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La violación de Eulalia

En la barca de Manuel
se sientan como en bacines
la puta de la marquesa,
Nicasia y sus serafines.
Sin que estuvieran tan mozas,
Eulalia y Dominga, ¡jiñas!
se las comiera don Silvio,
Pedro, la Potra, el Quebrao,
así también alfalacudos
como Font Baez y Medina.

Coplas cantadas contra las familias Prat-Ayats y Vélez-Cadafalch

Eulalia se sintió realmente perdida, huérfana del consejo de su padre, cuando éste se fue de Pepino. Los cultos don Andrés Cabrero y el Padre Gallardo explicitaron sus inquietudes políticas y religiosas. Siempre le pidieron que volviera a la Iglesia, pese a unas décimas que burlaron a la mujer ante la sociedad de ese pueblo. Decían que era medio atea, sin ser verdad.

La cultura de Eulalia no le permitía entender sobre la política europea, con tal amplitud de datos. Según el Padre Hilarión, Víctor Manuel II, de Italia y Venecia, recién nombrado rey por la Asamblea de diputados, con la ayuda de los camisas rojas de José Garibaldi, enfrentaba una amenaza alemana de Leopoldo de Hohenzollern, primo de Guillermo II, y Otto E. L. Von Bismarck. Este último tenía muy enconados sentimientos contra la jerarquía católica e incitaba al príncipe y general Leopoldo de Hohenzollern a apoderarse de Roma. Había la intención de liquidar el poder de los papas temporalmente.

«¿Cuáles son los peligros que lamentáis en estos días?», ella preguntó.

Nada menos que la amenaza prusiana. Una conspiración que vendría del Danubio. Decía el Padre Hilarión que los dominios del Papado quedarían «a merced de los infieles», si el rey Victor Manuel y Napoleón III no respetaban el pacto para defender el Vaticano.

A Eulalia faltaron muchas cosas por sufrir antes de acabar la década. La peor ocurrió el 23 de septiembre de 1868. La casa estaba tan sola que ella accedió, sin resistencias, a que Guillermo, un mulato del que se hizo amante, entrara en las noches y la amara. A veces, él llegaba y la puerta cerrada, significaría: «Esta noche no». El se regresaba a su ranchería, entonces, obedientemente.

El 23 de septiembre estuvo abierta y entró a la habitación y se satisfizo a sus anchas con su hembra. A las 2:00 de la madrugada, se oyeron voces de alarma de peones. Gritaban frente a la casa. ¡Habían puesto fuego a la barga y el taller de Manuel! Y el fuego se miró, desde algún punto de la hacienda. Algunos campesinos corrieron a la casa del amo, tan cercana al pradejón.

«¡Queman a don Manuel!», gritaban en el batey.

Eulalia estaba en cueras, con las pantorrillas sobre los hombros de Guillermo, quien la cingaba y los gritos fueron tan altos que él suspendió su desfogue.

«¡Están en quema, Guillo!»

El se puso sus calzones de cambaya y salió a apagar el fuego. Eulalia también bajó de la cama. Necesitaba más tiempo para vestirse y dar luz a la casa. Buscaría los quinqués disponibles. Cubos de agua. Estaba en estas tareas precautorias cuando Tomás Nuñez apagó el velón que ella encendió. Alcanzó a verlo, sin fuerzas para evitar que él la empujara sobre la misma cama, donde Guillermo la había poseído minutos antes.

«¡Ahora serás mía, puta!», profirió Tomás. «Donde un negro echa su leche, por qué no yo la mía».

La desvistió nuevamente, desgarrándole el escote de la blusa, y halló que sus pechos eran bellísimos, duros aún, del tamaño y redondez que él designó la perfección del torso. Tiró con fuerza de la saya. No tenía pantaletas. La tuvo lista cuando jaló con violencia, cintura abajo, la pieza que la cubría. A pesar de las patadas que ella echó, Tomás se deshizo de sus pantalones y la ultrajó. No fue tan fácil tarea.

¡Cómo mordía! Ella clavó sus dientes como loba, donde quiera que él dio ocasión. Por más que ella gritó, nadie pudo enterarse, ya que la barga ardía en llamas en medio de la basada móvil entre railes. Como veinte peones, se citaron para cargar, una y otra vez, sus latones de agua y derramarlos sobre los engargolados de las carlingas y verengas de la quilla y contraquilla, los puentes para subir a la cubierta y otras partes. Sobre todo, los masteleros y la arboladura.

Ella fue golpeada y ultrajada por el criminal que huyó. Aún así, Eulalia se personó a luchar hasta el amanecer para sofocar el fuego. Ella misma subía latones de agua a las carretas y, por amor a la barca de su padre, se expuso a los peligros y al esfuerzo de aquella hazaña: ¡salvar su invento marino! Dirigía el operativo como el mejor de los socorristas, olvidada de sí misma. No hubo tiempo para tenerse lástima. Ni habría tiempo después.

Tarde en la mañana, cuando aún no se había bañado ni cambiado sus chamuscados vestidos, informaron a la patrona que hubo una revolución en el Sector Pueblo. Cientos de insurgentes, al grito de Libertad o Muerte, enfrentaron a las autoridades. En la Plaza Pública, cayó herido a bala el revolucionario Manolo, el Leñero. Confiscaron su estandarte, o bandera blanca, con letras en carbón que leían: ¡Viva Puerto Rico Libre: Libertad o Muerte! Otro rebelde cayó a las puertas del Cuartel de Milicias.

