Dénes Martos - Los Deicidas
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El juicio

 

1)- El momento

Puede parecer extraño, pero de Jesús no solamente no sabemos con precisión cuando nació; tampoco sabemos a ciencia cierta cuando murió. El único dato confiable al respecto es que el hecho debió haber ocurrido en algún momento durante los 10 años que van del 26 al 36 DC porque este es el período en el cual Poncio Pilato gobernó la región siendo que este es prácticamente el único dato de referencia que tenemos aceptablemente bien documentado y en el cual coinciden tanto los cuatro Evangelios como Tácito y otros autores. [[1]]

Si uno repasa la vasta literatura que existe al respecto, verá que a lo largo de 20 siglos casi cada uno de estos 10 años ha encontrado algún partidario. No obstante, la investigación ha ido estrechando las posibilidades y hoy, gracias a trabajos como por ejemplo el de Humphreys y Waddington, si bien seguimos sin una certeza absoluta, al menos tenemos una hipótesis por demás razonable. [[2]]

Los datos bíblicos

Para interpretar los datos bíblicos correctamente es necesario tener en claro algunos detalles importantes.

Pascua de Resurrección

En primer lugar, el día hebreo no se cuenta de medianoche a medianoche como lo hacemos nosotros sino de atardecer a atardecer; en otras palabras: la puesta del sol marca el fin de un día y el comienzo de uno nuevo. 

En segundo lugar, el calendario utilizado por la población de la región en aquella época no era un calendario solar como el nuestro. Pero tampoco era el hebreo actual – algo que ha llevado al error a algunos autores – ya que las normas de este calendario se establecieron varios siglos despues del siglo I DC. Lo más probable es que se utilizara una variante del calendario soli-lunar babilónico que emplearon los persas y los partos por la misma época y que conocemos bastante bien gracias a los aportes de la arqueología.

En tercer lugar, sabemos que los hechos ocurrieron en Pascua. Por suerte esta fecha está bien especificada: el sacrificio de los corderos tenía lugar entre las 15 y las 17 horas del día 14 del mes de Nisan. La comida pascual – es decir: la Pascua propiamente dicha – tenía lugar al anochecer, es decir: al comienzo del 15 de Nisan según la manera de contar los días que acabamos de señalar más arriba. [[3]]  Ahora bien, este mes de Nisan proviene, con casi total seguridad, del mes Nisanu babilonio que empezaba con la primer Luna Nueva posterior al equinoccio de primavera en el hemisferio Norte.

En cuarto lugar tenemos el día de la semana. Aquí hay una cuestión que gira alrededor del día en que tuvo lugar la Última Cena según el relato evangélico. Hay una inconsistencia aparente entre los tres sinópticos – Marcos, Mateo, Lucas – y Juan. [[4]] Sin embargo, también hay un detalle significativo: ninguno de los Evangelios menciona la comida del cordero pascual. Esto ha inducido a la mayoría de los estudiosos del tema a concluir que la Última Cena tuvo lugar, en realidad, la noche anterior, con lo cual los cuatro coincidirían en apuntar al 14 de Nisan como el día de la crucifixión. No obstante, tenemos un problema. La mayoría de los estudiosos está de acuerdo en que la crucifixión tuvo lugar un día Viernes, con lo que el 15 de Nisan habría sido un Sábado. Pero también hay una interpretación que coloca el 15 de Nisan en Viernes con lo cual la crucifixión habría tenido lugar un Jueves.

La reconstrucción

El problema se resuelve reconstruyendo el calendario, de acuerdo a los datos que tenemos, buscando un año entre el 26 y el 36 DC en el cual el 14 de Nisan haya caído en Jueves o Viernes.

No voy a rehacer ahora aquí para ustedes todo el cálculo porque me temo que sería odiosamente aburrido. Si desean intentarlo, por suerte hay software abundante para modelar los datos y como guía puede servirles la bibliografía que se menciona en las notas y al final de esta exposición. Baste con decir aquí que, haciendo la matemática del caso y considerando varios factores – como, por ejemplo, la posibilidad de algún mes intercalado – aparecen las siguientes fechas tentativamente posibles:

 

Jueves 10 Abril 27 DC

Viernes 11 Abril 27 DC

Viernes 7 Abril 30 DC

Viernes 3 Abril 33 DC

Jueves 22 Abril  34 DC

 

Algunas de estas fechas las podemos descartar de entrada.

El 27 AC es demasiado pronto por varias razones. En esa fecha Pilato habría estado apenas hacía un año en su cargo, lo cual es muy poco probable. Además, según Lucas (3:1) Juan el Bautista comenzó sus actividades en el 15° año del gobierno de Tiberio. Esto, dependiendo del calendario que tomemos para hacer el cálculo, nos daría un lapso comprendido entre los años 28 y 30 DC. Sabiendo que la prédica de Juan el Bautista es anterior a la de Jesús, el año 27 DC debería quedar, pues, descartado.

Isaac Newton

El 22 de Abril del 34 DC es demasiado tarde, aunque nada menos que Isaac Newton fue partidario de esta fecha. La gran mayoría de los investigadores está de acuerdo en que el 34 DC fue el año de la conversión de San Pedro; un hecho necesariamente posterior a la crucifixión. Por otra parte, en dicho año el 14 de Nisan cayó en Jueves, en contra de la opinión mayoritaria que defiende el Viernes. Y por último, el 34 DC se puede considerar solamente en la hipótesis de que ese año se hubiera intercalado un mes adicional [ [5] ], por lo que la probabilidad de acierto se vuelve bastante baja.

En cuanto a las dos fechas remanentes, las opiniones están divididas. Sin embargo, Humphreys y Waddington marcan un hecho poco tenido en cuenta.

La “luna en sangre”

Es cierto que el hecho en cuestión es poco explícito. Aparece en dos fuentes: en una referencia algo indirecta de San Pedro al profeta Joel [[6]] y en una de las supuestas cartas de Pilato al César [[7]]. Probablemente, no merecería ser mencionado si no fuese porque se ajusta sorprendentemente bien a la fecha del 33 DC.

Ambas fuentes hablan de una luna de color rojo. Es una “luna en sangre” según San Pedro o una luna que apareció “como si estuviese teñida en sangre”, según el apócrifo. Lo notable es que resulta astronómicamente demostrable que precisamente el 3 de Abril del 33 DC se produjo un eclipse de luna que pudo muy bien aparecer de color rojo, dadas ciertas condiciones atmosféricas – las que, por otra parte, se condicen muy bien con el oscurecimiento del sol relatado por los tres sinópticos [[8]].  Dicho sea de paso: no pudo haber ocurrido un eclipse de sol como a veces se desprende de ciertas traducciones de Lucas 23:44-45 porque un eclipse solar es imposible en Luna Llena. La concurrencia de los dos fenómenos – oscurecimiento y eclipse – pudo muy bien haber producido cierta confusión haciéndole creer a algunos que se trató de un eclipse de sol cuando, en realidad, lo que sucedió fue el oscurecimiento del sol por un lado y un eclipse de luna por el otro.

Lo concreto es que los cálculos astronómicos indican un eclipse de luna. Según Humphreys y Waddington: “Los cálculos demuestran que este eclipse fué visible desde Jerusalem a la salida de la Luna. (Todos los tiempos utilizados son tiempos locales de Jerusalem medidos por un reloj de Sol, y el error probable en los tiempos calculados es de ± 5 min.). El principio del eclipse a las 3.40 p.m. no fué visible desde Jerusalem, al estar la Luna por debajo del horizonte. En su máximo cerca de las 5.15 p.m, con el 60% de la Luna eclipsada ésta estaba todavía por debajo del horizonte. La Luna salió por encima del horizonte de Jerusalem sobre las 6.20 p.m. (el inicio del Sabat judío y también el inicio de la Pascua en AD 33) con el 20% aproximadamente del disco eclipsado y el eclipse finalizó unos 30 minutos más tarde, sobre las 6.50 p.m.


“Luna en sangre” – Eclipse lunar según D.Davis en “Sky Telescope” N° 64, pág. 391 (1981).

Y las mismas condiciones atmosféricas que produjeron el oscurecimiento del sol hacen harto probable que el eclipse apareciese teñido de rojo ya que el color de los eclipses depende fuertemente de estas condiciones. Por otro lado, eclipses lunares de color rojo no han sido para nada tan infrecuentes como podría creerse [ [9] ].  En la antigüedad, sabemos por lo menos de los eclipses de los años 304, 331 y 462 DC en los que se observó el fenómeno. En épocas contemporáneas no sólo se lo ha observado sino, incluso, fotografiado.

Va de suyo que en estas cuestiones nunca tendremos una certeza absoluta. En realidad y si vamos al caso, tampoco es tan importante lograr una precisión exagerada. Nuestro relato no cambiará en lo esencial si, en lugar de aceptar el año 33 DC, nos inclináramos por la opinión de Isaac Newton para tomar el 34 DC. Pero, honestamente, pienso que por todo lo arriba apuntado, el 3 de Abril del año 33 DC es una fecha bastante sólida que nos permite situar los acontecimientos en un marco confiable.

Para terminar con las palabras de Eduardo Vila-Echagüe: “En consecuencia, Jesús de Nazareth habría sido crucificado el viernes 14 de Nisan del año 19 de Tiberio César. Según Poncio Pilato, quien ya usaba el nuevo calendario instaurado por Julio César, la fecha fue el tercer día antes de las nonas de abril, siendo cónsules Lucio Livio Ocella y Lucio Cornelio Sila. Para un astrónomo de aquella época, la muerte ocurrió el 22 de Pharmouthi del año 780 de la era de Nabonassar, de acuerdo con el calendario egipcio usado hasta los tiempos de Copérnico. Un astrónomo de hoy diría que sucedió en el día juliano 1.733.204, mientras que para el común de los mortales, finalmente, la fecha de la crucifixión fue el 3 de abril del año 33, a las 3 de la tarde, hora de Jerusalem”.

 

4)- Las leyes

La legislación hebrea.

Si hay algo minuciosamente establecido, reglamentado y catalogado en la cultura hebrea – incluso de un modo detalladamente casuístico – ese algo es su legislación.

Si abren el Antiguo Testamento en Deuteronomio 16: 18-20 encontrarán allí los conceptos básicos de Moisés en cuanto a la estructura y esencia del aparato jurídico. Vale la pena recordarlos como marco de referencia: “Jueces y oficiales pondrás en todas tus ciudades que Jehová tu Dios te dará en tus tribus, los cuales juzgarán al pueblo con justo juicio. No tuerzas el derecho; no hagas acepción de personas, ni tomes soborno; porque el soborno ciega los ojos de los sabios, y pervierte las palabras de los justos. La justicia, la justicia seguirás, para que vivas y heredes la tierra que Jehová tu Dios te da..” Noten, por favor, que la reiteración de la palabra “justicia” en la última oración no deja de tener su significado.

A los efectos de lograr una implementación práctica de este mandato, todas las comunidades relevantes de la sociedad hebrea tuvieron consejos locales y un templo o sinagoga. Los consejos, compuestos por 23 hombres – en número impar para que siempre hubiese una mayoría en el caso de opiniones divididas y elegidos de entre los ancianos y los notables de la comunidad – oficiaban de jueces y jurados en todos los casos civiles y penales. El consejo terminó siendo denominado con la palabra “Sanhedrin”. La palabra es la trasliteración hebrea de un término griego (synedrin) que significa “asientos contiguos”, vale decir: “sentarse juntos”.

El Gran Sanhedrin reunido el 9 de Febrero de 1807 en Francia por iniciativa de Napoleón.

Por sobre los Sanhedrines locales y actuando de Corte Suprema se ubicó el Gran Sanhedrín residente en Jerusalem. La composición de este cuerpo es compleja: 24 sacerdotes, 24 ancianos, 23 escribas; 71 personas en total, incluyendo al Sumo Sacerdote que los presidía.

El código procesal que regía las actividades de estos tribunales es sorprendentemente estricto y – por poco que se lo mire – sorprendentemente sabio también si uno tiene en cuenta, como tiene que tener, que se trata de disposiciones de hace más de dos milenios.

Por de pronto, no podían celebrarse juicios secretos. El procedimiento debía ser público, a la vista de todo el mundo, por lo cual estaba expresamente estipulado que debía celebrarse de día.

Los miembros del tribunal no podían acusar a nadie. La acusación estaba exclusivamente a cargo de testigos y un solo testigo no bastaba. Nadie podía ser condenado a menos que se probara su culpabilidad con la evidencia presentada por más de un testigo; como mínimo dos, o tres.[[10]] Además, debía haber alguien en el tribunal que hablara a favor del acusado. A tal punto esta regla era estricta que, si se producía un fallo condenatorio por voto unánime, el acusado era declarado inocente. Por más extraño que parezca, la lógiga detrás de esta disposición es muy sabia: si nadie habla a favor de un acusado, existe la fundada sospecha de que todo el juicio no es más que una conspiración para condenarlo.

Ante el Sanhedrín, un testigo no podía venir con vaguedades. Estaba obligado a ser muy preciso en cuanto a la identidad del acusado, y, además, en cuanto al mes, el día, la hora y las circunstancias del hecho. Por otra parte, los testigos también tenían que tener mucho cuidado con sus intenciones. Un testigo falso, en caso de ser descubierto, recibía la misma pena que hubiera recibido el acusado en el caso de haber sido hallado culpable. [ [11]]

Y más le valía al testigo ser cuidadoso en sus dichos porque las penas no eran precisamente leves. Los 36 crímenes más importantes –como por ejemplo el adulterio, la blasfemia, la idolatría, el homicidio, etc. – se castigaban con la lapidación, la hoguera, la decapitación por la espada o la asfixia por estrangulamiento. Para los 207 crímenes subsiguientes existía la flagelación, con un máximo de 39 azotes. Y no se crea que estos castigos son el producto de una jurisprudencia tardía. En lo esencial figuran en el propio Antiguo Testamento. Por ejemplo, la pena de lapidación, mediante la cual el reo luego de ser juzgado era entregado al pueblo que lo mataba a pedradas en las afueras de la ciudad, puede verse en Deuteronomio 22:24 dónde esta forma de ejecución se establece para casos de adulterio. También se aplicó para castigar a la blasfemia, como lo demuestra el caso de Nabot en Reyes 21:8-14.

