Dénes Martos - Los Atenienses
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Crónica de un condenado a muerte

La familia

Sócrates. ¿Qué sabemos de él?

Pues, en forma directa no sabemos nada. Nunca escribió un libro. [21] Menos aún tuvo la veleidad de dejarnos su autobiografía. Las pocas cosas que dicen que escribió en su lecho de muerte no han llegado hasta nosotros. Casi todo lo razonablemente seguro que conocemos de él nos ha llegado por dos intermediarios: Platón y Jenofonte. Lo demás son algunos comentarios de oídas como los de Aristóteles, algunas caricaturas no precisamente benévolas como las de Aristófanes y recopilaciones o menciones muy tardías como, por ejemplo, las de Diógenes Laercio que vivió ya algo así como seis siglos más tarde. Si vamos al caso, estrictamente hablando, la imagen que tenemos de Sócrates es casi íntegramente la imagen que Platón quiso que tuviésemos de él.

No es que dicha imagen deba ser necesariamente falsa. Con toda probabilidad no lo es. O por lo menos, no lo es del todo. Pero, con la misma probabilidad, es una imagen unilateral. Como lo son, por fuerza, todas las que los discípulos arman de sus maestros; especialmente si, como en el caso de Platón, le pueden poner palabras en la boca al maestro sin arriesgar demasiado que alguna de las obras del maestro las desmientan.

Nació como hijo de un marmolero y de una partera. Algunos, que no consiguen entender cómo un simple artesano puede tener un hijo intelectualmente brillante, han querido convertir al marmolero en escultor. Quizás porque "escultor" suena mejor que "marmolero" o "picapedrero". Pero el problema es que no conocemos ninguna estatua que con certeza podamos adjudicar a Sofronisco, su padre. Y en cuanto a Fenarete, su madre, no me cuesta nada imaginar que debe haber ayudado a venir al mundo a más de uno en Atenas. Quizás hasta a alguno que después se hizo famoso. Incluso es posible que haya recordado haber visto nacer a unos cuantos que hoy preferiríamos olvidar.

La casa paterna quedaba en el demos de Alopece, un barrio de los suburbios de Atenas, en la falda del monte Licabeto. La familia pertenecía a la tercera clase sociopolítica, la de los zeugitas, con lo que sus integrantes apenas si calificaron para participar en los asuntos públicos. Con todo, no deberíamos imaginarlos como muy pobres. Tenían un oficio, tenían propiedades, tenían una casa. En aquella época, bajo el benigno clima del Ática, no se necesitaba mucho más para vivir de un modo decente. No habrán estado, por cierto, a la altura de los alcmeónidas o los pisistrátidas, pero no tenían de qué avergonzarse.

Juventud y Matrimonio

La juventud de Sócrates es algo que solamente podemos imaginar. Seguramente habrá ayudado a su padre, habrá hecho renegar a su madre, habrá completado su educación siguiendo las etapas normales para un joven de su condición, habrá ingresado a la milicia a los dieciocho años y habrá conseguido sus armas y su equipo para convertirse en un hoplita hecho y derecho a los veinte. Según Diógenes Laercio, fue discípulo de Damon y Anaxágoras, al igual que Pericles. Cuando Anaxágoras fue defenestrado se hizo discípulo, y muy posiblemente paidos [22], del físico Arquealo, con lo que quedó iniciado en esa extraña bisexualidad que caracterizó a la mayoría de los griegos de aquella época. Este rasgo de su personalidad volverá a aparecer con bastante frecuencia a lo largo de su vida. Incluso en relaciones con personajes bastante poco recomendables como Alcibíades; aunque con casi total certeza, en este caso en especial no fue Sócrates el que se enamoró de Alcibíades sino a la inversa, como queda bastante claro en El Banquete de Platón.

No obstante, sabemos que se casó. Y no una sino dos veces. O por lo menos vivió con dos mujeres; y según parece no con una después de la otra sino con ambas simultáneamente. Xantipa, su primer mujer se ha hecho históricamente famosa por volverle la vida imposible con sus constantes quejas, rezongos y reclamos - los cuales, digamos la verdad, estaban en buena medida bastante justificados desde el punto de vista de una esposa; algo que él mismo no dejaría de reconocer, aunque no sin una considerable dosis de buen humor. Un día, cuando Xantipa, luego de increparlo y regañarlo, se puso tan furiosa que lo empapó tirándole un balde de agua fría, Sócrates minimizó el hecho comentándole a sus amigos: "¿No les dije que los truenos de Xantipa terminarían en lluvia?". Y cuando alguien le preguntó si era preferible casarse o permanecer soltero su respuesta fue: "Es indistinto. En cualquiera de los dos casos, terminarás arrepintiéndote".

