FIDELIDAD A

LA SANTA IGLESIA

 

 

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ÍNDICE DEL NÚMERO VII

   EDITORIAL

   Se cumple hoy el centenario de la redacción del relato de la aparición de la Santísima Virgen María en la montaña de la Salette, singular fenómeno de la misericordia celeste acaecido el día 19 de setiembre de 1846. Dicho relato fue redactado por la propia Wélanie Calvat, pastora de la Salette que, junto con su pequeño amigo Maximín, luvo el privilegio de ver y oír a la Madre de Dios.

   Presentamos a nuestros lectores este número VII de "FIDELIDAD A LA SANTA IGLESIA", íntegramente dedicado al milagro de la Salette. Se trata de un asunto de inapreciable trascendencia, pues aún no conocemos sus más importantes consecuencias temporales y eternas.

   La Salette, junto con Lourdes y Fátima, constituye uno de los puntos cruciales que define la misteriosa relación entre la Madre de Dios y el mundo moderno.

   Las lágrimas vertidas por María Santísima en la Salette, y su tremendo mensaje cuya confirmación impresionante se advierte cada día con mayor claridad, deben ser interpretados como signos maravillosos de la caridad celestial hacia el género humano.

   Cumple, entonces, guiarse por estos signos, para no perderse en la oscuridad abismante de este ciclo histórico que se dirige de una manera que parece irreversible hacia un desenlace de efectos imprevisibles para la razón humana.

Alvaro D. Ramírez Arandigoyen

Buenos Aires, noviembre 21 de 1978.

 

   Ante dudas y consultas que varios lectores nos han hecho llegar, la Dirección de "FIDELIDAD A LA SANTA IGLESIA" se ve en la obligación de aclarar que ésta es una publicación absolutamente independiente, y que no representa ni compromete a ninguna organización, entidad o movimiento. Por tanto, el contenido de los artículos que se publican son responsabilidad exclusiva del Director o, en su caso, de las personas que los firman.

 

      Fidelidad a la Santa Iglesia - Nº VII - Octubre-Diciembre 1978.

      Director: Alvaro D. Ramírez Arandigoyen.

LAS LAGRIMAS DE MARÍA Y

LA PLUMA DE LEÓN BLOY

"LA QUE LLORA"

   "Hacedla conocer a todo mi pueblo": las últimas palabras de Nuestra Señora a los dos pastorcitos son la orden amorosa e ineludible que llevó a León Bloy, "peregrino de lo absoluto", a hacer del Mensaje de la Salette el centro de su obra —y de su vida. Pero no es narrar la Aparición la intención de "La que llora"' "El propósito de esta obra no es hacer el relato del Milagro de la Salette". Otra distinta es la causa que lo mueve: "Principalmente quiero, en cuanto sea posible, mostrar el milagro ulterior, y que tal vez tiene aún más significación que el de la Aparición, el milagro ciertamente más increíble de la indiferencia universal y de la hostilidad casi general".

   Con la violencia impar de su palabra, Bloy pone frente a lo Absoluto, frente al Misterio, a un mundo que no vacila en llamarse "católico", a esa unanimidad cómodamente piadosa del rebaño que se niega a ver con los ojos de la Fe. "La Apostasía es punto menos que general" —había dicho Melania en una carta de 1887—. Y añadía: "¡Pobre Francia!... Entretanto, ella ríe, se divierte porque no cree en una existencia mejor, porque no tiene Fe, sino simplemente la vanidad de la Fe, fingiendo la religión, haciéndose designar directora o celadora o presidenta de tal o cual confraternidad". A aquel catolicismo —a este catolicismo de hoy— cuyo sentimentalismo esencial repugna a la Fe verdadera, es a quien viene la obra de Bloy a demoler: "Difícil es decir cuánto humillan y destronan a María los sentimentalismos devotos. Las piadosas cristianas quieren una Reina coronada de rosas, no de espinas. Bajo esta diadema, ella inspiraría miedo y horror, lo que se acomodaría más al género de belleza que sus miserables imaginaciones le suponen. Empero, la Liturgia sublime, que ellas ignoran, quiere expresamente que el Salvador haya sido coronado por su Madre (Missa Spinae Coronae, D.N.J.C. Introitus), ¿y de dónde, pues, sino de su propia cabeza habría Ella podido tomar esa diadema?".

