gran parte de lOs textOs aquí reprOducidOs han sidO seleccionados de “La Aventura Dadá” de George Hugnet (ediciones Júcar, 1973).
Lo cierto es que aquellos acontecimientos dadá debían ser una merienda de negros, espectáculos sin parangón a los que, sin embargo, estamos acostumbradísimos hoy en día, pero no por la actitud de los artistas sino por lo mal que suelen hacer las cosas. La risa y la protesta dadá nunca antes había alcanzado tal sonoridad ni alcanzó nunca, siquiera en el Cabaret Voltaire, tanto descaro e insolencia como tuvo en París hasta 1922, año en que todo dadá se dejó "dar por el culo" (en aquel insulso y desmerecido Congreso de París, aspecto que veremos también con menos detalle). Y fue Monsieur Tristan Tzara, quien, 24 horas después de su llegada a París, transformó las pretenciosas y estáticas veladas de Littérature (recuerda que Litterature era la revista de Breton, Soupalt...) en verdaderos acontecimientos.

Para comenzar por el final, doy paso al relato de un periodista de la época intentando describir el clima de una exposición de Max Ernst en París.

Con el mal gusto que les caracteriza, los dadás han apaleado esta vez al resorte del espanto. La escena era en el sótano y con todas las luces apagadas, por una trampilla llegaban gemidos... Otro farsante, escondido detrás de un armario injuriaba a las personalidades presentes... Los dadás, sin corbata y con guantes blancos, pasaban y volvían a pasar. André Breton encendía cerillas, G. Ribemont-Dessaignes gritaba a cada instante: “Llueve sobre un cráneo”, Aragón maullaba, Soupalt jugaba al escondite con Tzara, mientras que Benjamín Peret y Charcoune se daban la mano a cada instante. En el umbral, Jacques Rigaut contaba en voz alta los automóviles y las perlas de los visitantes...

Ernst, Baargeld y Arp preparan una exposición-sorpresa en Colonia, en 1920, despreocupados completamente por que aquel espectáculo tuviera una buena acogida.

La exposición tuvo lugar en un extraño lugar formado por un pequeño patio al cual se accede atravesando los lavabos. Carteles de Ernst adornados con palomas y vacas anuncian la inauguración e informan al público del precio de la entrada. La entrada cuesta dinero pero el espectáculo merece la pena. Una niña vestida de primera comunión abre la exposición y sin tardar comenzará a recitar poemas obscenos. Por el suelo se han dispersado algunos objetos artísticos. En un ángulo del patio brilla el Fluidoskeptrik de Baargeld, acuarium lleno de agua teñida con fuxina en el que descansa un despertador. Flota una cabellera de mujer y emerge una delgada mano de madera torneada como las que se ven en las tiendas de guantes. Al lado, hay un pedazo de madera dura firmada por Ernst, del que pende un hacha. Una nota le comunica al visitante que el hacha le autoriza a destruir el objeto si tiene deseos de ello. Ese objeto de funcionamiento útil o inútil, permite prever la Planche à Oeufs de Arp apenas posterior, que se puede usar de 5 maneras sucesivas: I Picar los huevos; II Partir la leña; III Tocar campanas; IV Bambolearse; V Lanzar el huevo al ombligo. Estos movimientos de desarrollo y engrandecimiento, asegura el autor, acaban en un movimiento de precisión. La promiscuidad de los bebedores de cerveza yendo a realizar sus necesidades a los tocadores, y la niña de primera comunión hartándose de chistes verdes, irritan al público que echa la culpa a esas obras de arte cuyo significado se les escapa (NOTA personal: como al padre de Hugnet). Pronto lo saquea todo. Los restos nadan en el agua roja del Fluidoskeptrik. En una comisaría les denuncian por obscenidad. La investigación demuestra que la cólera del público estuvo provocada principalmente por un agua fuerte de Albert Dürero, la policía levanta su prohibición y autoriza la reapertura de la exposición.

Dos de las manifestaciones dadaísticas más importantes y escandalosas datan de 1920. La primera tuvo lugar en la Maison de l’Oeuvre (donde estalló 25 años antes el escándalo Jarry con su obra Ubu Roi. El programa fue abundante y variado (teatro, comedias, La Primera Aventura Celeste del señor Antipyrine y un doble cuatrálago de Tzara, música, manifiestos...

La decoracíón de todos estos números se compone de un transparente del que cuelga una rueda de bicicleta que distribuye las cuerdas que sujetan las pancartas. Una célebre cantante de conciertos interpreta melodías de Duparc. El público, furioso y enloquecido no puede hacer más que silbar, y dadá, sobreexcitado en extremo, responde con injurias cada vez más absurdas, cada vez más violentas, mientras que una hoja antidadá (NON), se lanza en la sala y los dadaístas se felicitan por el éxito.

La segunda manifestación dadá tuvo lugar en la Salle Graveau; festival dada. El programa contaba, entre otros con: le sexe de dada; pugilat sans douleur (el sexo de dadá; pugilato sin dolor), de Dermée; el ombligo intérlope de Dessaignes, Ópera Dilatada de Draule, y un sinfín de performances, lecturas, etc. de Tzara, Breton, Soupalt...

