El Reino de Granada entre 1482-1510

Abastecimiento y Consumo Alimentarios en el Reino de Granada (1482-1510)
Teresa de Castro


Introducción
Los reyes
La guerra
Los concejos
La repoblación
Los moros
Fechas (general)  *   Fechas (reino de granada)Fechas (ciudades)

Introducción


El corto espacio de tiempo trascurrido entre la caída de la localidad de Alhama y los años que sirvieron de antesala al reinado de Carlos I puede considerarse una de las etapas decisivas de la historia medieval del Sudeste peninsular. En este cuarto de siglo largo los acontecimientos se sucedieron de forma vertiginosa: asistimos al inicio de una guerra y a la finalización de la misma, a la huida de gran parte de la población "autóctona", al cambio de situación progresiva de aquélla que decide quedarse, a la llegada de diversas oleadas de repobladores cristianos, a la organización de los primeros concejos, en suma a la castellanización brutal de un amplio territorio años antes totalmente ajeno a las formas políticas, económicas, culturales y vitales de los recién llegados.

Difícil, pues, intentar resumir sin generalizar en demasía cuál es la coyuntura histórica en la que se enmarca nuestro trabajo. Empero, nosotros pretendemos únicamente esbozar cuáles fueron los elementos definitorios de la misma, observando cuál sería el punto de vista de todas aquellas personas involucradas en el proceso, fuese un castellano de Burgos o un andalusí de Berja. Cinco fueron los elementos que marcaron estos 28 años: la situación política de los dos estados, el desarrollo de la guerra, la organización de los concejos, el proceso de repoblación, y, finalmente, pero no menos importante, la situación de la población subyugada.


Los Reyes(1)


1. Nuevas llegaron de que los reyes tienen firme la mano y fuerte el espíritu.

Los años que preceden a la subida al trono de Isabel I de Castilla y los que suceden a su muerte hasta la llegada desde Flandes de Carlos I corresponden al período histórico conocido como la España de los Reyes Católicos. Etapa fundamental para la historia de las monarquías peninsulares y para la reorganización del mapa político dentro de la Península Ibérica.

La muerte de Enrique IV el 12 de diciembre de 1474, la guerra de sucesión mantenida entre juanistas e isabelinos, que se extendió hasta la firma de la paz en septiembre de 1479, y la defunción de Juan II de Aragón supusieron no sólo la llegada a sus respectivos tronos de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, sino también la yuxtaposición temporal de ambas monarquías y el fortalecimiento de la corona castellana gracias a la creación de un fuerte Estado centralizado que disfrutaba en esos momentos de una situación económica especialmente favorable(2).

El fin de la guerra civil castellana tuvo su epílogo en las Cortes celebradas en Toledo en 1480, donde puede darse por cristalizado este proceso de centralización monárquica. En ellas asistimos a la reducción de casi la mitad de los juros que poseía la nobleza, a una regulación clara del funcionamiento de los órganos e instrumentos de gobierno (Consejo Real, Chancillería y la Hermandad Real). A ello hay que unir la reorganización concejil basada en el sistema de corregimientos, el intervencionismo en el nombramiento de los maestres con el fin de controlar el poder de los maestrazgos, la política de control del "feudalismo episcopal", y, finalmente, la garantización del sometimiento de las Cortes eliminando la presencia en ellas de posibles adversarios políticos, vigilando el desarrollo de las sesiones y disminuyendo el número de las mismas. En palabras de Joseph Pérez «El objetivo no es tanto instalar un poder absoluto, sino más bien dar a la monarquía un prestigio y una autoridad muy por encima de las demás fuerzas sociales»(3).

A ello vino a sumarse una guerra, la de Granada, que, una vez desencadenada, permitió reforzar dentro y fuera de sus fronteras el prestigio de los monarcas, así como canalizar la política expansionista de ambos así como la de los siempre levantiscos nobles andaluces. Ésta tuvo también sus frutos en el extranjero, pues la amistad con Portugal y la Casa de Borgoña y la hostilidad hacia Francia tuvieron como resultado la incorporación al reino de Rosellón-Cerdaña (Tratado de Barcelona de 1493) y del reino de Nápoles (Tratado de Granada de 1500, Tratado de Lyon de 1504).

