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Culiacán y lo que pasa cuando la obsesión llega al poder
Lo que ha pasado en este primer año del sexenio ya tendría prácticamente achicharrada la imagen del presidente en los medios, pero a diferencia de lo que ocurría con Fox, con Calderón y con Peña Nieto, la prensa juzga más estos incidentes como hechos circunstanciales y no un producto de la ineptitud gubernamental. Con ello, López Obrador parece estar consiguiendo su objetivo: disfrutar del poder impune
OCTUBRE,
2019. Una catástrofe no solo ecológica sino de
corrupción ocurre cuando una toma clandestina de
gasolina explota, con más de 80 incautos muertos; en
Coatzacoalcos un comando asesina a 28 asistentes a
una reunión, incluidos niños. Una delegación
procedente de varios estados para exigir los
recursos que les corresponden por ley es gaseada por
la policía capitalina a lo que se argumentó que "era
necesario" y quizá una de las más graves: cuando se
intenta detener al hijo de un conocido capo estalla
la violencia en Culiacán hasta que el sujeto es
liberado porque, dijo el Ejecutivo, "no queríamos
perder más vidas" en una detención que había sido
planeada con las patas, eso si alguna vez llegó a
ser planeada.
Dos semanas atrás el Ejecutivo se vanagloriaba de
que "sin emplear la fuerza" se logró que un corrupto
capo sindical --valga el triple pleonasmo-- dejara
su curul en la Cámara aunque hoy existen sospechas
de que ese capo ya huyó del país inmediatamente
después que un juez le negara el acceso a sus
cuentas bancarias.
Y ahora una pregunta a los medios y a un sector
importante de la clase política mexicana: ¿dónde
está la indignación?
El sexenio de la "cuarta transformación" está por cumplir su primer año de vida y lo que hemos visto hasta hoy sería más que suficiente para darnos cuenta que en el poder tenemos a un gobierno igual, y en varios sentidos peor, al más puro estilo priísta. Da risa que varias celebridades se digan "desilusionadas" porque el "rayito" no está cumpliendo con sus promesas y se dicen "defraudados", pensando que "estaríamos mejor con López Obrador", entre ellos los actores Diego Luna y Gael García Bernal.
La gran diferencia es que el descontento de ellos y de muchos otros es que éste no se ve reflejado en la opinión crítica de los medios. Imaginemos por un momento que el estallido de la toma clandestina de Tlahuelilpan Hidalgo le hubiera ocurrida al priísta Meade o al panista Anaya de haber alcanzado la presidencia. ¿Tendríamos a unos columnistas callados, esforzándose más en convencernos de que fue un accidente, más que una clara muestra de corrupción? Por supuesto que no. ¿La indignación en los medios respecto a lo ocurrido en Culiacán habría sido apenas perceptible con un presidente Anaya?
Recordemos lo de Ayotzinapa, un incidente que no no concernía directamente al presidente Peña Nieto sino a un alcalde y a su esposa quienes pertenecían al PRD --y quienes, por cierto, salieron discretamente de prisión hace unos meses-- el partido al cual López Obrador pertenecía en ese momento.
Y una más; en el Senado se está discutiendo la posibilidad de rebajar las partidas destinadas al financiamiento de los partidos políticos. ¿Sin embargo se ha topado el lector con las protestas de esos activistas de siempre que sin duda llamarían a esta iniciativa un "atentado contra la democracia" si Meade o Anaya la hubieran siquiera mencionado como propuesta?
El reciente gaseo a los alcaldes a las afueras de Palacio Federal que pedían al gobierno transferir los recursos federales a los estados y la respuesta de las autoridades ("fue una medida preventiva") ¿Habría sido recibida con igual beneplácito con un Fox o un Calderón en la presidencia?
La pasividad,
e incluso la complicidad de la prensa en torno al
mandatario (un contraste con el incesante bombardeo
a los otros ex presidentes) es uno de los problemas
por lo que está atravesando el gobierno del señor
López. El otro, naturalmente, es el presidente
mismo, quien incluso ya comparó su movimiento con el
cristianismo, algo que sin duda habría levantado
tremendas protesta por parte de analistas y
periodistas que hoy optan por el silencio,
traicionando su propia vocación (igualito, por
cierto, a la prensa norteamericana que nunca vio
nada de malo en Barack Obama y hoy denuncia a Trump
hasta porque un día olvidó bolearse los zapatos).
El hecho de que López Obrador se compare él mismo
con el cristianismo es una razón de peso para
preocuparse pues habla del espíritu mesiánico del
tabasqueño. Pero en vez de las protestas (¡este es
un Estado laico! ¡se insulta la memoria de Juárez!
¡El presidente busca echar abajo las Leyes de
Reforma!) lo que hemos escuchado, como dijera Vargas
Llosa, un silencio atronador, estruendoso).
En contraste, todavía hoy hay quienes insisten que
se "investigue" a fondo lo que ocurrió en Ayotzinapa,
pero las voces para que se indague lo que realmente
sucedió en Culiacán hace dos semanas prácticamente
se están apagando. ¿Quién ordenó la acción contra el
"chapito"? ¿Por qué no hubo una orden de cateo
ordenada por un juez, un detalle que incluso Salinas
de Gortari se cuidó de obtener cuando detuvo a la
Quina en 1989?
Si no había orden de detención en contra del "chapito"
¿por qué se efectuó el operativo? Y si éste se
planeado ¿nadie advirtió cuál sería la reacción de
sus huestes para rescatarlo, un "descuido" que ubicó
a Culiacán, al menos ese día, como la ciudad más
peligrosa del planeta?
El silencio de los medios ante tanta ineptitud está
también encubriendo algo que debería ser obvio aun
para los simpatizantes más recalciltrantes del hoy
presidente López: el señor no estaba obsesionado con
ser presidente, estaba obsesionado con el poder
impune, el poder de cometer muchas trastadas sin que
la prensa lo ponga en una sartén hirviente, como le
ocurrió a Fox, a Calderón y a Peña Nieto; el poder
de criticar sin consecuencias al tener la mayoría en
ambas Cámaras. El poder de desacreditar con
adjetivos ("fifís" y "chairos") a sus adversarios en
vez de hacerlo con argumentos.
Por el momento
esa impunidad a la declaracionitis a la que es tan
dado el presidente López (Álvaro Vargas Llosa le
llama "la demagogia permisiva") no ha llegado a los
aparejos de la economía, razón por la cual la
paridad peso-dólar se ha mantenido estable, aunado a
la exitosa renegociación en algunos puntos del TLC
con Estados Unidos y el flujo de capital extranjero,
aunado a algo que se veía muy poco probable: la
relación de respeto y "sana distancia" entre Trump y
López Obrador, en la cual difícilnente el segundo
invitará al primero a una isita de Estado, pero
tampoco llegaría al punto de esas peroratas
antiimperialistas que, sin duda, provocarían una
estampida de capitales.
Esas peroratas no parecen ser, hasta hoy, parte de
la obsesión del presidente López. Lo peor es que, si
ello ocurre, además del enorme perjuicio económico,
la prensa se abstendrá de echárselo en cara. Como en
Culiacán.
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