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Louis Armstrong y el jazz, combinación única

Hasta antes del rock and roll, el jazz era la influencia musical más importante salida del sur estadounidense. Pero todos los ritmos del siglo 20 de ese país no pueden concebirse sin la presencia de este trompetista con andar de pingüino y eterna sonrisa para quien la música era un remedio infalible en combate al racismo

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FEBRERO, 2010. La vida en una finca algodonera del sur norteamericana a mediados del siglo XIX no era lo que podíamos llamar entretenida, mucho menos para quienes eran considerados esclavos del patrón. Aquellos hombres traídos forzosamente del África también eran utilizados como sirvientes y meseros en las fiestas de boato realizadas por los esclavistas. Ahí se tocaba música con sabor europeo donde imperaba el uso de instrumentos de viento. Sobra decir que se trataba de una música ambiental bastante monótona cuyo único fin era servir de fondo a los comensales.

Pasó poco tiempo para que aquellos esclavos, en ocasiones a hurtadillas y otras con la tácita anuencia del patrón, tomaran aquellos instrumentos para reproducir los sonidos; igualmente algunos finqueros encontraban más económico que tocaran sin costo a contratar una orquesta completa. Pero el giro, aunque gradual, fue significativo pues los ritmos se aceleraron y adquirieron un sentido musical irresistible, un ritmo al que se denominó jazz, término que según algunos investigadores proviene de un dialecto africano y significa, precisamente, ritmo o coordinación. Insospechadamente se estaba dando así la germinación de uno de los movimientos musicales más importantes del siglo XX. (Los esclavos que no tenían acceso a los instrumentos optaron por los cantos a capella que más tarde se transformarían el el góspel, cantos religiosos que guardaban la esperanza ante su triste situación).

Al terminar la Guerra de Secesión y al ser decretada la abolición de la esclavitud por el presidente Lincoln, Nueva Orleáns pasó a convertirse en importante centro de reunión para aquellos hombres recién liberados; era una manera de hacer notar su presencia en el que había sido uno de los puertos más activos en el comercio de esclavos. Fue precisamente un hijo de aquellas familias el que nació en esa ciudad en 1901 y al que se dio el nombre de Louis Armstrong. Nadie lo imaginaba entonces pero aquel niño con andar de pingüino, con una sonrisa que la partía en dos el rostro y de sempiterno buen humor se convertiría en una figura musical de alcances impresionantes, tanto como Lennon y McCartney lo harían en el mundo del rock y Glenn Miller con las grandes orquestas, cuya deuda con Armstrong era clara e innegable. Miles Davis lo refirió sin tapujos: "Todo aquel que toque una trompeta reproduce los sonidos de Louis Armstrong. Es imposible escapar de su influencia..."

Pero la Nueva Orleáns de principios del siglo XX era un sitio poco acogedor; dentro de un país que ya se perfilaba como potencia mundial, la también llamada "Big Easy" (Facilísima) sufría graves problemas de salubridad y sus niveles de pobreza contrastaban con al pujanza en los estados del Norte. Desde chico Louis Armstrong se vio obligado a trabajar en las calles de Nueva Orleáns mientras por las noches dormía sobre unos raídos tapetes. Su padre abandonó a la familia con lo que su madre tuvo que pasar por varios sacrificios. Sin embargo aquel chiquillo de apenas 10 años había aprendido a valerse por su cuenta. Durante la celebración del año Nuevo de 1912 tomó una pistola de su padrastro y realizó varios disparos al aire para celebrar el acontecimiento. Fue arrestado por la policía y llevado a Colored Waifs, un reformatorio para niños de color. Aunque en un sitio tan lóbrego, fue una situación afortunadísima pues Armstrong tuvo acceso a una trompeta, el instrumento que le daría fama alrededor del mundo y dinero a carretonadas. "Creo que fue en ese momento, en medio de una vida descarriada, cuando aprendí a hacer algo", escribió en su biografía.

Al salir del reformatorio (tras deleitar igualmente a niños y personal del reformatorio con un talento que ya se antojaba irrepetible) Armstrong deambuló por varios grupos locales. Y pese a haber sufrido abierta discriminación y malos tratos era un convencido de que la música era un medio válido para eliminar las barreras raciales.