El 26 de noviembre de 1504 moría en Medina del Campo la reina Isabel, dejando como sucesora a su hija Juana, con la mención de que si se confirmaba su demencia sería Fernando el regente. Se deshacía, pues, la unión entre Castilla y Aragón. La ausencia de Juana, a la sazón en Flandes, motivó que las Cortes de Toro, celebradas en enero de 1505, reconocieran a Fernando como gobernador. Sin embargo, las ambiciones de Felipe I El Hermoso -que contaba con la total sumisión de su esposa y el apoyo de una nobleza descontenta con la política de los Reyes Católicos- motivó que tras su llegada en abril de 1506 Fernando se viera obligado a marcharse. Hasta fines de 1506 duró el infructuoso intento de Felipe de ser rey de Castilla, lo cual sirvió solamente para dar vía libre a los abusos de los nobles y para crear una situación anárquica.

El Cardenal Cisneros se encargó de regir el reino hasta el regreso de Fernando en julio de 1507, la cual fue posible por la llamada de parte de la aristocracia, del propio cardenal y de los representantes de los concejos. A su vuelta fue generoso con la nobleza, salvo con los grandes andaluces (duque de Medina Sidonia, conde de Cabra y marqués de Priego, en especial) que pretendían hacerse con el control de la Baja Andalucía. Los años 1507 y 1508 fueron desastrosos por la guerra contra éstos, por la carestía y por las epidemias. Su política internacional siguió claramente orientada hacia Italia y América y no hacia el Norte de África, dado que mantener plazas aisladas y arrinconadas por un mar de enemigos presentaba más problemas que beneficios. La anexión de Navarra en 1512 fue el culmen de la expansión castellana.

Don Fernando murió el 25 de enero de 1516 cuando se dirigía al monasterio de Guadalupe, tras dejar en la regencia a su colaborador, el viejo Cisneros. Se inició una nueva oleada de indisciplina señorial y agitaciones sociales que será con la que se encontrará Carlos al llegar a la Península en otoño de 1517.

2. Mujer, soñé que Muhammad el rebelde entraba en la casa de los siete candados y encontraba dibujados en sus paredes yelmos cristianos

El siglo XV supone para el último reducto andalusí el inicio de una larga agonía según. Hablamos de una decadencia que hunde sus raíces en el aislamiento del emirato respecto a las grandes potencias musulmanas, en la dependencia para su tranquilidad interna de la mayor o menor agresividad castellana, y en el estado de anarquía interna, cada vez más acusada, en que se encontraba la institución emiral y que conllevaría su ruina absoluta.

Pueden considerarse antesala del desastre los años del accidentado gobierno de Muhammad IX El Zurdo (1419-1427, 1430-1431, 1432-1445, 1447-1453), en los que el enfrentamiento fáctico de la facción legitimista, de los seguidores de Zegríes y Abencerrajes (Banu Sarray) y el apoyo castellano a algunos candidatos tuvieron como consecuencia la alternancia de El Zurdo con Yusuf IV ibn Mawl (1432), Muhammad X El Cojo (1445 y 1446-1447), Yusuf V (1445-1446 y 1462-1463), Muhammad XI El Chiquito (1451-1455), Abu Nasr Sacd (1455-1464) hasta llegar al golpe de Estado dirigido contra él por su propio hijo, apoyado por los Abencerrajes, en agosto de 1464.

El inicio del reinado de Abu-l-Hasan cAl, Muley Hacen (1464-1485) coincidió con la guerra de sucesión castellana. Ello forzó la tregua con los granadinos y permitió a su gobernante llevar a cabo una política de hostigamiento constante contra el enemigo. Ésta era la única vía para permitir la supervivencia del país y también, sin duda, una forma de fortalecer el poder del monarca frente a una nobleza que socavaba los cimientos de su autoridad. No obstante, los efectos de las algaradas anuales -llevadas a cabo siguiendo métodos tradicionales de guerrear y sin ninguna perspectiva de futuro-, la falta de capacidad para granjearse apoyos exteriores y la dureza de la presión fiscal puesta en marcha para garantizar estos golpes contra Castilla provocaron el descontento general entre la población; entre sus herederos y en el ejército pesaba además un discutido reparto de mercedes, el asesinato de algunos jefes militares y la supresión de privilegios y sueldo a miembros del ejército. La leyenda se encargaría de convertir la parada militar del 26 de abril de 1478 y la riada de ese día, así como los amores del viejo monarca con la bella esclava cristiana Zoraya, en el detonante de un castigo divino ante tanto desatino.

La realidad es que el período de mayor tranquilidad y éxitos coincide con el de mayor turbulencia castellana, pero la situación no pudo mantenerse cuando Castilla estuvo pacificada y las treguas expiraron. Ello permitió que la réplica a la incursión cristiana contra Ronda, la toma de Zahara, y la consiguiente respuesta castellana, acabara convirtiendo lo que había sido una algarada fronteriza más en el inicio de una guerra decisiva.

