EL CIELO ETERNO

Mensaje de Nuestro Señor Jesucristo a una monja anónima, Italia


Este mensaje ha sido aprobado por varias censuras eclesiásticas en sus diversas ediciones y cuenta con el permiso del P. General de los Franciscanos O.F.M.

Presentado el 7 de febrero de 1972 a S. S. Pablo VI, el Papa por carta de Mons. Benelli el día 26 agradecía el obsequio; y daba su bendición apostólica.

El texto presentado a continuación es un extracto del manuscrito de 450 páginas de una religiosa que permanece en el anonimato, que anotó día a día por obediencia a su director espiritual, también anónimo, todas las manifestaciones sobrenaturales, locuciones de la Virgen, de Jesús, y de su hermana que duraron desde julio de 1967 hasta los primeros meses de 1970, y después con largos intervalos hasta 1974. Hemos seleccionado para esta sección solamente las partes relacionadas con el purgatorio y el Cielo. En 1967 murió su única hermana - que era maestra y vivía con su hermano casado -, lejos de ella, causándole una gran tristeza. Al día siguiente, 20 de julio, estando recogida en su celda comenzó la siguiente comunicación.

- Comencé a escuchar en lo íntimo de mi alma su voz clara y distinta. Llamándome por mi nombre decía: "Soy yo, no llores. Estoy bien. Pero, ¿por qué lloras? No puedes verme, pero soy yo. No llores por mí".

Desconocedora de estos fenómenos, no estuve libre de miedo y angustia hasta el 30 de julio, día en que mi confesor me ordenó, en virtud de la santa obediencia, escribir escuetamente todo lo que mi querida hermana me decía de día y de noche.

El encuentro con Dios, muerte, juicio y purgatorio:

- Pero, ¿eres tú?

- Sí, sí, soy yo, pero tú no puedes verme. Soy un alma feliz.

He pedido al Señor la gracia de estar junto a ti, de enseñarte. Soy yo, no dudes, te daré una señal.

Jesús quiere mucho a nuestra familia por el esfuerzo común que se hace por serle fieles.

¡Misericordia divina! He encontrado más Misericordia que Justicia. Para Dios sólo cuenta nuestro esfuerzo. Estoy en un lugar de delicias.

- ¿En el Cielo?

- No, todavía no. Pero gozo. ¡Qué será después el Cielo! Gozo porque sufro, y sufro porque gozo; cuanto más gozo más sufro, y cuanto más sufro más gozo.

- ¿Y el juicio?

- He aquí la Misericordia divina. Es como si una madre dijese acariciando a su niño: "Pobre pequeño, no lo has hecho a propósito".

- ¿Y nuestras culpas?

- El Señor dice al diablo: "Esta es obra tuya". Todo está en unirse a Cristo de todo corazón por toda la vida. (Coloquios del 20.VII al 4.VIII.67).

Te entristece que la parálisis me dejó sin habla. Tal fue la voluntad de Dios, porque me hubiera traicionado contando las maravillas de amor que acompañaron mi viaje a la eternidad. No hubiera podido callar tantas cosas, ya que veía los cielos abiertos sobre mí (19.IX.67).

¿La muerte? ¿Los dolores físicos? ¿La agonía? No tienes que tener miedo, yo lo he experimentado. Ten confianza; Jesús, la Virgen, los ángeles, yo. Para quien muere de amor no hay pena en la muerte, sino alegría anticipada. Al fin se abren los cielos que tantas veces hemos contemplado suspirando, y aparece la gloria de Dios y de Sus ángeles. (29.IX.67)

La muerte. Qué mala cara se pone a la querida hermana muerte. El perro atado, apenas lo sueltas, te salta encima y te hace mil caricias para testimoniarte su alegría por la libertad recuperada. Debemos aprender de estas criaturas irracionales a recibir con agrado a nuestra gran libertadora. ¿No es justo que haya recompensa después de tantas tribulaciones? ¿Un salario después de una jornada de trabajo? ¿Un domingo después de un sábado? ¡Mil veces bendita nuestra hermana Muerte! No se la debe contemplar como espectro nocturno con la guadaña en la mano, sino como a quien amablemente se te acerca despacio y te susurra al oído: "Levántate amiga mía, y ven. El invierno ha pasado, ya canta la tórtola y los campos están esmaltados con las más bellas flores. Ven. Vamos a hacer ramos con ellas". (9.X.67)