Su segunda mujer, Mirto, es un poco un misterio. Platón no nos habla de ella. El que la menciona es Aristóteles. Mirto era la hija de Arístides y parece ser que Sócrates la llevó a su casa, en parte porque su propio padre y Arístides habían sido buenos amigos y quizás hasta para salvarla de la indigencia ya que, como hemos mencionado, Arístides El Justo murió en la más total de las pobrezas y la muchacha no tenía dote.

A Sócrates no le conocemos hermanos pero sí tres hijos. En la medida en que le podemos creer a Aristóteles y a Diógenes Laercio, con Xantipa tuvo a Lamprocles y con Mirto a Sofronisco y a Menexeno.

El guerrero

En otro orden de cosas, quienes están unilateralmente inclinados a ver tan sólo a un filósofo en Sócrates quizás se sorprendan al saber que fue un excelente soldado. Más aún: considerando las características y la composición de las fuerzas armadas atenienses no sería demasiada exageración describirlo como un muy buen infante de marina. Son muchos los testimonios que lo describen como una persona que no descuidaba su estado físico - no así su aspecto físico al cual sí descuidó bastante - con ejercicios gimnásticos que lo ayudaban a mantenerse en debida forma.

Hacia el 432 AC, cuando Pericles empieza a necesitar otra vez una guerra para mantener su posición de poder político y Sócrates tiene 38 años, lo embarcan y participa en la campaña contra Potidea. Es allí en donde le salva la vida a Alcibíades. En un momento dado lo ve herido y, sin pensarlo mucho, lo levanta, lo carga sobre sus hombros, y se lo lleva a un lugar seguro atravesando toda una multitud de enemigos. Allí, también, se destacará por su casi total indiferencia frente a las penurias propias de la campaña como el hambre, el frío y las mil incomodidades de la vida militar. Hasta el punto de quedar - según cuenta Platón poniendo las palabras en boca de Alcibíades - dos noches y un día entero, parado en el mismo lugar, meditando sobre un problema al cual aparentemente no podía encontrarle la solución.

A los 46 años participó en la campaña contra Beocia y cuando en la batalla de Delio las cosas salieron muy mal para los atenienses, Alcibíades - que combatía en la caballería - le devolvió el favor de Potidea quedándose con él y protegiendo su retirada en medio de la cual mantuvo la compostura al punto que, según el propio Alcibíades: "... parecía caminar, mirando orgulloso a diestra y siniestra. Retrocedía fijando la vista con serenidad en amigos y enemigos, y mostrando a todos que, si alguien se atrevía a tocarlo, se defendería con decisión". Dos años más tarde, cuando Cleón quiere reconquistar a Anfípolis, lo tenemos otra vez a Sócrates en el campo de batalla cumpliendo con su deber y destacándose nuevamente por su valor.

De modo y manera que no deberíamos verlo como uno de esos filosofastros intelectualosos pacifoides que se encierran en la torre de cristal de sus elucubraciones teóricas para pontificar sobre la magnificencia de sus abstracciones. Sócrates no fue nada de eso. Poseyó un enorme intelecto pero también una gran integridad, un nada despreciable sentido del humor, un profundo y muy arraigado sentido del deber, y una sólida capacidad para vivir con ambos pies firmemente afirmados sobre la tierra. Fue un hombre que peleó cuando tuvo que pelear, amó cuando le tocó amar y fue también capaz de quedarse interminables horas parado en un mismo sitio meditando sobre lo esencial de la vida. Un hombre entero, de una sola pieza, que no le puso condiciones a la vida sino que se limitó a vivirla con la mayor plenitud y con la mayor integridad que le fue posible.

Sin duda alguna, un gran hombre. Y sinceramente creo que, aún a pesar de algunas asperezas de su carácter, un buen hombre. No un hombre fácil de entender y, casi con toda seguridad, tampoco una persona siempre fácil de soportar. Pero sí una persona respetable y, en muchos aspectos, un ser humano admirable.

Lo cual es infinitamente más de lo que se puede decir de una enorme cantidad de sujetos que, antes y después de él, consiguieron inscribir sus nombres en esas - en última instancia bastante poco selectivas - crónicas que forman aquello que habitualmente llamamos nuestra Historia.

El filósofo

No me extenderé aquí sobre la filosofía de Sócrates. En primer lugar, este relato no pretende convertirse en una obra sobre la filosofía y, menos aún, en un trabajo de filosofía. Y, en segundo lugar, el ingresar en la filosofía del Maestro nos obligaría a explorar todo el pensamiento de Platón y, para ser equitativos, deberíamos incluirlo también a Aristóteles en nuestra perspectiva. Y todo ello, pueden ustedes creerlo, haría estallar por completo el estrecho marco de este relato.

