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El saca-manteca

... about the phenomenon of the healing touch, massage is somehow connected to the same notion... on a technique of laying on of hands, which is called therapeutic touch... Wounds healed faster in the people who received therapeutic touch than in the people who didn't. So there's apparently some still-unknown physiological energy coming through when one does laying on of hands that has that effect... I allow for the possibility of grace. Caring and touching seem to have important effects on people: Michael Lerner, Ph.D

En la Villa Imperial de Potosí, por primera vez, alguien lo juzgó insignificante.

Su arresto originó hasta protestas públicas. El saca-mantecas ha sido emplazado por la Inquisición.

Desde 1650, él hizo que, por gracia de sus gentiles manos, enfermos con locura (en realidad, pobres hombres y mujeres, ancianos y viciosos, con memoria de grillo), se recuperan. Hizo que desapareciera el inmenso lunar negro que acomplejaba a una mujer joven y hermosa, hija de un juez. Esposa de un potentado del bismuto y el estaño.

Gran señora, en el anonimato, fue curada cuando en sus mejillas pálidas creció tal melanoma.

Ya dolía como tumor escondido. Empero, el saca-mantecas lo oxidó con sus dedos cariciosos. El lunar desapareció en dos días que estuvo él en su recámara. Reabsorbiéndolo. Ella, que antes lloraba a moco tendido, radiaba su dicha y su marido, que aprendió a cerrar la mano, no siendo generoso, fue a buscar al viejo saca-mantecas. Quería premiarlo, hacerlo rico.

Y él no pidió nada. Con servir ya estaba más que agradecido.

Ahora se habla más sobre el saca-mantecas que sobre los mismos prelados. Preguntan en palacio sobre él con la vergüenza con que se procura a un mendigo. No lo es, claro y aún así, las muchedumbres le han besado las manos como si fuera un sacerdote. Y sacerdotes hay tan celosos, tan molestos con el saca-mantecas, que apelaron a la obispalía para que lo echen del pueblo.

«Se cree que sana a los menesterosos con ensalmos».

«Canta y adivina».

«Pues en eso habrá alguna beatitud».

«No, no. Ha de ser un hereje».

«O un nosólogo»

«Abre los poros de quienes los tienen cerrados. Su idea es que no se queden los cebos del mal o los mecos de los morbos adentro».

«¡Farsante! ¿Qué sabe él sobre nosología?»

Después de mucho hablar sobre este asunto, una razón para acusarlo, procedieron contra él.

Con manos más afanosas, el saca-manteca trató la piel de los vagabundos y pordioseros. Hay que utilizar casi un mecate para desatar la mugre tan curtida. El lava pies y tobillos. Raspa barrigas. Esteriliza, despercude. Y a los fornicarios sifilíticos y las putas, les sana la meada de araña de los labios. Cualquier porción de piel de la que saca manteca, queda tersa y limpia después de sus procedimientos. Para fijarse en lo sucio, hay que gustar de lo limpio, dice él. Para hacer velas, hay que tener nociones químicas y él las tiene. La clientela aduce que sus velas de cebo humano duran más que las regulares. O bien, las hechas por otros de la competencia.

Su herramienta principal ha sido un jabón de mecal, raíces de maguey, pero, sobre todo, sus manos. No sólo los menesterosos, ya hasta los sanos, ricos y curiosos, lo buscaban porque, sino es venido del cielo, según decires públicos, ese hombre es acariciador y santo. Tendrá sus dones. Potosí lo adora por potoco. Santo Potoco.

Es cierto. Con humildad, dice que saca manteca únicamente. Nada más que éso. Ni es médico ni santo. Ni vino de un lugar secreto ni sabe de los actos cósmicos, de ocultación y gracia, que explican la percepción directa del Ser o su esencia.

Si bien la gente lo desmiente, alegando que él cura, alivia y bendice nomás empieza a cantar y refriega, entresacando la grasita de allí y pajitas de allá, es motorcito que trabaja entre los pordioseros. Dios le da el agua y él se agencia las palanganas, el jabón de lavadores. No hay cuje. k'arisiri alega que tiene ese oficio.

«Soy el saca-manteca, extractor de cebo».

Han llegado a su casa, donde tiene su rinconcito techado. Ahí manufactura sus velas.

Lo han arrestado en presencia del cura párroco del pueblo.

Será llevado ante una Audiencia del Tribunal.

En la ciudad que fundó Juan de Villarroel al pie del Cerro, la Iglesia no dejará que, por sus calles tortuosas, ande un brujo del Sur andino, potoco boliviano, mal vestido. Este embauca a la gente miserable. Azuza a los mineros con sus sortilegios y hace que la grey desoiga más a los curas. Que se avergüence el sacerdocio es para preocuparse.

«Tú no eres otras cosa que un fregón en pecado, Saca-Mierda», lo insultó el Obispo.

«Embaucador», le dijo el párroco.

El no cobra en absoluto. Lo hizo claro. Adquiere la materia bruta, sean éstas: los meconios de hoy o el excremento arcaico. La materia cebosa es lo que sirve al propósito que persigue: fabricar sus velas.

«No. Con tentarujas, manoseas al grasiento, a todo mundo. Lavas muslos a viejas. Y, carajo, has empezado a seducir a damas con alcurnia, a niñitas blancas que únicamente Dios Padre bendice. La Villa de Potosí no puede permitirlo».

«Véte a las minas, enano. Véte a tocar una chola inútil, véte a las selvas o piérdete en los cerros».

A juicio del saca-mantecas, todo es útil. Todos somos productores, aún el más sucio en la calle, tiene algo que, si se recicla, es útil y generoso para todos. No hay que irse a selva alguna para que se inicie su proceso productivo.

En vez de alegarse que él vale un potosí, lo llamaron k'arisiri. Esto es, embaucador y mentiroso.

Muchos vecinos comentaron que su procedencia sería el más allá. Y él contesta: Más acá es que soy útil. Estoy donde me correspondo.

Ayer después de una protesta ante las oficinas del Obispado, pidiendo que él fuese liberado, murió en su celda en circunstancias misteriosas. La Inquisición lo envenenó, aunque se alega su vejez y causas naturales para su deceso.

Es cierto que, aparentemente, tuvo un oficio vil. Una imagen frailuna que escondió su cuerpo, en rechonchez, con colores oscuros. Vestía de negro, siempre en luto. No había razón para que se le matara tan retrercheramente.

En Potosí, quien lo recuerda, sigue con el dedo bajo el renglón. El curaba. No suplantaba a nadie. Jamás ante el dolor y la tristeza quedó con mano sobre mano, ociosamente. No sentía asco por nadie.

«Ahí te va el masaje gratis».

Cariño, higiene, sobo y cebo.

«Soy el saca-mantecas del pueblo», así solía anunciarse. «Sólo eso».

Por muchísimos años, lo había sido y lo seguiría siéndolo hasta ayer.

Irvine, 23-7-1992

*

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