¡Oh, el primer encuentro de Jesús con el alma! Querría volver a morir para experimentar toda Su dulzura. Cuanto más me acusaba yo, más me excusaba Jesús diciéndome que no lo había hecho a propósito. (16.IX.67)

El 5.VIII.67 oye a su hermana:

- ¡Despiértate! ¡Alaba a Dios! Yo cada día estoy más luminosa... Soy la mayor pecadora con quien el Señor ha tenido infinita Misericordia. Como el grano de trigo he sido triturada aquí abajo por el dolor, y como el oro probada en el crisol para que saliese oro fino, a fin de poder comunicarme con vosotros dos [la religiosa y su hermano].

Continúa del 8 al 13:

- Estoy más cerca de Dios que tú de ti misma; porque vivo en Dios. Alabemos al Señor. ¿Aún dudas respecto de mí? Piensa un poco: ¿Podrá un alma condenada venir a decirte: "Alabemos al Señor" cuando durante toda la eternidad no hará más que odiarle? Soy cada vez más feliz. Estoy radiante de eterna juventud. Brillo como una estrella.

- ¿En el Cielo?

- No, pero ya falta poco, gracias a las Misas Gregorianas.

- Entonces, ¿son tan eficaces esas misas?

- Sí. Bastaría una sola misa para hacer subir al Cielo, pero el Señor distribuye los méritos del Santo Sacrificio según las necesidades de la Iglesia.

- Dime, ¿qué encontraste a tu paso a la eternidad?

- Una infinita Misericordia, dos brazos amorosos y un Corazón palpitante de amor. Querría abrasarme de amor. Si me vieseis... soy un cáliz tres cuartas partes lleno de delicias. Tenía razón S. Pablo cuando decía que ni ojo vio, ni oído oyó lo que Dios tiene preparado para Sus elegidos. No lloréis por mí más que lágrimas de amor y agradecimiento a Dios.

Recemos: "Padre Eterno, te ofrezco la preciosísima Sangre de N. S. Jesucristo en reparación por mis pecados, en alivio de los agonizantes, en sufragio de las ánimas del purgatorio, y por las necesidades de la santa Madre Iglesia".

El 18 de agosto le vuelve a preguntar sobre el purgatorio.

- Tuve el Angel de la Guarda junto a mí. Mi purgatorio fue un purgatorio de deseo, lo que yo misma deseé hacer, y fue breve.

El 11.IX.67 añadía:

- Mis últimos sufrimientos y los vuestros me obtuvieron la entrada en el Paraíso inmediatamente después de mi muerte; pero (16.IX.67) si se te da entrada a un palacio de cristal resplandeciente, y te das cuenta de que tienes aún polvo bajo los pies, buscas el felpudo fuera de la puerta para limpiarlos. Por eso me quedé en la antecámara, pero moría de amor, ese fue mi verdadero martirio. Preferí (11.IX.67) yo misma la espera de pocos días en el antepurgatorio, lo que me fue compensado con el encuentro allí con mamá, donde estaba retenida desde hacía tiempo. No sufría, pero todavía no había sido admitida a la visión beatífica de Dios. Esperaba a papá, que estaba acabando de embellecerse; y Jesús nos reunió en un mismo abrazo el 15 de agosto.

El Señor dice:

- Tu solicitud, hija mía, no debe solamente extenderse a todas las almas que pueblan la tierra, sino que debe abrazar además a la inmensa muchedumbre de las almas del purgatorio, cuyo número es más grande que las estrellas del cielo y que los granos de arena en la playa: almas que deberían estar ya en posesión de la gloria del cielo y cantar las alabanzas al Señor, pero que negligentes y despreocupadas han dejado transcurrir su vida en caprichos, como si la hora del rendimiento de cuentas no hubiera de llegar nunca. Tu sed de almas no sería completa si no se extendiese tu solicitud a ese océano de almas que están en espera de su liberación. La gloria de mi Padre lo reclama.

Te he dicho que mis más acerbos dolores me vienen de las almas sacerdotales y religiosas de la tierra; pero esta pena se extiende también para esas mismas almas, - y son numerosísimas - que, por las múltiples gracias de su vocación, deberían estar ya en el paraíso alabando a Dios.