Pero tampoco podemos ignorar por completo el marco cultural e intelectual de la Atenas del Siglo V. Porque así como en Esparta la máxima virtud de un ciudadano noble era la de ser un buen guerrero, en Atenas esa máxima virtud era la de ser un buen orador. Mientras en Esparta el laconismo espartano impulsaba a hablar poco y a hacer mucho, en Atenas, por lo general, se hablaba mucho y se hacía bastante menos. O, como mínimo, se hablaba muchísimo más antes de hacer algo en absoluto.

En estas condiciones, no es sorprendente que la oratoria se convirtiese en una de las actividades más practicadas, más estudiadas y más preciadas; especialmente entre la juventud cuya carrera - especialmente la política - dependía fuertemente de capacidades oratorias.

Ahora, hay algo que tenemos que comprender. Hoy en día, por "oratoria" normalmente se entiende la capacidad de un disertante para "hablar bien". Los cursos de oratoria actuales generalmente enseñan a estructurar correctamente el discurso y a "entregarlo" a un auditorio respetando una serie de reglas y triquiñuelas que sirven para lograr un mayor impacto. En la Atenas del Siglo V sucedía algo similar pero a escala mucho mayor y, sobre todo, mucho más sofisticada. Y lo de sofisticada no lo dije sin intención.

La oratoria ateniense no se detenía en las formas. Iba más allá de ellas y establecía reglas hasta para los contenidos. Los estudiantes de oratoria no solamente recibían lecciones acerca de cómo estructurar un discurso y cómo declamarlo sino, además, sobre cómo hilvanar los argumentos y hasta sobre qué palabras utilizar en determinados contextos. La oratoria ateniense incluía materias tales como cultura general, gramática, literatura, historia, música, matemáticas y hasta astronomía y ciencias físicas. Por otra parte, siendo esta oratoria un arma tan valiosa para el progreso personal, las lecciones, por supuesto, no eran gratuitas. Los grandes maestros de esta disciplina por aquella época eran unos "filósofos" que cobraban sumas a veces muy apreciables de dinero para enseñarle a la juventud ateniense a armar sus discursos. Fueron los sophistes o sofistas a quienes, como recordarán, ya hemos mencionado antes.

Protágoras, Gorgias, Antifón, Prodico, Trasímaco y por lo menos algo así como 30 sofistas más integraron uno de los movimientos intelectuales más fuertes del mundo antiguo, a tal punto que los romanos retomarían el sofismo, más tarde, en lo que se ha dado en llamar el Segundo Movimiento sofista.

Los sofistas dominaron la vida política e intelectual de Atenas por lo menos durante unos 70 años - hasta el 380 AC - siendo luego desplazados por las escuelas de Platón e Isócrates. La mayoría de ellos, sin embargo, no fueron atenienses sino extranjeros que se radicaron en la ciudad, en parte bajo la protección de ciudadanos adinerados como Callias y, ciertamente que en no menor medida, bajo la cobertura política de hombres como Pericles quien gustaba de sostener prolongadas discusiones con ellos en su propia casa.

Si bien es obvio que existió una apreciable diversidad personal entre estos maestros de oratoria, los rasgos comunes y el estilo general de la intelectualidad sofista no resultan menos evidentes. Por de pronto, se trataba de un negocio. Lícito si se quiere, pero negocio al fin. Los maestros enseñaban a los jóvenes - y a los no tan jóvenes - atenienses a hacerse de las armas que les impulsarían en sus carreras públicas. Y eso lo hacían a cambio de una paga; a cambio de dinero contante y sonante.

Además, lo que enseñaban, en última instancia, no era tanto un método para aproximarse a la verdad sino un método para discutir y ganar un debate. Tanto Platón como Aristóteles nos cuentan que eran capaces hasta de usar medios deshonestos para lograr este tipo de victorias. Lo que les importaba no eran las causas defendidas sino la posición en que quedaba el orador luego de defenderlas. Por lo que eran muy capaces de suministrar buenos argumentos para una mala causa y de enseñar mil artilugios capciosos y subterfugios para ganar una discusión.

Por supuesto, pongámonos de acuerdo en algo: tampoco exageremos. No hay por qué denostar y tirar a la basura todo el aporte de los sofistas. Muchos de ellos fueron realmente muy ingeniosos, no se puede decir que todos hayan sido fundamentalmente inmorales y la lógica dialéctica de Occidente no deja de tener con ellos una cierta deuda que Hegel reconocería mucho más tarde. Sócrates mismo adquirió de ellos muchas de sus armas y no ha faltado quien lo considerara un sofista más. Sin embargo, esto último es muy poco sustentable. Por de pronto, Sócrates no cobró jamás por sus enseñanzas y vivió siempre en medio de una notoria modestia. Y, por el otro lado, si hay algo que es una preocupación constante en él, ese algo es su incansable, insobornable y hasta podríamos decir testaruda búsqueda de esa verdad que está más allá de las apariencias y los silogismos ingeniosos.