Los inicios de las hostilidades y el triunfo de Muley Hacen en Loja contra los castellanos coincidió sin embargo con la rebelión de sus hijos Yusuf y Muhammad. Ésta determinó el devenir de ambas contiendas confundiéndolas en un enfrentamiento que puede considerarse a la vez civil y peninsular, y que supo ser explotado hábilmente por Isabel y Fernando, en especial después del apresamiento y vasallaje de Muhammad XII, Boabdil (1482-1492) en Lucena el 20 de abril de 1483. En esta lucha familiar, el rey, primero, y su hermano Muhammad El Zagal (1485-1488), después, intentaron hacer frente a un ataque extranjero que contaba con la colaboración de Boabdil. El apoyo moral, legal y religioso de los alfaquíes granadinos de poco sirvió para conseguir la unidad del reino y los enfrentamientos se sucedieron sin remisión.

El enloquecimiento del viejo rey tras la muerte de Yusuf a consecuencia de su ataque de Almería, y la sustitución por su hermano el Zagal consiguieron una unificación poco duradera en junio de 1485, que no pudo impedir la entrada en secreto de Boabdil en la ciudad de Granada y las algaradas callejeras desde mitad de marzo a mediados de mayo de 1486. La pacificación conseguida gracias a la intervención de los alfaquíes y el consiguiente acuerdo entre tío y sobrino fue una ilusión ya que el nuevo apresamiento y vasallaje de Boabdil en Loja en este último mes volvieron a la situación de inestabilidad previa, de manera que su nueva entrada en el Albaicín volvió a crear enfrentamientos desde septiembre de 1486 hasta bien entrado el año siguiente. La ratificación de su acuerdo con los Reyes Católicos tras la caída de la Ajarquía, el duro asedio de Baza y las resistencias internas motivaron la rendición de El Zagal y su posterior exilio a Orán. La entrega de Granada por Boabdil meses después supuso también el de una dinastía que había gobernado estas tierras durante dos siglos.


La Guerra(4)


1. Sabed, escudero, que aquende llegaron nuevas de que Dios, Nuestro Señor, da pruebas de que la recuperación de las tierras de Granada está próxima

Los castellanos se apoyaron para llevar a cabo esta guerra en cuatro elementos fundamentales. Contaban, ante todo, con la fuerza que daba una monarquía cada vez más fortalecida. En segundo lugar con un uso inteligente de la justificación ideológica para conseguir la financiación y los hombres: nunca antes como entonces se acudió al uso de la propaganda a gran escala; guerra santa que en realidad era sólo fruto de un simple proceso de expansión territorial que se rastrea asimismo en la política castellana frente a Portugal, Italia y el Magreb. En tercero, con un novedoso sistema de guerrear basado en una mejora de los instrumentos y mecanismos para ello; y en cuarto, y último, en la combinación de la guerra propiamente dicha con una astuta labor diplomática.

La Guerra de Granada puede considerarse iniciada el 29 de marzo de 1482, cuando los castellanos tomaron la localidad de Alhama -en respuesta a la toma previa de Zahara el 27 de diciembre de 1481. Los acontecimientos que seguirán hasta el final del enfrentamiento no pueden considerarse planificados sino resultado de la combinación de una serie de circunstancias muy favorables para los castellanos, que ya hemos apuntado en las líneas precedentes.

El inicio de la contienda marcará su evolución posterior ya que al estar Alhama enclavada en un punto estratégico de la zona occidental del reino todas las acciones se encaminarán hasta 1484 a garantizar su permanencia en manos castellanas, hecho que explica por ejemplo el intento de apoderarse de Loja ese mismo año. A partir de 1485 y hasta fines de 1487 los reyes optan por una dedicación mayor a los asuntos militares coincidiendo además con la agudización de la crisis interna; se pretende consolidar lo ya conquistado mediante el ataque a los territorios inmediatamente circundantes, empezando con el núcleo de población más importante, Ronda, que cae en 1485, a la que sigue Loja en 1486, y Vélez y Málaga en 1487. El encono de la reina católica por no abandonar la campaña -a pesar de la urgencia que sentía Fernando de atender los asuntos pendientes en torno a Bretaña y al Rosellón- permitió alargar la campaña dos años más, en los cuales se produjo la sumisión de la zona oriental: así, la toma de Vera conllevó la de las localidades del Valle del Almanzora, de la Sierra de Filabres, Níjar y otras muchas, y la de Baza trajo la de Almería y la de toda la costa granadina, y, algo más importante, la rendición de El Zagal. En los años sucesivos, entre 1488 y 1491, las operaciones militares se ralentizaron debido al agotamiento de recursos y del ejército, pero sólo quedaban en manos nazaríes la Vega de Granada, las Alpujarras y la capital, si bien su entrega quedaba garantizada por los pactos de vasallaje de el Rey Chico llevados a efecto tres años antes.

