XII. - LA
ECONOMÍA DEL FRENTE POPULAR
Los obreros tomaron las fábricas en sus manos. La revolución
surgió desde abajo. De los de arriba, es decir, las direcciones
de los partidos obreros, sólo provinieron los frenos.
Los decretos del gobierno de la Generalitat de Tarradellas concernientes
a las colectivizaciones, por ejemplo, no han sido más que la consagración
tardía de una situación de hecho.
La economía de la España gubernamental reflejaba las
tendencias contradictorias que desgarraban el campo antifascista. De un
lado, las medidas de estatización, es decir, la toma por el Estado
de las fábricas y empresas "abandonadas", es decir, las fábricas
que los obreros habían hecho abandonar a los capitalistas; de otro,
las colectivizaciones que reflejaban la voluntad de los obreros de gestionar
la economía del país, pero que sobre todo habían sido
inspiradas por los anarquistas que veían en ellas el comienzo de
la realización de sus teorías sobre la unión de las
comunas libres.
Estas colectividades tenían muy a menudo los rasgos del socialismo
pequeño burgués: los obreros se apoderaban de una empresa
y, a veces, incluso repartían los beneficios. A pesar de esta errónea
orientación, las colectivizaciones, en caso de haberse dado una
evolución revolucionaria, evidentemente podían servir de
punto de partida de la economía socialista.
Los consejos de empresa constituían, a pesar de los procedimientos
de la burocracia sindical que impedían su funcionamiento democrático,
un organismo proletario nacido del movimiento del 19 de julio. De ahí
la lucha constante del gobierno contra estos consejos de empresa.
El gobierno de Frente Popular se veía arrastrado contradictoriamente
hacia las concepciones capitalistas de la economía, hacia la concepción
anarquista de las comunas libres, y hacia la concepción socialista.
La orientación general del Frente Popular le indicaba evidentemente
el camino de la supresión de las colectividades. No entraban en
el marco de la república democrática y constituían
un obstáculo en la conquista del corazón de Chamberlain.
Hace cuatro meses, el consejero de la Generalitat Vidiella, uno de
los dirigentes del PSUC, declaró abiertamente que estaba avergonzado
de ver en Barcelona tantas inscripciones de este género: Colectividad,
Industria Socializada, etcétera... Vidiella decía que esto
indisponía a los visitantes extranjeros, y, en primer lugar, a los
ingleses, y ponía trabas a la ayuda de las democracias.
Sólo que, a pesar de hacer la corte tierna y obstinadamente
a Chamberlain, los jefes del Frente Popular no podían ir hasta el
fin en el camino de la supresión de las colectividades. No podían
romper con los obreros, sobre todo los cenetistas, ni con los obreros de
la UGT, quienes tampoco querían la destrucción de las colectividades.
En suma, nuestros demócratas estaban situados entre dos fuegos.
Querían conciliar a Dios con el diablo. Era difícil. Incluso
imposible. Pero por su carácter de clase, estos pequeños
burgueses no podían hacer otra cosa más que intentar conciliar
lo inconciliable.
La política económica del frente popular es precisamente
el reflejo de esta contradicción.
La historia de la colectividad donde yo trabajé es sintomática
al respecto.
En el mes de enero de 1938, el gobierno decidió tomar en sus
manos esta colectividad, o más bien, este conglomerado de colectividades,
que pasó a depender del gobierno y se convirtió en una empresa
del Estado. Pero la experiencia estatal sólo duró tres meses.
Había conflictos permanentes entre los representantes del gobierno
y los consejos de fábrica, entre el subsecretariado y el sindicato
de la CNT. Aquello no funcionaba en absoluto. El gobierno decidió,
en el mes de marzo, anular el decreto sobre la estatización y volvimos
a ser una colectividad y una empresa independiente que establecía
contratos con el gobierno y estaba controlada por él.
Este nuevo "período", que empezó para nuestra colectividad
en el mes de marzo de 1938 y que duró hasta el fin, no era de ningún
modo un período de colaboración pacífica entre el
gobierno y el consejo de fábrica. Al contrario. Os remito a todo
lo que ya he dicho hablando de la industria de guerra.
Era una guerra unas veces sorda, otras abierta, que adoptaba formas
diferentes, pero permanente. El gobierno nos enredaba a cada minuto. Sostenía
permanentemente un revólver apuntado contra la cabeza de la colectividad:
vivíamos bajo la amenaza permanente de una nueva medida de estatización.