Lapidación

Digámoslo otra vez: los testigos tenían que tener mucho cuidado en lo que afirmaban. Porque sucede que, por ejemplo en el caso de la lapidación, estaban obligados a tirar la primera piedra. De un modo general, estaba establecido que debían participar de una sentencia de muerte al menos de un modo inicial: “La mano de los testigos caerá primero sobre él para matarlo, y después la mano de todo el pueblo...” [ [12] ] Y la lógica detrás de esto es demoledora: en el caso de que se descubriese después que el ejecutado había sido inocente, el testigo perjuro no solamente debía responder por falso testimonio sino, además, por homicidio. En todo caso, la Ley de Moisés no permitía encargarle cómodamente todo el macabro trabajo a un verdugo.

Y esto es algo que vale la pena tener en cuenta para comprender el papel desempeñado por Poncio Pilato en el caso de Jesús.

Además, la disposición también explica por qué, por ejemplo, no estaban admitidas las mujeres y los niños como testigos: no hubieran tenido la fuerza física suficiente o la determinación necesaria como para iniciar el castigo. Pero tampoco podían ser testigos los esclavos – porque podrían actuar por resentimiento – ni las personas de conocido mal carácter – porque podrían estar impulsadas por su temperamento violento – ni persona alguna que no estuviese en plena posesión de sus facultades físicas y mentales.

En un proceso típico, los oficiales de la justicia traían al reo ante el tribunal reunido en pleno. Dentro del tribunal, aparte de los miembros del Sanhedrín, se ubicaban también auditores que constantemente verificaban los procedimientos. Se leían los documentos relativos al caso y se llamaba a los testigos para que hiciesen su declaración. Cada uno de ellos era severamente exhortado por la máxima autoridad del tribunal a decir la pura verdad con una fórmula que concluía con las siguientes palabras: “Si causas la condena de una persona injustamente acusada, su sangre y la sangre de toda su posteridad, de quienes habrás deprivado la tierra, caerá sobre ti; Dios exigirá de ti una rendición de cuentas tal como la exigió de Caín por la sangre de Abel. ¡Habla! ” [ [13]]

Esta fórmula explica, dicho sea de paso, un pasaje del Nuevo Testamento que, de otro modo, no se comprendería en su justo contexto. Después que Pilato se lava las manos delante del pueblo y dice: “Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros” la masa que hasta hacía poco vociferaba “¡Crucifícale! ¡Crucifícale!”, le responde: “Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos.” [ [14]] Esa respuesta no es caprichosa. Es la repetición, casi literal, de la fórmula con la que la Ley obligaba a los testigos.

Otro detalle significativo de la Ley hebrea es que un acusado no podía declarar contra si mismo ni ser hallado culpable sobre la sola base de su propia confesión. Si una persona se declaraba culpable de un delito, la confesión debía ser ignorada a menos que fuese corroborada por lo menos por dos testigos. Y esto también es una disposición muy sabia aunque sorprenda y vaya en contra de nuestro aceptado axioma de “a confesión de parte relevo de prueba”. Porque con este procedimiento se evita que una persona tome sobre si el crimen de otra, como podría suceder, por ejemplo, con una madre que se autoacusa para salvar a su hijo o con cualquiera que esté dispuesto a inmolarse por un ser muy querido.

No obstante, el acusado – si no nombraba a alguien para su defensa y quería probar personalmente su inocencia – debía ser obligatoriamente escuchado. Y, de todas maneras, alguien debía siempre hablar a favor del reo.

Una vez finalizadas las presentaciones y las discusiones, uno de los jueces debía recapitular y resumir todo el caso y luego se procedía a votar. En este momento el público debía abandonar la sala. Dos escribas tomaban nota; el uno de los votos condenatorios y el otro de los absolutorios. Si una mayoría simple votaba por la absolución, al acusado lo liberaban inmediatamente, pero, en todo caso, hacían falta más votos para condenar que para acusar: por ejemplo, en los Sanhedrines locales de 23 miembros, en el caso de delitos mayores once votos eran suficientes para absolver pero se requerían trece para condenar.

Por otra parte, el procedimiento de emitir los votos también estaba cuidadosamente establecido. En los juicios comunes votaban primero los jueces más ancianos y luego los más jovenes. Pero en los juicios con ofensas capitales que podían terminar en una sentencia de muerte se invertía el orden para que los jueces jóvenes no se viesen influidos en sus decisiones por la mayor experiencia de los más viejos.

Si la sentencia era condenatoria, las penas graves no podían ser aplicadas inmediatamente después de la votación. Por ejemplo, en el caso de un delito penado con la muerte estaba estipulado que el reo sólo podía ser ejecutado al tercer día, contando como primero el día del juicio mismo. En otras palabras: si resultaba juzgado un día determinado, quedaba todo el día siguiente para considerar la sentencia y recién al otro día se volvía a reunir el tribunal que aún tenía que confirmar el veredicto y recién después se podía proceder a la ejecución. Durante el día intermedio, los jueces no podían dedicarse a nada que no estuviese relacionado con el caso. Debían abstenerse de consumir cualquier bebiba alcohólica y tenían que guardar ayuno a fin de no ingerir nada que obnubilase su mente o limitase su capacidad de raciocinio. Dicho sea de paso: este es uno de los motivos por los cuales un juicio no podía tener lugar en un día de fiesta ya que los jueces habrían estado ayunando en un día festivo, lo cual también era contrario a la Ley.

El tercer día, por la mañana, los jueces volvían a sesionar y votaban otra vez. Y aquí viene algo muy curioso: aquellos que en la primera sesión habían condenado podían ahora cambiar su voto por la absolución; pero quienes habían absuelto no podían cambiar su voto por la condena. Si de esta última votación surgía una mayoría por la condena de un delito penado con la muerte, el reo era inmediatamente llevado al lugar de la ejecución. Pero, aún a pesar de esta prontitud, se tomaban medidas realmente notables.

Por de pronto, los jueces no podían levantarse de sus asientos hasta que la sentencia no hubiese sido ejecutada. Una persona, con una bandera en la mano se colocaba a la puerta de la sala. Otro, también provisto de una bandera, acompañaba al reo. Durante el trayecto, si aparecía alguien ante el tribunal con algún testimonio de último momento a favor del acusado, el de la puerta de la sala agitaba su bandera y el acompañante del condenado debía traer de regreso al reo hasta los jueces. Por otra parte, si el propio reo manifestaba recordar argumentos o hechos que no había manifestado antes, lo llevaban de nuevo ante el tribunal hasta cinco veces. Delante de la procesión debía marchar un heraldo anunciando a viva voz el nombre completo del condenado, el crimen específico por el cual había sido sentenciado y el nombre de los testigos en virtud de cuyas declaraciones se había pronunciado la sentencia. La proclama del heraldo debía concluir con la frase “...si hay alguien que posea pruebas a su favor, que se presente rápidamente.” Por último, a cierta distancia del lugar de la ejecución, al condenado se le ofrecía un brebaje que le ayudaba en alguna medida a perder la noción de lo que habría de ocurrirle.

La autonomía del Sanhedrín

Mirémoslo por el lado que se nos ocurra mirarlo: la justicia hebrea no estaba armada con tan sólo un par de normas amontonadas sin criterio. Era un aparato complejo, cuidadosamente diseñado, bastante sofisticado, en el cual se habían incluido numerosas garantías para los acusados. Incluso hoy en día un reo no tendría por qué sentirse preocupado por sus derechos ante un tribunal que funcionase de acuerdo con las reglas procesales vigentes en los tiempos de Jesús.

Lástima que todo ese sistema no funcionó en absoluto justamente en su caso. Pero sobre esto volveremos más adelante.

La cuestión es que algunos tratan de explicar la falla del sistema en el proceso a Jesús por la presencia de los romanos. Pero esos argumentos, por más que se los repita, resultan por demás débiles y mayormente no resisten el análisis. Por un lado el Derecho Romano – que veremos en seguida en forma breve – tampoco era algo improvisado, ni muchísimo menos. Y, por el otro lado, la reiterada afirmación que la autonomía de los Sanhedrines se hallaba coartada porque las autoridades romanas les prohibieron ejecutar sentencias de muerte es una de esas argumentaciones que podríamos llegar a comprar solamente en un cincuenta porciento. Y no mucho más que eso.

En términos generales, la versión más difundida es la de que, en el Imperio Romano, a las autoridades locales no les estaba permitido ejecutar a un reo, siendo que solamente las autoridades imperiales tenían dicho poder.

Sin embargo, si uno repasa los casos históricos concretos, se encuentra con que la realidad formal – que bien pudo haber sido como la indican los estudiosos basándose en normas y disposiciones oficiales – muchas veces no se condice con los hechos. Por un lado, como ya hemos visto, los romanos no se desesperaban precisamente por inmiscuirse en las cuestiones religiosas y civiles locales. Por el otro lado, tampoco puede ser ignorado que Cristo mismo salvó a a la mujer adúltera de ser lapidada con su inmortal frase: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”. [ [15]] De lo que no es muy difícil deducir que existieron lapidaciones aún a pesar de las disposiciones oficiales.

La lapidación de San Esteban
(Pietro da Cortona - ca. 1660)

Mucho menos puede ser pasada por alto la muerte del primer mártir cristiano, el diácono Esteban, quien murió lapidado tras ser acusado por el Sanhedrín de haber pronunciado palabras contra la Ley de Moisés. Y esto sucedió muy poco tiempo después de la muerte de Jesús, hacia el 34 o 35 DC; es decir: todavía bajo el gobierno del mismísimo Poncio Pilato ya que éste gobernó la región hasta el 36 DC. Tanto es así, que San Pablo, antes de su conversión – siendo todavía Saulo de Tarso, discípulo del famoso fariseo Gamaliel [ [16] ] y dedicado a perseguir a los cristianos – participó en esa lapidación aunque sólo de un modo pasivo porque, como a él mismo no le estaba permitido arrojar piedras, se quedó custodiando el manto de los apedreadores mientras observaba la escena. [ [17] ]

Hacia el 44 DC Herodes Antipas I ordenó decapitar por la espada a Santiago el Mayor, el hijo de Zebedeo y hermano de Juan, después de lo cual Pedro, luego de haber estado encarcelado, huyó de Jerusalem [ [18]]. Y, si bien Antipas era rey y por lo tanto tenía cierta autonomía política frente a Roma, unos 22 años más tarde murió Santiago el Menor, por sentencia del Sanhedrín, lapidado según Flavio Josefo; o lo tiraron desde una de las torres del templo según San Hegesipo. En todo caso Flavio Josefo nos cuenta que: “ Anano reunió al Sanhedrín de los jueces e hizo comparecer ante ellos a Santiago, el hermano de Jesús, llamado el Cristo, así como a algunos otros; los acusó de haber violado la ley y los entregó a la lapidación” [ [19]].

Es básicamente cierto que los romanos se reservaron, casi en todas partes, el “jus gladii ”. Los prefectos – y Poncio Pilato era uno de ellos – poseían el derecho a imponer la pena capital en su calidad de funcionarios. Pero entre que lo poseyesen a que insistiesen terminantemente en la absoluta exclusividad de este derecho hay una enorme distancia. Una vida humana no valía tanto en aquellas épocas. Sobre todo, no podía valer demasiado la vida de un galileo que, encima, ni siquiera era ciudadano romano.

De modo y manera que la argumentación en cuanto a que Cristo tuvo que ser crucificado por los romanos porque el Sanhedrín no tenía el poder de hacerlo lapidar resulta un argumento muy discutible. Si en el 34 DC Anás tuvo el poder político suficiente como para ejecutar al diácono Esteban no se ve muy bien por qué en el 33 DC no habría tenido ese mismo poder para ejecutar a Jesús.

Cualquiera que haya actuado en política por más de cinco minutos seguidos sabe que la mayoría de las normas procesales se cumplen sólo cuando conviene cumplirlas.

O cuando no hay más remedio.

La legislación romana.

Aparte de ser juzgado por un tribunal hebreo, Jesús, como todos ustedes saben, también debió comparecer ante Poncio Pilato, es decir: ante la justicia romana.

Y cuando hablamos del Derecho Romano, por favor no olvidemos que estamos hablando de una concepción jurídica que ha terminado sirviendo de modelo y de fundamento para todo Occidente, más allá de las críticas que se le han hecho a la estructura imperial que la implantó por todo el mundo conocido de su época. No en vano el Derecho Romano aún hoy se enseña en todas nuestras universidades y prácticamente no hay abogado o jurisconsulto en el mundo que no lo haya estudiado como materia obligatoria a lo largo de su carrera.

De un modo general, puede decirse que el concepto legal que los magistrados romanos aplicaban se basaba, por un lado, en el derecho mercantil de uso común en el comercio del Imperio; por otro lado, en aquellas normas que más allá de su elemento formal podían ser aplicadas a cualquier persona sin importar si la misma era, o no, un ciudadano romano; y por último en la íntima convicción del magistrado actuante sobre lo que consideraba justo y equitativo en el caso dado. Este era, a grandes rasgos, el jus gentium adoptado por el Imperio, especialmente cuando las autoridades provinciales se encontraron con el problema de tener que juzgar asuntos que involucraban a los peregrini o “extranjeros” que no eran ciudadanos romanos.

Por norma, las cuestiones entre personas que no fuesen ciudadanos romanos pero que eran súbditos del mismo Estado perteneciente al Imperio, resultaban juzgadas según las leyes del Estado en cuestión. El jus gentium se comenzó a aplicar preferentemente a las disputas entre súbditos de diferentes Estados que no tenían la ciudadanía romana o bien a disputas entre ciudadanos romanos y peregrini. Pero la universalización progresiva del jus gentium basada en la idea de que hay normas que pueden ser aplicadas a todas las personas, sin consideración de su ciudadanía, se produjo bastante después de la época de Cristo – hacia el siglo III DC aproximadamente – y responde más a ideas tomadas de la filosofía griega que a la tradición jurídica romana propiamente dicha.

Moneda acuñada hacia el 90 AC conmemorando
la promulgación de la ley que le daba a los ciudadanos romanos acusados de crímenes en las provincias el derecho deapelar ante una corte en Roma. En el anverso se ve la figura de un ciudadano (a la izquierda), un magistrado provincial, y un lictor portando las fasces. Debajo de ello está la palabra "provoco" que significa en este caso ("yo apelo").