La rebeldía del vasallo nazarí para con sus señores castellanos motivó el cerco al que estuvo sometido la ciudad y la instalación del Real en El Gozco y, tras su incendio, la construcción del campamento de Santafé. La situación se hizo insostenible por lo que Muhammad XII pactó en secreto la entrega de la ciudad. El 2 de enero de 1492 los reyes castellanos recibían las llaves la ciudad y el ejército ocupaba la Alhambra, el día siguiente fue el de la capitulación y el 6 de ese mismo mes se produjo la entrada triunfal de los monarcas en la capital.

2. Llegó Ali de la alquería y cuenta que armas mortales amenazan nuestra madina. Allah parece que nos abandonó, y nuestros reyes...¡ay nuestros reyes!

Según Derek Lomax: «los últimos días del reino de Granada parecen como sus primeros: los africanos, entregados a sus guerras civiles, abandonan Al-Andalus a su suerte; lo andalusíes, entregados a sus propias guerras civiles, se dejan manipular por los reyes de Castilla y Aragón; y sólo faltan la destreza política de un Al-Ahmar, y por otra parte, la complicación teológica del almohadismo, ya que Al-Andalus se ha vuelto completamente a una ortodoxia sunnita»(5).

Los nazaríes, como hemos visto, tuvieron que soportar una guerra en unas condiciones de debilidad manifiesta. Y decimos soportar porque esa fue precisamente su actitud la mayoría de las veces, la de resistir el envite castellano. Es un fenómeno que se explica por la coyuntura política de ambos reinos, fortalecida la monarquía en Castilla y debilitadísima la emiral, hecho que, como indica Cristóbal Torres Delgado, provocaría la carencia de una moral de lucha que pudiera hacer frente al resto de debilidades en las que se desenvolvía su Estado, en las que desde luego tuvo mucho que ver la política de los monarcas castellanos.

A ello hubo de sumarse la contraposición de dos formas de guerrear, que habían sido muy similares hasta el inicio del siglo XV pero que tomaron caminos divergentes desde la llegada al trono castellano de Isabel. El desarrollo de la artillería pesada y el uso extensivo de espingardas y otras pequeñas armas de fuego, la mejora del transporte con fines militares, el uso y la sustitución en las acciones guerreras de la caballería por la infantería, y una presencia considerable de mercenarios hicieron del ejército castellano un arma difícilmente contenible por el bien pertrechado sistema defensivo andalusí, por sus escasos instrumentos de fuego y por las tradicionales escaramuzas fronterizas a las que acostumbraban los granadinos.

El ataque castellano, que combinaba el asedio de importantes plazas cuya caída conllevaba la entrega del resto del territorio, y el hostigamiento continuo con talas, saqueos e incendios con los nuevos instrumentos y formas de guerrear dejaban pocas opciones a los nazaríes. La contraposición entre los muchos elementos de novedad observables en esta guerra por parte de los cristianos y la tradición visible en la musulmana fue, por tanto, un factor decisivo.


Los Concejos


La conquista de una localidad cualquiera llevaba aparejada la organización y/o reorganización de la misma, previa creación del concejo. Este proceso se caracterizó desde el primer momento por la contraposición de dos fuerzas relativamente contradictorias: de un lado las tendencias centralizadoras de los monarcas, que intentaron imponer el predominio del derecho territorial sobre el local -hecho que explica la importancia adquirida por la figura del corregidor y la tendencia uniformizadora del ordenamiento jurídico-administrativo- y de otra las situaciones particulares en la que se produjo la conquista de las poblaciones andalusíes que condicionaron de distinta forma el desarrollo posterior de las mismas. Tres elementos serán los más visibles en estos primeros años de la conquista:

1) La redistribución de la población y la segregación religiosa. Para un castellano era concebible una presencia en paz de comunidades religiosas diferentes -tal como demuestra la historia medieval peninsular- pero no la armonización de ambas, la mezcla. La política de segregación fue, en diversos grados y de distintas formas, el resultado lógico.

