NÚMERO (XI)

 

II. LOS PRINCIPIOS TEOLÓGICOS

DE KAROL WOJTYLA

a) LOS PRINCIPIOS DE LA TEOLOGÍA MODERNA

   Nosotros pensamos que actualmente existen indicios muy claros de que la Fe Católica y Apostólica está sufriendo una profunda transmutación en los órdenes teológico y eclesiástico.

   Los principios que animan la teología moderna trastocan gravemente la identidad de la Fe. Nosotros damos en llamar aquí "teología moderna" al pensamiento que con relación a Dios han elaborado los autores religiosos "modernos", y entendemos por tales a los pensadores religiosos que en las últimas décadas han contribuido, de uno u otro modo, a conformar y desarrollar las doctrinas recogidas en la letra y el espíritu del Concilio Vaticano II[50]

   A nuestro modo de ver, la re-ligión de estos teólogos modernos está signada por una tendencia definitiva hacia la búsqueda de Dios en la interioridad humana. En rigor, ésta es una tendencia espiritual que desde hace mucho tiempo se viene insinuando en las escuelas occidentales; pero en los teólogos modernos parece manifestarse ya como algo completo e irreversible. Se trata de algo así como un buceo del espíritu, del pensamiento, en el interior de la existencia humana y del mundo en cuanto construcción humana que, de alguna manera según ellos, depararía al hombre el descubrimiento de la divinidad.

   Antes de sacar ninguna conclusión sobre las consecuencias doctrinarias de este planteo, notemos que proviene de una actitud espiritual que se coloca en el polo opuesto de la antigua actitud contemplativa frente a las teofanías o manifestaciones divinas. Esta actitud moderna del espíritu implica un repliegue del ser humano sobre su propia existencia y, por lo tanto, una tremenda desvinculación con el orden cosmológico. Genéricamente, podemos llamar a esto "existencialismo" sin entrar a analizar sus lazos, que seguramente los tiene, ni sus diferencias, con el llamado existencialismo filosófico moderno.

   Lo cierto es que la vinculación del ser humano con el orden cosmológico se ve seriamente afectada por dicha actitud "existencialista" del espíritu. Pero ocurre que la vinculación con el orden cosmológico es uno de los fundamentos indispensables para la contemplación "ad extra", propia de la religión tradicional, que es admirativa y enajenante, en cuanto que el individuo procura ordenarse objetivamente dentro del universo y con referencia al absoluto que advierte reflejado en él.

   Pensemos en un ejemplo de lo más simple: la contemplación de un hermoso paisaje. Es posible que esta contemplación se convierta en base objetiva, real y concreta para una consideración más alta sobre el principio absoluto de la hermosura; y ésta, a su vez, bien puede llegar a ser vía, bajo ciertas circunstancias, para una especie de contemplación divina. . . En cualquiera de los tres niveles, siempre es necesario que el hombre, con su inteligencia, su sensibilidad, y con todas sus potencias, se mueva con relación a un objetivo que se presenta a su consideración.

   En este orden, la divinización humana de que hablaban los Padres es una asunción de la humanidad por la divinidad que se verifica de un modo personal, histórico, real y objetivo, en virtud de la Encarnación del Verbo, que produce una comunión también personal, histórica, real y objetiva entre Dios y los hombres; una comunión entrañable del fruto del vientre de María que produce la maravillosa comunicación de la Vida Divina.

   En cambio, la religión de los teólogos modernos, en cuanto comporta una indagación, búsqueda o buceo en el interior de la existencia humana, es algo que necesariamente debe desarrollarse en el interior de la vida psíquica, y por ello sólo puede manifestarse mediante una dialéctica de operaciones abstractas. Así, para descubrir a Dios por este camino se precisan argumentos, silogismos, ideas, imágenes o hasta fantasías, y luego la conciencia de las propias vivencias o experiencias psíquicas o sociales y su interpretación. Acaba por verificarse, entonces, una especie de producción o generación de la divinidad a partir de la humanidad. Llegamos, por este camino, hasta las conclusiones más extremas del pensamiento religioso moderno: Dios es una creación del hombre, o bien: Dios es el hombre.