Por la época en que Cristo fue juzgado, en el Imperio Romano las cuestiones civiles, penales y administrativas de los ciudadanos romanos eran juzgadas dentro del ámbito del derecho quiritario. Por su parte, a los no-ciudadanos que se econtraban bajo la protección de Roma se les aplicaba el llamado derecho pretoriano y esto siempre y cuando el caso no pudiese ser resuelto aplicando las normas locales del Estado a cuya jurisdicción perteneciese el súbdito. Dicho sea de paso: este es el motivo por el cual Pilato envió a Jesús ante Herodes. Pilato era el prefecto de Judea y ni siquiera residía normalmente en Jerusalem sino en Cesarea. Galilea se hallaba bajo la autoridad de Herodes. Siendo Jesús de Galilea, en realidad y de acuerdo con la legislación romana, la tarea de juzgarlo le hubiera correspondido a Herodes. La situación que se dio fue que, con motivo de las fiestas de Pascua, ambos – tanto Herodes como Pilato – se hallaban en Jerusalem y esa ciudad sí estaba bajo la jurisdicción de Pilato.

Pero sigamos con la justicia romana. De un modo general, el desarrollo de un juicio según las normas procesales vigentes debía seguir una serie de pasos claramente preestablecidos. Por de pronto, tampoco los romanos, al igual que los hebreos, tenían fiscales acusadores de oficio estando la acusación a cargo de los ciudadanos. Con todo, un magistrado – el praetor -  decidía si una determinada acusación era – o no – admisible ante el tribunal.

Normalmente, se efectuaba una vista privada previa para que el principal magistrado interviniente tomara adecuado conocimiento del caso y, cuando había varios acusadores simultáneos, también se decidía quién actuaría por la acusación la cual debía presentar luego los cargos procesales formales.

Presentado el caso de modo formal se procedía a establecer la fecha del juicio y para dicho momento se designaban los jueces escribiendo en tablillas una cantidad de nombres de candidatos, depositando esas tablillas en una urna y extrayendo luego al azar tantas tablillas como cantidad de personas se necesitaran para la constitución de un jurado.

El proceso tenía lugar en el forum, con actuaciones que obligatoriamente debían tener lugar de día, desde el amanecer hasta una hora antes de la puesta del sol. Y por último, la sentencia se pronunciaba por votación secreta de los jueces, utilizándose a tal efecto piedras negras y blancas representando las primeras los votos por la absolución y las segundas los votos por la condena del acusado.

Es muy cierto que en las provincias no siempre ni en todos los casos las disposiciones legales se seguían al pie de la letra pero, de cualquier manera que sea, los magistrados intervinientes tenían expresas instrucciones de respetarlas en el mayor grado posible.

Al menos esa era la teoría.

Porque en la práctica, como se dio en el caso de Cristo, las cosas podían suceder de una manera bastante distinta.

 

5)- Los procesos

Si se analiza desde un punto de vista estrictamente jurídico todo el procedimiento del cual Jesús fue objeto desde su arresto hasta su crucifixión, uno no puede menos que llegar a conclusiones pasmosas. Efectivamente, en su aspecto legal, si se mira el juicio y la condena de Jesús con los ojos de un abogado – aún con los de un abogado romano o judío de aquella época – todo el procedimiento es un verdadero mamarracho procesal. La cuestión es que, incluso analizando el caso dentro del contexto de las normas jurídicas vigentes en aquél momento, la totalidad de la actuación resulta nula y de una nulidad insalvable.

Por de pronto, no hubo un proceso, ni dos. En realidad, a los efectos prácticos hubo seis.

Repasemos un poco los hechos.

Síntesis de lo ocurrido

 

Es bien entrada la noche y Jesús está en Getsemaní. Llega Judas, que había recibido dinero por entregarlo, acompañado por la guardia del templo. Le da un beso al Maestro, luego de lo cual los guardias y los alguaciles del Sanhedrín lo prenden y lo atan. Jesús no ofrece resistencia alguna y hasta impide que Pedro lo defienda.

De allí lo arrastran hasta Anás que lo interroga acerca de sus discípulos y su doctrina. Cuando Jesús le contesta señalándole que todo lo hecho lo hizo en público, por lo que esa pregunta debería hacérsela a quienes lo escucharon y no a él, uno de los alguaciles lo abofetea. Vayan tomando nota: primer interpelación.

Jesus ante Anás

Esa misma noche Anás lo envía a su yerno Caifás [ [20] ] dónde ya estaban reunidos al menos los principales miembros del Sanhedrín [ [21] ]. Allí lo acusan varios testigos, tan falsos que ni siquiera consiguen hacer coincidir sus testimonios [ [22] ]. Por último, viendo que por ese camino no se conseguía avanzar, Caifás le pregunta a Jesús directamente si es el Hijo de Dios. Ante la respuesta afirmativa, los presentes dan por probado el delito de blasfemia. Se pronuncia la condena a muerte y Jesús es escupido, golpeado a puñetazos y abofeteado. Otra interpelación y van dos.

Al otro día por la mañana se vuelve a reunir el Sanhedrín, se confirma el fallo de la noche anterior y se decide enviar a Jesús ante Pilato para que éste ejecute la sentencia. [[23]] Tercer proceso.

Pilato lo interroga preguntándole si es el rey de los judíos. Notemos, de paso, que aquí se cambia la acusación. Ya no es blasfemia sino sedición o insurrección. La acusación por un delito religioso pasa ahora a ser otra por un delito político. Jesús permanece en silencio y no responde. Pilato queda desconcertado. Encuentra inocente a Jesús pero, como no halla la manera de soltarlo sin provocar la ira de sus acusadores, se le ocurre enviárselo a Herodes. [[24]] Otro proceso más y van cuatro.

Herodes, por una parte teme encontrarse ante una reencarnación de Juan el Bautista a quién mandó decapitar en su momento. Por otra parte, siente curiosidad por ese misterioso personaje de quien se dice que ha hecho muchos milagros. Lo interroga y espera que Jesús haga ante él algo extraordinario. Pero el acusado permanece en silencio. No queriendo inmiscuirse en un asunto por demás complicado y probablemente no queriendo tampoco sumar la responsabilidad por la muerte de Jesús a su ya asumida responsabilidad por la de Juan el Bautista, Herodes se limita a menospreciarlo y escarnecerlo para enviarlo de regreso a Pilato. [[25]] Quinto proceso.

Finalmente, Pilato, interroga nuevamente a Jesús y vuelve a encontrarlo inocente pero, ante el chantaje político del cual lo hacen objeto acusándolo de no ser “amigo de César” si suelta al acusado [[26]], se lava las manos ante todos ellos y ordena la ejecución [[27]] . Sexto y último proceso.

  

La nulidad de los juicios

Lo admito: en la síntesis que acabo de hacer faltan unos cuantos hechos. Pero, si nos concentramos en el aspecto legal, creo que está lo más relevante de lo que ocurrió.

Y el análisis de lo ocurrido arroja un resultado poco menos que desastroso. [[28]]

El juicio ante las autoridades del Sanhedrín, teniendo en cuenta las disposiciones de la propia legislación hebrea, está completamente viciado por más de una docena de razones. Veamos:

1.     El arresto de Jesús se produjo de noche.

2.     Es consecuencia de la traición de Judas, una persona que fue sobornada por los propios miembros del tribunal – o como mínimo por los acusadores – con la expresa misión de traicionar al acusado.

3.     Aún suponiendo una culpabilidad positiva por parte de Jesús, su entregador sería, de hecho, un cómplice ya que Judas era uno de los discípulos y había participado de las acciones del acusado.

4.     Las audiencias ante Anás y Caifás también se efectuaron de noche.

5.     Al menos ante Anás la causa fue examinada por un solo juez. En el segundo procedimiento ante Caifás no tenemos ninguna garantía de que la totalidad del Sanhedrín haya estado efectivamente reunida.

6.     El procedimiento no fue público y la defensa no tuvo libertad para ejercer sus descargos en forma apropiada, tal como lo marcaba la Ley.

7.     Los testigos eran falsos y se contradijeron, por lo que no hubo ninguna certeza en lo referente a la acusación.

8.     No hubo una discusión pública, ni un resumen del caso, después de presentados los testimonios.

9.     El acusado estaba no sólo maniatado sino que fue golpeado, escupido e insultado. No tuvo, en absoluto, posibilidad alguna de ejercer su defensa en condiciones dignas y equitativas.

10. No se tomó medida alguna para prever y eventualmente corregir errores de testimonio.

11. Los procesos tuvieron lugar el día anterior a una festividad.

12. Las actuaciones tuvieron lugar todas en un mismo día. Recordemos que el día judío empezaba y terminaba con la puesta del sol y no a medianoche como lo calculamos nosotros. No se respetó el día intermedio de reflexión ni mucho menos el plazo de tres días que marcaba la Ley.

13. La condena se basó exclusivamente en la confesión del propio acusado. No existieron los testigos en el número legalmente exigido que corroboraran positivamente esa autoacusación. Se procedió con el criterio del “a confesión de parte, relevo de pruebas”, algo no admitido por la legislación hebrea.

14. La condena del Sanhedrín fue simultánea y unánime. De acuerdo con la ley hebrea, lo primero fue una violación del procedimiento y lo segundo tendría que haber equivalido a una absolución.

15. No hay ninguna indicación en cuanto a que el procedimiento de votación seguido por los jueces haya sido el que establecía la ley. Tampoco hay indicación alguna de que se haya procedido a un recuento reglamentario de los votos.

16. Varios de los jueces, comenzando por el mismísimo presidente del tribunal, dieron pruebas de una manifiesta enemistad, o al menos animosidad, para con el acusado. Esto ya de por sí hubiera tenido que descalificarlos para dictar sentencia. De hecho, la acusación principal – la de blasfemia – provino del propio presidente del tribunal.

 

En cuanto a los procedimientos ante la autoridad romana, la evaluación jurídica es también cualquier cosa menos satisfactoria. Puedo citar por lo menos ocho razones para afirmar que el procedimiento seguido por Pilato fue absolutamente ilegal y nulo:

 

1.     El juicio según la ley de Roma tendría que haber sido un proceso completamente nuevo y no basado en otro con sentencia preexistente, entre muchos otros motivos también porque los delitos por los cuales Jesús fue acusado eran completamente diferentes. La sentencia previa ante el Sanhedrín se basaba sobre la acusación de blasfemia. El caso presentado ante Pilato era el de sedición, insurrección o, en todo caso, de lesa majestad.

2.     La acusación debió haber sido presentada por testigos claramente identificados y no por un cuerpo colegiado en forma genérica y menos todavía por una masa vociferante que simplemente gritaba “¡Crucifícale!”.

3.     Puesto que había más de un acusador, debió haber tenido lugar una audiencia preliminar para determinar cual de ellos actuaría de fiscal representando a la acusación.

4.     Esta audiencia preliminar tendría que haber sido privada, a puertas cerradas, estando presentes solamente el magistrado interviniente, el acusado y los testigos. Sólo después de esta audiencia se hubiera podido establecer una acusación concreta y en firme para presentarla ante el juez de la causa.

5.     Hecha esta presentación se tendría que haber fijado una fecha para el juicio.

6.     El día fijado, se tendría que haber convocado a las personas en condición de actuar como jurados y se tendría que haber seleccionado entre ellas, mediante un procedimiento determinado por el azar, a quienes formarían efectivamente el jurado.

7.     El juicio tendría que haber tenido lugar en un sitio apropiado, en una corte reglamentariamente constituida, con asientos para los jueces y un entorno adecuado para la legítima defensa del acusado.

8.     La sentencia tendría que haber sido pronunciada mediante el voto anónimo de los jueces, utilizando las piedras blancas y negras dispuestas a tal efecto.

 

¿Se dan cuenta de lo que quiero decir cuando afirmo que los juicios a Jesús, jurídicamente hablando, fueron un completo mamarracho?

En realidad, seamos honestos: a los efectos prácticos no hubo ningún juicio. Solamente se trató de darle un viso de legalidad a una sentencia de muerte decidida de antemano y pronunciada por fuera de toda norma jurídica.

La pura verdad es que a Jesús no lo ejecutaron.

Lo lincharon.

 

6)- Los cabos sueltos

La gran pregunta que surge después de todo esto es ¿por qué?

¿Por qué tanto sanguinario empecinamiento en matar a un hombre? ¿Por qué ese casi frenético apuro en lograr su ejecución? ¿Por qué esa machacona insistencia en que fuesen los romanos los ejecutores? ¿Por qué Pilato no pudo negarse a hacerle el juego al Sanhedrín? ¿Por qué no pudo simplemente decir: “No. Este hombre es inocente. No lo crucifico un comino. Si les gusta bien, y si no, váyanse a a gritar a otro lado” ? ¿Por qué crucificaron a tres y no a Jesús sólo? ¿O es que alguno de ustedes se puede imaginar a un centurión diciéndole a Pilato: “Oiga, jefe, ya que estamos, ¿por qué no crucificamos a esos otros también?”¿Eran realmente ladrones los crucificados junto a Jesús? Barrabás, con casi total seguridad, era bastante más que un vulgar ladrón. ¿Y los otros dos? La crucifixión era la pena más tremenda y severa aplicada por la justicia romana. ¿Castigarían los romanos con la cruz a simples ladrones de gallinas?

¿Barrabás o Jesus?

Ya lo sé: son muchas preguntas. Y las respuestas no pueden ser más que especulaciones. Más o menos fundadas, pero especulaciones al fin. Pero si queremos entender lo que sucedió – o, por lo menos, si queremos tratar de entenderlo – no hay más remedio que hacer las preguntas abiertamente e intentar las respuestas, aunque éstas no sean nunca del todo satisfactorias. Siempre quedarán cuestiones abiertas y zonas grises. De hecho, hace dos mil años que los estudiosos discuten sobre ellas y por cierto que ni siquiera se me ha cruzado por la cabeza la idea de poner aquí un punto final a la discusión.

Pero creo que hay que hacer esas preguntas. Y hacerlas hasta en forma descarada. No es cuestión de ser irreverente – especialmente no en este caso y por motivos más que obvios – pero hay algunas que surgen del simple sentido común y el sentido común con frecuencia parece irreverente; sobre todo cuando cuestiona inverosimilitudes convertidas en dogma por pereza mental o estulticia espiritual. De todos modos, no veo por qué habría uno de tener miedo a hacer preguntas. Lo que sí creo es que quizás terminemos asustándonos un poco de las respuestas.