Lo que sucedió es que el sofismo, con su racionalismo lógico a casi ultranza, derrumbó buena parte de la cultura griega tradicional preexistente. El ponerlo todo bajo la lupa de la razón, la lógica y la dialéctica, destruyó buena parte de la poesía mitológica y cosmológica que había alimentado el espíritu del mundo griego durante siglos. El horizonte intelectual griego se hizo más racional, más discursivo, más inquisitivo y hasta podría decirse que más científico. Pero también más relativista, más escéptico, más dubitativo, menos categórico, menos afirmado, menos confiado en si mismo y, por sobre todo, menos brillante, menos atrayente, menos hermoso. Protágoras, por ejemplo, es el autor del apotegma "el hombre es la medida de todas las cosas" - toda una definición y casi un dogma de fe . No sólo se llenó de dinero enseñando en Atenas sino que llevó su agnosticismo a tal punto en su libro Sobre los Dioses que hasta los atenienses se cansaron de él, quemaron sus libros en público y lo echaron de la ciudad desterrándolo de por vida en el 415 AC.

Si. Leyeron bien. Quemaron sus libros en público. Y esto en el 415 AC, en plena época del ultrademocrático Hipérbolo; por la misma época en que Alcibíades impulsaba la aventura de Sicilia y la traicionaba para unirse a los espartanos. Eso de la quema de libros no es ni tan infrecuente ni tan exclusivo de algunos regímenes como muchos suponen.

Sea como fuere, desde esta óptica se comprende mucho mejor cómo fue posible, sólo 16 años después de este auto de fe antisofista, hacer creíble la acusación contra Sócrates en cuanto a que éste habría subvertido la fe religiosa de sus discípulos. La razón siempre ha tenido una relación bastante conflictiva con la religión. El cristianismo tuvo que esperar 1250 años la llegada de un Tomás de Aquino para hacer las paces entre el intelecto y la fe; entre Aristóteles y la teología. Los atenienses de principios del Siglo IV AC creyeron que podían salvar su fe - o al menos la apariencia de una religiosidad bastante agnóstica que los sofistas ya habían socavado - enviando a la muerte a una persona que se tomaba la libertad de cuestionarlo todo; aunque fuese una persona honesta en busca de la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.

Pero desde la misma óptica se comprende también a un Sócrates que en vísperas de su muerte se pone a componer poesía poniendo en verso algunas fábulas de Esopo y componiendo un himno a Apolo porque, a pesar de su empeño filosófico racional, sus sueños siempre le habían ordenado que cultivara las bellas artes. Sócrates al menos tuvo conciencia de la belleza que los sofismas estaban destruyendo. Difícilmente los propios sofistas se dieron cuenta de ello.

Y si se dieron cuenta, habría que ver si les importó demasiado.

El "daimon" y la verdad

A Sócrates sí le importó. Solía decir que tenía una voz interior - su daimon personal - que nunca le decía lo que tenía que hacer pero, no obstante, generalmente le advertía sobre aquellas cosas que no se debían hacer. También se veía a si mismo como un "tábano" puesto por el destino en Atenas con la misión de molestar a los atenienses para mantenerlos despiertos y concientes.

Pero la gran mayoría nunca ve mucho más allá de su provecho personal inmediato siendo que, por regla general, prefiere dormirse sobre los laureles. Y cuando aparece un "tábano" que la obliga a mantenerse despierta y enfrentar la realidad, puede llegar a enojarse tanto que hasta es capaz de matar al fastidioso, con tal de no verse obligada a reconocer la verdad.

Porque, en última instancia, de eso se trata: de la verdad.

Esa verdad tan preciada que todos, unánimemente, declaran querer poseer. Pero de la cual huyen como de la peste y la relativizan ni bien sospechan que puede llegar a no ser tan agradable como se la imaginaron.

 


Notas

21)- A pesar del testimonio de un insigne Presidente de la Nación Argentina quien declaró en cierta oportunidad haber leído "los libros de Sócrates".

22)- La homosexualidad entre los griegos admitía varias formas. Cuando se trataba de relaciones sentimentales y sexuales entre personas del mismo sexo, el amante se denominaba erastes y el amado erómenos. Pero cuando el amado era un mancebo adolescente, el joven era el paidos y el hombre mayor, su mentor, asumía responsabilidades bastante serias en cuanto a su educación y desarrollo.

 

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