   En la religión moderna el hombre se ve a sí mismo cuando cree ver a Dios; habla consigo mismo, cuando cree hablar con Dios; se encuentra a sí mismo, cuando cree haber encontrado a Dios. La religión moderna se desenvuelve en el interior de la vida psíquica, y sólo sale al exterior para considerar los diferentes aspectos de la misma existencia humana y de la obra del hombre. No es difícil, pues, que el hombre moderno descubra finalmente que él mismo es el dios al que está adorando.

   Nosotros pensamos que el Concilio Vaticano II constituye un punto de partida fundamental para la consolidación de la nueva religión moderna. Los documentos de este Concilio emanan —y no podría ser de otro modo— en su letra y en su espíritu, de la teología moderna, heredera de un profundo proceso de transformación religiosa que ha padecido occidente en los últimos siglos.

   En el cristianismo, dicho proceso de transformación religiosa se explícita cuando comienzan a manifestarse síntomas de que la Persona de Jesucristo tiende a convertirse, en el pensamiento de los teólogos, en algo así como una personificación humana de la divinidad que es propia de la humanidad. Ello explica por qué en la religión moderna se acentúa un creciente anhelo por la segunda venida de Jesucristo, que es arrancada del misterio de la revelación para ser prevista o intuida históricamente, como una expresión plena de la divinidad humana, o sea, del dios que se está construyendo en el hombre.. .

   Es innecesario resaltar que el contenido del pensamiento religioso moderno constituye, con respecto a la Fe Católica y Apostólica, la mayor de las herejías, o, como decía San Pío X, "la síntesis de todas las herejías"[51]

   Por ello, es de sumo interés doctrinario analizar cuál es la posición de Juan Pablo II con relación a los principios de la teología moderna. Sabemos hasta qué extremos Paulo VI se identificó con esos principios, superando inclusive al mismo Concilio, por ejemplo, en la promulgación del llamado "Novus Ordo Missae" que tantas polémicas ha suscitado.

   ¿Acaso se abre un horizonte nuevo con el reinado de Juan Pablo II? ¿Hasta qué punto el pensamiento religioso de Karol Wojtyla se enraiza en la teología moderna? Creemos que es necesario hacer algunas puntua-lizaciones al respecto, pues de lo contrario no podríamos forjarnos una perspectiva clara sobre la actual situación religiosa.

b) LOS PRINCIPIOS TEOLÓGICOS DE KAROL WOJTYLA

   El transcurso de más de un año y medio de reinado de Juan Pablo II constituye un lapso más que suficiente para permitirnos esbozar un análisis de ciertas líneas rectoras de su pensamiento.

   En primer lugar, según nuestro entender, ya se puede afirmar, sin lugar a dudas, que carece de todo fundamento la ilusión, abrigada por muchos católicos conservadores, de que Juan Pablo II quiera remontar la línea doctrinaria y espiritual del Concilio Vaticano II. Citamos únicamente su primer mensaje que es clarísimo al respecto[52]:

   "Ante todo queremos insistir en la permanente importancia del Concilio Ecuménico Vaticano II, y aceptamos el deber ineludible de llevarlo cuidadosamente a la práctica.

   ¿No es acaso este Concilio universal como una piedra miliar o un acontecimiento del máximo peso en la historia bimilenaria de la Iglesia, y consiguientemente, en la historia religiosa del mundo y del desarrollo humano?

   Ahora bien; el Concilio, igual que no termina en sus documentos, tampoco se concluye en las aplicaciones que se han realizado en estos años. Por eso juzgamos que nuestro mayor deber es promover, con la mayor diligencia, la ejecución de los decretos y normas directivas del mismo. Y esto lo haremos, desde luego, con una acción a la vez prudente y estimulante, procurando sobre todo que se logre una adecuada mentalización: es decir, es necesario, en primer lugar, hacer que los espíritus sintonicen con el Concilio, para poder llevar luego a la práctica lo que él dijo, y poder explicitar todo lo que en él se esconde o —como suele decirse— se encuentra implícito en él, teniendo en cuenta las experiencias realizadas y las exigencias de las nuevas circunstancias".  