Ha cambiado en la Iglesia el modo de enseñar las más esenciales verdades de la fe. Poco o nada se habla hoy del infierno, del purgatorio y del cielo, pero todavía estos lugares no han dejado de existir.

La vida religiosa es un cuchillo de doble filo: vivida con empeño y amor, abre el cielo; al contrario, aumenta las penas y los tormentos. Muchas de esas almas están en el purgatorio hace ya siglos, no días, ni meses, ni años. Algunas quedarán allí hasta el día del Juicio. Con todo lo que Yo he hecho por vosotras, almas sacerdotales y religiosas, ¡qué pena cuando debo alejaros por años del rostro de mi Padre!

Para hablar un lenguaje accesible a ti, te diré que tengo "vergüenza" del fracaso de ciertas almas. Las mando al fuego del purgatorio y les digo: Id ahora, recorred el mundo mendigando el rescate de estas llamas purificadoras, pues no os bastó Mi Redención y Mi Sangre. Así están destinadas a andar errantes pidiendo limosna de oraciones a almas generosas y compasivas. Para estas almas consagradas la divina Justicia es siempre más dura. ¡Oh, si se pudiese ver lo que se pierde, perdiendo mis gracias y dones! Estas almas son como hijos que, a pesar de todos los sacrificios del padre para hacerlos estudiar, a fin de año llevan a casa suspensos. ¿Para qué todos mis dolores y mi Pasión? Esta tremenda advertencia quiero lanzar al mundo para esa particular categoría de almas. (6.VII.1968)

El 10.VII.68 se vuelve a Jesús y le pregunta si el fuego del purgatorio es fuego verdadero, como el que nosotros conocemos, pues ella siempre había imaginado a las almas del purgatorio inmersas en el fuego purificador, y en cambio su hermana le llama lugar de delicias. El Señor le contesta:

- El fuego del purgatorio no es de leña ni de carbón, pero es mucho más fuerte que éstos. Ni siquiera el sol es de leña o de carbón. Este fuego está destinado a consumir en el alma, con el deseo ardiente de poseer a Dios, toda culpa por mínima que sea, la más pequeña imperfección, por ser tan grande la santidad de Dios. Si mis santos y mis elegidos pudieran comunicar con los hombres de la tierra, les dirían que el fuego del purgatorio es tormento tan grande que debe ser evitado a toda costa.

El 14 de agosto la religiosa ve un globo de oro elevarse veloz hacia el cielo y quedar fijo en lo alto. Su hermana le dice:

- Estoy ya a la puerta, esperamos que venga la Reina.

En el Cielo:

Al día siguiente, mientras oye misa a las 10:30 escucha a su hermana:

- En este momento he entrado en el cielo con nuestra Reina y toda la corte cantando Hosanna, los ángeles, los arcángeles; y también con mamá y papá, y con mi amiga difunta. Estoy postrada a los pies de la Stma. Trinidad, abismada en este océano de delicias. ¡En el cielo para toda la eternidad! ¿Te das cuenta? ¡Qué lugar ha preparado Dios para los que le aman! También están conmigo nuestros hermanos difuntos y la sobrinita. Todos reunidos en un gozo eterno; todos resplandecientes con eterna juventud. Ya no hay ninguno de nuestra familia en el purgatorio, pero orad por tantas otras almas retenidas allí. (El 31.VIII.67, añade: Los afectos familiares, verdaderamente puros, son mil veces benditos por Dios). Han pasado los dolores y las penas de la tierra y mis lágrimas se han vuelto perlas en mi vestido. "Cantaré eternamente las misericordias del Señor". Escribe con letras de fuego la Misericordia del Señor y proclámala a todas las gentes. Cuánta Bondad, cuánta Misericordia ha usado el Señor con nosotros.

El júbilo exuberante de la gloria no puede contenerlo y repite:

- Lo que debéis buscar es el Cielo. Aquí no se recuerda ya lo que fuimos, porque ahora somos como los ángeles de Dios. (16.VIII.67) En el Cielo se cumplen todos nuestros deseos; los afectos están más consolidados. Somos todos uno. Bajo nuestros pies, el suelo está sembrado de alegrías. Tengo un hermoso lugar en el Cielo.

