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NUÑO DE GUZMÁN LLEGA A TONALÁ

       El 25 de marzo de 1530, llegó Nuño de Guzmán a TONALÁ que era en aquellos tiempos la capital de un Reino muy poblado. "Este pueblo (dice Sámano) está asentado en unos llanos muy grandes y es muy alegre la tierra, da mucha comida y bastimentos, muy poblado de arboles frutales...".

       No era Tonalá una población pobre, pues, como dice Nuño de Guzmán, "tratan plata y algún oro y ropa..."

       Tonalá o Tonallan, LUGAR CALIENTE POR EL SOL, de Totonqui Caliente, Tonalli Sol, La lugar; se hallaba situado en la parte central del actual Estado de Jalisco, comprendiendo su jurisdicción más o menos el territorio ocupado hoy por los municipios de Guadalajara, Tonalá, Tlaquepaque, Tlajomulco, Juanacatlán, El Salto, gran parte de Tala, Zapopan, Zapotlanejo e Ixtlahuacán del Río, así como una pequeña fracción de Cuquío, Acatic, Tototlán, Ixtlahuacán de los Membrillos y Acatlán de Juárez. Tenía como tributario los Tlatoanazgos de Tololotlán y Tlajomulco, Tala, Atemajac y Tetlán.

       Tonalá, centro de Gobierno del Hueytlatoanazgo del mismo nombre, encerraba en su perímetro varias poblaciones de regular importancia en aquellos tiempos, siendo las más nobles: Toluquilla, Zalatitán, Coyula, Tateposco, Tlaquepaque, Tepechi y Tequepexpan, conocida esta última, ahora, bajo el nombre de Santa María.

       El Tlatoanazgo de Tololotlán tenía sojuzgados a los pequeños señoríos de Coyula (hoy Zapotlanejo) y Juanacatlán.

       El de Tlajomulco, los de Coyula, Cuestomatitlán, Cajititlán, Atlixtac (Ahora Sta. Anita) y Juchitlán o Santa Cruz de las Flores.

       El de Tala, las poblaciones de Ahuisculco, Jocotlán y Nextipac.

       El de Tetlán, dada su pequeñez, no tenía señorío alguno dentro de sus fronteras.

       Cuando llegaron Nuño Beltrán de Guzmán y su ejército a la vista de Tonalá "salieron ciertos indios de paz con gallinas en las manos, diciendo que la señora de aquella provincia estaba de paz, y en su casa y la más parte del pueblo, y querían servir a los españoles como hacían otras provincias (y con esto nos dice el capitán Cristóbal Flores) fuimos entrando por el pueblo y hallamos a la cacica en su casa y muchos vasallos suyos y su Hato y Aves...".

       Mota Padilla asienta que la Señora Cihualpilli salió al encuentro del admirado y temido capitán, con más de tres mil doncellas y mancebos a recibir a los castellanos. Ella, con señorío y demostraciones corteses, y los demás con bailes y festejos, al tiempo que la cacica, a los pies de Guzmán, le ofrecía una guirnalda de flores y un curioso xóchitl por cetro en señal de obediencia; y después de los cumplimientos pasaron a una ramada formada en la plaza a continuación de una ceiba (árbol) grandioso que había en ella.

       En esta misma plaza a los castellanos y en las mismas calles a las tropas auxiliares, se disponían las mesas en buen orden, cubiertas con bien tejidas y delgadas mantas y en ellas variedad de frutas, tamales, venados, liebres perdices, conejos y guajolotes, tortillas calientes, cacao frío, pulque y otras bebidas que ya los castellanos conocían, y usaban tinajas de agua fría y limpia con abundancia de jarros o búcaros de diversas formas, muy olorosos.

       Estando así todos alegres y descuidados, ufanos de verse tan festejados con tan buena voluntad, unos comiendo, otros bebiendo, les acibaró el gusto las confusas voces que oían de las auxiliares tropas que estaban hacia la parte poniente de Tonalá: "a la arma, tradición, traición"', repetían, y de unos en otros llegaron con más estruendo las voces a oídos de Guzmán y de sus capitanes, quienes arrojando las mesas empuñaron sus armas...

       Mientras tanto en la plaza de Tetlán que entonces era de las principales de la comarca, se juntaron los indios de la nación Tecuexe y comenzaron con exclamaciones y vocería a ponderar lo mal que les había de estar que entrasen en su tierra y en ella perduraran los castellanos.

       Comentaban la cruel muerte que se decía dieron a Caltzontzin, Rey de Michoacán, siendo tan poderoso como tenían experimentado en las muchas guerras que con él habían tenido sus escuadras; y con dichos castellanos venían los Tlaxomultecas y su Dios que era tan adverso.