 Frente a definiciones tan rotundas, el simple hecho de que sean censuradas ciertas posturas extremistas que, doctrinaria o disciplinariamente, se adelantan a los pasos procesivos previstos, de ningún modo autoriza a pensar seriamente que Karol Wojtyla no esté plenamente identificado con la línea teológica y espiritual del Vaticano II.

   Precisamente, la identificación con los principios teológicos modernos ínsitos en el Concilio es su base para defender una concepción an-tropocéntrica de muy graves contornos[53]

   "La verdad del cristianismo corresponde a dos realidades fundamentales que no podemos perder nunca de vista. Las dos están estrechamente relacionadas entre sí. Y justamente este vínculo íntimo, hasta el punto que una realidad parece explicar la otra, es la nota característica del cristianismo. La primera realidad se llama "Dios", y la segunda "el hombre". En los últimos tiempos —en especial durante el Concilio Vaticano II— se discutía mucho si esa relación es teocéntrica o antropocéntrica. Si seguimos considerando por separado los dos términos de la cuestión, jamás se obtendrá una respuesta satisfactoria a esta pregunta. De hecho el cristianismo es antropocéntrico precisamente porque es plenamente teocéntrico; y al mismo tiempo es teocéntrico gracias a su antropocentrismo singular".

   Nosotros le atribuimos muy graves contornos a esta concepción, no sólo por el antropocentrismo, sino por la identificación que se ensaya de este término con el término teocentrismo. Es decir, por encima del juego de palabras que intenta ser brillante, se advierte una identificación del significado profundo de los prefijos: ántropo = teo. Esto nos coloca de lleno en la vertiente de todo el pensamiento teológico moderno.

   Tal vez se podría restar importancia al texto que citamos si el mismo no estuviera claramente confirmado en otros pronunciamientos que no dejan lugar a dudas. En la Encíclica "Redemptor Hominis", Jesucristo, "principio estable y centro permanente de la misión que Dios mismo ha confiado al hombre"[54] es descripto como el nuevo Adán (cf. Rom. 5,14) "que manifiesta plenamente al propio hombre"[55] y como el Redentor "que revela plenamente el hombre al mismo hombre"[56]. Por eso el hombre es "el camino de la Iglesia"[57].

Se trata de toda una visión muy particular sobre el Misterio de la Redención, con abundantes citas del Vaticano II y de Paulo VI, cuyo análisis omitimos "brevitatis causa", pero que invitamos a que sean leídas pues contienen medulosas expresiones de humanismo existencialista.

   No obstante, creemos que la más clara e inequívoca definición doctrinaria, de orden teológico, en extrema contradicción con la Fe Católica, se encuentra en la misma encíclica cuando afirma que "MARÍA ES MADRE DE LA IGLESIA PORQUE. . . ELLA HA DADO LA VIDA HUMANA AL HIJO DE DIOS"[58].

   Esta gravísima proposición contiene la transmutación de artículos esenciales de la Fe.

   En efecto; según y conforme la doctrina de San Cirilo de Alejandría, solemnemente definida por el Concilio de Efeso al condenar la herejía de Nestorio[59], debemos profesar claramente que María engendró en su seno la hipóstasis divino-humana de Jesucriso, y por eso debe ser venerada como verdadera Madre de Dios. Bien sabemos que en nuestro medio la proclamación de María como "Madre de la Iglesia", hecha por Paulo VI, fue arduamente atacada por su probable nestorianismo[60].

   Sin embargo, no sabemos que nunca Paulo VI se haya atrevido a explicitar con tan meridiana claridad que la maternidad de María sobre la Iglesia deba derivarse de la maternidad humana de María.

   De hecho, la proposición de Wojtyla no sólo soslaya la maternidad divina de María al decir simplemente que ella ha dado la vida humana al Hijo de Dios, sino que, por lógica consecuencia, deja en la oscuridad si realmente Jesucristo poseyó una vida divino-humana. Y, además, al derivar la maternidad de María sobre la Iglesia de la circunstancia que ella haya dado apenas la vida humana al Hijo de Dios, como decimos, está implicando necesariamente una doctrina heterodoxa sobre la Iglesia. Por cierto, es la doctrina heterodoxa del Vaticano II, que nosotros hemos denunciado, y que define a la Iglesia como "Pueblo de Dios"[61]; o sea, que María sería Madre de la Iglesia porque sería Madre de la humanidad.

