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Y DEMÁS/Aberraciones
¿Estamos ante la generación más
engreída de la historia? Quizá. Y también la más estúpida
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DICIEMBRE,
2020. La pandemia que el mundo está sufriendo se ha politizado
al punto que ha acelerado el paso de lo que podríamos denominar la
"generación engreída" y que ha dominado a todas las actividades del
mundo, una generación que hasta hace poco estaba limitada los campus
universitarios pero que desde entonces se ha infiltrado a todos los
ámbitos de la actividad humana, con resultados que se antojan, desde
ya, profundamente devastadores.
El lector seguramente ya ha sabido o estado en contacto con esta
generación engreída: embebidos con la justicia social (nuevo nombre
dado al socialismo, esa teoría económica-política que a principios
de los 90 estaba en el cesto de la basura y hoy se vuelve a ofrecer
como un ente justiciero que sonrojaría al mismísimo Robin Hood),
grupos supuestamente antirracistas pero que están obsesionados con
el color de piel de los seres humanos, presuntos defensores
ardientes de los nativoamericanos a quienes no dejan de victimizar y
llamar los "oprimidos" por el hombre blanco cuando el 90 por ciento
de esos activistas son blancos de origen europeo --por tanto,
descendientes de esos "opresores"-- y quienes, en el colmo de la
insensatez y el egocentrismo,
juzgan a la historia desde su muy
propia perspectiva. (Y si piensa que se trata de un fenómeno propio
de Europa y Estados Unidos no se preocupe, amigo lector: la
corriente ya se está colando en México y en América latina...
cuestión de tiempo).
Esta generación engreída siente que "su" verdad, es incuestionable,
de ahí que le importe poco o nada lo escandaloso de sus
incongruencias o su irritante doble moral, de que las acciones de
sus camaradas (¿compañeros de viaje?) sean relativizadas hasta el
ridículo y la de sus enemigos, antes llamados "burguesía" sean hoy
estigmatizados como "privilegio blanco" y se les satanice en grado
patológico.
Esta generación engreída está también enfermizamente obsesionada con
la politización de todo para conseguir sus fines, lo que ha
arruinado a la industria del entretenimiento, obligándola a difundir
basura doctrinaria que tiene a a la industria sumida en un fango de
enormes pérdidas económicas.
Esta generación engreída ha tomado como aliados sorpresivos a los
megaconsorcios y a las megaempresas virtuales las cuales súbitamente
se han convertido en promotoras de la "justicia social", empresas
que fueron creciendo monstruosamente a raíz no del capitalismo, como
ingenuamente piensan muchos, sino del mercantilismo, esto es, la
complicidad con la burocracia y con las altas esferas políticas para
proteger sus negocios y minar el camino a los posibles competidores.
Hasta hace poco ese amasiato era manejado en secreto pero hoy,
cuando se ha perdido todo asomo de vergüenza en buena parte del
mundo, se pregona abiertamente la entrada de un tercer amante en la
ecuación, la generación engreída; ahora todos beben del mismo
potaje, razón por la cual la izquierda ya no exige aquello de
"expropiar los medios de producción" que tanto ladraba en otros
tiempos. ¿Para qué, si ahora los dueños del dinero a quienes
envidiarían los "burgueses" de otrora por su altísimo nivel de vida,
ya se manifiestan como aliados de la causa?
A diferencia de sus predecesores izquierdistas, esta generación
engreída repudia el pasado y trata (y tratará) de hacer todo lo que
esté a su alcance para borrarlo, o más efectivo aún, distorsionarlo.
Según esta perspectiva --rayana en lo idiota dentro de un contexto
congruente y equilibrado-- toda lectura de la historia emana de la
misma fuente, la opresión del hombre blanco europeo, en apariencia
la única etnia poseedora del ADN racista que persiste hasta hoy y,
pronto, se debe combatir.
