable a los ataques de sus enemigos.

Los medios crearon un valladar a que terminó por neutralizar la eficacia del Comité. Cuando McCarthy comenzó a inmiscuirse en el gobierno del presidente Dwight Eisenhower su suerte comenzó a cambiar. Aunque "Ike" había manifestado sus simpatías hacia el Comité, su actitud giró completamente cuando las investigaciones llegaron al Departamento de Estado. La razón radicaba en que McCarthy había descubierto un documento explosivo: al final de la segunda guerra mundial, el entonces general Eisenhower entregó al ejército soviético unos prisioneros anticomunistas rusos y húngaros en un episodio llamado Operación Keelhul, que hasta entonces había permanecido oculto a la opinión pública. Y aunque sabía que los prisioneros serían deportados, y seguramente fusilados, el que en ese momento era jefe de la Casa Blanca los entregó pese a haberse rendido a las tropas norteamericanas.

Aquello no hablaba muy bien de un presidente que con un fuerte discurso anticomunista conquistó la presidencia por mayoría abrumadora y que varias veces había manifestado dar "cero concesiones" a Moscú. ¿Había que interrogar al presidente y pedirle explicaciones en torno a la Operación Keelhul, algo insólito en la vida política de Estados Unidos?

Antes que llegara la repuesta, el gobierno de Eisenhower respondió con el cese fulminante de McCarthy, el recorte total de fondos para el Comité y la orden explícita de no proporcionar información "confidencial" en ningún área de gobierno, aunque cabría preguntarse que tenía de "confidencial" revelar un acto ruin que violaba los acuerdos internacionales de trato a los prisioneros --quienes se rinden a un ejército no deben ser entregados a un tercer ejército, sea amigo o enemigo-- y que sospechosamente había estado oculto.

Desmoralizado, con su reputación arruinada y obligado a callar, McCarthy sufrió una crisis nerviosa por lo que fue hospitalizado, además que su alcoholismo se había agudizado, algo que la prensa aprovechó para ridiculizarlo aún más. A los pocos días murió en un accidente tras arrojarse por la ventana de su habitación desde un noveno piso. Los medios lo atribuyeron a su "progresivo desequilibrio mental", algo extraño pues días antes había manifestado estar de buen humor y listo para "desenmascarar a los enemigos de Estados Unidos". Al enterarse de su fallecimiento, Eisenhower declaró, con cruel ironía, "fue alguien que vivió en la mentira".

Sin embargo cuando cayó la URSS y se abrieron los archivos de la Kominterm (encargada de reclutar espías en Estados Unidos) un documento llamado archivo Verona reveló que Trumbo, Hellman y prácticamente todos los guionistas señalados por McCarthy estaban al servicio de Moscú, lo mismo que Alger Hiss, el espía atrapado por Richard Nixon y, para sorpresa mayor, un tipo apellidado Greenglass, siquiatra de cabecera de Marilyn Monroe.

El tiempo terminó de dar la razón a McCarthy y recuerda que la "cacería de brujas" contra Hollywood ha sido el arma más frecuente para desacreditarlo. De lo hecho por Ike Eisenhower hasta hoy no se filmado una sola película. No suena muy políticamente correcto acusar de paranoia a los acusados, y mucho menos, cuando son culpables.

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