   Es imposible no percibir que, con la profesión de esta doctrina, Karol Wojtyla hace suyos los principios de la teología moderna que conducen a la adoración del hombre por el hombre. En realidad él mismo lo expresa con suma franqueza[62]:

   "Dirijo este mensaje —dice en la Navidad de 1978— a cada uno de los hombres; al hombre en su humanidad. Navidad es la fiesta del hombre. Nace el hombre. Uno de los millares de millones de hombres que han nacido, nacen y nacerán en la tierra. Un hombre, un elemento que entra en la composición de la estadística. No casualmente Jesús vino al mundo en el período del censo, cuando un emperador romano quería saber cuántos súbditos contaba su país. El hombre objeto de cálculo, considerado bajo la categoría de la cantidad; uno entre millares de millones. Y al mismo tiempo uno, único, irrepetible... Jesús, el Mesías, Príncipe de la Paz. En este misterio se halla la fuerza de la humanidad. La fuerza que irradia sobre todo lo que es humano. No hagáis difícil esta irradiación. No la destruyáis. Todo lo que es humano crece a partir de esta fuerza; sin ella se marchita; sin ella va a la ruina. Por esto os doy las gracias a todos vosotros, familias, naciones, estados, organizaciones internacionales, sistemas políticos, económicos, sociales y culturales por todo lo que hacéis a fin de que la vida de los hombres sea en sus diversos aspectos cada vez más humana, es decir, cada vez más digna del hombre. Deseo de todo corazón y os suplico que no os canséis en este esfuerzo, en este empeño. Gloria a Dios en las alturas (Le. 2, 14). Dios se ha hecho cercano. Está en medio de nosotros. Es el hombre. Ha nacido en Belén. Está acostado en el pesebre, porque no había lugar para él en la posada (Le. 2, 7) ¡Su nombre: Jesús! ¡Su misión: Cristo!".

   Dios es el hombre. He aquí la conclusión coherente de todos los principios de la teología moderna. Nosotros no nos escandalizamos ya por esto, en el sentido que no nos conmocionamos sensiblemente. Estamos acostumbrados a oírlo, sobre todo de las "autoridades" eclesiásticas que de mil maneras lo insinúan desde el Vaticano II.

   Lo único que pretendemos dejar en claro, lo único que simplemente intentamos hacer ver, es que esta doctrina es una herejía, o sea, es una doctrina absolutamente incompatible y discordante con la Tradición Apostólica. No es posible profesar al mismo tiempo los principios de la teología moderna y la Fe Católica. Y los que deseen permanecer en comunión con las autoridades eclesiásticas que profesan estos principios, deben comprender que no pueden después asustarse de las consecuencias.

   En efecto, si Dios es el hombre, entonces es claro que se puede hablar legítimamente de una "teología de la liberación", la cual indiscutiblemente deberá asumir proporciones universales y absolutas[63]:

   "La teología de la liberación viene frecuentemente vinculada (alguna vez demasiado exclusivamente) a la América Latina; pero es preciso dar la razón a uno de los grandes teólogos contemporáneos (Hans Urs von Balthasar), que existe justamente una teología de la liberación de alcance universal. Sólo los contextos son diversos, pero es universal la realidad misma de la libertad con la que Cristo nos ha hecho libres (Gal. 5, 1). Tarea de la teología es encontrar su verdadero significado en los diversos y concretos contextos históricos contemporáneos".

   Igualmente, si Dios es el hombre, también podría hablarse de "teo — logia" de cualquier cosa relativa a la humanidad. Por ejemplo, el sexo[64]:

   "Nos encontramos, pues, casi en el meollo mismo de la realidad antropológica cuyo nombre es cuerpo, cuerpo humano. Sin embargo, como es fácil observar, este meollo no es sólo antropológico, sino esencialmente teológico. La teología del cuerpo, que desde el principio está unida a la creación del hombre a imagen de Dios, se convierte, en cierto modo, también en teología del sexo, o mejor, teología de la masculinidad y de la feminidad, que aquí, en el libro del Génesis, tiene su punto de partida".