Porque, después de haber profundizado bastante en esta historia, creo que los cabos sueltos que aquí quedan están tapando en realidad un abismo que muy pocos quisieran ver. Es el abismo que nos conduce hasta las más hondas y sórdidas profundidades del alma humana y que se hacen tanto más insondables cuanto más se las compara con la formidable altura del personaje principal.

Al menos ése es el resultado final de mi interpretación y concedo, desde ya, que precisamente por tratarse de una interpretación, absolutamente nadie tiene la obligación de estar de acuerdo con ella.

El apuro

Uno de los aspectos que más me ha llamado la atención en el juicio de Jesús es la velocidad con la que sucedieron los hechos. Es curioso cómo relativamente pocos han reparado en este detalle. Prácticamente fue una detención con juicios sumarísimos y ejecución inmediata. Y todo a una velocidad que habría sorprendido hasta a los verdugos de la KGB. Piensen ustedes tan sólo en esto: Jesús fue arrestado un día por la noche. Antes de las 6 de la tarde del día siguiente moría en la cruz. En menos de veinticuatro horas su caso había sido juzgado, la sentencia dictada y la ejecución cumplida. Uno no puede menos que preguntarse: ¿Por qué tanto apuro?

El argumento que más se ha esgrimido es que al día siguiente comenzaba la Pascua (además de ser sábado según las versiones más aceptadas) y como durante la festividad quedaban prohibidas las ejecuciones, las alternativas para los del Sanhedrín eran cerrar el caso ese mismo día o esperar por lo menos una semana más hasta el final de la Pascua.

Pero es precisamente esa supuesta explicación la que hace surgir la pregunta: ¿Por qué no pudieron esperar unos días? Es cierto que, para las autoridades de Jerusalem, Jesús había demostrado ser algo escurridizo y difícil de aprehender. Estaba constantemente en movimiento. Contaba con discípulos que lo seguían y simpatizantes que lo protegían y alojaban. Su campo de acción principal estaba en Galilea, es decir: fuera de la jurisdicción específica de Judea y Jerusalem. Está bien, concedámoslo: es posible suponer que no fuese una persona tan fácil de detener y, con eso, alguien podría decir que liquidaron su caso literalmente entre gallos y medianoche por el simple hecho de que lo tenían a mano.

Pero la suposición no se sostiene. Los dirigentes en Jerusalem contaban con un Judas sobornado que bien podía informarles sobre los pasos del Maestro. Y, en todo caso, para una patrulla de soldados, el arresto de todo el grupo congregado alrededor de Jesús hubiera sido un juego de niños. Jesús y sus apóstoles no tenían ninguna capacidad operativa militar. Ni siquiera estaban armados. Y aún cuando alguno de ellos lo estuviese – como en el caso de Pedro al momento de la detención en Getsemaní – su destreza en el manejo de armas no pasaría nunca de lo más básico imaginable. A lo máximo que llegó Pedro con su espada es a cortarle una oreja a Malco. Cualquier legionario romano mínimamente adiestrado, incluso el más novato, le hubiera cortado limpiamente la cabeza.

Sin embargo y aún así, ¿por qué hacer grandes esfuerzos por encontrarlo si ya estaba allí, en Jerusalem, predicando en el Templo durante el día y podía especularse con buen fundamento que seguiría viniendo a Jerusalem de todos modos? Muy posiblemente jamás conseguiré demostrarlo más allá de toda duda razonable, pero estoy convencido de que a Jesús los dirigentes del Sanhedrín lo estaban esperando. Sabían que vendría a Jerusalem para la Pascua. Tenían informantes. Conocían sus costumbres. Le habían seguido los pasos. Si no salieron a buscarlo fue simplemente porque sabían que Jesús vendría a ellos. Y, por consiguiente, ya sabían de antemano que dispondrían de muy poco tiempo para hacer lo que se proponían. Lo que creo, en suma, es que Jesús cayó en una emboscada muy hábil y muy cuidadosamente montada.

Y ¿por qué no se quiso esperar hasta el final de la Pascua?

Miren, cualquiera que haya tenido tan sólo un mínimo de experiencia en procedimientos judiciales sabe que, ante un caso muy dudoso, hay solamente dos estrategias posibles: si uno quiere una condena, hay que apurar el procedimiento; y si uno busca una absolución, lo mejor es estirarlo en el tiempo hasta que los enredos propios del proceso hagan poco menos que imposible una sentencia de culpabilidad. La notoria velocidad con la que se decidió el caso de Jesús revela bastante a las claras que sus acusadores no se sentían demasiado seguros en cuanto a la solidez de sus pruebas y solamente tenían en claro su deseo de eliminarlo lo antes posible y lo más rápidamente posible.

Además, es bastante evidente que se aprovechó el fervor religioso de la ocasión; un elemento adicional que, entre varias otras cosas, también hacía más fácil la movilización de una muchedumbre en contra del acusado. Durante las grandes fiestas la población de Jerusalem aumentaba en forma tremenda. Según Flavio Josefo en dichas ocasiones llegaba a haber hasta 2.700.000 personas en la ciudad, incluyendo los habitantes permanentes. La cifra me parece bastante exagerada pero, de cualquier modo que sea, la cantidad de gente allí reunida debe haber sido impresionante y, en ese ambiente, armar una gran concentración popular no debe haber sido nada difícil para unos dirigentes acostumbrados a manejar multitudes.

"He aquí al Hombre"
(Ecce Homo - AntonioCiseri)

Si vamos al caso, la presencia de Pilato en la ciudad durante las festividades se explica en buena medida también por esto mismo. Resultaría difícil creer que Poncio Pilato hizo turismo de Cesarea a Jerusalem solamente para no perderse el espectáculo de la Pascua judía. El Pesah es la festividad en la que el pueblo hebreo celebra su liberación de la servidumbre en Egipto bajo la conducción de Moisés. Es una fiesta religiosa pero, al mismo tiempo, tiene un claro significado político de liberación nacional. Para el gobernador romano de la provincia de Judea resultaba más que aconsejable estar presente, en la buena compañía de una respetable dotación de soldados imperiales, no fuese cosa que, con todo ese montón de gente reunida, los acontecimientos se saliesen fuera de control y la ceremonia religiosa deviniese en motín político. El señor prefecto sabía perfectamente que no gozaba de muchas simpatías entre el pueblo en general. Y Flavio Josefo habrá podido exagerar un poco con sus números pero, aún con cálculos más conservadores, de seguro había allí congregadas varias decenas de miles de personas básicamente hostiles a Roma representando un riesgo que no era como para descuidar.

La cuestión básica en todo esto es que la totalidad del escenario resulta casi completamente previsible. La Pascua es una fecha establecida. Tenemos el momento. La gran cantidad de gente que concurrirá es previsible. Tenemos la herramienta de presión. Que Pilato no faltará a la cita es previsible. Tenemos al verdugo. Que Jesús vendrá también es previsible, aunque más no sea porque ahí está Judas que lo debe haber informado. La cosa puede fallar. A último momento el galileo puede decidir no aparecerse por la ciudad. Pero es poco probable. Es razonable pensar que también tenemos a la víctima.

El único problema es que hay que encontrar un buen pretexto y, después de eso, argumentando que la Pascua se nos viene encima, hay que actuar rápido.

Lo más rápido posible.

Las arbitrariedades hay que hacerlas rápido. Si se estiran, al final se complican.

El motivo

Con lo cual tendríamos el motivo para el apuro pero nos sigue faltando el motivo para la decisión principal: ¿por qué ese cruel empecinamiento en matarlo a toda costa? ¿Por qué tomarse el trabajo de montar toda esa satánica trampa para matar a alguien que no hacía más que recorrer el país y predicar?

Como en muchos otros casos similares, creo que sería un error tratar de encontrar aquí un motivo. Estas cosas nunca tienen un solo motivo. Aunque, si estuviese forzado a nombrar uno, y uno solo, seguiría la trama de todas las novelas policiales y pensaría en las dos alternativas clásicas del cherchez la femme y el cherchez l’argent [[29]]. Descartaría la primera por motivos obvios y me quedaría con la segunda; bastante seguro de no estar demasiado lejos de la verdad. El dinero siempre, en todas las circunstancias y en todas partes ha sido desgraciadamente un muy buen movilizador de los crímenes más increíbles. Que su influencia funesta llegue hasta el deicidio, para decir la pura verdad, no me extrañaría en lo más mínimo. Pero vayamos por partes y, tanto como para ir de lo más seguro a lo menos seguro, comencemos por lo obvio.

Y lo obvio es que, para la casta de los fariseos, Jesús era un adversario declarado al que, de alguna forma u otra, había que tratar de acallar. Repasen los cuatro Evangelios y fíjense en la cantidad y la severidad de las críticas que Jesús le hace al fariseísmo. Con leer tan sólo lo que Jesús dice en todo el capítulo 23 de Mateo se puede comprender sin dificultad el odio que los fariseos habrán sentido por Jesús y sus enseñanzas.

Sobre todo porque, si se lee con atención, se advierte que la crítica de Jesús es básicamente ad hominem. No se trata de una crítica a la doctrina ni a la religión mosaica sino de una severa censura al comportamiento de esos hombres: “En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos. Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen.” [ [30]]. La censura demoledora es al proverbial “hijo mío, haz lo que yo digo y no lo que yo hago”. Es la admonición a los hipócritas que no ponen sus acciones, ni mucho menos su corazón, allí en dónde ponen sus grandilocuentes palabras y sus aparatosos gestos. Desde este punto de vista, la ejecución de Jesús sigue la misma lógica asesina que la eliminación de Juan el Bautista. Y sobre este punto volveremos más adelante.

Créanme: no hay rencor más vengativo que el rencor de un hipócrita. No hay odio más mortal que el odio de una persona capaz de disfrazar su odio de piedad.

Pero esto, con ser obvio, no es todo y por lejos. Porque tan sólo un poco menos obvio, pero aún así bastante evidente, es que había mucho dinero en juego. Mucho dinero.

Jesus echa a los mercaderes del Templo

El Templo en Jerusalem no era solamente un templo. Cuando Jesús sacó de allí los mercaderes a latigazos y dio vuelta las mesas de dinero [ [31] ] lo que hizo fue amenazar con arruinar un enorme negocio. No solamente se vendían allí los animales destinados a los sacrificios. Esas ventas movían sólo la caja chica. Los animales tenían que ser comprados con moneda local y como muchos judíos concurrían a Jerusalem provenientes de varios otros países, las mesas de dinero del templo oficiaban de casas de cambio con operaciones en divisas que arrojaban muy buenas gananacias. Pero aparte y encima de todo ello, muchas personas, especialmente las más ricas, guardaban su dinero en ese lugar porque era el que más seguridad podía brindar; con lo que, al final de cuentas, el templo terminaba siendo un banco administrado por una parte de la casta sacerdotal. De modo que el Templo de Jerusalem no era solamente un templo. Era un mercado, era una agencia de cambio de divisas y era el Banco Central de toda la comunidad judía.

Ahora, imagínense lo que podrán haber pensado los gerentes que administraban esas operaciones de un galileo que andaba por allí diciendo que es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico llegar al Reino de los Cielos. Convendrán conmigo que un Mesías con ese mensaje no es precisamente alguien que puede caerle simpático a quienes están completamente dedicados a los grandes negocios. Y esto tocaba no sólo a Anás, Caifás y a su grupo de financistas y banqueros sacerdotales. Tocaba también, y muy especialmente, a toda la casta de adinerados saduceos para quienes la convivencia con los romanos representaba una oportunidad de hacer negocios en gran escala y a un nivel que hoy calificaríamos de internacional. Los saduceos, contaban entre los romanos con muy buenos socios y no tenían ningún interés en que las buenas relaciones con Roma desmejoraran. Todo lo contrario. La parte sustancial de su comercio internacional dependía directamente de la posibilidad de cultivar la mejor posible de las relaciones con las autoridades romanas. Para este sector de la sociedad judía un conflicto serio con los romanos significaba la pérdida de oportunidades de negocios con enormes ganancias.

En este sentido, Jesús era por lo menos potencialmente peligroso. En especial, teniendo en cuenta que toda la región estaba prácticamente inundada de pequeños y grandes líderes que propugnaban la rebelión contra Roma. No olvidemos que Jesús no era el único Mesías. Bien es cierto que era el único que proclamaba que su reino no era de este mundo. Pero había varios otros que también se anunciaban como Mesías y en un sentido bastante más material y mundano, tratando de encarnar y de poner bajo su liderazgo las antiguas aspiraciones del pueblo judío en cuanto a un Mesías-Rey que unificase al pueblo hebreo, lo hiciese poderoso y lo liberase de la dominación extranjera. Desde el punto de vista político, toda Palestina era un polvorín dónde más de un caudillo insistía en jugar con fósforos.

Dentro de este contexto, la acusación contra Jesús de haberse proclamado Rey de los Judíos era ciertamente falsa pero no tenía nada de fantasiosa ni de arbitraria. En realidad, era sumamente malévola y muy específica. Equivalía de hecho a acusarlo del delito de insurrección. Implicaba concretamente señalarlo como una persona que representaba un peligro para el poder constituido; alguien que podía solviantar a las masas para derrocar las autoridades vigentes.

No es probable que los saduceos creyesen realmente en que Jesús tenía esas intenciones; ni mucho menos ese Poder político. Pero, con su actitud y sus enseñanzas, sus discípulos podían llegar a contribuir a la promoción o al fomento de la inquietud y la agitación que sacudían a toda la región. Podían contribuir a desestabilizar la ya de por sí bastante inestable situación sociopolítica imperante. Los muy ricos no podían verlo con simpatía. Jesús era alguien al menos incómodo y cuyos seguidores podían volverse peligrosos en cualquier momento.

Y todos sabemos lo que suele ocurrir con las personas que les resultan incómodas o peligrosas a los muy ricos.

