Según la jerga chavista, el 27 de Febrero de 1989 no fue otra
cosa que el detonante social de los acontecimientos que condujeron,
posteriormente, a los intentos de golpe militar ocurridos durante la
administración de Carlos Andrés Pérez en 1992. Antesala, dios mediante, de lo
que después se consolidaría como una nueva propuesta constituyente en 1999, tras
el triunfo electoral de Hugo Chávez Frías de 1998.
El Comité de Familiares y Víctimas del 27 de Febrero (Cofavic),
ha definido aquel episodio conocido como "El Caracazo", como "una respuesta
espontánea y colectiva, no coordinada por ninguna agrupación... La reacción
popular se inició en Guarenas, y se repitió en Caracas, La Guaira y en las
ciudades de Maracay, Los Teques, Valencia, Barquisimeto, Guayana y Mérida –entre
las más importantes-. Fue consecuencia del aumento de los precios del transporte
urbano en un monto superior al 30 por ciento autorizado por el Ejecutivo
Nacional y de la falta de reconocimiento del pasaje estudiantil por parte de las
compañías del transporte público, como elementos de carácter coyuntural".
Bastó y sobró, digamos, que se liberaran los precios de los
combustibles internos para que aquello se reflejara inmediatamente en los
precios del transporte a nivel del consumidor, tal como lo afirmó Cofavic.
Esta organización afirma que El Caracazo se desarrolló en
tres fases:
La primera fase consistió en la
protesta de la gente de los barrios que protagonizó las acciones.
Pensamos que los canales utilizados no fueron los más idóneos, pero la
situación fue el resultado del desbordamiento de la frustración, de la
rabia reprimida por un gran tiempo.
La segunda fase la constituyó
la retirada de la gente a sus hogares, a una celebración sin precedentes
con todo lo soñado, lo anhelado. Sin embargo en esta fase perduran aún
focos minoritarios de violencia que fueron el pretexto del gobierno para
justificar las acciones represivas posteriores.
La última fase de los
acontecimientos la constituyó la suspensión de garantías
constitucionales, lo que por la vía del hecho conformó la suspensión del
estado de derecho, dejando una cifra todavía no determinada de
asesinatos y desapariciones sin precedentes en América Latina.
Pero la impresión del ex presidente Pérez, diez años después
de aquellos sucesos, quedó plasmada en un trabajo titulado Dramática jornada,
insertado el 28 de febrero de 1999 en la revista electrónica Venezuela
Analítica.
"Hoy en esta euforia del chavismo, ese 27 de febrero"
–escribió Pérez- "se ha convertido en la génesis de los sucesos que llevaron al
teniente coronel Hugo Chávez a la Presidencia. El propio Presidente ha señalado
la fecha como el momento culminante de su propia concepción política sobre
Venezuela, frente a aquella masacre cometida contra el pueblo".
Para CAP, era la hora de "enfocar aquel trágico suceso sin
mentira, pasión, ni manipulación. Dos circunstancias, en primer término,
generaron la tragedia: 1) durante la década de los 80 se produjo una vertiginosa
caída del salario real; y 2) era exasperante la escasez de productos básicos,
con la inmensa sospecha de acaparamiento y especulación. Como circunstancia
particularmente coadyuvante, el estado de rebelión-insubordinación en que se
encontraba la Policía Metropolitana. Muchos fueron los testimonios de personas
que vieron a policías vinculándose con los saqueos".
Pérez descartó cualquier motivación contra el paquete
económico. "El gobierno apenas se iniciaba".
Sin embargo, el tema de la corrupción administrativa estaba
vigente y era considerado como muy importante en los círculos críticos del
sistema. En la carta enviada por notables como Arturo Uslar Pietri, José Vicente
Rangel, Ernesto Mayz Vallenilla, Domingo Felipe Maza Zavala, Miguel Angel
Burelli Rivas, Rafael Pizani, Pedro Palma y otros al presidente Pérez el 10 de
agosto de 1990, se hicieron los siguientes pronunciamientos:
Venezuela atraviesa una difícil y peligrosa situación
política, económica y social. Los mecanismos y las orientaciones por
medio de las cuales se ha desarrollado la acción del Estado en la vida
nacional en todas sus manifestaciones, por lo menos desde 1958, ya no se
corresponden ni a las necesidades del desarrollo económico y social, ni
a la realidad económica y política del país, ni mucho menos, a las
líneas y objetivos fundamentales de la gran orientación política y
económica que, de manera tan poderosa, está ocurriendo en el mundo de
hoy.
Hay que preparar y promulgar sin retardos un cuerpo
legal que sustituya la actual legislación, que defina y castigue los
delitos de corrupción administrativa. Ese nuevo instrumento jurídico
debe definir los delitos de peculado, cohecho, tráfico de influencias y
enriquecimiento ilícito, a fin de lograr de manera efectiva e
inobjetable el oportuno castigo de los culpables de la ola de corrupción
que corroe los fundamentos de nuestras instituciones democráticas. Que
no haya más delitos sin delincuentes ni continúe la impunidad insolente
y desmoralizadora de aquellos indiciados evidentes que, por fallas y
complacencias de nuestra legislación y nuestros tribunales, desafían
abiertamente la moral y el derecho.
Es necesaria una legislación para establecer
rigurosamente las formas y requisitos para contratar con el Estado.
Hacer pronto y eficazmente todas las modificaciones
necesarias para asegurar la independencia, la respetabilidad y la
eficacia del Poder Judicial. Sin un Poder Judicial autónomo y
responsable no puede haber libertad, ni hay democracia efectiva, cuya
base es la autonomía cierta del poder de juzgar.