XIII. - EL
ABASTECIMIENTO
-Has dicho que los obreros tenían que traficar e incluso robar
para alimentar a sus hijos. ¿Querrías decirnos algo sobre
el problema del aprovisionamiento y sobre la forma en que fue resuelto
por el gobierno republicano? La prensa dijo de pronto que reinaba el hambre
en Cataluña. Ese problema tenía su importancia. Olvidas que
hacía falta comer
-¡Oh! No lo olvido. Desde hace ocho días no dejo de pensar
en eso y a veces intento incluso comprender la política de no intervención
cuando veo el pan blanco y la buena cocina francesa.
El problema del aprovisionamiento es uno de los problemas centrales
en la guerra y también en la guerra civil: es necesario comer para
vivir, pero sobre todo para mantener una trinchera y para trabajar. Un
tornero, un ajustador pero sobre todo un herrero, un fundidor o un peón
no pueden alimentarse con discursos bonitos. No pueden producir si sólo
tienen en el estómago nabos y avellanas. He visto eso de cerca.
No había en Cataluña ni en Barcelona hambre en el verdadero
sentido de la palabra, como por ejemplo en Rusia en 1920. Pero había
una subalimentación notable. Se comía cada vez menos. Progresivamente
desaparecían la carne, el aceite, las patatas y por último
incluso las legumbres iba desapareciendo. Las comíamos, pero en
cantidades cada vez más pequeñas y sin aceite. En cuanto
al pan, la ración era de 150 gramos por día y habitante.
El peso medio de un barcelonés adulto ha disminuido cerca
de 20 kilos.
Pero no el de todos los barceloneses. Para conocer bien la política
de aprovisionamiento del Frente Popular, sería interesante, e incluso
muy instructivo, comparar, por un lado, la baja del peso medio de
un especulador, un burócrata, de la gente de buena posición,
de un policía, e incluso de un carabinero, y por otro la de un obrero
de una fábrica, incluso de las fábricas de guerra. No se
ha hecho una estadística semejante, pero el que ha vivido en Barcelona
en el año 1938 no me desmentirá cuando diga que si la categoría
A, es decir los burócratas, los burgueses reconstituidos, los especuladores,
los policías, los guardias de asalto, y, general, todos aquellos
que formaban parte de las fuerzas represivas del Estado, engordaban a veces,
mantenían su peso o, en el peor de los casos, perdían algunos
kilos de grasa inútil, por el contrario, la categoría B,
es decir los obreros de Barcelona, han perdido un promedio de 20 kilos
de su peso.
En mi fábrica un obrero murió como consecuencia de la
subalimentación que debilitó su organismo y le hizo incapaz
de "resistir".
La política alimenticia del Frente Popular estaba en contradicción
con el famoso precepto evangélico: "El que no trabaje, que no coma".
Eran precisamente los que menos trabajaban los que más comían.
¿Os dais cuenta del efecto que esto producía sobre la moral
de la retaguardia, os dais cuenta de hasta qué punto desmoralizaba
esto a los obreros? El problema de la alimentación, sólo
se hablaba de esto en Barcelona.
No sólo las amas de casa, sino todos, incluso los hombres más
inclinados a la filosofía... Todos se preocupaban de tener todavía
una ración suplementaria de arroz, de judías, un trozo de
pan. Los obreros iban cada domingo, y a veces incluso en el transcurso
de la semana, al campo a buscar víveres. En las fábricas
había comisiones especiales "de abastos", encargadas de comprar
víveres. A los tres días de viaje, volvían; últimamente
con calabazas y avellanas, y a veces con las manos vacías.
Ciertamente, hacia 1938 los alimentos ya no abundaban en Cataluña
pues los campesinos abandonaban, por razones cuyo estudio sería
muy interesante pero que yo dejo de lado, muchas tierras sin cultivar,
y también porque las cantidades que llegaban de víveres del
extranjero eran insuficientes.
Pero lo principal es que los productos alimenticios los que disponían
Cataluña y España estaban repartidos la misma forma que en
cualquier país burgués. Sólo que aquí era más
indignante porque ocurría en plena guerra antifascista.
El obrero español no necesitaba lecciones de entrega y sacrificio.
Ha demostrado que sabía sacrificarse hasta el fin, pero se han burlado
de él a cada instante. El racionamiento, incluso el oficial, era
organizado contra los intereses del proletariado y, en consecuencia, de
la guerra.
Lejos de mí la idea de idealizar todo lo que se hacía
en la Rusia revolucionaria, incluso en el periodo leninista de l917-1923.
Me permito, a pesar de todo, señalar la diferencia fundamental que
existía también respecto a esto en la Rusia bolchevique y
la España del Frente Popular.
En Rusia, por ejemplo, se establecieron en 1918 las cartillas de pan.
Se dividió a la población en cuatro categorías: la
primera categoría eran los peones, después venían
los obreros de la industria ligera, después las profesiones liberales
y al final los burgueses.
En España, según las leyes de la democracia formal, la
ración era igual para todos. Si los obreros de las fábricas
de guerra recibían una ración más de pan y a veces
de legumbres, no era nada si lo comparamos con las raciones del subsecretariado
por ejemplo o de los guardias de asalto. En cuanto a los especuladores,
no se desenvolvían mal.
Un ejemplo vivo para ilustrar esto.
El fundidor mencionado antes, que trabajaba en nuestra fábrica
y fue despedido por robar un pequeño bote de aceite, no quedó
mal situado por eso. Comenzó a hacer viajes al campo para reunir
víveres y venderlos después. Desde entonces comió
mejor que cuando ejercía el duro oficio de fundidor.
Semejante ejemplo no predispone a los obreros a trabajar.
Para resumir el problema del aprovisionamiento, podemos constatar -concluye
Casanova- que los contornos de clase, o mejor las divisiones de clase,
dentro del Frente Popular, sobresalían en ese terreno como sobresalían
durante los días del trágico éxodo cuando unos huían
en bonitos automóviles, mientras que los demás se veían
obligados a ir a pie.