Además, todo lo anterior me parece que encuadra bastante bien con un pasaje de Juan [[32]] en dónde el evangelista relata como ya luego de la resurrección de Lázaro los fariseos urdieron el complot para matar a Jesús. Creo que bien vale la pena citar textualmente el fragmento (el resaltado, por supuesto, es mío):

“Entonces los principales sacerdotes y los fariseos reunieron el concilio, y dijeron: ¿Qué haremos? Porque este hombre hace muchas señales. Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos, y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación. Entonces Caifás, uno de ellos, sumo sacerdote aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis nada; ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca. Esto no lo dijo por sí mismo, sino que como era el sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la nación; y no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos. Así que, desde aquel día acordaron matarle ”.

Personalmente le doy bastante importancia a este testimonio por varias razones. En primer lugar los otros tres evangelistas también coinciden en que hubo un complot [[33]], de modo que difícilmente se puede pensar en una interpretación personal de Juan, aunque éste es por lejos el más explícito de los cuatro. La razón de ello no es fácil de explicar pero podemos intentar una aproximación.

Recordemos que, cuando a Jesús lo arrestan en Getsemaní y lo llevan detenido al palacio de Anás, Pedro sigue al Maestro y entra subrepticiamente al lugar pero, según Juan, hubo “otro discípulo  que “...era conocido del sumo sacerdote, y entró con Jesús al patio del sumo sacerdote:...” [[34]] ¿Quién era este otro discípulo? Juan es el único que lo menciona. Los tres sinópticos sólo recuerdan a Pedro acompañando a Jesús hasta el lugar de su primer interrogatorio. Muchos han coincidido en señalar – y me parece por demás plausible – que este “otro discípulo” muy probablemente fue nada menos que el mismo Juan.

Getsemaní

Claro que aquí uno podría preguntarse también cómo es que un discípulo de Jesús podía llegar a ser tan conocido de Anás que lo dejaban entrar a su palacio como a alguien de la casa. En todo caso, este “otro discípulo” difícilmente haya sido Judas. Por una parte Judas es un traidor. A los ojos de Anás no debe haber valido ni las treinta monedas de plata que se le pagaron. Judas es una de esa clase de personas a las cuales los poderosos alquilan para hacer un trabajo sucio y después prefieren no verlas nunca más. Por otra parte, si hubiese sido Judas, es muy poco imaginable que todos los demás evangelistas se olvidasen de mencionarlo.

Es cierto que, en tren de especulaciones puras, también pudo haber sido José de Arimatea o algún otro saduceo de su mismo nivel. Pero en este caso no dejaría de ser extraño que Juan mencione como “discípulo” a alguien que, en el mejor de los casos, no pasaba de ser un mero simpatizante. De cualquier modo que sea, uno se queda con una pregunta terriblemente perturbadora: ¿cuántas vías de comunicación hubo realmente entre los fariseos y los discípulos?

Y, por favor no piensen mal. No estoy insinuando, en absoluto, la posibilidad de un segundo traidor. Ni siquiera estoy pensando en un informante, ni en un agente provocador, ni en nada por el estilo. Es tan sólo que tengo alguna pequeña idea de cómo funcionan los aparatos de inteligencia y sé perfectamente bien que siempre se tienden algunas redes hacia el enemigo o el adversario para, aunque más no sea, tener un interlocutor válido en caso de necesidad. Y con frecuencia esto es tan tremendamente útil como bueno. En muchas guerras y en muchos conflictos, las amistades personales a nivel de aparatos de inteligencia han hecho más por la paz que todas las diplomacias juntas.

Lo que en mi humilde opinión apunta bastante sugestivamente al propio Juan es que hay un error formal muy particular en el pasaje que menciona a este misterioso “otro discípulo” [[35]].

A lo largo de todo el texto que va del versículo 15 al 23 del capítulo 18 de Juan, el evangelista describe como Jesús responde al interrogatorio del sumo sacerdote. En el versículo 24, sin embargo, Juan expresa: “Anás entonces lo envió atado a Caifás...” Con lo cual queda claro que todo ese primer interrogatorio estuvo, en realidad, a cargo de Anás.

Pero resulta ser que Anás, estrictamente hablando, no era el sumo sacerdote en ese momento. El que detentaba ese cargo era Caifás. No obstante, quienes conocían bien la situación interna del Poder sabían perfectamente que José Caifás era sólo una especie de testaferro. Por un lado, estaba casado con la hija de Anás y, por el otro lado, este Anás – que es el mismo al que Flavio Josefo menciona como Ananus Ben Seth [[36]] – era quien realmente dominaba la situación. Tanto es así que la siguió dominando hasta mucho más tarde, con cinco hijos suyos a los que también consiguió colocar como sumos sacerdotes.

Solamente alguien bien interiorizado de las intimidades del Poder en Jerusalem podía “confundir” a Anás con el sumo sacerdote. El “error” de Juan no es tal en realidad. A lo sumo se trata de un lapsus calami. Es simplemente el reconocimiento de una situación real que no se condecía con la situación formal. Y un lapsus como ése muy bien puede pasarle a alguien tan acostumbrado a tratar con el Poder real que comete un error al consignar los cargos formales.

Pero, si Juan estaba tan bien al tanto de las cuestiones internas de las más altas autoridades religiosas, entonces adquiere un valor muy especial su testimonio en cuanto a las palabras arriba citadas de Caifás (identificado, ahora ya sí, correctamente como el “sumo sacerdote aquel año”). ¿Y qué está diciendo allí Caifás? Pues el mensaje es bien claro: Jesús es peligroso. Si sigue haciendo milagros, predicando y ganando adeptos, la posición del establishment local frente a los romanos está puesta a riesgo. Hay que eliminar a Jesús porque, de no hacerlo, peligra el gobierno local y, si cae el gobierno, peligra la cohesión de todo el organismo político. Y, en todo caso, hay una razón de Estado: es preferible matar a un hombre como advertencia ejemplificadora antes que permitir la desintegración de toda la nación. [ [37]] Porque no se trata solamente del gobierno de Jerusalem. Se trata, además, de todas las comunidades judías diseminadas por todo el Imperio. Recordemos que la frase concreta es: “Jesús había de morir por la nación; y no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos”.

Lo infernal del argumento está en que, técnicamente, es impecable. En la tremenda inestabilidad política en la que vivía toda Palestina lo último que el gobierno de Jerusalem necesitaba era alguien que viniese a crear un conflicto más con los romanos. Y si Jerusalem caía en el caos, inevitablemente arrastraría consigo a todas las demás comunidades judías del Imperio. La lógica es de hierro. El razonamiento es políticamente irreprochable.

El gran problema está en que, aplicado al caso de Jesús, es falso.

Al César lo que es del César

Ya lo hemos señalado: Jesús jamás tuvo enfrentamiento alguno con las autoridades romanas. La prueba está en que Poncio Pilato lo declarará inocente tres veces seguidas. Jesús nunca representó un peligro para la relación de Judea con Roma. Su reino no era de este mundo. No tenía absolutamente ninguna aspiración política. No predicaba la insurrección sino el darle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Sus discípulos jamás realizaron ninguna actividad sediciosa. Quienes hoy quieren ver en Jesús de Nazareth a un revolucionario político no tienen la más pálida idea de lo que es la política y de cómo se arma un movimiento de liberación en un territorio ocupado por tropas enemigas.

Jesús representaba, eso sí, una crítica moral y religiosa muy fuerte para el establishment al cual pertenecían los fariseos, los escribas y los saduceos. Y para defender su posición, este Poder constituido inventó el argumento de que su prédica representaba una amenaza política para la nación entera.

Lo más trágico de todo es que el argumento, a pesar de ser intrínsecamente falso, resultó creíble. Y resultó creíble precisamente porque estaba muy bien construido. La característica más importante que deben satisfacer las mentiras eficaces es la de su credibilidad y los fariseos eran verdaderos maestros en el oficio de convertir falsedades básicas en verdades aparentemente evidentes. Además, la sofística había llegado a Palestina hacía rato, haciéndose sentir especialmente en los círculos cultos de los saduceos cuya mayoría estaba fuertemente helenizada. De modo que, aún cuando los saduceos no compraran del todo el argumento del clero, aún cuando entre ellos se encontraran algunos que, como José de Arimatea, simpatizaran más o menos tibiamente con Jesús; aún así para la mayoría de este sector el argumento pudo muy fácilmente haber entrado en la categoría de esas excusas de las cuales se suele decir que, si no son ciertas, por lo menos resultan útiles.

Por supuesto que a la credibilidad de la acusación contribuyó mucho la ya mencionada efervescencia insurreccional extendida por la región. Más aún, Jesús mismo había hecho referencia a ella cuando profetizó la destrucción de Jerusalem [[38]], una profecía que efectivamente se cumplió apenas 37 años después de la crucifixión.

Lo notable aquí es que, políticamente hablando, tanto Caifás como Jesús estaban previendo acontecimientos muy similares. La enorme diferencia está en los motivos y en el mensaje de fondo. Mientras el mensaje de Jesús es una recomendación a no darle tanta importancia a las cosas perecederas y a concentrarse más en lo realmente esencial; mientras Jesús insta a sus discípulos a que sus corazones no se carguen de “los afanes de esta vida” [ [39] ] porque, en última instancia, de todas las maravillas que están viendo “... no quedará piedra sobre piedra, que no sea destruida” [ [40] ]; mientras la preocupación fundamental de Cristo es una vida más plena y sobre todo trascendente, el desvelo de Caifás es la conservación del Poder y el mantenimiento de un status quo dentro del cual uno pueda prosperar, pasarla lo mejor posible y – de paso – enriquecerse un poco. O no tan poco.

Y en ese desvelo, Jesús terminó convirtiéndose en una pieza instrumental. La pregunta de por qué lo eligieron justo a él es increíblemente difícil de contestar. En su caso, se superpone lo político con lo metafísico y con lo teológico. No creo poder explicar a satisfacción de todos ustedes por qué el Poder constituido lo eligió a Jesús de Nazareth para enviar por medio de su crucifixión un mensaje de advertencia y admonición a todos los insurgentes y sediciosos que amenazaban con alterar el comercialmente beneficioso status quo de la región.

El sitio a Jerusalem por las tropas de Tito

Desde el punto de vista político y policial quizás Jesús y su grupo de discípulos aparecieron como tentadoramente fáciles de liquidar. Los otros grupos estaban armados. Los otros grupos, de seguro, se resistirían y combatirían, con lo que, manejando mal la situación, el escándalo podía volverse mayúsculo y hasta descarriarse haciendo que el remedio resultase peor que la enfermedad. Algunos grupos quizás eran más populares que el de Jesús y arrastraban detrás de sí a un número mayor de adeptos y simpatizantes. Pero, por sobre todo, quizás los otros Mesías, presentándose como caudillos terrenales y militares molestaban mucho menos al poder teocrático de los fariseos y, en todo caso, hasta los zelotes se presentaban como menos herejes y por lo tanto menos condenables desde el punto de vista teológico del fariseísmo dogmático.

Y quizás también, los sacerdotes del templo, o algunos de ellos por lo menos, comprendieron o presintieron de algún modo la voluntad de Dios y decidieron rebelarse contra esa voluntad porque, al tener que optar entre Dios y el mundo, prefirieron aferrarse al mundo y alejarse de la mano de Dios.

Aunque, por el otro lado, tampoco creo que Jesús haya sido el único crucificado por sedición aquel día. Pero dejemos esto para más adelante.

Por el momento y en términos muy generales, esto es probablemente lo más cerca que podemos llegar a la elucidación del abanico de motivos que hubo detrás de la crucifixión de Cristo. Sinceramente no creo que podamos ir mucho más lejos. Así que recapitulemos poniéndolo en términos simples. Cristo hablaba de salvar lo más esencial que tiene el ser humano y para ello, en sus parábolas, recurría a conceptos cotidianos y usuales que, por lo menos en lo esencial, podían ser entendidos por todos. Caifás hablaba de salvar el dogma y el negocio y, para ello, recurría a la razón de Estado, a sofisticados argumentos patrióticos y a consideraciones de alta política internacional.

Es increíble como los políticos utilizan siempre los mismos trucos desde hace miles de años. Cuando está en peligro el dinero que tienen en los bolsillos, siempre se ponen a predicar la necesidad de salvar a la Patria.

Aunque, está bien. Ya sé lo que todos están pensando. Siempre hay unos cuantos para quienes el dinero es la única Patria que cuenta.

El hecho es que Cristo no pensaba así.

Y en honor a la verdad, eso es lo único que realmente importa.

El verdugo

Tenemos hasta ahora dos cosas aproximadamente en claro. Primero; la absoluta nulidad de los procedimientos judiciales obligó a la rapidez. Se trataba de matar a un inocente y eso es muy difícil de hacer mediante procesos formales con todas las garantías. Segundo; el abanico de motivos abarcaba múltiples razones que barrían todo el espectro que va desde lo religioso, pasa por lo político y termina en lo comercial. Más allá de que se utilizaran unos argumentos para justificar a otros; más allá de que algunos de los motivos declarados sirvieran para no tener que hablar de los inconfesables, a los ojos de la dirigencia en Jerusalem el caso contra Jesús fue lo suficientemente justificable como para arriesgar toda una serie de irregularidades procesales.

Pero ¿por qué Pilato? ¿Por qué usarlo a él?

Están, por supuesto las razones tradicionales, inmediatas, que pueden esgrimirse. Ya hemos mencionado que Roma se había reservado el jus gladii quitándole a los Sanhedrines el poder de ejecutar sentencias de muerte. Pero también hemos probado que esta disposición estuvo lejos de ser respetada a rajatabla y en varios casos fue limpiamente transgredida sin mayores consecuencias para los infractores.

Por otro lado, también es bastante evidente que siempre es muy conveniente encargarle el trabajo sucio a otro. Si las cosas llegan a salir mal, no está nunca de más tener alguien a mano para usarlo de fusible.

Intercalándolo a Pilato, si algo salía torcido siempre se podría decir: “Nosotros lo juzgamos y lo hallamos culpable. Está bien. Nos equivocamos. Pero nosotros no lo matamos. Los que lo mataron fueron los romanos. Sí. Es cierto. Los presionamos un poco para que lo hicieran pero, de última ¿por qué se dejaron presionar? Y por otra parte, nuestro juicio habrá sido un poco desprolijo, pero nosotros lo hallamos culpable de blasfemia y al galileo no lo crucificaron por blasfemo sino por sedicioso. Los romanos podrían haberse ocupado de investigar un poco mejor su caso, ¡qué embromar!. Al fin y al cabo fue el caso de ellos y no el nuestro el que lo llevó a la muerte. Si Pilato nos lo hubiera devuelto ... y bueno ... hubiéramos tenido que esperar hasta el final de la Pascua, le hubiéramos tenido que hacer un juicio en regla con todas las garantías, y allí el hombre seguramente habría podido demostrar su inocencia. ¡No nos vengan ahora a decir que fue culpa nuestra que ese tarambana de Pilato se apuró tanto en mandarlo a la cruz!”