Fue en una de esas presentaciones ("ganaba una miseria pero me divertía", escribió) donde King Oliver fue a verlo y quedó sorprendido por sus interpretaciones. Oliver era el director de la orquesta de color y lo invitó a Chicago, donde la música negra experimentaba un notable auge. La llegada de Armstrong a la ciudad del viento tuvo un impacto similar al ocurrido cuando Bob Dylan se apareció por el Greenwich Village de Nueva York. Hoagy Carmichael, otro director de orquesta de Chicago, exclamó asombrado "¡el resto del mundo tiene que saber de este talento!"

Durante la década de los veinte Estados Unidos fue copado por los ritmos de jazz. La prohibición de la venta de alcohol hizo que su consumo de hiciera clandestino, algo que irónicamente parecía encajar con un ritmo que durante la esclavitud también pasó por momentos en que sólo se podía disfrutar a escondidas. Muy pronto el resto del mundo se contagió de aquella música hipnótica y diferente a todo lo que se había escuchado hasta entonces. Y fue en 1927 cuando Armstrong grabó "West End Blues", una de sus primeras obras maestras. Los locos veinte enloquecieron aún más ante semejante muestra de talento. Uno de los miembros de su orquesta --llegó a dirigir hasta dos al mismo tiempo-- le puso el mote de satchel mouth (boca de asidera de maleta) que luego quedaría reducido a Satchmo, el apodo que lo inmortalizó. En estos tiempos políticamente correctos semejante apelativo habría causado airadas protestas --algunas biografías contemporáneas de Armstrong, orwellianamente no lo mencionan-- pero al trompetista causó gracia y terminó por gustarle y aun lo aderezaba llamándose a si mísmo "satchmoney", un juego de palabras dado el dinero que le producía tener unos labios privilegiados para interpretar la trompeta como lo hacía. También era conocido con el más cariñoso apelativo de Pops.

Con la década de los treinta y el término de la Prohibición, el público blanco comenzó a acercarse al jazz. Algunos puristas de color se escandalizaron y advertían, horrorizados, que existía la intención de apropiarse de un ritmo que consideraban enteramente negro, temores que aumentaron cuando comenzó a popularizarse el swing de músicos como Glenn Miller, Benny Goodman o Tommy Dorset. Ciertamente se trataba de jazz interpretado por blancos, y siempre a manera de homenaje. Armstrong creía firmemente en que el poder de la música era un antídoto ideal para combatir el racismo. "Nuestra música deja buen sabor en la audiencia blanca, y ello es muy importante, como lo es ver a blancos y negros tocar juntos (...) éste es uno de los mayores reconocimientos que se nos puede dar", escribió Armstrong en su biografía.

Pero mientras gente como Glenn Miller lo admiraba enormemente, dentro de la comunidad negra los ataques en su contra rayaban en el insulto personal: Dizzy Gillepsie lo llamó "comunero blanco" mientras Billie Holliday refirió con sarcasmo "¡Dios bendiga a Armstrong, ese Tío Tom de la vida real!", esto en relación al personaje creado por Nathaniel Hawtorne cuya mayor ilusión era vivir en el mundo de los blancos y comportarse como ellos. Sin embargo el trompetista rara vez reparaba en los ataques; se consideraba a sí mismo un embajador de buena voluntad, no un activista político. Logró adaptarse a un mundo que, se le había enseñado, era hostil y sin embargo lo admiraba.

En los sesenta, sus movimientos se hicieron más lentos. El "scat", una de sus más grandes aportaciones, y que consistía en musitar sonidos rápidamente en vez de articular palabras, se había incluso infiltrado a géneros como el rock, y en medio de unas listas dominadas por el los ritmos hippies y sicodélicos logró meter dos hits a las listas de popularidad, uno de ellos "Hello Dolly", parte de un soundtrack del mismo nombre, así como la bellísima "Wonderful World", que condensaba el optimismo que solía presentar en su música, un optimismo con el que vivió pese a lo avanzado de su enfermedad cuando grabó ambas composiciones.

Poco antes de cumplir 71 años, el cuerpo de Louis Armstrong cedió a la enfermedad. Para entonces ya era enormemente admirado y considerado quizá el más grande genio que dio el jazz estadounidense, algo que condensó Duke Ellington, otro genio musical: "Louis Armstrong nació pobre, murió rico, y a nadie causó daño al hacerlo".


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