   Nuestra Señora de la Salette llora. Llora por la Sangre preciosa de su Hijo que parece ofrendada en vano. Más de ciento treinta años han transcurrido hasta hoy desde que fuera derramado aquel Llanto sublime. "La realidad aparente es el fracaso de Dios sobre la tierra, la derrota de la Redención", dice Bloy. Pero el mundo ha permanecido impasible; más aún, no sólo ha dado la espalda al Mensaje terrible y consolador de María sino que ha ahondado con saña indescriptible las causas de su dolor. Ya en 1879 Bloy no podía creerlo, ¡qué decir ahora! Pero eso no es todo; los mismos elegidos para transmitir la Palabra del Hijo han terminado por convertirse en "cloacas de impureza", según las aterradoras palabras de su Madre, Y ésta ha dicho más: "¡Maldición a los sacerdotes y las personas consagradas a Dios, que por sus infidelidades y por su mala vida crucifican nuevamente a mi Hijo!".

   Pero ni eso ha bastado. No han oído porque no han querido oír; se tapan los oídos. La Orden de los Apóstoles de los Últimos Tiempos, cuya Regla la Virgen misma diera a los pastores, fue suplida por capellanes ecónomos, regen-teadores interesados de una hostería para peregrinos, de quienes dice Bloy: "He visto el espantoso espíritu de avaricia de esos presuntos religiosos". Mas comparados con los obispos, ellos han sido pobres inocentes: "Los presuntos misioneros de la Salette, inocentes quizás a fuerza de estulticia y bajeza de corazón —¡pero de qué horrible inocencia!— fueron institución irrisoria opuesta por la autoridad diocesana al formal Mandamiento que se trataba de eludir. La Santa Virgen había pedido Apóstoles: se le proporcionó posaderos. Había querido verdaderos discípulos de Jesucristo, que sintieran desprecio del mundo y de sí mismos: se instaló a sacerdotes comerciantes, a mercaderes capaces de producir. Por lo que hace a la recomendación de 'salir y de iluminar la tierra' se recurrió al expediente de la propaganda y del tributo de los peregrinos". Bloy no narra solamente una historia del siglo que concluía; profetiza también la historia del siglo que se avecinaba. Es esta Iglesia —la Otra, la Nueva, la Conciliar— la que se gestaba en aquel farisaico espíritu clerical.

   Y no sólo a los sacerdotes y obispos alcanza el Secreto de la Salette; va más alto Nuestra Señora: "Roma perderá la Fe y se transformará en sede del anticristo".

   La experiencia de Bloy se ha vuelto hoy casi unánime: "Acabo de soportar un terrible sermón. . . Todos los lugares comunes filosóficos de seminario han desfilado ante el Santo Sacramento inmóvil. Yo había ido a la iglesia, ¡ay!, como 'un mendigo rebosante de oraciones'; pero ese abismo de palabras vanas engulló mis súplicas, y mi alma se deslizó hacia el sueño perverso que la charlatanería produce. . . ¡Qué deformación sistemática o que falta de Fe es preciso imaginar para que ministros tales y en tal elevado número hayan llegado al extremo de no saber que el fondo del hombre es la Fe y la Obediencia, y que, por consiguiente, necesita Apóstoles y no conferencistas, Testigos y no demostradores! No es ya el momento de probar que Dios existe. Ha llegado la hora de dar la vida por Jesucristo. Pero todo el mundo la niega resueltamente. A cualquiera otro sí, mas no a El ¡Antes a un demonio!".

   Si con el fin de la Revelación, la Encarnación del Verbo —cifra del Misterio— marca la culminación de los Tiempos, nuestros tiempos —¿los últimos?— son los de María. La Salette, Lourdes, Fátima... Siempre igual: la Señora, los pastores, la proferición de ya Fe exigida, la corrupción del santuario por la corrupción de los ministros... El Hijo Divino en el principio y la Madre en el fin. Dice Bloy: "Jesús y María no hablan juntos. Cuando Jesús comienza su prédica, María se abisma en el silencio, y si sale hoy de ese silencio ¿debe esto significar, pues, que Jesús no va a hablar más? He aquí, paréceme, uno de los aspectos más oscuros de la Salette y uno de los menos profundizados, probablemente a causa del inmenso terror que inspira". Pero nada es más terrible que el silencio de Cristo; eso viene a decirnos su Mensajera. El lo ha soportado todo; pero no habrá de soportar que se desprecie a su Madre. "¡Y bien! Esto es espantoso. Jesucristo sufre que se le desprecie o se le ultraje. . . Pero que sea desdeñada su Madre, su llorosa Madre, ¡no tolerará!. . . ¡Aquélla de quien la Iglesia canta que fue 'concebida antes que las montañas y los abismos, y antes que el brotar de las fuentes' (Prov. VIH, 24, 25); esa 'Ciudad mística plena de pueblo, sentada sola y llorando sin que nadie la consuele' (Thren. I, 1, 2), esa gemebunda 'Paloma escondida en la cavidad de la piedra' (Cant. II 14)...".