¿No me creen ustedes que esos hubieran sido los argumentos en el caso de que algo saliera mal? Pues, si no me lo creen se equivocan. Esos mismos argumentos, bien que no de un modo tan burdo como acabo de exponer aquí, fueron efectivamente usados cuando la dirigencia judía tuvo que empezar a defenderse de las acusaciones de los primeros cristianos. Además, sigan un poco la lógica de nuestros políticos actuales en todos aquellos casos en que una pésima decisión terminó produciendo un desastre y después me cuentan. No creo haber exagerado en lo más mínimo con lo anterior.

Es más: pienso que, muy probablemente, me quedé corto.

Sea como fuere, planteado el tema de este modo quizás hay una incógnita que podemos despejar con relativa facilidad. Si nos preguntamos: “¿por qué hacía falta Pilato?” la respuesta podría ser relativamente simple: porque la actuación del Sanhedrín, al ser totalmente ilegal, no hubiera podido nunca justificar la ejecución de una sentencia de muerte.

Cristo y Caifás (Albrecht Dürer)

Si nos atenemos a lo que disponía la ley hebrea, el Sanhedrín nunca llegó a probar fehacientemente la culpabilidad de Jesús. Las gruesas irregularidades de procedimiento hasta podrían llegar a hacernos dudar de que se trató de un proceso en absoluto. No sería completamente arbitrario suponer que fue sólo una reunión informal de ricos y poderosos que, por si y ante si, decidieron que Jesús debía morir, completamente al margen de lo que disponían las normas procesales. Sobre una base tan endeble hubiera sido muy difícil, por decir lo menos, justificar una lapidación. Juzgarlo de noche – lo cual era ilegal – y lapidarlo al día siguiente – algo también ilegal al no respetarse el día de reflexión intermedio – basándose en testigos que se contradecían y en la propia confesión del acusado – todo ello ilegal según la ley mosaica; ¿se hubiera podido lapidar a Jesús con eso? No lo creo. ¿Cómo hubieran justificado ante toda la población un procedimiento tan manifiesta y evidentemente arbitrario? ¿Quién hubiera tirado la primera piedra? ¿Acaso Caifás que, conjurándolo “por el Dios viviente” [ [41] ] lo obligó a Jesús a revelar que era el Cristo, el Hijo de Dios, siendo que fue esa revelación la que constituyó la base para la acusación de blasfemia? Lo dudo. Lo dudo muchísimo.

Basándonos en el anteriormente citado testimonio de Juan es mucho más plausible pensar en que, para los miembros de ese Sanhedrín, Jesús ya estaba condenado de antemano. Lo habían condenado mucho antes de traerlo hasta allí. Estaba sentenciado a muerte desde después de la resurrección de Lázaro, largo tiempo antes de ser arrestado. Más aún, y digámoslo directamente: lo arrestaron para matarlo, no para juzgarlo.

Lo que los Evangelistas relatan no es un juicio. Hay tantas irregularidades que no puede ser un juicio. El relato de los Evangelistas refleja simplemente una reunión de los conjurados con su víctima. Una reunión en la que el impulsor principal de la conjura quiere hacerles ver claramente a sus cómplices que tenía razón al promover y organizar la conspiración. Les presenta a Jesús y lo obliga a revelarse como el Cristo. Y todo eso tan sólo para poder decirles luego algo así como “¿Ven? ¿Ven que tenía razón cuando les decía que hay que matar a este hombre?”. De hecho, lo que les dice después de rasgarse teatralmente las vestiduras es: “¡Ha blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? He aquí, ahora mismo habéis oído su blasfemia. ¿Qué os parece?” [[42]] Es como si, en un castellano más actual, alguien dijera: “¡Ahí tienen la blasfemia! La acaba de decir él mismo delante de todos ustedes. ¿Para qué queremos testigos? ¿Entienden ahora lo que yo les decía?”.

En este punto Caifás ha probado su tesis y todos están de acuerdo en matar al acusado. Pero ¿cómo hacerlo? Tenemos el acuerdo de los conjurados pero este acuerdo no alcanza para justificar, ni jurídica ni políticamente, una ejecución ante el resto de la sociedad. 

Aquí es dónde entra en escena Pilato. Que lo ejecute él. Las ventajas derivadas de usarlo al romano como verdugo ya las hemos visto. La decisión está tomada. Jesús debe morir y el que tiene que ejecutarlo es Poncio Pilato. El Sanhedrín – o al menos la parte de sus miembros conjurados – se reúne a la mañana siguiente. Se confirma lo resuelto la noche anterior y Jesús es enviado expeditivamente ante el prefecto. No hay juicio. No hay sentencia. No hay nada de eso. Lo único que hay es una decisión en firme de matar a Jesús y de hacer que Roma se encargue del papel del verdugo. Eso es todo.

¿Es todo? ¿Es realmente todo?

Podría ser hasta cierto punto. Pero no lo creo.

Creo que hay más. Bastante más.

* * * * * * * * *

Para empezar, me llama poderosamente la atención que Pilato haya hecho tantos intentos de revertir la situación. Al declararlo inocente a Jesús tantas veces, faltó muy poco para una negativa rotunda de prestarse al juego. Y eso es raro. Muy raro.

La Conspiración de Caifás
(Charles-Horne - 1909)

Cualquiera que sabe como se arman estas cosas; cualquiera que haya tenido un mínimo de relación con el Poder; cualquiera que haya aunque más no sea leído un poco de Historia y se haya informado mínimamente de las intimidades de casos similares sabe perfectamente que uno no manda a un inocente al verdugo si no está positivamente seguro de que ese verdugo hará su trabajo sin hacer preguntas. ¿Se lo pueden imaginar ustedes a Stalin enviando a Kamenev a juicio sin la absoluta certeza de tener a Vishinksy y a Ulrich bajo control y sin asegurarse que la NKVD cumplirá su parte del trabajo?

Yo tampoco. Y por las mismas razones no creo, no puedo terminar de creer, que Anás y Caifás mandaran a Jesús ante Pilato así, súbitamente, de improviso, sin ninguna clase de comunicación ni de acuerdo previo.

Esas cosas no se improvisan. Esas cosas se hablan, se arreglan y se negocian primero. Ningún gobernante del mundo manda a una persona de la que se quiere deshacer ante el Poder Judicial sin hablar primero con algunos jueces y con las instancias adecuadas de ese aparato judicial. Y por favor no me vengan ahora con el cuento de la independencia de los poderes. Ni siquiera el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica hubiera puesto el caso de John F. Kennedy en las manos del juez Warren si no hubiera sabido de antemano que este juez produciría un informe políticamente correcto. Tan correcto que hasta el día de hoy no sabemos a ciencia cierta quién mató al pobre Kennedy y, sobre todo, no tenemos más que teorías acerca de por qué lo mataron en absoluto.

No se arrastra a una persona ante el representante del César para decirle, de buenas a primeras y a boca de jarro: “¡Toma! ¡Crucifícale!” No. Es demasiado infantil. Si ése hubiese sido el caso, lo más probable es que Pilato los hubiera sacado corriendo. Es pueril pensar en que se hubiera podido patotear de ese modo a un prefecto de Roma. Vayan ustedes, tomen al criminal más repugnante que puedan encontrar – un asesino, un violador, un secuestrador que mató a su víctima; al peor que puedan imaginar – junten luego una muchedumbre de varios miles de personas, convoquen además, si les place, a todos los canales de televisión, preséntense así ante cualquier juzgado y exíjanle al juez, a grito pelado, una condena perentoria e inmediata. Créanme: por más barullo que metan y por más escándalo que hagan, no van a encontrar ustedes en toda la República a un sólo juez, ni al más corrupto, dispuesto a dictar sentencia en esas condiciones. Muchísimo menos si, después de interrogar al acusado, ese juez se da cuenta que es inocente. Si hicieran algo así, les apuesto lo que quieran a que la cosa terminaría en una nube de gases lacrimógenos, con todos ustedes molidos a bastonazos por la Guardia de Infantería.

La lógica inmanente de este tipo de operaciones es que Anás y Caifás ni lo hubieran considerado siquiera a Pilato de no haber tenido con él por lo menos algún tipo de entendimiento previo.

Y yo creo que lo tenían.

Lo creo, en primer lugar porque, después de siete años de gestión es inimaginable que Pilato no hubiese tomado contacto y hecho arreglos con las autoridades de la región que estaba gobernando. La convivencia, especialmente la de Poderes políticos antagónicos, siempre requiere acuerdos, sean éstos explícitos o implícitos; formales o informales; honrosos o inconfesables. Aunque más no sea la construcción y financiación del famoso acueducto demuestra que había relaciones, comunicaciones y hasta negociados; ya fuesen personales o a través de interpósitas personas. Y lo creo también porque, de otro modo y como veremos en seguida, hay toda una serie de cosas que no se explican o, al menos, resultarían tremendamente difíciles de entender.

Para empezar: ¿de dónde salieron los “ladrones” que fueron crucificados junto a Jesús? Muy especialmente: ¿de dónde salió Barrabás?

Marco Licinio Craso

Por de pronto hay una cosa que debemos descartar de entrada: no pudieron ser ladronzuelos comunes por la sencilla razón que los romanos no castigaban con la crucifixión delitos de poca monta. Esa forma de ejecución era el peor, el más tremendo, el más cruel, el más infamante de los castigos; se aplicaba solamente a delitos muy graves y estaba rigurosamente reglamentado según las costumbres y normas del More majorum romanorum. Si quisiéramos tener el ejemplo de otro caso en el que se aplicó esa pena tendríamos que citar hechos como el de Marco Licinio Craso que hizo crucificar a los esclavos tomados prisioneros después de la sublevación y la derrota de Espartaco.

Ahora bien, repasando atentamente los cuatro Evangelios tratando de investigar quienes fueron los compañeros de infortunio de Jesús, buscando especialmente algún dato que nos permita identificar a Barrabás, uno se encuentra con que Juan es el menos explícito de todos, limitándose a calificar a Barrabás de “ladrón” [[43]]. Mateo tampoco nos ofrece muchos detalles ya que sólo nos habla de “un preso famoso llamado Barrabás” [[44]], pero al menos sabemos por él que era famoso. Otro aspecto muy interesante lo encontramos en Lucas cuando éste nos aclara que Barrabás “había sido echado en la cárcel por sedición y homicidio” [[45]]. De modo que con esto ya tenemos cuatro datos: el hombre era ladrón, famoso, sedicioso y homicida. Y, por si necesitáramos confirmar nuestras deducciones, allí está Marcos que nos dice bien claro: “Y había uno que se llamaba Barrabás, preso con sus compañeros de motín que habían cometido homicidio en una revuelta.” [[46]]

No es tan difícil armar las piezas sueltas de este rompecabezas.

Como ya sabemos, toda la región de Palestina estaba repleta de bandoleros de distintas calidades y motivaciones, desde asaltantes comunes hasta zelotas que financiaban su lucha contra Roma mediante “expropiaciones revolucionarias”. Barrabás era, muy probablemente, uno de estos últimos. Y no precisamente de los menores porque, de otro modo, Mateo no podría decir de él que era famoso. Uno no adquiere fama asaltando a cuatro o cinco mercaderes y matando a dos o tres esbirros en un ambiente en dónde docenas de salteadores se dedican a hacer exactamente lo mismo. No. Barrabás tuvo que haber hecho algo más grueso para ganarse la fama. La clave está en la palabra “sedición” utilizada por Lucas y que le otorga un contenido específico a la palabra “revuelta” que emplea Marcos – aunque este último ya es suficientemente explícito si tenemos en cuenta que, previamente, nos indica la existencia de un “motín”. 

De modo que el cuadro debería quedar bastante claro. Según todo lo que tenemos hasta ahora, Barrabás era un sedicioso que se había alzado en armas contra las autoridades constituidas, había matado a un número indeterminado de personas, los romanos lo habían detenido y se encontraba en la cárcel. De ser esto así, su delito estaba incuestionablemente penado con la crucifixión, por el mismo principio por el cual, más de cien años antes de la época de Jesús, Craso había crucificado a los esclavos sublevados con Espartaco [[47]].

Pero hay un detalle que se nos está escapando. Barrabás no fue preso solo. Su caso no fue el de un cabecilla que cae mientras sus secuaces consiguen huir. Marcos es bien claro al respecto. Afirma que estaba preso con sus compañeros de motín y, para mayores datos, emplea el plural – habían cometido homicidio – cuando tipifica el hecho. O sea, si empleamos otra vez la jurisprudencia del antecedente de Espartaco, todos ellos estaban condenados a ser crucificados.

Y, si esto es cierto, entonces es imposible pasar por alto que, al momento de la detención de Jesús, ya había en las mazmorras de Jerusalem un determinado número de sediciosos que esperaban su ejecución en la cruz.

En otras palabras: había ya una crucifixión programada de antemano.

Si ponemos a Jesús dentro de este contexto, podremos entender mucho mejor el juego, tanto de Anás, Caifás y los suyos como el de Pilato mismo.

El establishment local y las autoridades imperiales de la región muy probablemente ya se habían puesto de acuerdo en instituir una severa advertencia a los rebeldes que asolaban la zona y amenazaban con desestabilizar la estructura política y arruinar la parte más importante de las oportunidades comerciales. En esto, tanto romanos como fairseos y saduceos tenían intereses concurrentes.  A ninguno de ellos les convenía una alteración violenta del status quo.

Aprovechando la gran afluencia de gente a Jerusalem, el ajusticiamiento público en la cruz de un notorio grupo de rebeldes seguramente tendría una gran repercusión. En un mundo que no tenía ni diarios ni televisión, no daba igual crucificar un par de rebeldes en cualquier época del año o hacerlo justo en forma coincidente con la Pascua – o alguna otra festividad importante – cuando Jerusalem estaba repleta de gente y constituía una excelente caja de resonancia. La Pascua era, por lo tanto una buena fecha para la ocasión. Miles y miles de personas se enterarían y la noticia cundiría adecuadamente por toda la zona. Incluso por gran parte del Imperio ya que muchos de los judíos presentes durante la festividad procedían de otras ciudades y de otras provincias.

