Dénes Martos - Los Deicidas
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La Crucifixión

 

Desde cierto punto de vista, podríamos decir que la historia de Jesús de Nazareth termina aquí. Lo que sigue, poco a poco va perteneciendo a otra dimensión y a partir de cierto momento ya no podríamos seguir con nuestro relato del modo en que hemos venido haciéndolo porque, a partir de ese momento, el Hijo de Dios hecho Hombre morirá en la cruz para continuar siendo el Hijo de Dios que se hizo Hombre. Y eso nos obligaría a reconsiderar todo el relato de nuevo, desde una óptica totalmente diferente, con la debida consideración por el aspecto teológico el cual decididamente no es el ámbito de esta historia.

Por otra parte, la pura verdad también es que me resisto a describir en detalle todo ese enorme sufrimiento y padecimiento que fue la tortura del camino hacia la cruz y la muerte en ella.

Flagelación de Cristo
(Caravaggio)

Lo azotaron casi hasta matarlo. Lo obligaron a cargar una cruz de cerca de 70 Kg que al final ni siquiera pudo llevar por lo debilitado que estaba. Tuvieron que forzar a Simón de Cirene, un simple espectador, para que cargara con el madero porque el que iban a ajusticiar estaba ya tan físicamente destruido que probablemente hubiera muerto antes de llegar al Gólgota si era compelido a hacerlo por si mismo. Lo escupieron, lo golpearon, y lo insultaron. Se buralron de él. Le tejieron una corona de espinas y se la clavaron en la cabeza. Se repartieron sus ropas tirando los dados para ver a quién le tocaba cual prenda. Los mismos que habían vociferado “¡Crucifícale! ¡Crucifícale!” lo injuriaron desafiándolo a que hiciera un milagro para salvarse a si mismo...

Y su única respuesta a tantas afrentas y agresiones fue: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.” [[1]]

¿Les puedo confesar algo? Cuando se estrenó la película de “La Pasión” de Mel Gibson en el año 2004, después de escuchar las críticas y después de leer varios comentarios sobre ella, decidí no ir a verla. Y mi decisión no tuvo absolutamente nada que ver con la – en mi opinión bastante necia – controversia que la obra suscitó. Lo que sucede es que, por desgracia, he visto tanto dolor y tanto sufrimiento a lo largo de mi vida que no estoy dispuesto a pagar entrada para que me sea permitido pasarme dos horas y media viendo sufrir a una persona. No lo necesito. Más allá de que la película haya sido excelente o mediocre. Simplemente creo que tiene que haber algo de enfermizo en la idea de pagar para participar de un espectáculo en dónde la atracción central es el privilegio de ver como se destruye a un ser humano.

Por la misma razón, no quisiera entrar en todos los detalles de las pocas horas que faltan. Además, todos ustedes seguramente conocen la historia. Y si no la conociesen, allí está en los Evangelios. Son unas pocas páginas. Notablemente pocas en realidad.

Lo asesinaron.

Sabiéndolo inocente, lo clavaron en una cruz para matarlo.

Gozaron de la función amontonándose a su alrededor y gritándole estupideces. Fue el eterno repugnante espectáculos de los enanos danzando ante el sangriento sacrificio de un gigante. La eterna miserable venganza de los mediocres que no pueden nunca perdonarle a los seres excepcionales el ser superiores a la mediocridad.

Fue tan espantosamente horroroso que hasta Él mismo llegó a dudar por un instante: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” [[2]]

Pero Dios no lo soltó de la palma de su mano.

Todavía le dio fuerzas para consolar al ladrón arrepentido.

Y después, cuando hasta el sol se puso de luto ante lo insoportable de la escena, con la última fuerza de sus maltrechos pulmones gritó: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.” [[3]].

Inclinó la cabeza y, en ese momento, Dios se lo llevó para recibirlo con un abrazo muy especial.

El abrazo con el que sólo recibe a los Inmortales.

 

Epílogo

 

En la iglesia, la penumbra apenas si había cambiado un poco.

El hombre volvió a mirar hacia el altar pero esta vez, el Nazareno, de alguna forma misteriosa ya no aparentaba estar tan dolorido.

A pesar de sus llagas, a pesar de sus heridas, a pesar de la sangre que se derramaba por su cuerpo, a pesar de esa posición virtualmente imposible en la que lo habían clavado, hasta pareció en un momento que una fugaz y muy tenue sonrisa había viajado de ese rostro coronado de espinas hacia el hombre que seguía frente al altar.

“...no saben lo que hacen...”

Esta vez el que sonrió fue el hombre, pero su sonrisa fue amarga. ¿Qué no saben lo que hacen? ¡Por Dios! ¡Lo saben perfectamente!

Allá afuera todo el país, toda España está en llamas. Se están matando a mansalva. Los que no creen masacran a los que creen y los que creen se dedican a liquidar a los que no creen. Y, por supuesto, todos se acusan mutuamente de haber tirado la primera piedra. Y por supuesto, todos le echan toda la culpa al otro. Y, por supuesto, todos afirman que la atrocidad cometida no es más que una justa represalia por la atrocidad sufrida.

Y en el medio están todos aquellos a los que les importa un bledo que España entera haya terminado crucificada a balazos, a cañonazos y a bombazos porque esos ríos de sangre supuestamente son para demostrar lo supuestamente excelso de una supuesta idea; o supuestamente para salvar lo que se supone que aún queda de sagrado en una carnicería en dónde lo único que realmente hay en juego es el hambre de Poder de todos los participantes principales.

“... perdónalos, no saben...”

¿Qué no lo saben? ¡Es imposible que no lo sepan! Lanzan discursos anunciando lo que harán. Después se vanaglorian de haberlo hecho. Incluso lo hacen en forma reiterada. Lo hacen todos los días. Hasta se les ha vuelto un hábito.

Además...

Además, todos lo venimos haciendo desde hace miles de años...

“... perdónalos...”

Afuera, de pronto se escuchó la voz de mando de una mujer y el silencio de la iglesia estalló en mil pedazos por el tronar de ocho disparos gatillados simultáneamente.

El hombre escondió la cara entre las manos.

Era el 28 de Julio del año 1936.

Afuera, en el Cerro de los Ángeles, en el casi exacto centro geográfico de España y a apenas unos kilómetros de Madrid, un pelotón de milicianos del Frente Popular Republicano había consumado un fusilamiento tan sórdido como imbécil.

Fusilaron a Cristo.

Levantaron sus fusiles, apuntaron y fusilaron el monumento al Sagrado Corazón de Jesús que había sido erigido allí en 1919. [[4]]

Luego, el 7 de Agosto, lo dinamitaron.

Sin embargo, Dios no detuvo el reloj del Universo. No se vengó de quienes lo habían fusilado.

Al día siguiente, simplemente permitió que volviese a salir el sol.

Cuando los deicidas vieron ese sol, quizás comprendieron que habían fracasado después de todo.

Porque los deicidas siempre fracasan. Están condenados a fracasar.

 


 

NOTAS:



[1] )- Lucas 23:34

[2] )- Marcos 15:34; Mateo 27:46

[3] )- Lucas 23:46

[4] )- El monumento original fue construido por suscripción pública, salvo la figura de Jesús que fue donada por Juan Mariano Goyeneche. Se inauguró el 30 de Mayo de 1919 por el Rey Alfonso XIII. El monumento que hoy se puede ver en el mismo lugar fue reconstruido por el Estado español después de la Guerra Civil.

 

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