En los casos en los que la población andalusí era mayoritaria, como por ejemplo en las alquerías dependientes de Vera y Baza, la presencia del nuevo poder se reflejó ante todo en la figura del alguacil, de manera que teóricamente las condiciones materiales de vida y de gobierno se verían poco modificadas; claro que la actuación de aquellos que pretendían ser los garantes de su protección acabó por llevarles a una situación muy diferente del ideal planificado. La realidad acabó por demostrar su indefensión ante todo tipo de abusos, extorsiones y actuaciones ilegales.

En los lugares en que la población musulmana fue expulsada, tal como sucede en Málaga o en Loja, la organización de un concejo ex novo y la repoblación castellana transformaron sustancialmente las formas de vida de esta tierra. La presencia de una población mayoritariamente mudéjar en el entorno rural dependiente no dejaba de ser un aspecto más de los muchos a los que atender; de todas maneras hubo que hacer frente a la realidad, pues estas gentes tenían en las poblaciones principales el destino de sus transacciones comerciales y vitales, de manera que hubo que optar por una segregación de los espacios comerciales y de socialización en estos recién organizados centros urbanos.

Más violenta fue la situación en las localidades donde la presencia de musulmanes y cristianos exigía una doble organización. El caso más llamativo es el de Granada, ya que en la capital no se proyectó un proceso repoblador pero de hecho éste se produjo. El establecimiento de gobiernos, núcleos de residencia y centros comerciales paralelos fue el punto de partida, pero las reuniones periódicas de los notables (arzobispo Talavera, secretario Zafra, corregidor Calderón y conde de Tendilla, a las que pronto se fueron sumando otros nobles ubicados en la capital) acabó por convertirse en un auténtica reunión capitular que fue asumiendo paulatinamente el control de cuestiones comunes para acabar engullendo al concejo mudéjar que, al disponerse que debía reunirse los viernes, dejó de celebrarse.

2) La reorganización urbanística es desde luego el más fiel reflejo de que los conquistadores tenían una manera bien distinta de mirar, comprender y tratar el espacio circundante. Manuel Barrios se encargo de estudiar las transformaciones llevadas a cabo en Loja, al igual que Esther Galera; Carlos Asenjo Sedano se ocupó de lo acaecido en Guadix, Torres Fernández en Vera, Dolores Aguilar en Málaga, y Juan Cañavate inició el estudio de lo sucedido en Granada en una reciente Memoria de Licenciatura(6). Según éste último existió una voluntad política de crear un nuevo modelo de ciudad y las transformaciones urbanas no se produjeron de manera improvisada. Sigue estando poco claro cuáles fueron las directrices de actuación pero las intervenciones cristianas intentaron responder a tres necesidades básicas: las defensivas, las higiénicas (aumento y ensanchamiento de plazas y de las calles, el derribo de balconadas, ajimeces y cobertizos), y las intervenciones singulares y monumentales de tipo religioso o civil.

3) Pero no se trata únicamente de mentalidad sino también de economía, y el paso sucesivo -menos perceptible por ser más dilatado en el tiempo- será la reorganización del espacio de cultivo, más visible allí donde los intereses de los conquistadores chocaban con las realidades materiales preexistentes. De este modo, en la costa granadina se asiste al desajuste en la organización de las áreas de cultivo y de los sistemas de riego, a la ampliación de plantaciones especulativas como la caña y los morales, al aumento de la ganadería -que conllevó el adehesamiento de zonas antes dedicadas a la agricultura-, a la disminución de los cultivos intensivos en beneficio de los extensivos. En los Montes de Granada la dedicación de los campos se ajustaba a los intereses castellanos pero el espacio dedicado a ello no, hecho que motivó el incremento de las roturaciones entre un 36-70% y el acaparamiento de tierras en manos de la oligarquía granadina. En la Alpujarra Alta la pervivencia de la población mudéjar y morisca durante un período prolongado de tiempo así como la falta de repoblación puede que cambiara poco el aspecto de los campos circundantes. En la zonas más orientales de la provincia de Almería, en Vera sobre todo, se asiste a una continuación de las prácticas económicas precedentes, en concreto al predominio de la ganadería sobre la agricultura, a pesar de los intentos infructuosos por desarrollar ésta. En general se percibe un desarrollo considerable del viñedo destinado a vino en la mayoría de las comarcas de la provincia de Granada y en Málaga, o el aumento espectacular de la cabaña ganadera en el Obispado de Málaga donde la mayor parte de la superficie concejil se destinó a pastos(7).