El Gobernador José María Marchesi y Oleaga, quien había servido en Cuba como inspector de la caballería del ejército y, tres años antes fue Ministro de la Guerra en 1864, había ordenado desde 1867 unalista negra o expedients reservados de intelectuales y dirigentes potenciales del liberalismo. Marchesi fue tan represivo, antes de la rebelión de Lares y Pepino, que al ocurrir el 7 de junio de 1867, un motín de los artilleros de la Guarnición de San Juan, ordenó la ejecución del cabo Benito Montero, cabecilla del movimiento. Se allanó la casa de los amigos de Montero y se le torturó para que diera nombres de liberales. En El Pepino, por este medio y motivo, se sospechó el vínculo de los amotinados en la Guarnición de Artilleros capitalina con Elías Suárez Pumarejo, miembro de las Milicias del Pepino.

Al ordenarse arrestos por los sucesos revolucionarios en Lares y El Pepino, que movilizaron entre 300 a 800 hombres, las tropas de milicianos leales a España allanaron las casas de Ana Martínez Pumarejo, Antonia Pino Corchado y Rosa Medina López. En Lares, la casa de Mariana Bracetti («Brazo de Oro») y Obdulia Serrano.

El militar español Carlos Antonio López se personó, con 15 milicianos, a la hacienda Los Velez de Mirabales, el primero de octubre, porque en Camuy se supo que hubo una quema por los insurrectos. Los milicianos buscaban al negro Atanasio (de la «Cueva del Negro»), Manuel González («Polinesia») y su primo Tomás Nuñez, Salustiano Pérez, el Cayeyano y P. Domenech («Guacamayo»). Eran algunos de los nombres en las listas negras de Marchesi.

Voluntariamente, algunos peones dieron noticias al sargento López de que la negra dominicana se escapó, con dos hijos suyos que había parido en la hacienda de Emilio y Casildo Vélez, antes de su mudanza a Mirabales con Pedro. Sus «hijos» se obsesionaron con ser libres y fueron por ella a Mirabales. Ellos no durmieron la noche del 23 de septiembre en sus barracas. Pedro abandonó a la esclava que le dio Manuel muchos años antes. Y ella procuraba, a los que llamó hijos míos, en desafío a la costumbre de los amos.

Los peones de Los Velez de Cidral dijeron que, meses antes, el negro Atanasio, el mudo, llevó a Manuel González (asociado a una junta revolucionaria) para incitarlos a pedir su libertad, después de la muerte de Emilio, aprovechándose de que la hacienda había quedado al mando de Ximena, La Carañosa.

Había una cierta anarquía en Los Velez de Cidral, ya que Doña Ximena fue «mujer blanda, sin carácter». De contínuo, una vieja esclava que llamaban Cangara anduvo por tal hacienda, gritándoles a los esclavos en faena: ¡Se acabó la canga y el candombe!

Se refería con la canga al cepo de azotes y con el candombe al lugar de los tormentos y las ejecuciones. En Nigeria y Dahomey, tierras de sus abuelos y tarabuelos, al ser traídos a Santo Domingo y Xamayca («Tierra de los Manantiales»), desde los tiempos de la Compañía Real Africana y los piratas, la nigricia que conoció aquella vieja en la niñez había soñado con su libertad. Cada vez que en el candombe se ejecutaba algún negro cimarrón, se tocaban los tamboriles iyesá estrepitosamente y se bailaba.

Abraham se mudó a Pozas con su mujer, de apellido Alers. Vivían con modestia; pero con el esfuerzo de sudar el pan y trabajar de sol a sol, como peón. ¡Eran ya dos destituídos de la gloria vana de la burguesía rural!

La quema de la barga se explicó en el contexto de la insurrección. Eulalia dió crédito a tal relación; pero también pensó que fue la venganza de Nuñez. Mas calló el daño que él hizo a su persona, por orgullo y vergüenza.

Ciertamente, acreditó que Tomás Nuñez fue el presunto incendiario. Dijo que una vez amenazó con prender fuego a su casa. Y no contestó más preguntas. Se soprendió al saber que Cangara escapó. Durante los años previos, pudo haberlo hecho y, en particular, porque don Manuel y Edelmiro, con simpatías súbitas hacia Pedro, el Quebrao, dieron el visto bueno a su ida.

«¡Negra, idos de una vez!», recordó Eulalia que le dijo.

Ella se quedó. Eulalia se extrañó de que agitara a los negros en la hacienda de su tía Ximena y de que ella y sus hijos fueran los incendiarios de su propiedad.

Huyeron de las haciendas de Mirabales y Cidral peones que, décadas antes, su padre designó como miñones, por unirse a las milicias rurales que convocaba Emilio Vélez y Manuel Prat. La rebelión de Lares hizo que temieran que algún alzado los acusara de «inescrupulosa lealtad a los amos»; o que el duro régimen que vendría, ya se había anunciado, les pidiera cuentas del por qué se armaron y contra quiénes ejercieron la violencia.

No se arriesgarían. Huyeron.

5-16- 1988

*

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