   Nuestra Señora ha hablado, ha suplicado, ha llorado en la Salette. La nefanda respuesta nos la cuenta Bloy —el Desesperado— como solamente él hubiera podido hacerlo: "Entonces se levantaron hombres que tenían mitra en su cabeza y en sus manos el cayado de los pastores del rebaño de Cristo. Y esos hombres dijeron a Nuestra Señora: —¡Basta ya! TACEAT MULIER IN ECCLE-SIA. Nosotros somos los obispos, los doctores, y no tenemos necesidad ni siquiera de las Personas que hay en Dios. Por otra parte, somos los amigos del César y no queremos tumultos en el pueblo".

   Como para ellos, para los pastores de hoy, ciegos que arrastran a tantos otros ciegos al hoyo de esa Iglesia Nueva que ha puesto al Hombre en el lugar de Dios, la Salette es sólo un nombre. Los más, lo ignoran; los menos alcanzan a emocionarse tibiamente con él, con ese sentimentalismo religioso que es nota distintiva de la piedad moderna. La Fe —un acto de la inteligencia en el amor— se ha convertido en un golpe bajo de lo sensible en los más superficiales afectos. Aunque sean innúmeras las palabras que se escuchen se ha perdido definitivamente la posibilidad del conocimiento por la clara luz intuitiva del Símbolo.

   De ese modo se ha vuelto imposible aproximarse siquiera a la Infinita Dignidad de María. Se venerarán sus imágenes, se le cantarán loas, se evocará su nombre, pero algo permanecerá en la sombra. "Se sobreentiende que María —dice Bloy—, aunque Madre de Dios, no es Dios. Sin embargo, nada puede expresar su dignidad. Teológicamente es tan imposible adorarla como exagerar el culto de honor que le pertenece. La gloria de María y su excelencia ecuménica desafían a la Hipérbole. Ella es ese fuego de Salomón que nunca dice '¡basta ya!'. Es el Paraíso Terrenal y la Jerusalén Celestial. Es Aquella a la que Dios todo ha dado".

   La única puerta, entonces, la más estrecha, es la de volver las espaldas al Mundo, sin concesión alguna; de reedificar la Fe perdida, de sumergirse en lo Absoluto, de rendirse ante el Misterio. Sólo así se hará posible comprender —no escuchar— y vivir el Mensaje de la Salette, la Incógnita decisiva que se esconde en la Infinita Dignidad de María. O mejor aún, con las exactas palabras con las que León Bloy, el "Viejo de la Montaña", entrevé el Secreto revelado en aquella Montaña signada: "Cuando los cristianos dicen la tan misteriosa e incomprensible Oración Dominical, cuan pocos saben o adivinan que el Adveniat Regnum Tuum proclama a esta Madre con una precisión absoluta, y la llama tan vivamente que esas tres palabras han terminado por hacerla descender bañada en llanto. Ella es el Reinado del Padre".

Atilio Carlos Neira

LA APARICIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

EN LA MONTAÑA DE LA SALETTE

10 DE SEPTIEMBRE DE 1846

Publicado por la Pastora de la Salette con "imprimatur" de Mons. el obispo de Lecce. Versión tomada del libro "Celle qui pleure" de León Bloy —Apéndice— editado en París, MCMVIII (Sacíete du Mercare de F'ranee). La traducción, que ha procurado ser lo más literal posible, ha sido realizada especialmente para esta revista por Pablo Williams.

   El 18 de setiembre, víspera de la santa Aparición de la Santa Virgen, me encontraba sola, como de costumbre, cuidando las cuatro vacas de mis amos. Hacia las once de la mañana vi venir hacia mí un muchachito. Al verlo, me asusté, pues me parecía que todo el mundo debía ya saber que yo huía toda clase de compañía. El niño se me acercó y me dijo: —"Pequeña, voy contigo, yo soy también de Corps". Ante estas palabras mi mal genio se hizo ver enseguida, y retrocediendo unos pasos, le dije: —"No quiero a nadie aquí, quiero estar sola". Luego me alejé, pero el niño me seguía diciéndome: —"Vamos, déjame estar contigo, mi patrón me dijo que viniera a cuidar mis vacas con las tuyas; soy de Corps".