El blanco, nos dice esta generación, se ha valido de dos elementos
para salirse con la suya en la apuesta histórica, uno, mediante el
racismo y, dos, a través de la instauración a rajatabla del
cristianismo en todo el territorio que pisa. Por cierto la Iglesia,
que la izquierda vociferaba a grito pelado era cómplice de los
oligarcas todavía en los tiempos de Benedicto XVI, también ha estado
discretamente ausente de ataques ahora que el Papa Francisco ya puso
su discurso al servicio de la causa.
La generación engreída ha impuesto sus reglas en todos lados:
¿quiere usted relajarse viendo un programa de televisión?
Difícilmente lo logrará: su actor favorito al que había admirado por
tanto tiempo, súbitamente se convirtió en defensor de cosas como el
Black Lives Matter. ¿Quiere escapar de los problemas del mundo con
un buen partido de
beisbol,
basquetbol o futbol americano? En vez de
ello encontrará a varios atletas afroamericanos que reciben hasta 40
millones de dólares por temporada, exigiendo que se deje de llamar
"dueños" a sus patrones y protestando hincándose al escuchar el
"himno esclavista", algo más que extraño tratándose de "esclavos"
extraordinariamente bien pagados.
Ahí no para todo, por supuesto: estos atletas, sobrevaluados la
mayoría de ellos, portan camisetas en contra del racismo, el mismo
que ya desde 1964 fue declarado anticonstitucional por la Corte
Federal y que penaliza con cárcel a todo aquél que llame "n---r" a
un afroamericano y no sea afroamericano él mismo.
Si busca distraerse en el cine, le irá peor.
Incluso en las películas animadas encontrará mensajes en pro de la "armonia
racial" y se le administrará basura propagandística en películas de
superhéroes y hasta en musicales así como dramas que hasta hace poco
exploraban la experiencia humana pero ahora se enfocan en remachar
politiquería que es rechazada una y otra vez en taquilla.
Para esta generación engreída, el cliente ha dejado de tener razón:
ahora son los publicistas los dueños no solo de la razón, sino de la
verdad (su verdad, dicen ellos) donde al consumidor no solo
se le exhibe por su "racismo" y su "masculinidad tóxica", alguien a
quien esta generación engreída lo juzga como idiota porque espera
que de todos modos seguirá comprando el producto luego que se le
bañe en insultos y escupitajos verbales.
Estamos pues, ante una generación increíblemente engreída que se
siente dueña de la verdad, la virtud y la racionalidad, que no solo
ve a las generaciones anteriores como poca cosa, una sarta de
racistas, ignorantes e intrínsecamente imbéciles que jamás pudieron
ver más allá de sus propias, racistas narices. Por supuesto que lo
paradójico es que ese es el principal punto débil de esta
generación engreída.
Cualquier mente equilibrada que estudie la historia no con ojos de
estupidez woke sino con la razón y la congruencia, dará
cuenta que ninguno de estos políticos pertenecientes a la generación
engreída supera en comparación alguna a otros figurones de la
historia. ¿Puede decirnos esta generación engreída, petulante y
fantoche, cuál de los suyos puede competir en calidad moral,
valentía e integridad con un Douglas McArthur, un Winston Churchill,
una Margaret Thatcher o un Nelson Mandela? Da pena, no, más bien
ganas de volver el estómago cualquier comparación de Barack Obama
con Mandela, un hombre que, pese a sus fallas, que en cierto modo lo
hacían mucho más interesante como estadista, enfrentó a una sarta de
racistas afrikaans pero no clamó por su persecución ni los acusó de
"privilegiados blancos" sino que logró conjuntar objetivos comunes
que tuvieran como propósito resanar la profunda herida dejada por el
apartheid.
Desafortunadamente y tras la muerte de Mandela, la generación
engreída también ha envenenado la política sudafricana la cual se
encuentra cada vez más cerca de una catástrofe similar, tal vez
peor, a la de su vecina Zimbabwe.
