XI. - LOS
ACONTECIMIENTOS DE MAYO DE 1937
Existía en España la dualidad de poder, aunque bajo una
forma incompleta y parcial, en los primeros meses que siguieron al 19 de
julio. El segundo poder, el embrionario poder obrero, se expresaba en los
comités obreros que se habían creado en todas las ciudades
y hasta en los más pequeños pueblos de la España gubernamental.
Estos comités, en cuyo seno entraron los representantes de todas
las organizaciones proletarias, tomaban diversas formas: eran los Comités
de Defensa que aseguraban el orden público por medio de las Patrullas
de Control y que administraban los pueblos y las ciudades. En las fábricas
se habían formado los Comités de fábrica. Los transportes
y toda la administración tal eran controlados por los delegados
sindicales. En los barcos los marinos formaban sus consejos. Las milicias
eran organizadas desde un principio por los partidos y los sindicatos.
En base a la propuesta del presidente Companys se creó en
Cataluña el Comité Central de las Milicias Antifascistas.
Formalmente, era un organismo de la Generalitat; en la realidad fue, en
el primer periodo, el único poder efectivo en Cataluña. El
gobierno de la Generalitat era una apariencia tolerada porque las organizaciones
obreras no habían tenido el valor de liquidarla.
Sin embargo, fue esta apariencia del poder, la Generalitat, la
que venció sobre el poder del pueblo y de los comités Los
jefes de las organizaciones obreras inyectaron sangre nueva a esta institución
agonizante. Se liquidó el Comité Central de las Milicias
Antifascistas y se formó el ministerio de coalición de Tarradellas,
en Cataluña, a fines de septiembre. Un mes después los anarquistas
entraban igualmente en el gobierno central. A partir de la formación
de esos gobiernos de coalición, la situación evolucionó
en la España "gubernamental" hacia el debilitamiento del poder de
los Comités y el reforzamiento del poder central burgués.
Las razones de esta evolución reaccionaria residen íntegramente
en la política de los partidos obreros.
La consigna central del partido comunista español y de su filial
catalana era: "¡Todo el poder al gobierno!". A esto, los comunistas
añadían "¡Más pan y menos comités!".
Los estalinistas hacían responsables a los comités,
es decir, a la revolución, de todas las dificultades administrativas,
de la falta de organización y del desorden del abastecimiento. Sin
embargo, la supresión de los comités por el partido de Comorera
no hizo sino aumentar las dificultades. Los Comités fueron destruidos,
pero el pan se hizo más escaso. En su campaña por la destrucción
de los Comités de Defensa, de las Patrullas de Control, de los Consejos
de Marinos, los comunistas fueron apoyados firmemente por los elementos
burgueses y nacionalistas. En este trabajo contrarrevolucionario les apoyaban,
en Cataluña, la "Esquerra Catalana", el partido democrático
burgués, y el "Estat Catalá", partido catalán nacionalista
y separatista. En cuanto a los anarquistas, iban a la cola del bloque estalinista-burgués. Si la dirección de la CNT aparentaba
resistirse, era por la presión de la base, es decir, de los
obreros anarquistas que querían conservar las conquistas de la revolución.
En Cataluña, la revolución ha ido más lejos desde
el punto de vista social que en el resto de España. No tiene nada
de sorprendente que el conflicto entre los dos poderes haya tomado allí
formas más agudas.
Los decretos de la Generalitat de Cataluña sólo eran
ejecutados si las organizaciones obreras y, en primer lugar, la CNT, lo
querían. Por ejemplo, después de 1936 las milicias habían
sido militarizadas y había sido formado el "Ejército Popular"
por decreto de la Generalitat. Jurídicamente, ambos dependían
solamente del Consejo de Defensa y del Estado Mayor del gobierno central.
Pero, de hecho, las milicias dependían de los organismos dirigentes
de los partidos y sindicatos. Ocurría lo mismo en el terreno del
orden público.
La dualidad de poder, fenómeno general al inicio de cada revolución,
no puede ser más que un periodo transitorio. Uno de los dos poderes
antagónicos debe desaparecer. Con mayor razón, la dualidad
de poderes no podía subsistir en el período de guerra civil
contra el fascismo. La centralización del poder era ineluctable
y necesaria. Según nosotros, bolcheviques-leninistas, debía
realizarse sobre la base de los comités obreros generalizados, democratizados
y coordinados. Según los estalinistas y los republicanos, sobre la
reconstitución de la república burguesa.
Ciertos anarquistas se imaginaban, es cierto, que la competencia entre
estos dos poderes puede prolongarse indefinidamente. ¿No es esto
anarquía? La dualidad de poderes, en efecto, tiene de común
con la anarquía, en el sentido vulgar de la palabra, que el conflicto
de competencias entre los poderes no permite la formación de un
poder centralizado. Pero esta "anarquía", o mejor, este desequilibrio
de la sociedad culmina siempre, en el curso de las revoluciones, en un
enfrentamiento entre los poderes rivales. Después de este enfrentamiento,
siempre sangriento, un poder se impone al otro y elimina a su rival. Tal
fue el sentido de los acontecimientos del 3 al 6 de mayo en Barcelona.