   Me alejé de él haciéndole saber por señas de que no quería a nadie allí. Una vez alejada, me senté sobre la hierba. Allí conversaba con las florecitas de Dios.

   Un momento después miro detrás de mí y encuentro a Maximin sentado muy cerca. Enseguida me dijo: "Déjame estar a tu lado, me portaré bien". Pero mi mal genio no entendió razones. Me levanto con precipitación, huyo un poco más lejos sin decirle nada, y me pongo a jugar nuevamente con las flores de Dios. Al instante, Maximin estaba otra vez allí diciéndome que se portaría bien, que no hablaría, que se aburriría estando solo, que su patrón le había mandado conmigo. .. etc. Esta vez tuve lástima, le indiqué que se sentara, y continué con las flores de Dios.

   Maximin no tardó en romper el silencio; se puso a reír (creo que se burlaba de mí); lo miro y me dice: —"Divirtámonos, juguemos a algo". No le contesté nada, pues yo era tan ignorante que, habiendo estado siempre sola, no comprendía nada acerca de jugar con otra persona. Me entretenía sola con las flores y Maximin, acercándose a mi lado, no dejaba de reírse, diciéndome que las flores no tenían orejas para oírme y que debíamos jugar juntos. Pero a mí no me gustaba el juego que me proponía. Sin embargo, empecé a hablarle, y él me dijo que pronto iban a terminar los diez días que debía pasar con su patrón y que luego iría a Corps a casa de su padre, etc. 

   Mientras me hablaba, se oyó la campana de la Salette; era el Ángelus. Con un gesto le indiqué a Maximin que elevara su alma a Dios. Se descubrió la cabeza y guardó silencio por un momento. Luego le dije: —"¿Quieres comer? —Sí, me dijo. Vamos. "Nos sentamos; saqué de mi bolsa las provisiones que me habían dado mis patrones y, según mi costumbre, antes de cortar mi pequeño pan redondo hice una cruz sobre él con la punta de mi cuchillo y un agujerito en el medio, diciendo: —"Si el diablo está allí, que salga, si Dios está allí, allí se quede" y rápido, muy rápido recubrí el agujerito. Maximin lanzó una carcajada y dio un puntapié a mi pan que se escapó de entre mis manos, rodó hasta el fondo de la montaña, y se perdió.

   Yo tenía otro pedazo de pan. Lo comimos juntos. Después, jugamos. Luego, dándome cuenta que Maximin debía tener necesidad de comer, le señalé un lugar de la montaña cubierto de pequeños frutos. Le aconsejé comer algunos, cosa que hizo de inmediato; comió, y trajo su gorra llena. Al anochecer, bajamos juntos la montaña, y nos prometimos volver a cuidar juntos nuestras vacas.

   Al día siguiente, 19 de setiembre, me encuentro caminando nuevamente con Maximin; trepamos juntos la montaña. Encontraba a Maximin muy bueno, muy simple y que hablaba con gusto de lo que yo quería hablar; era también muy dócil, sin aferrarse a su sentimiento; sólo era un poco curioso, pues, cuando yo me alejaba de él, en cuanto me veía detenerme, corría rápidamente a ver lo que hacía y oír lo que decía a las flores de Dios, y, si no llegaba a tiempo, me preguntaba qué había dicho. Maximin me dijo que le enseñara un juego. La mañana estaba avanzada; le dije que juntáramos flores para hacer el "Paraíso".

   Nos pusimos los dos a la obra. Pronto tuvimos una buena cantidad de flores de distintos colores. Se oyó el Ángelus de la villa pues el cielo estaba sereno y sin nubes. Después de haber dicho a Dios lo que sabíamos le dije a Maximin que debíamos llevar nuestras vacas a un pequeño terreno, cerca de una pequeña barranca donde habría piedras para construir el "Paraíso". Llevamos nuestras vacas al lugar señalado y enseguida hicimos nuestra pequeña cena. Luego, nos pusimos a llevar las piedras y a construir nuestra casita que consistía en una planta baja que se decía nuestra habitación y luego un piso encima que era, según nosotros, el "Paraíso".