Una vez, el inspector de la Generalitat quiso presentar una denuncia contra
la colectividad, que debía acarrear forzosamente su estatización,
a causa de un error de contabilidad de 800 ptas...
Los comunistas eran partidarios naturalmente del pase de toda la industria
de guerra a manos del Estado. Ese era el leit-motiv de toda su propaganda:
"¡La industria de guerra y los transportes a manos del gobierno!",
pero era más fácil decirlo que hacerlo.
Los obreros no tenían confianza en el Estado de Negrín,
es decir, en el Estado burgués. La centralización de toda
la industria de guerra, de los transportes y de la economía en general,
era evidentemente necesaria también para nosotros, los bolcheviques-leninistas
españoles, pero sólo era realizable bajo el poder proletario
que se llama la dictadura del proletariado.
Pero los comunistas estaban impacientes. Empujaban al gobierno a tomar
medidas enérgicas, es decir, nuevas medidas de estatización.
Para estos héroes del gangsterismo, todo se reducía a medidas
enérgicas y dictatoriales. Estos "marxistas" pensaban que todo puede
resolverse por medidas administrativas y procedimientos de "gobierno fuerte".
Así, pensaban que unas medidas fuertes y dictatoriales podían
poner orden en la industria de guerra, que los decretos podían suprimir
la especulación floreciente, etc.... Por otra parte, esto tenía
su explicación. ¿Acaso no habían "aplastado" el trotskismo
con medidas de tipo policíaco y asesinado a Andreu Nin, a nuestro
Erwin Wolf, a Moulin, etc.?
Pero, es más fácil ejecutar un atentado y matar
a militantes obreros que resolver un problema económico por decreto.
Los comunistas, es cierto, recordaban Rusia y los métodos dictatoriales
que fueron aplicados allí en el curso de la guerra civil. Sólo
que olvidaban un pequeño detalle, a saber: que en Rusia los bolcheviques
establecieron la dictadura del proletariado bajo la égida de Lenin
y Trotsky, y no con el régimen del podrido Frente Popular.
Pero volvamos a las colectividades.
Algunas semanas antes de la derrota, los comunistas obtuvieron al fin
sentencia favorable: un nuevo decreto del gobierno remitía al Estado
todas las industrias que trabajaban, incluso indirectamente, para la guerra,
pero no tuvo tiempo de ponerlo en vigor. Podemos preguntarnos si hubiera
podido aplicarse aun en el caso de que no se hubiera producido la derrota.
Nosotros, los trotskistas, somos adversarios, es uno de nuestros pecados
cardinales, de la teoría del "socialismo en un solo país",
pero, con mayor razón, comprendemos lo ridículo de las teorías
y las prácticas del socialismo en un solo pueblo y también
en una sola fábrica y en una sola granja.
Concretamente, las colectividades sólo podían desarrollarse
y prosperar centralizadas, generalizadas, y con la ayuda constante del
gobierno proletario. Pero, una vez más, esto no existía en
España.
La economía de la España gubernamental era pues muy variada:
industria estatal, la del gobierno central y la de la Generalitat, una
en guerra contra la otra, las colectividades haciéndose la competencia
entre ellas, y, junto a esto, el capitalismo privado que se reconstituía
poco a poco. Hay que añadir una especulación floreciente,
el aflujo de gran cantidad de aventureros y de comerciantes extranjeros
contra los que la policía del Frente Popular no podía nada,
la ruptura casi completa de intercambios entre las ciudades y el campo,
el campesino encerrándose en su colectividad o en su pequeña
parcela, sin querer vender porque sólo podía recibir de la
ciudad billetes de banco cuyo valor disminuía cada día, vuelta
pues a la economía primitiva, etc.
No teniendo el dinero más que un valor nominal, todo el comercio
se hacía sobre la base del trueque. Se cambiaba aceite, si se encontraba,
por arroz o judías, las almendras por jabón, el pan por tabaco,
y los productos alimenticios por vestidos. Por ejemplo, era imposible hacerse
cambiar las suelas de los zapatos en Barcelona utilizando billetes del
Banco de España; sin embargo, algunos kilos de arroz o... un kilo
de azúcar, abrían las puertas en todas partes. Todo el mundo
trocaba, todo el mundo traficaba, todo el mundo llevaba el agua a su molino.