La ocupación de la Central Telefónica por los guardias
de asalto sólo fue un pretexto por parte de la coalición estalinista-burguesa para desarmar al proletariado. A consecuencia de la
desidia del POUM y sobre todo de la dirección de la CNT y de la
FAI, y de sus abandonos y capitulaciones sucesivas, los estalinistas y burgueses
republicanos, que, en los primeros meses, no osaban enseñar la nariz,
se sintieron a primeros de mayo de 1937 suficientemente fuertes para intentar
su golpe de fuerza contra la revolución y sus organismos.
La Central Telefónica, como otras instituciones de utilidad
pública, estaba gestionada desde julio por los comités obreros,
con representación de las dos centrales sindicales, UGT y CNT. La
CNT predominaba en Cataluña. La ocupación de la Central Telefónica
por los guardias de asalto fue ejecutada tras un complot urdido por los estalinistas
y republicanos, sin que el gobierno catalán, la Generalitat,
fuera puesta al corriente. Los ministros anarquistas ignoraban la decisión
de ocupación de la Central Telefónica.
Los obreros cenetistas de Barcelona reaccionaron espontáneamente
construyendo barricadas. Comprendían que querían desarmarlos
y arrebatarles sus conquistas del 19 de julio. El POUM se unió al
movimiento. No obstante, su dirección esperaba las decisiones del
Comité Regional de la CNT. El movimiento llegó a ser muy
poderoso. Los obreros revolucionarios de la CNT dominaban la ciudad. La
CNT tenía en sus manos todos los triunfos: el apoyo de la mayoría
del proletariado, las armas en cantidad suficiente, los transportes, lo
que le permitía impedir la llegada de tropas de Valencia. La provincia
catalana seguía el desarrollo de los acontecimientos. La base de
la CNT sólo esperaba la orden del centro para pasar al ataque.
Del otro lado de la barricada, en Barcelona, estaban la policía
y los estalinistas; pero la policía, en numerosos lugares, no se
decidía a intervenir, vista su inferioridad, y se declaraba neutral.
En cuanto a los estalinistas, si bien se sentían suficientemente
fuertes para asesinar a militantes revolucionarios aislados como Berneri, Barbieri y otros, tampoco osaban pasar al ataque. Esperaban ayuda
de Valencia.
La dirección de la CNT, por la situación, estaba llamada
a jugar el papel de centro dirigente de la insurrección proletaria,
pero jugó el papel de agente del enemigo. Traicionó al movimiento
exhortando a los obreros a no atacar, después a abandonar las barricadas,
y, de esta manera, entregó al proletariado de Barcelona a la reacción
estalinista-burguesa.
"¡Pero no podíamos entablar la batalla a fondo ya que
esto habría exigido la retirada de nuestras milicias del frente
y, en consecuencia, habría favorecido a Franco!" argumentaban los
anarco-ministros. Lo curioso es que este argumento no existiera para el
ala derecha del Frente Popular, es decir, los estalinistas y los burgueses.
A estos últimos, no les inquietaba enviar a Barcelona las tropas
que el frente necesitaba.
Pero la CNT, para dominar la situación en Barcelona, en Cataluña,
y en Aragón, no tenía ninguna necesidad de retirar del frente
a las milicias cenetistas. En la retaguardia disponía de fuerzas
suficientes. Los dirigentes cenetistas evocaban peligros imaginarios con
el fin de justificar traiciones. Por el contrario, la liquidación
del poder burgués, es decir, de la Generalitat, y el paso del poder
a manos de los Comités de Defensa, creados espontáneamente
en el curso de la lucha, habría sido un golpe terrible contra Franco.
La revolución proletaria triunfante en Cataluña habría
cambiado por completo la situación en toda España. Habría
impulsado a los obreros de Madrid y de Valencia, que habrían seguido
el ejemplo de Barcelona, habría centuplicado la energía
y la combatividad del proletariado, habría tenido repercusiones
en la retaguardia franquista, que se habría levantado, habría
tenido repercusiones incluso fuera de las fronteras de España.
García Oliver y Federica Montseny[1]
optaron por la otra vía. Siguieron a la burguesía y a los estalinistas. No obtuvieron su recompensa: tres semanas después fueron
despedidos. El negro ha hecho su trabajo, el negro puede marcharse. El
gobierno de Largo Caballero fue reemplazado por el "Gobierno de la Victoria",
el del doctor Negrín. Los obreros cenetistas fueron desarmados.
Las patrullas de control, disueltas. Las conquistas económicas del
proletariado fueron progresivamente eliminadas.
El aplastamiento de los obreros revolucionarios de Barcelona abrió
la puerta a la reacción estalinista-burguesa y, en consecuencia,
a Franco.
[1] García Oliver y Federica Montseny eran los dos ministros de la CNT en el Gobierno de la república presidido por Largo Caballero