   Nos abstenemos de comentar las enormes consecuencias de la doctrina expuesta en el discurso de esta cita: "La unidad originaria del hombre". Pero invitamos a los lectores a que lo estudien. Existe en toda la doctrina allí expresada un humanismo existencialista que deja entrever elaboraciones de notable hondura. No creemos que sea algo que deba tomarse a la ligera.

   Lo mismo decimos con respecto a la audiencia general del 28 de febrero de 1979: hay un Dios que nos espera en el interior de la dimensión humana...[65]

   "El esfuerzo principal de la penitencia consiste en "entrar en sí mismo", en lo más profundo de la propia entidad, entrar en esa dimensión de la propia humanidad en la que, en cierto sentido, Dios nos espera..."

   Esta suerte de esperanza no se refiere tan sólo a cada hombre considerado individualmente. Debe entenderse que es la humanidad entera la que aguarda[66]:

   Estos tiempos esperan a Cristo con gran ansia, por más que muchos hombres de nuestra época no se den cuenta. Nos acercamos al año 2000 después de Cristo. ¿No serán tiempos que nos preparan a un renacimiento de Cristo, a un nuevo Adviento?"

   ¡Un nuevo Adviento! ¡Una nueva venida! ¿De quién? ¡De Cristo! Cristo quiere decir Mesías. La idea de "un nuevo Adviento" está también en la base de la "Redemptor Hominis"[67]. Sin duda es una idea que tiene una fuerza de atracción vertiginosa. En el contexto de toda la doctrina de Wojtyla seguramente debe interpretarse como el rasgo más profundamente religioso de su humanismo existencialista, la culminación escatológica de la divinidad humana... ¿Hasta qué punto se comprende lo que se está diciendo? ¿Qué fuerzas humanas, infernales y celestiales se están debatiendo en toda la circunstancia religiosa que rodea el reinado de Karol Wojtyla? Son preguntas imposibles de responder para nosotros.

   De cualquier manera, está clara la doctrina teológica que profesa Karol Wojtyla; está en sus discursos, alocuciones, mensajes, en sus escritos. Queda abierta la posibilidad de hacer un análisis más exhaustivo. Mientras tanto, no vemos de qué manera podría negarse que él profesa los principios heterodoxos de la teología moderna.

http://ar.geocities.com/sedevacancia/Fidelidad/index.htm

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"FIDELIDAD A LA SANTA IGLESIA

PORTADA


NOTAS

  • [50] Sería ocioso citarlos a todos: Schillebeck, Chenu, Congar, Rahner, Lubac, etc., etc., y, por supuesto, todos sus antecesores del modernismo condenado por San Pío X. No pretendemos que lo que aquí vamos a señalar se aplique absoluta y exactamente a cada uno de ellos; pero sí queremos destacar ciertos principios que, en diferente medida, están en la base del pensamiento de todos ellos. 

  • [51] Ver "FIDELIDAD A LA SANTA IGLESIA", nº II: "Un Papa Santo".

  • [52]  Primer Mensaje, 17-10-78; "L'Osservatore Romano" 22-10-78, ed. castellana  

  • [53]  Audiencia general del 29-11-78; L'Osservatore Romano" 3-12-78. 

  • [54] "Redemptor Hominis" nº 11.  

  • [55] "Redemptor Hominis" nº 8. 

  • [56] "Redemptor Hominis" nº 10. 

  • [57] "Redemptor Hominis" nº 22.

  • [58] "Redemptor Hominis" nº 22.  

  • [59] Denzinger, 111 a.  

  • [60]  En su proclamación, Paulo VI vinculaba la maternidad de María sobre la Iglesia con la maternidad sobre el "Pueblo de Dios". 

  • [61]  Ver "FIDELIDAD A LA SANTA IGLESIA", nº VIII. 

  • [62] Mensaje de Navidad 25-12-78; "L'Osservatore Romano" 31-Í2-78.

  • [63] Audiencia general 21-2-79: "L'Osservatore Romano" 25-2-79.

  • [64] Audiencia general 14-11-79: "L'Osservatore Romano" 18-11-79.

  • [65]  Audiencia general del 28-2-79; "L'Osservatore Romano" 4-3-79.

  • [66] En Asís 15-11-78; "L'Osservatore Romano" 22-11-78.

  • [67] "Redemptor Hominis" nº 7.

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