Un individuo, una empresa, una granja, una colectividad, y también
una burocracia en guerra permanente por intereses nimios... El resultado
era fácil de prever: la situación era cada vez más
grave.
Todas las medidas "enérgicas" del gobierno no eran más
que palabrería y no podían ser otra cosa. Ciertamente, se
combatía la especulación, por ejemplo... deteniendo a pobres
mujeres que vendían avellanas en la calle[1]
demasiado caras, a veces también se imponían multas a un
especulador importante. Pero era un riesgo del oficio y un riesgo mínimo.
El especulador siempre estaba protegido por sus amigos de la policía.
Denunciar a un especulador era peligroso: no para el especulador,
sino para su víctima.
Por lo demás, todos dejaban hacer. El sentido de la responsabilidad
desaparecía. La indiferencia se generalizaba. Se vivía al
día. Todos se daban cuenta de que esta situación embrollada
no duraría mucho tiempo y querían aprovechar.
-Comprendemos las contradicciones que desgarraban la economía
del Frente Popular, pero ¿no estaba también desgarrada la economía
fascista entre diversas corrientes opuestas, por ejemplo, entre los falangistas
partidarios de una economía corporativa y los reaccionarios partidarios
del viejo estilo? ¿No sufría Franco los mismos males que
Negrín en el terreno de la economía? ¿Por qué
pudo "resistir" mejor que Negrín en este terreno?
¡Profundo error! La economía de Franco funcionaba, a grandes
rasgos (no estoy en la capacidad de dar detalles) como funciona la economía
capitalista en cualquier país. Estaba ordenada y regularizada por
las leyes que regulan la economía capitalista, las leyes del
mercado libre y de la libre competencia.
Por el contrario, la economía de Negrín no era ni podía
ser una economía capitalista organizada, pero tampoco una economía
socialista, quiero decir la economía del período de transición
y de la dictadura del proletariado. No era ni carne ni pescado. Para unas
cosas era demasiado rojo, para otras, demasiado pálido. Era un sin
sentido erigido en sistema.
Para comprender su impotencia y su debilidad congénita, no hacía
falta ser un gran sabio. Bastaba con ser marxista. Pero, desgraciadamente,
de éstos había muy pocos en la Península Ibérica.
"Resistir", oponerse victoriosamente al fascismo en el terreno ideológico,
sólo podía hacerse oponiendo al fascismo el socialismo y
los métodos de la dictadura del proletariado.
Que los obreros de otros países no olviden esto.
Antes de terminar estas breves palabras que deben dar a los obreros
franceses una idea sobre la economía de la España gubernamental,
recordaré un pequeño hecho. Todos robaban, robaban pura y
simplemente y según todas las reglas del oficio. Robaban los funcionarios
bien situados, robaban los burócratas, los especuladores, pero robaban
también los pobres diablos, los simples obreros: tenían necesidad
de comer y debían alimentar también a sus chavales y los
salarios no bastaban más que para comprar nabos y avellanas.
Incluso en varias fábricas de guerra desaparecían regularmente
el carbón, la madera, y también las grasas, el aceite pesado
y a veces incluso metales que tenían un cierto valor. No se robaban
las máquinas porque eran difíciles de llevar y utilizar.
-¿Y permanecisteis pasivos ante tales crímenes?
-Más o menos... Para combatir esos crímenes, era necesario
acabar con la gran causa que era el origen de todo esto, toda la política
utópica y podrida de la república democrática, pero
precisamente esa política la defendían los jefes todopoderosos
del Frente Popular.
Por otra parte, denunciar a un ladrón o un espía no era siempre posible ya que la quinta columna estaba bien protegida dentro del aparato. En una ocasión en nuestra fábrica se despidió a un obrero que había trabajado allí veinte años porque había robado un bote de aceite. Lo había cogido para hacer jabón. Sólo se podía tener lástima de él. En cuanto a los verdaderos ladrones, estaban bien protegidos por el sistema del Frente Popular.
[1] Con este objeto, la Generalitat montó todo
un aparato, y cantidad de gente, sobre todo del PSUC, estaba constantemente
a la caza de los "especuladores", es decir, de los vendedores ambulantes
(N. d A.)