Breton, con un revólver pegado a cada sien, Eluard de bailarina, Fraenkel en delantal, Soupalt en mangas de camisa, todos los dadaístas con tubos o embudos en la cabeza, este es el espectáculo que dadá impone al público llegado allí para ver a todos los dadás cortarse el pelo en escena. Informado de las precedentes manifestaciones, el público provisto de gran cantidad de huevos y también, ¡oh, reacción imprevisible! de filetes de carne con los que abrumó a los dadaístas y, sobre todo, a los pianos de Gaveau que habían permanecido bajo los órganos. Pero cada espectador, al volver a su casa, tiene tiempo, con la cabeza en la almohada, para leer el programa, felizmente conservado como recuerdo: Cada uno de vosotros tiene en el corazón un contable - un reloj de oro y un pequeño paquete de mierda - Dadá es la felicidad pasada por agua - La sabiduría no es más que una gran nube en el horizonte. Esto no puede incitar más que a la modestia y a un sueño reparador.

En “El primer viernes de literatura” (acto solemne derivado de la revista Litterature), André Salmon aceptó presentar al público al grupo de Litterature y a los participantes de la función que iba a tener lugar. Pero surgió un imprevisto: los organizadores crearon cierta confusión con el título del espectáculo: "La Crisis del Cambio” por lo que el público de la representación estaba compuesto en gran medida por comerciantes de barrio dispuestos a escuchar una conferencia de orden económico. ¡Imagínense ustedes la sorpresa!

Mientras se mantiene una apariencia de compostura en el escenario, los espectadores escuchan, unos con paciencia, los otros con curiosidad. Los poemas suceden a los poemas. Cuando las máscaras recitan un poema de Breton que parece desprovisto de toda significación, y que licúa todo pensamiento, incluido el del auditor, y cuando bajo pretexto de verso, Tzara lee un artículo de periódico con acompañamiento de campanillas y de carracas, se apuntan diversos movimientos en la sala. Estallan los silbidos, los abucheos y las protestas, en el mismo instante en que se presentan algunos cuadros de Picabia del estilo que bien conocemos y que llevan la firma de L.H.O.O.Q., perfectamente legible. Los parisinos abuchean a recitadores y recitantes; la función terminará en tumulto. El público rabia, ofendido, herido, aturdido, pero la mayor parte no se considera robado ya que fueron muy pocos los que reclamaron la devolución de su localidad y salieron de la sala con ostentación.

Beatriz Wood escribe: -Marcel sugirió que yo hiciera el cartel publicitario anunciando el evento. De los muchos que esbocé. Marcel escogió una figura rígida haciendo un palmo de narices al universo, y pasaron 50 años antes de que yo supiera que le gustaba por la libertad que expresaba.


La Soirée du Coeur à Barbe se anunció para el 6 de julio de 1923, en el teatro Michel de París. DESPABÍLESE USTED. Eran los días del Congreso de París, en el declive de dadá. Muchos de los individuos del grupo se volvieron contra Litterature y contra Breton, manteniendo los lazos dadás con Tzara e intentando prestarle su apoyo. Paul Eluard pide que se retire su nombre del programa por la presencia de Cocteau. Cocteau se queda y Reverdy reemplaza el nombre de Eluard.

Recuerdo esa velada cuyo final estuvo marcado por un desorden que casi llegó a convertirse en carnicería. Cuando se acercó el momento de la representación de Coeur a Gaz, los actores, ante los decorados de Granovsky, encontraron bruscamente interrumpida su interpretación. De la orquesta llegaban violentas protestas. Luego, intermedio inesperado, Breton se iza hasta el escenario y se establece allí maltratando a los actores. Estos últimos, trabados por los trajes de Sonia Delaunay, hechos de cartón, no se pueden proteger de los golpes y se esfuerzan por huir a pequeños pasitos.
Breton abofetea a Crevel y, de un bastonazo, rompe el brazo a Pierre de Massot. Repuesto de su estupor, el público reacciona. El manifestante es tirado al suelo sin piedad. Aragon y Péret se le unen y los tres son sacudidos, arrastrados, y expulsados a la fuerza, con la chaqueta desgarrada por aquí y por allá. Restablecida apenas la calma, Eluard sube al escenario, pero los espectadores no están para sutilezas y el autor de Répétitions es atacado por un grupo al que el precedente escándalo ha puesto sobre aviso. Ante el número de estos, Eluard cae y rueda sobre la rampa en la que estallan algunas bombillas. Algunos amigos desean proteger al tierno poeta de las represalias, mientras que de la sala salen gritos que reclaman la intervención de la policía.

Cuando la refriega se apaga, cuando los atropellos se calman, el silenció pareció anormal y aún puedo oír al director del teatro Michel tirándose de los pelos ante los asientos plegables colgantes, filas de butacas arrancadas y el escenario destrozado, lamentarse: Mi bombonera, mi bombonera...

Como, tiempo más tarde le comentaba a George Hugnet, Eluard no estaba orgulloso de esa hazaña y se refugiaba en la ironía. La bombonera destrozada le costó el envío de papel timbrado reclamando daños y prejuicios por parte de Tzara. Fue Gala (su entonces, mujer) quien se ocupó del asunto ya que Eluard salió a comprar un paquete de tabaco al estanco de la esquina, se embarcó para Polinesia y dio la vuelta al mundo. Hay que olvidar para partir, como hubiera escrito Jacques Rigaut.

Hosted by www.Geocities.ws

1