En mi opinión muy personal, es harto probable que la ejecución estuviese programada y acordada para el final de la Pascua y no hacia su comienzo como efectivamente se produjo. En la cruz, el reo normalmente tardaba mucho en morir. Como que ése era, justamente, el macabro y sádico sentido de la crucifixión: matar al reo muy lentamente para hacerlo sufrir lo más posible. La muerte, en general, se producía recién luego de varios días. Los crucificados sufrían la intemperie, los ataques de las aves de rapiña, las hormigas, la sed y el hambre. El crucificado no moría por la crucifixión en si. Moría por extenuación. Por agotamiento. Hasta se tomaban el trabajo de sujetar y apoyar los pies del reo sobre un taco de madera para que sostuviesen el peso del cuerpo y la persona no pudiese morir asfixiada por quedar mucho tiempo colgada de sus brazos. Tanto es así que, cuando se quería acelerar el proceso, al condenado se le quebraban los huesos de las piernas para que quedara colgado de los brazos provocando así un colapso pulmonar.

Una crucifixión al inicio de la Pascua obligaría – como efectivamente obligó – a precipitar la muerte de la manera indicada y a retirar los cuerpos en forma rápida [[48]] ya que, por cuestiones religiosas y culturales, los mismos no podían quedar expuestos durante la festividad. Además, incluso desde un punto de vista de psicología elemental resultaba más efectiva una crucifixión al final de la fiesta y no al principio de ella.

Por todo ello pienso que lo más probable es que el acuerdo inicial consistió en que los romanos procederían a crucificar a los sediciosos poco antes de que la muchedumbre se dispersara. Todos volverían así a su lugar habitual de residencia llevando consigo la imagen de los ajusticiados y la noticia de que el ambiente se estaba poniendo caldeado para los bandoleros. Pilato podría mandar su informe a Roma demostrando que se había ocupado adecuadamente de los asuntos bajo su responsabilidad mientras el contubernio de fariseos y saduceos culparía a los romanos y – por supuesto – hablaría pestes de ellos, pero, con todo, también se encargaría de hacer llegar el mensaje de que el horno no estaba para bollos porque nadie pensaba tolerar aventuras revolucionarias que alterasen el orden. Y, en todo caso, como ya lo había dicho Caifás, el criterio lamentablemente era que siempre “conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca. Y quien dice “un hombre” puede querer decir dos, tres, cinco, una docena...

Lo que alteró este acuerdo fue que, en el interín, los fariseos y los saduceos del Sanhedrín, junto con una muchedumbre vociferante, se aparecieron con la demanda de crucificar a Jesús de modo inmediato.

Y si las cosas sucedieron así – o de una manera relativamente parecida – podemos imaginarnos perfectamente que a Pilato la inesperada iniciativa no le causó ninguna gracia en absoluto.

En primer lugar, Barrabás era, con casi total seguridad, su reo. Lo más probable es que fueron los romanos quienes lo arrestaron, lo juzgaron y lo condenaron siendo que su delito estaba clarísimamente previsto y penado por las normas de Roma. No así Jesús a quien los del Sanhedrín traían ahora alegando que lo habían condenado, cuando era completamente evidente que no habían tenido ni siquiera el tiempo reglamentario para juzgarlo.

En segundo lugar, aceptando la demanda había que adelantar las ejecuciones y quedaban menos de doce horas para el inicio de la Pascua [[49]]. En ese tiempo ridículo no se podía hacer una crucifixión de acuerdo a lo que marcaba la ley. Por lo que, ya de entrada, Pilato estaría obligado a cometer una serie de irregularidades que no lucirían precisamente muy bien en su foja de servicios.

En tercer lugar, ni siquiera había tiempo para juzgar al acusado como correspondía según las leyes romanas. Y lo peor de todo es que el más superficial interrogatorio ya demostraba palmariamente que el hombre era completamente inocente del delito de sedición. Además, Pilato – con total seguridad – también tenía sus informantes y es muy poco probable que ignorara por completo quién era Jesús. Seguramente había visto o escuchado informes sobre él. Seguramente podía imaginarse que incomodaba sobremanera a los fariseos y, no menos seguramente, también sabía muy bien que jamás había tenido un conflicto con las autoridades romanas. No es para nada imposible que, en su fuero interno, Pilato pensara: “¡Ojalá todos fuesen como él!”.

En cuarto lugar no le debe haber gustado, pero para nada, que un pandilla de fariseos y saduceos, a la cabeza de un populacho enardecido y vociferante, viniesen a imponerle una decisión. Un representante de César no tenía por qué dejarse imponer una condena a muerte por personas que, al fin y al cabo, eran sus propios súbditos y subordinados.

En quinto lugar, su propia esposa, Claudia Procula, le hacía llegar el mensaje de que no se dejara atropellar por los querellantes: “No tengas nada que ver con ese justo; porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de él.” [[50]]. Nunca sabremos si la mujer de Pilato sólo tuvo una pesadilla premonitoria o, aparte de eso, también sabía algo más y quiso prevenir a su marido cuando lo vio en aprietos, lo cual en mi opinión es bastante probable. No es nada raro que las mujeres estén enteradas de muchas cosas bastante mejor que la mayoría de los hombres.

En sexto lugar, su oferta de soltar a uno de los reos y de dar a elegir entre Barrabás y Jesús hasta puede ser considerada una contraofensiva de parte de Pilato. Porque, viéndolo desde la óptica en que lo hemos estado analizando, eso equivalía a decir: “Tengo solamente tres cruces. Ustedes deciden. Si crucifico al galileo, lo suelto a Barrabás. Así que elijan: si crucifico al que ustedes llaman blasfemo entonces les suelto al insurgente que ya nos ha costado unos cuantos dolores de cabeza.” No fue una mala jugada. El Sanhedrín, por todas las razones que ya hemos visto, optó por Jesús; pero desde el punto de vista de Pilato no fue una mala jugada y presionaba mucho más a favor de Jesús de lo que usualmente se ha considerado.

En suma, la reticencia y hasta la irritación de Pilato es por demás comprensible. Y no sólo por su íntima convicción de la inocencia de Jesús. También hay que considerar que lo estaban sometiendo a un verdadero chantaje político. La frase final, con la que terminan por quebrar su resistencia; esa desfachatada amenaza de “Si a éste sueltas, no eres amigo de César” [[51]] lo debe haber puesto fuera de si de rabia.

Porque, con eso, le estaban pegando justo en su punto más vulnerable.

¿Se acuerdan de Sejano? Es el hombre que se quedó con el Poder en Roma, en el año 26 DC, cuando Tiberio decidió retirarse a su refugio en la isla de Capri. Pues, al final, su proyecto de sentarse en el trono de César fracasó. En el año 31 DC Sejano fue depuesto, arrestado y ajusticiado por traicionar a Tiberio. Es decir: lo defenestraron y ejecutaron apenas unos dos años antes de los acontecimientos que estamos considerando. Luego de su muerte, en Roma se desató toda una cacería de brujas para liquidar a los cómplices, colaboradores y asociados del otrora hombre fuerte del Imperio. Antes de su caída, una queja del Sanhedrín probablemente no hubiera encontrado en Roma oídos demasiado dispuestos a escuchar. Pero en plena persecución de los ex-amigos y partidarios de Sejano la situación se presentaba muy distinta.

No olvidemos que Poncio Pilato había asumido su cargo justo en el 26 DC, es decir: precisamente en el momento en que también Sejano había llegado a su posición de máxima influencia. A nadie le hubiera costado mucho esfuerzo presentar a Pilato como un hombre de Sejano. En el volátil ambiente de persecuciones y ejecuciones que se había formado luego de la defenestración del ex-comandante de la Guardia Pretoriana, una sospecha acerca de la lealtad hacia el César le podía costar a Pilato mucho más que tan sólo el cargo de prefecto de Judea.

Le podía costar la cabeza.

Y los saduceos, a través de sus extendidas operaciones comerciales, tenían abundantes y bien aceitadas vías de comunicación con la capital del Imperio, por lo que una acusación de esa índole no hubiera tardado mucho en llegar a destino.

No estoy tratando de justificar aquí a Pilato desde el punto de vista moral. Pero convengamos en que el hombre estaba en una posición política totalmente insoluble. Si cedía ante los del Sanhedrín, menoscababa su principio de autoridad y se arriesgaba a perder el control de la situación. Si no cedía, salvaba a un inocente pero arriesgaba su puesto y probablemente el cuello.

Palos si bogas. Palos si no bogas.

¿Qué hubieran hecho ustedes?

Pilato y Herodes

Hay un pasaje muy curioso en el Evangelio de Lucas.

Herodes

Despues de relatar como Herodes lo envía a Jesús de regreso ante Pilato, Lucas comenta: “Y se hicieron amigos Pilato y Herodes aquel día; porque antes estaban enemistados entre si.” [ [52] ]. Sobre este hecho en ninguna parte he podido encontrar una explicación razonable. Sin embargo, mirando los acontecimientos desde la óptica que acabamos de delinear, tampoco esto es demasiado difícil de deducir.

No olvidemos que no estamos hablando aquí de Herodes el Grande sino de su hijo Herodes Antipas, el mismo que en el año 4 AC, a la muerte de su padre y por decisión de Augusto, se tuvo que conformar con la tetrarquía de Galilea y Perea mientras su hermano Herodes Arquelao se quedaba con la etnarquía y con lo mejor del territorio, Jerusalem incluida. Y cuando, en el 6 DC, Arquelao fue destituido por su incapacidad para mantener las cosas en órden, Antipas tuvo que seguir conformándose con la tetrarquía de Galilea y Perea, porque Judea, en lugar de ir a parar a sus manos, terminó siendo declarada provincia romana. 

Según el testimonio de Filón, al principio, Herodes Antipas habló pestes de Pilato. Lo acusó de ser “venal, violento, rapaz, extorsionador y tirano”. Nada menos. Pero seamos realistas: tampoco podemos dejar de ver que Pilato estaba ocupando el lugar que él había querido conquistar desde siempre. Quizás por ello durante mucho tiempo corrió el rumor de que Herodes jugaba a dos puntas. Por un lado actuaba como informante al servicio de la burocracia imperial reportando minuciosamente cualquier anormalidad observada en Jerusalem y, por el otro lado, fomentaba secretamente rebeliones e insurrecciones para desacreditar la gestión de los prefectos romanos en Judea.

Se habían producido, en este contexto, algunos choques entre Herodes y Pilato. En una oportunidad, el romano había detenido y ordenado ejecutar a un grupo de galileos que había ido a Jerusalem, supuestamente para ofrecer sacrificios en el Templo. Herodes, por supuesto, puso el grito en el cielo cuando se enteró de que sus súbditos habían sido ajusticiados. Pero, de algún modo, la cosa terminó en un punto muerto porque, por un lado, muchos otros galileos que habían ido a Jerusalem por el mismo motivo religioso no tuvieron ningún inconveniente y, por el otro lado, Pilato dejó traslucir que estaba bastante bien enterado de algunas pequeñas “irregularidades” habidas en la cuenta de Herodes. Como, por ejemplo, que el tetrarca estaba acumulando una apreciable cantidad de armas y pertrechos en lugares ocultos de Galilea.

En otro orden de cosas, recordemos también que fue Herodes Antipas el que había mandado a prisión a Juan el Bautista. Después de eso, su mujer Herodías y su hijastra Salomé prácticamente le tendieron una trampa a raíz de la cual terminó teniendo que ordenar su decapitación.[[53]] El hecho es bastante confuso porque, por un lado sabemos que Herodes arrestó a Juan pero, por el otro, también sabemos que, aún a pesar de las amonestaciones de las cuales Juan lo hacía objeto por su matrimonio con Herodías, el tetrarca gozaba de la compañía del profeta y lo llamaba con frecuencia para conversar con él. Suena mucho a un arresto por encargo o por compromiso. Y su decapitación es algo que realmente hizo muy a disgusto. Fue un tremendo error que tuvo que pagar por dejarse seducir por su hijastra cuya madre lo urdió todo precisamente para lograr esa muerte.

Es posible que Herodías haya actuado sola y tramado la decapitación por despecho, para vengarse de las críticas de Juan el Bautista. Pero es al menos igualmente posible que no haya actuado totalmente por su cuenta. No es para nada disparatado suponer que Juan era por lo menos tan incómodo para los fariseos como más tarde lo fue Jesús y que ambos murieron, si bien no por la misma causa próxima, al menos por la misma causa mediata.

En estas condiciones Herodes Antipas estaba en inmejorables condiciones para entender la posición de Pilato. Si la deducción es correcta, tendríamos que a Herodes los fariseos le impusieron el arresto de Juan el Bautista y probablemente respaldaron a Salomé y a su madre para lograr su decapitación. Por motivos bastante parecidos, a Pilatos lo chantajearon para que ejecutara a Jesús.

Los fariseos le habían torcido el brazo a ambos. Si esto fue así, no me resultaría raro en absoluto que se hiciesen amigos.

Pocas cosas unen más que el tener rencores compartidos.

La fatalidad y el destino

Fatalidad es lo que nos sucede; Destino es lo que hacemos suceder. La Fatalidad es algo que nos pasa porque, por algún motivo o por alguna razón, se han dado en el Universo las condiciones para que eso sucediera. Al Destino lo hacemos suceder, sea de modo conciente o – como sucede con la enorme mayoría de las personas – de modo inconciente, porque hay algo dentro de nosotros mismos que nos empuja para hacerlo ocurrir.

La Fatalidad es la bala perdida que se cruza en nuestro camino, es el Vesubio que nos entierra, el cáncer que nos mata. Es la carta que nunca llegó, el número telefónico que nos dieron equivocado, el accidente que se llevó a un ser querido. La Fatalidad es la pared que se derrumba, la inundación que nos ahoga, el idiota que venía dormido y nos choca, o la eterna, proverbial, teja que siempre nos puede caer en la cabeza. Pero también es el pueblo en el que nos tocó nacer, el idioma que nos enseñaron desde la cuna, los padres que hemos tenido, la cultura que nos fue dada y la religión en la que nos bautizaron a los pocos meses de nacer. La Fatalidad es todo aquello que no elegimos y tampoco podemos evitar. Por lo general es lo que no hubiéramos elegido y hasta hubiéramos evitado de haberlo podido evitar. Pero muchas veces, también, es lo que ni siquiera hubiéramos podido elegir, ni tampoco hubiéramos podido evitar, porque es todo aquello que, para bien o para mal, nos es dado.