La Repoblacion(8)


Fízose pregonar en la plaza de Santa María que serán bien acogidos y gratificados todos aquellos que avecindarse quieran en las tierras granadinas

El proceso de colonización de los territorios andalusíes pretendía transplantar una sociedad de una zona cristiana a otra con el menor costo posible con el fin de reanudar el proceso productivo en los lugares abandonados y controlar la población musulmana allí donde ésta había permanecido. El repoblador es para la Corona ante todo un guerrero-campesino del que necesita urgentemente.

¿Cuáles fueron, entonces, los mecanismos puestos en marcha para animar a efectuar un viaje tan largo y peligroso a tierras desconocidas en las que todavía vivían los enemigos? ¿Cómo explicar la afluencia de los aproximadamente 40.000 pobladores llegados entre 1485 y 1499 desde Andalucía, Castilla la Nueva, Aragón, Portugal, zona cantábrica etc(9)? Tres son los elementos fundamentales. Por una parte las mentalidades, la psicología colectiva y la individual: existe el sentimiento que se va a recuperar la herencia de los ancestros, que se vuelve a una casa injustamente arrebatada hacía siglos. Hay, evidentemente, un ansia de mejorar sus formas de vida en el que incide positivamente el acicate de conseguir tierra y casa gratis si la familia se avecindaba en el lugar de destino. Hay que sumar, en último lugar, una hábil política de atracción fiscal de la Corona: se ofrecen exenciones tributarias parciales de algunos impuestos directos y totales de otros indirectos que gravaban el consumo y la circulación de personas y bienes, los cuales serían una pesada carga en sus tierras de origen.

Pero no nos engañemos. Fácil sería equiparar a estos grupos de personas atravesando la Península Ibérica con una caravana hacia el Lejano Oeste cuyos miembros buscan fortuna y construir desde cero una sociedad nueva. Al contrario, se trata, repetimos, de meter una misma planta en tiesto nuevo aunque con mejor abono. Nada más evidente para comprobarlo que hojear los libros de repartimiento: los repartos se efectuaban atendiendo a la categoría social del colonizador, el cual desde luego no participa plenamente en la división del conjunto del territorio conquistado, que es repartido aleatoriamente en forma de gracias o mercedes. Según López de Coca el fracaso era inevitable pues: «una sociedad nueva por su implantación reciente en territorios conquistados pero no por su estructuras, las cuales responden a los mismos fundamentos de la organización social castellana de la época. En todo caso supondrá una caricatura de esta última ya que sus bases no hacen sino exagerar los defectos e imperfecciones de la estructura social vigente al otro lado de la antigua frontera»(10). Los beneficiados serán más bien los mercaderes, las oligarquías concejiles y la alta nobleza, no el campesinado; el hombre de a caballo no el hombre de a pie.

Además esta repoblación tuvo que hacer frente a unas condiciones adversas desde el principio: las epidemias de tifus de la década 80-90 o la del año 1507-1508; los temblores de tierra de 1487 y 1494; las consecuencias todavía perdurables de la guerra sobre campos, casas, caminos e infraestructuras; los problemas, enconados desde un principio, derivados de la comunidad de pastos y tierras; la persistencia de la población musulmana y el peligro e inseguridad que suponía la piratería; pero sobre todo las contradicciones internas del sistema. Éste quería servirse de unos campesinos a los que teóricamente les tocarían parcelas que les permitirían vivir dignamente pero a los que entregó tierras pequeñas o muy parceladas, dado que las mercedes otorgadas a lo largo de la guerra superaron con mucho las previsiones. El caso más llamativo es el de Guadix en donde estaba previsto destinar 2.100 fanegas a éstas y se concedieron 9.000; o el caso de Ronda-Marbella donde tuvieron que ser revocadas por la escasez de tierras útiles existentes. Asimismo, las franquicias de las que disfrutaban fueron frecuentemente incumplidas, a lo que hay que sumar la imposición del voto de Santiago, la implantación del monopolio de la sal, la del diezmo y medio diezmo de los morisco en los puertos de la antigua frontera, aparte de los servicios extraordinarios; para colmo de males una vez superado el siglo las renovaciones u otorgamientos de franquicias serán menos generosos y manifiestamente diversos dentro del reino. Las consecuencias fueron la falta de autosuficiencia campesina y la dependencia cada vez mayor de los grandes propietarios para conseguirla.