- ¿Por qué no te me apareces?

- ¿Aparecerme a ti? Morirías.

- ¿Por qué?

- Porque no podrías resistir mi resplanndor. Sería necesario que un serafín te tocase con un carbón encendido. (18.VIII.67). Soy de una belleza inconcebible, porque estoy revestida de la Belleza misma de Dios, y por eso para verme será preciso que abandones tus despojos mortales. (28.VIII.67). El Señor en otros elegidos ha glorificado en unos su humildad, en otros su caridad. En mí ha glorificado mi gran miseria, porque no le he presentado otra cosa, y se ha contentado con ella. (9.IX.67) Soy una de las estrellas más bellas en el firmamento de Dios. ¿Sabes por qué? Porque ha sido infinita mi miseria. El Señor hace las cuentas en proporción inversa. (22.IX.67) Ninguno de nosotros puede crecer en gloria; cada cual ha alcanzado su altura. Todos nosotros somos estrellas en el firmamento de Dios, y jamás una estrella dirá a otra: "Soy más bella que tú", porque cada uno tiene su medida plena y todos viven de la vida divina. (9.IX.67) Hay santos canonizados por la Iglesia y otros canonizados por boca de Jesús. Yo soy uno de éstos, y no soy menos bella ni menos amante que aquellos. (9.IX.67)

Todos somos servidores de Dios en el Cielo. Cada uno tiene su medida plena, colmada, rebosante. Todos son felices y ninguno envidia la suerte de otro. San Francisco es en verdad el astro más refulgente en el paraíso, otro Cristo. Y cómo se alegra cuando ve llegar alguno de sus hijos o hijas santificados por su regla. El mundo debería recurrir más a San Francisco.

Si todos los hombres de la tierra pudiesen ver las delicias del Reino de los Cielos, la humanidad entera, buenos y malos, desearían morir al instante para poseerlas. (4.IX.67)

Si todos los hombres pudiesen ver a lo que estamos destinados con nuestra inmortalidad, estoy segura que desaparecería el pecado de la faz de la tierra. (2.II.68)

Aquí en el Cielo, cada momento es el comienzo de nuevas alegrías y de nuevas embriagueces. (18.VIII.68). Mi día es un día sin fin, porque el sol nunca se pone en el Reino del Amor. Cada minuto Dios crea nuevos goces para sus elegidos. (14.IX.67)

Di a todos que no malgasten los dones de Dios. ¡Si supierais qué es el Reino de los Cielos, y lo que se pierde perdiéndolo! ¿No dice el Evangelio que se debería vender todo por comprar este campo?

- ¿En el Cielo, tenéis presentes los grandes misterios de nuestra fe?

- Sí, vemos todo, y éstas son nuestras fiestas. (23.VIII.67)

Estoy en el cielo, pero no intento permanecer inerte. Siempre he trabajado, y vuestra santificación la llevo en el corazón (4.IX.67). Desde el Cielo quiero trabajar, quiero penetrar en el corazón de todos los hombres, y encender en ellos una gran llama de amor. ¡El amor no es amado! (7.IX.67)

- ¿Qué leguaje habláis en el Cielo?

- El lenguaje del amor que todos conocen muy bien.

- Dime: ¿el Cielo es un estado del alma en gracia o un lugar?

- Ambas cosas. Es el estado de gracia que necesariamente debe adquirir antes de entrar en el otro, que es un Reino sin límites. (9.X.67)

Jesús le añade (20.I.68):

- Hay puestos para todos en Mi Reino, y allí donde Yo estoy, deseo que estén todos los que el Padre ama, como Yo mismo amo al Padre. En Mi Reino no se pone nunca el sol: allí es la eterna primavera y el completo descanso en Dios.

En el purgatorio, la Stma. Virgen vino muchas veces a enjugar mis lágrimas, diciéndome: Animo, hijita, sólo un poco y después la eternidad feliz. Y Ella fue la que me acompañó a Jesús. (18.VIII.67)

Entra en el Cielo con la Virgen y exclama:

Ama mucho a la Virgen (15.VIII.67). Amad sin medida a la Virgen, pues también es sin medida el amor de María por vuestras almas (22.IX.67)




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