¿Dónde están los equivalentes woke de Napoleón, de Julio
César, de Teddy Roosevelt, de Gandhi y de Martin Luther King dentro
de esta generación engreída e imbeciloide? ¿Cabe pensar que personas
con su sentido común estropeado se sientan moralmente superiores a
un Washington, a un Benjamin Franklin, a un René Descartes, a un
Einstein?
El
Hollywood actual, porquería absoluta gracias a la generación
engreída, lleva rato sin producir nada original: lo suyo se limita a
"reescribir" historias, guiones y personajes ya consagrados, un
revisionismo enfermizo realizado por actores y directores mediocres,
comprometidos más con la promoción de una postura política que con
el desarrollo artístico del cine como arte. Si esta generación
engreída es más chingona que las que le antecedieron, ¿dónde están
entonces aquellos actores con un talento superior al de John Wayne,
Chaplin, Valentino, Paul Newman, Greta Garbo, o Marlon Brando?
¿Cuáles actores y actrices woke están a la misma altura de
todos ellos? ¿James Corden? ¿Brie Larson?
Por otro lado, ¿es el actual primer ministro canadiense Justin
Trudeau la mejor carta de presentación política con la que cuenta
esta generación engreída? ¿Dónde está el escritor o el novelista
woke que amenaza con destronar el imperio literario de Harry
Potter, una autora claramente surgida previo a la pesadilla que
representa esta generación engreída?
Dado que esta generación engreída es esencialmente mediocre, no
extraña en lo absoluto que todo lo que ha producido sea igualmente
mediocre. Se podría asumir que
Bill Gates,
Mark Zuckerberg o Jeff
Bezos, todos ellos aparentemente alienados con esta generación
engreída, serían excepción. Pero no eso, todos ellos acumularon sus
fortunas y sus emporios cuando aún se respiraba el aire de libertad
en las redes sociales. Pero una vez alienados, todos ellos han caído
en la mediocridad producto de su complicidad con la generación
engreída: ¿Cuál producto de Apple en la época de Tim Cook ha
rebasado a las invenciones y a la gigantesca espectativa que
despertaban los gadgets de Steve Jobs?
El pasado de la humanidad nos representa a un enramado de filósofos
pesopesados, desde Platón hasta Hobbes. ¿Dónde están los brillantes
filósofos woke con el potencial suficiente para destronarlos? ¿Acaso
alguien cree, realmente --y, por favor, por favor, no
involucremos su color de piel como argumento-- que el ultrawoke
Neil deGrasse Tyson es más exitoso como divulgador científico que
Carl Sagan?
Los escritores del pasado- incluso reciente; ya ven lo que le
sucedió a
JK Rowling-- son satanizados, sus nombres borrados y sus
libros sacados de circulación, un acto de absoluta soberbia cuando
esta generación de engreídos no los ha suplido con autores de mayor
calidad y en cambio nos satura con libros y publicaciones preñados
de porquería doctrinaria. De nuevo dónde están esos autores woke
que destronarán a Dickens, a Mark Twain, a Steinbeck, por qué no
hemos sabido de ellos ni han destacado pese a tener de su lado el
absoluto respaldo y financiamiento de las principales editoriales
del mundo?
Esta generación engreída no tiene ni el polvo de talento que
acumulaban los zapatos de F. Scott Fitzgerald pero ha exigido --y en
algunos casos logrado-- que se retiren de los estantes libros suyos
como
El Gran Gatsby, acusándolo de "racistas" sin detenerse
por un momento en analizar el contexto histórico en el que la novela
fue escrita.
La generación engreída está condenada al fracaso rotundo,
inobjetable, dado que ha construido "su" verdad sobre imaginarios
cimientos de distorsión histórica; la historia no puede ser juzgada
a partir de la mera pigmentación de la piel, donde quien la tiene
más clara es el opresor y quien la tiene más oscura es el oprimido.
La especie humana no actúa dentro de esas premisas.
Lamentablemente, los estragos
producidos por esta generación engreída sí repercutirán por muchas
décadas: el wokeismo busca destruir el pasado, pero al final
lo que está haciendo añicos es el futuro de quienes aún no han
llegado a este mundo.
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