Las rebeliones mudéjares y su efecto sobre un campesinado que deseaba marcharse del país explican la redacción de una serie de franquicias emitidas en los años 1500-1501 ofreciendo ventajas perpetuas y efectuando cambios en la política fiscal. Sin embargo, la primera ola repobladora había sido y seguía siendo para estas fechas un estrepitoso fracaso.


Los "Moros"(11)


1. Nuestra palabra vos damos, muslimes, de que cumpliremos lo capitulado

Las diferentes etapas y vaivenes de la guerra de Granada y la forma concreta en que cada plaza fue tomada determinaron las condiciones con que se firmaron las capitulaciones. Según M. A. Ladero Quesada(12) existen tres períodos claramente diferenciados en la redacción de las mismas: los años 1484-1487, 1488-1489 y 1489-1492, en cada uno de los cuales se establecía claramente cuál era la situación política y militar de la localidad sometida, el estatuto al que quedaba reducida la población, los derechos personales que conservaban, así como las condiciones en que quedaban las autoridades musulmanas tras su rendición. Elementos comunes a todas ellas fueron: el reconocimiento de la soberanía castellana, la entrega de las fortalezas y de todas o parte de las armas de guerra, continuidad de leyes y costumbres, segregación de ambas comunidades respetando la libertad de los andalusíes, sus propiedades particulares, y garantizando un buen trato a las autoridades vencidas.

Según J. E. López de Coca más que de mercedes o privilegios fiscales, éstas presentan un carácter de pacto feudal. Los problemas que surgirán desde el primer momento del asentamiento castellano tienen como base el abismo cultural e ideológico que existía entre vencedores y vencidos, en este caso en la diferente concepción que sobre estos acuerdos tenían los firmantes. En el Islam la protección de las minorías era conferida por Dios a través de la sarcia, por lo que era inmutable e inviolable; de ahí que una gran parte de la población decidiera quedarse en casa en los primeros años de conquista, al fin y al cabo ya estaban acostumbrados a la alternancia de gobernantes en la Alhambra. Para los castellanos la redacción de estos tratados estuvo determinada por la conveniencia política y militar del momento más que por la plasmación de sus verdaderos intereses.

En realidad lo que deseaban los conquistadores y la situación a la que llegaron era muy distinta, era el resultado de la victoria de lo factible sobre lo deseable. En los años sucesivos se intentará reconducir la situación hacia la voluntad política, que no era ni más ni menos que un programa de unidad religiosa cuyo fin principal era el fortalecimiento de la monarquía y del conjunto del reino. Se puede afirmar que aunque los reyes hicieron las capitulaciones con el fin de respetarlas y que su política no era especialmente antimusulmana, la consecución del objetivo marcado conducía claramente a que fueran obviadas. Ante tal situación fáctica ¿Qué era lo que deseaban?

Primero. Que se quedara la población que podía colaborar en la marcha económica y política del país: atraerse a aquellas personas principales que sirvieran a los intereses de la Corona y que se encargasen de regir a su pueblo explica la presencia de cAli Farax en Baza, Hamet Uleylas en Guadix, Al Dordux en Málaga, etc.; se trataba de evitar los excesos del poder, de hacer cumplir lo capitulado y de evitar posibles levantamientos. Por otra parte convenía que quedase aquella población dócil que estuviese dispuesta a trabajar, pues, según Ángel Galán, los mudéjares jugaron un papel de sujetos de explotación económica.

Segundo. Que se marcharan todos aquellos que no estaban bien dispuestos. El deseo de que la población musulmana se fuese era dominante, de ahí las facilidades ofrecidas para la emigración en los primeros años. Visto que era imposible una salida general, había que dar facilidades a aquellos miembros de los grupos gobernantes que no estaban dispuestos a colaborar, así como a las élites intelectuales y religiosas animadoras del espíritu de la comunidad, que de esta forma quedaba huérfana y sin referentes legales ni espirituales.

Tercero. Que aquellos que permanecieran se integraran totalmente en la sociedad castellana y que por tanto se convirtieran. El afán por conseguir una cristianización general de los andalusíes fue claro desde el principio, lo único que cambiaron fueron las maneras de conseguirlo. La Corona anhelaba una conversión sincera, libre y pacífica, pero bien pronto las ventajas personales y económicas y la actuación del arzobispo de Granada Hernando de Talavera se mostraron inoperantes. No interesaba la calidad de la conversión sino que ésta se produjera cuanto antes y de forma masiva. La elección de Cisneros supone la ratificación de la voluntad real de acelerar el proceso, si bien su actuación sobrepasó cualquiera de sus expectativas. Es importante matizar que no se puede convertir al mitificado Talavera en un santo varón y al demonizado Cisneros en un despreciable matamoros, pues la realidad es que ambos pretendían conseguir igual fin con métodos diferentes, como muestra la activa participación del arzobispo de Granada en la política de segregación.