En cambio el Destino es otra cosa muy diferente. Es lo que hacemos porque algo dentro de nosotros nos empuja a hacerlo. Es la acción que refleja la clase y calidad de nuestra alma. La clase y calidad de personas que somos. Es el edificio que construimos porque tenemos alma de arquitectos, es el combate que aceptamos y libramos porque tenemos alma de guerreros, es el saber que buscamos porque tenemos sed de conocimientos, son los amigos que elegimos porque los hemos preferido a los demás, es la profesión a la que nos dedicamos, ya sea porque con ella nos sentimos realizados o bien porque a través de ella creemos poder conquistar un objetivo deseado. El Destino no es más que la consecuencia de elegir y asimilar lo externo que está en resonancia con nuestro interior para luego poder expresar y entregar lo que está dentro de nosotros mismos. El Destino es la manifestación de una vocación y la vocación, como lo saben todos los buenos sacerdotes, es una iniciativa divina. Es nuestro en la medida en que nos pertenece y depende de nuestra acción, pero se manifiesta porque Dios quiere y cuando Dios quiere.

A la Fatalidad no tenemos más remedio que aceptarla. Al Destino no tenemos más remedio que construirlo. Y muchas veces ambos interactúan de una forma misteriosa. A veces la Fatalidad es el gatillo que dispara nuestro Destino. Otras veces un Destino bien realizado es una victoria sobre la Fatalidad. Por lo general, un Destino fracasado es solamente culpa nuestra y le echamos esa culpa a una Fatalidad inexistente. A veces la Fatalidad es una prueba que Dios nos hace superar para fortalecer en nosotros la determinación de realizar nuestro Destino y, a veces, también, es la lotería que nos permite ganar para ayudarnos un poco en un Destino demasiado difícil. Aunque, otras veces, el billete de lotería premiado puede asimismo ser una prueba porque en muchas circunstancias el éxito es incomparablemente más difícil de asimilar que el fracaso. 

Una de las cosas más extraordinarias en la historia de Jesús es que es una historia sin fatalidades. Desde el principio hasta el final es la historia de un Destino. Vayan y busquen en esa historia una sola Fatalidad. No la encontrarán. No la hallarán ni en los evangelios canónicos ni en los apócrifos. Jesús recorre toda Galilea, pasa por Samaria, camina por Judea y jamás tiene un accidente. Jamás es asaltado por bandoleros. Jamás es herido. Vive prácticamente al aire libre, duerme sobre el suelo en las más diversas condiciones climáticas, va vestido con la ropa más simple y sencilla que ustedes puedan imaginar, y nunca está enfermo. En ninguna parte podrán ustedes hallar que tuvo que guardar cama porque tenía fiebre o se sentía mal. Jamás tiene siquiera un resfrío. No posee absolutamente nada, de hecho ni siquiera tiene dónde apoyar la cabeza [[54]] y aún así, en medio de gentes por demás humildes, nunca corre peligro de morir de hambre, nunca padece los síntomas de una desnutrición; ni siquiera las consecuencias normales de una alimentación precaria y desordenada. La Fatalidad está ausente de esta historia. No lo estará en la historia de los apóstoles. Pero sí lo está en la historia de Jesús de Nazareth.

Y quienes quieran ver esa Fatalidad en la cruz que fue su patíbulo, se equivocan. De haberlo querido la hubiera podido evitar. Le hubiera bastado con no ir a Jerusalem aquella Pascua. Incluso el sólo salir a tiempo del Monte de los Olivos y tomar el camino de Galilea hubiera alcanzado para que Judas llevase su traición a un campamento vacío. Pero, de haberlo hecho, el inocente – aún siendo inocente – hubiera parecido culpable; y la blasfemia – aún sin ser blasfemia – hubiera parecido blasfemia. El inocente que huye deja de ser inocente a los ojos de sus semejantes. Y la verdad que no da testimonio de si misma se convierte en mentira para quienes la escucharon.

Porque una verdad es Verdad cuando vale la pena morir por ella. Y una persona dispuesta a morir por esa Verdad necesariamente tiene que ser inocente.

Ante el aparato jurídico de su época, el único delito cometido por Jesús de Nazareth fue el de haber sido inocente y resultó crucificado justamente por ser inocente.

Parece un contrasentido, ya lo sé. Pero ¿saben una cosa? En este mundo siempre ha sido muy peligroso ser inocente en medio de un montón de culpables y hasta para nosotros resulta poco menos que un suicidio decir la verdad en medio de una manga de mentirosos.

En todo caso, estoy completamente convencido de que nunca hubo una sentencia formal más allá de la decisión de los complotados y del griterío y la vociferación de la muchedumbre. El del Sanhedrín fue un juicio ilegal, con una sentencia ilegal y una condena ilegal decidida de antemano. Fue una sentencia que simplemente no se podía ejecutar porque estaba insanablemente viciada desde su mismo origen. Para matar a Jesús forzosamente, pues, había que recurrir a las autoridades romanas. De allí la inconsistencia de las acusaciones. De allí también la insistencia irracional, la utilización de una masa soliviantada como herramienta de presión y, al final, el chantaje político para forzar la situación. Y aún así, ni Pilato, ni Herodes lo condenaron. Herodes lo mandó de vuelta. De Pilato, en rigor de verdad, lo máximo que se puede decir es que lo condenó por omisión. Lo mandó azotar y después se limitó a entregarlo después de lavarse las manos porque no se atrevió a soltarlo; pero en ningún momento lo pronunció culpable.

Quizás los cristianos ortodoxos exageraron la nota cuando incorporaron a Procula y a Pilato en su santoral [[55]]. Yo no hubiera llegado a tanto. Pero reconozco que me siento más cerca de ese criterio que de aquél otro, enarbolado por los hipermoralistas de siempre, que echan sapos y culebras contra el romano por no haber procedido estrictamente de acuerdo con su conciencia.

No hay ética que consiga justificar la falta moral de permitir la muerte de un inocente. Pero, algún día tendremos que admitir que la política no tiene gran cosa que ver con la moral. Por lo general, desgraciadamente ni siquiera tiene mucho que ver con la decencia.

De cualquier manera, hay algo que deberíamos subrayar. Con Jesús no murió solamente un inocente. Murió alguien que, al final, ni siquiera fue condenado. Algunos decidieron su muerte. Pero nadie logró condenarlo. Como dije antes: en realidad, no lo ejecutaron. Lo lincharon.

¿Tenía que suceder así? ¿No podía haber sucedido de otra manera?

Esa es justamente la pregunta que sólo se puede responder teniendo en claro la enorme diferencia que hay entre la Fatalidad y el Destino. Porque mucho más allá de la responsabilidad individual y personal de los demás participantes, cualquiera de las múltiples respuestas que podrían ser dadas a estas preguntas revelaría que el Destino de Jesús se cumplió en la cruz. Más allá, incluso, de la voluntad de los hombres intervinientes. Más allá de sus intenciones, más allá de las bajezas, las mezquindades, las buenas intenciones y las convicciones de algunos que intervinieron en su caso. Más allá de la traición de Judas, más allá de Anás y de Caifás; más allá de José de Arimatea y de Poncio Pilato; el Destino de Jesús el Cristo conducía a aquella cruz.

Y no podía morir siendo siquiera formalmente culpable porque no podía ser culpable en absoluto.

Para Pilato, Jesús fue una Fatalidad. Una Fatalidad que quiso evitar y no supo o no pudo hacerlo. Para Cristo, sin embargo, Pilato fue el instrumento de un Destino. Un Destino que en el Monte de los Olivos pidió que le fuera dispensado pero que, una vez admitido como la voluntad de su Padre, aceptó y no quiso evitar.

 

 

NOTAS:



[1] ) - Tácito Anales XV, 44

[2] ) – Cf. Colin J. Humphreys & W.G. Waddington (Oxford) – “La Fecha de la Crucifixión” – en la revista NATURE, vol. 306, 22/29 Diciembre 1983, págs 743-746. Disponible también por Internet en http://www.fut.es/~msanroma/crucifixio.htm . Este es el trabajo que mayormente hemos seguido aquí para la exposición de esta cuestión.

Puede consultarse también el relativamente breve pero muy conciso trabajo de Eduardo Vila-Echagüe “¿Cuándo Murió Jesucristo?” disponible en http://www.geocities.com/edovila/Crist/MuerJesu.html

 

[3] )- Cf. Levítico 23:5 y Números 28:18

[4] ) – Cf. por ejemplo Mateo 26:17-20; Marcos 14:12; Lucas 22:11-15 comparados con Juan 18:28 y 19:31

[5] )- El intercalar un mes más en el año era algo que los sacerdotes solían hacer en el caso de que el equinoccio viniese muy fuera de tiempo. Esto sucedía debido a que los doce meses del calendario lunar tienen aproximadamente unos 11 días menos que nuestro año solar (el cual tampoco es absolutamente exacto y por eso le tenemos que agregar un día cada 4 años).

[6] )- Hechos 2:20 “El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor...”.

[7] )- “Y mientras le crucificaban, sobrevinieron unas tinieblas que cubrieron toda la tierra, quedando obscurecido el sol a mediodía y apareciendo las estrellas, en las que no había resplandor; la luna cesó de brillar, como si estuviera teñida en sangre...” Carta de Pilato a César  - Relación de Pilato (Anaphora) VII – Según “Los Evangelios Apócrifos” de Aurelio de Santos Otero, BAC ad 1996 (1ª Ed. 1956) – Disponible en http://escrituras.tripod.com/Textos/Anaphora.htm

 

[8] ) Mateo 27:45 – Marcos15:33 – Lucas 23:44

[9] )- Cf. Ginzel, F.K. “Spezieller Kanon der Sonnen-und Mondfinsternisse”, Mayer & Muller, Berlin, 1899.

[10] )- Cf. Deuteronomio 19:15 y también 17:6

[11] )- Cf. Deuteronomio 19:18-19

[12] )- Cf. Deuteronomio 17:7 – Es en este contexto que debe entenderse la conocida palabra que Cristo sobre el “arrojar la primera piedra”.

[13] ) Cf. Simon Greenleaf , The Testimony of the Evangelists  - Jersey City: Frederick P. Linn, 1881 – Ver: John McArthur en http://www.biblebb.com/files/MAC/sg2389.htm

 

[14] )- Mateo 27:24-25

[15] )- (Juan 8:7)

[16] )- Gamaliel fue un muy renombrado fariseo, el primero en recibir el título de Maestro  (Rabban) de la Ley. Se dice que descendía de Hilel, otro grande de la tradición hebrea.  Fue la autoridad náxima (nasi) del Gran Sanhedrín y, según Hechos 5:34-39, habló en favor de los discípulos de Jesús cuando éstos fueron llevados ante ese tribunal por predicar sus enseñanzas. En Hechos 22:3 San Pablo reconoce expresamente haber sido su discípulo cuando dice: "Yo de cierto soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel..."

[17] )- Hechos 7:58-60 y 8:1-3

[18] )- Hechos 12:1-17

[19] )- F.Josefo Antigüedades, XX, 200

[20] ) Juan 18:13 y 18:24

[21] ) Marcos 14:53

[22] ) Marcos 14:56

[23] )- Marcos 15:1

[24] ) Lucas 23:7

[25] ) Lucas 23:11

[26] ) Juan 19:12

[27] ) Mateo 27:24

[28] )- Para un análisis jurídico exhaustivo de los juicios a Jesús Cf. Walter M. Chandler, The Trial of Christ from a Lawyer's Point of View, 2 Tomos - Federal Book Co. 1925.

[29] ) “Busque a la mujer” y “busque el dinero” en francés.

[30] ) Mateo 23:2-3

[31] ) Juan 2:15 ; Mateo 21:12-13; Marcos 11:15-18; Lucas 19:45-46

[32] ) Juan 11:45-53

[33] )- Cf. Mateo 26:1-5; Marcos 14:1-2 y Lucas 22:1-2

[34] )- Juan 18:15

[35] )- A decir verdad, el error está dos veces en la misma frase.

[36] ] Cf. Flavio Josefo Antigüedades Judías, XVI11. ii. 1, 2; XX. ix. 1

[37] )- En Juan, este argumento aparece no una, sino dos veces. En el pasaje ya citado y otra vez en 18:14 en dónde identifica expresamente a Caifás como “...el que había dado el consejo a los judíos, de que convenía que un solo hombre muriese por el pueblo.”

[38] )- Mateo 24:3-28; Marcos 13:3-23; Lucas 21:6-24

[39] )- Lucas 21:34

[40] ) Lucas 21:6; Mateo 24:1-2; Marcos 13:1-2

[41] )- Mateo 26:63

[42] )- Mateo 26:65-66

[43] )- Juan 18:40

[44] )- Mateo 27:16

[45] )- Lucas 23:25

[46] )- Marcos15:7

[47] )- La rebelión de Espartaco terminó con la muerte de éste en el 71 AC

[48] )- La utilización de clavos en lugar de las ligaduras tradicionales también encaja bastante bien con esta necesidad circunstancial de apurar la muerte por falta de tiempo. Normalmente a los reos se los ataba a la cruz, no se los clavaba sobre ella como ocurrió con Jesús.

[49] ) Considerando que por la mañana previamente había tenido lugar todavía la reunión final del Sanhedrín, Cristo no podrá haber sido presentado ante Pilato mucho antes de alrededor de las ocho de la mañana. Como el día, según la costumbre hebrea, terminaba hacia eso de las seis de la tarde, a Pilato le quedaban apenas unas diez horas más o menos para juzgar, condenar y ejecutar. Y eso con una clase de ejecución que tardaba normalmente varios días en matar efectivamente al reo.

[50] )- Mateo 27:19

[51] )- Juan 19:12

[52] )- Lucas 23:12

[53] )- Marcos 6:17-27

[54] )- Lucas 9:58

[55] )- En el santoral greco-ortodoxo, el 25 de Junio es San Poncio Pilatos y el 25 de Octubre está dedicado a Santa Claudia Procula.

 

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