   Este piso estaba todo adornado de flores de distintos colores con coronas suspendidas de tallos de flores. El "Paraíso" estaba cubierto por una sola y ancha piedra que habíamos recubierto de flores; habíamos colgado también coronas a su alrededor. Terminado el "Paraíso" lo contemplamos; nos vino el sueño, nos alejamos dos pasos de allí, y nos dormimos sobre la hierba.

   Sin hacerlo caer, la Bella Señora se sienta sobre nuestro "Paraíso".

II

   Al despertarme y no ver nuestras vacas llamo a Maximin y trepo el pequeño montículo. Habiendo visto que nuestras vacas estaban tranquilamente recostadas, yo bajaba de allí y Maximin subía, cuando, de pronto, veo una bella luz más brillante que el sol, y apenas he podido decir estas palabras: —"¿Maximin, ves, allá? ¡Ah! ¡Dios mío! "Al mismo tiempo dejo caer el bastón que tenía en la mano. No sé qué de delicioso acontecía en mí en ese momento, pero yo me sentía atraída, sentía un gran respeto lleno de amor, y mi corazón hubiera querido correr más rápido que yo.

   Yo miraba fijamente esta luz que estaba inmóvil, y, como si ella se hubiese abierto, percibí otra luz mucho más brillante, y que estaba en movimiento y, en esta luz, una Bellísima Señora sentada sobre nuestro "Paraíso" con la cabeza entre sus manos. Esta Bella Señora se ha levantado, ha cruzado un poco sus brazos, y mirándonos, nos ha dicho: "Acercaos, hijitos míos, no tengáis temor, estoy aquí para anunciaros una gran noticia". Estas dulces y suaves palabras me hicieron volar hacia ella, y mi corazón hubiese querido estrecharse a ella para siempre. Habiendo llegado muy cerca de la Bella Señora, frente a ella, a su derecha, comienza ella su discurso y también las lágrimas comienzan a correr de sus bellos ojos.

   "Si mi pueblo no quiere someterse estoy forzada a dejar libre la mano de mi Hijo. Es tan grave y pesada que no puedo retenerla más.

   ¡Hace cuánto tiempo que sufro por vosotros! Si quiero que mi Hijo no os abandone, debo rogarle sin pausa. Y en cuanto a vosotros, no hacéis caso de ello. Por más que roguéis, por más que hagáis, jamás podréis recompensar la pena que me he tomado por vosotros.

   Os he dado seis días para trabajar, me he reservado el séptimo, y no se quiere acordármelo. Esto es lo que hace tan pesado el brazo de mi Hijo.

   Los que conducen los carros no saben hablar sin introducir el nombre de mi Hijo en sus juramentos. Son ambas cosas lo que hacen tan pesado el brazo de mi Hijo.

   Si la cosecha se echa a perder, sólo es a causa de vosotros.

  Os lo he hecho ver el año pasado con las papas. Vosotros no habéis hecho caso de ello; al contrario, cuando encontrabais las echadas a perder jurabais y usabais el nombre de mi Hijo. Ellas seguirán echándose a perder; en Navidad no habrá más".

   Aquí yo trataba de comprender la palabra "pommes de terre"; creía comprender que significaba "pommes" (papas). La Bella y Buena Señora, adivinando mi pensamiento, continuó así:

   "¿No lo comprendéis, mis hijitos? Os lo diré de otra manera".

   La traducción en francés es la siguiente:

   "Si la cosecha se arruina es sólo por vosotros; os lo he hecho ver el año pasado con las papas y vosotros no habéis hecho caso de ello, al contrario, cuando encontrabais las arruinadas, jurabais y usabais el nombre de mi Hijo. Van a seguir echándose a perder, y en Navidad no habrá más.

   Si tenéis trigo, no hay que sembrarlo.

   Todo lo que sembréis, lo comerán las bestias, y lo que crezca, caerá hecho polvo al cernirlo. Va a venir una gran hambre. Antes que el hambre venga, los niñitos menores de siete años tendrán un temblor, y morirán entre las manos de las personas que los sostengan; los demás harán penitencia con el hambre. Las nueces se echarán a perder, los racimos se pudrirán".

   Aquí, la Bella Señora, que me tenía encantada, quedó un momento sin hacerse oír; veía, sin embargo, que seguía moviendo graciosamente sus amables labios como si hablase. Maximin recibía entonces su secreto. Luego, dirigiéndose a mí, la Santísima Virgen me habló, y me dio un secreto en francés. He aquí este secreto, tal como ella me lo ha dado:

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NOTA

  • [1] "Celle qui pleure" —León Bloy— Société du Mercure de France, París, 1908.


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