Joseph Pérez, siguiendo a M. D Chenu, explica: «Era, pues, la total reintegración de España a la cristiandad y la cohesión de la doble monarquía las causas profundas que exigían entonces la unidad de la fe y la lucha contra el desviacionismo religioso. En el contexto ideológico de la época la fe no es sólo una cuestión personal; es también lo que une cada fiel a los demás en el cuerpo social. En una sociedad que se define a sí misma como cristiana, el hereje no comete sólo un error individual contra la fe: perturba gravemente la cohesión del cuerpo social, y, en este sentido, se le considera como un peligro de subversión». En este mismo sentido habla Ángel Galán: «se trataba, pues, consumado el fracaso del modelo mudéjar de imponer el principio que consagraba la religión como instrumentum regni. La única alternativa viable, a este nivel, era la expulsión masiva. O súbditos...o extranjeros»(13).

2. Quedémonos, amigo, que poco vale cambiar una vida solo por un nuevo rey. Nosotros nos vamos que vencidos somos, y rumores hay de que estos condescendientes enemigos buscan nuestra ruinay la de nuestros fijos(14)

Aunque es cierto que antes de 1499 se produjeron movimientos de protesta más o menos graves en todo el reino (1485 y 1487 en la provincia de Málaga; 1491 en la de Almería; 1488 y 1495 en Serranía de Ronda), son los alzamientos mudéjares acaecidos entre los años 1499 y 1501 los que marcan un cambio de rumbo radical en la vida de la población musulmana granadina.

El primero se inició poco después del traslado de la Corte a Sevilla y tras la llegada de fray Francisco Jiménez de Cisneros a la capital; una especie de ola de pánico provocada por las nuevas formas de actuación del arzobispo de Toledo motivaron la sublevación del Albaicín el 18 de diciembre y días después de Güéjar y Pinillos. Los intentos del Arzobispo Talavera y del Conde de Tendilla por apaciguarlos les condujo a prometer una amnistía general a todos los que se convirtieran y a castigar sólo a los cabecillas, medidas que fueron aprobadas por los reyes el 22 de ese mes. El inicio de la conversión masiva de la población en enero de 1500 coincidió con la huida de los jefes rebeldes a la Alpujarra donde iniciaron otra sublevación que no será atajada hasta el mes de marzo; en octubre se produce un nuevo levantamiento en la Sierra de Filabres que se prolongará hasta principios de enero de 1501 coincidiendo a su vez con el comienzo de otro en Sierra Bermeja y la Serranía de Ronda.

El control de todos estos focos condujo a la emisión de la pragmática del 12 de febrero de 1502 que obligaba a la conversión de todos los musulmanes de los reinos de Castilla y Granada o a su expulsión. Este hecho supuso el inicio de una nueva vida para una población cuya actitud o resistencia fue siempre pasiva, siendo su máxima expresión la huida y la taqiyya (disimulación), mientras que en los pocos casos en los que se produjo una oposición activa ésta no fue capaz de organizar bajo una misma bandera política al conjunto de la comunidad.

¿Qué motivos generales explican estas rebeliones masivas y reiteradas? Según Ladero Quesada esta explosión de descontento no puede considerarse la consecuencia de las anteriores sino que se debe a un cambio brusco en las condiciones de vida, siendo la actuación de Cisneros el detonante decisivo. Los primeros movimientos se explican por abusos y extorsiones particulares de las autoridades que debían ocuparse de defender sus intereses: por la colaboración de los propios alguaciles con los castellanos, por los atropellos de los recaudadores, los cuantiosos servicios extraordinarios de los años 1495, 1496-1497, 1498, el encabezamiento general anual de las rentas mudéjares, el incumplimiento de las capitulaciones en torno a la tenencia de armas, la obligación de participar en la defensa costera, a lo que se irá sumando la presión de los repobladores cristianos. Tras la rebelión del Albaicín habrá que sumar el recrudecimiento de la empresa evangelizadora (conversión general, consagración de mezquitas, etc.), organización y endurecimiento de la política inquisitorial, quema de libros religiosos, obligaciones sobre costumbres, vestidos...y comidas.


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