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Jesús, en Ti confío

Sor Faustina y Garabandal

"Hija mía, escribe que para un alma arrepentida, soy la Misericordia misma. La miseria más grande de un alma no enciende mi Ira, sino que mi Corazón experimenta una gran Misericordia a su favor".

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"Hija mía, habla a todo el mundo de mi inconcebible Misericordia. Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea de amparo y refugio para todas las almas y especialmente para los pobres pecadores. En aquel día estarán abiertas las entrañas de mi Misericordia; volcaré todo un mar de Gracias sobre las almas que se acerquen al manantial de mi Misericordia. El alma que acuda a la confesión y que reciba la Sagrada Comunión, obtendrá la remisión total de las culpas y del castigo. En aquel día se abrirán todas las compuertas a través de las cuales fluyen las Gracias Divinas. Que el alma no tema acercarse a mi, aunque sus pecados sean como la grana. Mi Misericordia es tan grande, que ningún intelecto, ni humano ni angélico, logrará desentrañarla, aunque se empeñara por toda la eternidad. Todo lo que existe ha salido de las entrañas de mi Misericordia. Cada alma, en lo que a mi se refiere, meditará por toda la eternidad sobre mi amor y sobre mi Misericordia. La fiesta de la Misericordia ha salido de mis entrañas; deseo que sea celebrada solemnemente el primer Domingo después de Pascua. La humanidad no encontrará paz hasta que no se vuelva con confianza a la fuente de mi Misericordia".

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Una vez que en lugar de la plegaria interior, había comenzado a leer un libro espiritual, oí en mi interior estas palabras de manera fuerte y clara: "Prepararás al mundo para mi última venida". Estas palabras me impresionaron profundamente y aunque fingiera no haberlas oído, las había entendido muy bien y no tenía ninguna duda al respecto.

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Esta mañana, durante la Misa, he visto a Jesús doliente. Su Pasión se ha volcado sobre mi cuerpo, aunque no de manera visible, pero no menos dolorosa. Jesús me ha mirado y me dicho: "Las almas mueren, a pesar de mi dolorosa Pasión. Concedo para ellas la última tabla de salvación, es decir, la Fiesta de mi Misericordia. Si no adoran mi Misericordia, morirán para siempre. Secretaria de mi Misericordia, escribe, habla a las almas de ésta, mi gran Misericordia, ya que está cercano el día terrible, el día de mi Justicia".

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En la mañana, durante la meditación, me embistió la presencia de Dios de manera particular, mientras reflexionaba sobre la grandeza inconmensurable de Dios y al mismo tiempo su abajarse hasta una criatura. Al momento vi a la Santísima Virgen que me dijo: "¡ Oh, cuan querida es a Dios el alma que sigue fielmente la inspiración de su Gracia !. Yo di al mundo al Salvador y tú debes hablar al mundo de su gran Misericordia y preparar al mundo para su Segunda Venida. Él vendrá no como Salvador Misericordioso, sino como Juez justo. ¡ Oh, aquel día será tremendo !. Ha sido establecido el día de la Justicia, el día de la Ira de Dios, delante del cual tiemblan los ángeles. Habla a las almas de esta gran Misericordia, hasta que dure el tiempo de la piedad. Si ahora tú callas, en aquel día tremendo deberás responder por un gran número de almas. No tengas miedo de nada; sé fiel hasta el fin. Yo te acompaño con mi ternura".

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Una vez que rezaba por Polonia oí estas palabras: "Amo a Polonia en modo particular y si obedece mi voluntad, la enalteceré en poder y santidad. De ella saldrá la centella que preparará al mundo a mi Última Venida".

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"Escribe esto: Antes de venir como Juez Justo, vengo como Rey de Misericordia. Antes de que llegue el día de la Justicia, será dado a los hombres este signo en el cielo: Se apagará toda luz en el cielo y habrá una gran oscuridad sobre toda la Tierra. Entonces aparecerá en el cielo el signo de la Cruz y de los orificios donde fueron clavados los pies y las manos del Salvador, saldrán grandes luces que por algún tiempo alumbrarán la Tierra. Esto sucederá poco tiempo antes del Último Día".

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Al anochecer, estando en mi celda, vi al Señor Jesús vestido de una túnica blanca; una mano levantada para bendecir, mientras la otra tocaba la túnica, a la altura del pecho. Allí, levemente apartada, dejaba salir grandes rayos, uno rojo y el otro pálido. Enmudecida, tenía los ojos fijos ante el Señor; mi alma estaba invadida del temor, pero también de una gran alegría.

Después de un instante, Jesús me dijo: "Pinta una imagen según el modelo que ves, con la inscripción abajo: "Jesús, en Ti confío". Deseo que esta imagen se venerada primero en vuestra capilla y luego en el mundo entero. Prometo que el alma que venere esta imagen no perecerá. También prometo ya aquí en la Tierra la victoria sobre el enemigo, y sobre todo a la hora de la muerte. Yo mismo la defenderé como mi propia Gloria".

 


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