       Alentados por Tlacuitecuhtli, Cuatetpitihuat, Cotán y Catipamatac, quienes con el ánimo hecho de vencer o caer en defensa de lo suyo con elocuente voz decían: "Hijos, sabed que ya viene el Dios de los Tlaxomultecas; aparejaos, animaos y esforzaos; haced hondas para que apedriemos al Dios de los Tlaxomultecas porque esta arma es la que más teme, y a éste hemos de procurar matar, porque importará para los buenos secesos, y procurad hacer muchas flechas, enderezar vuestros arcos y tener aparejadas las macanas para que mateos a este Dios que tanto daño nos viene a hacer".



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LA BATALLA EN EL CERRO DE LA REINA

       Al frente de un buen grupo de los suyos rápidamente fueron al sitio donde los indios se habían amotinado, el cual resultó ser "un cerro pelado y pedregoso donde había un o Teocalli, y a su pasar eran muy fuertes, aunque se podía subir a caballo, ya vistos, envióles un nahoatlato (traductor de lengua) para que viniesen de paz; respondieron aquellos que no daban sino flechas, que no gallinas, que viniesen los cristianos".

       Ordenó Guzmán al maestre de campo y al escribano no fuesen a requerir a los rebeldes, en tanto él, dejando por guardia en el campo al capitán de jinetes Cristóbal de Barrios, torno a dividir su gente en tres columnas; Cristóbal de Oñate, al frente de su caballería e infantería fue enviado a la falda del cerro que caía hacia la barranca y río de Nuestra Señora que estaba a media legua de distancia, para que "si huyesen hacia aquella parte, les hubiese tomado el paso"; a Francisco Verdugo, con buen número de indios amigos, a la falda contraria de dicho cerro; y él, con la artillería y capitanía de pie, tomó el centro. Así, Nuño se proponía envolver al enemigo y aniquilarlo totalmente.

       Pero al llegar Guzmán al cerro donde estaban amotinados "todos se habían descolgado por él, vueltas las espaldas y pensando que quisieron paz, íbales diciendo que esperasen, que no tuviesen miedo porque entre ellos había nahoatlatos que entendían la lengua de México, y a los cristianos mandando que no matasen a nadie...".

       De pronto dieron vuelta los que al parecer huían y vino la inesperada ofensiva que ocasionó confusión y estragos en la columna comandada por Guzmán "y así, comenzó a dar en ellos por muchas partes porque luego se dividieron por muchos caminos entre estas grandes arboledas de frutas y cementeras que duraban más de dos leguas; y así hallaron pocos juntos (españoles y aliados) aquel día, con la codicia de seguirlos...".

       El capitán Nuño de Guzmán "corrió harto riesgo de su persona, sino fuera socorrido, porque se le colgó un indio de los tiros del freno del caballo y quitándole la lanza de dio de palos...".

       El capitán Cristóbal de Oñate, que tenía a su cargo la falda del cerro, que daba vista al río, al ver que los amotinados no huían hacia la barranca marchó rápidamente a la izquierda, y así le fue doble llegar a tiempo para salvar a Nuño de Guzmán y evitar el desastre, dado que los indios tercos luchaban con tanto odio.

       "Que hubo muchos indios; que uno solo de ellos hacia rostro a uno de a caballo, y les tomaban de las lanzas y con las macanas que traen que son unas porras, dellas de piedra, dellas de madera, les daban buenos palos; y otros con dos o tres lanzas se hacían de los frenos de los caballos y con los arcos daban de palos... y a lo que dicen los que se han hallado esta gente en la Nueva España y en otras partes juzgan no haber visto más osados ni más valientes indios que éstos. Las armas que traían eran de arcos y flechas, macanas, espadas de dos manos de madera, rodelas, algunas ondas y muy emplumados y teñidos, que piensan que al venir feos aunque no son de suyo hermosos, pareciendo diablos han de meter miedo a los cristianos... confesaron después los españoles haber sido esta batalla una de las mas memorables por el aprieto en que se hallaron, y muchos testimoniaron que habían visto a Santo Santiago, y de los indios muchos dijeron haber visto a un hombre en su caballo blanco en el aire, que les hacia poner en fuga...".

       Fray Antonio Tello escribe que dicha batalla tuvo una duración de tres horas en la que se hallaron más indios mexicanos y tarascos muertos que plebeyos de los pueblos referidos.

       Se dieron gracias a Santo Santiago con el fervor correspondiente al crédito que cada uno dio a la aparición; más tarde, enterado el Padre Fray Antonio de Segovia por los mismos indios, en agradecimiento erigió una capilla a la que dedicó su título, siendo favorecidos los españoles, y son los indios que desde entonces hasta hoy celebran sin interrupción su memoria, convirtiendo esta victoria en una tradición.

       Al volver Nuño de Guzmán victorioso al pueblo, la cacica y los indios dieron muestra de júbilo "adornando con verdes ramas y floridas sus casas, sirvieron un gran banquete de típicos platillos y bailaron danzas rituales llenas de colorido, las más atractivas doncellas y los mas gallardos jóvenes... reposaron aquella noche cansados de la batalla y otro día se juntaron los indios principales de cada pueblo y le fueron a dar obediencia, ofreciendo mucha abundancia de mantenimientos...".



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