Advertencia
En el presente
trabajo se aborda el tema del toreo en Aguascalientes, desde la aparición
de las primeras estancias y haciendas, las cuales manejaban ganado, tanto
mayor como menor. También se da un pequeño bosquejo de lo
que fue la primera feria de la ciudad, la cual fue producto de una incipiente
comercialización que se estaba viviendo en la villa a partir de
las reformas borbónicas, las cuales ayudaron a “pequeños”
comerciantes a expandirse y vender libremente sus mercancías, claro
que con su respectivo impuesto, antes llamado alcabala.
Sin embargo,
no se pretende que este ensayo sea una crítica del arte del toreo,
sino más bien va enfocado a un patrón social, pues ¿la
fiesta brava --como la feria-- es un espectáculo y espacio para
el pueblo o para las élites?
Factor geográfico
Aguascalientes
está enclavado en la región Centro Occidente de la República
Mexicana; colinda con los estados actuales de Zacatecas y Jalisco. Y “apenas
pisamos el territorio del citado y nos encontramos en una llanura inmensa
que se eleva a mil trescientos metros sobre el nivel del mar”1
. Su flora está compuesta por cedros, álamos, mezquites,
fresnos, huizaches, encinos, nogales etc. Su fauna por zorros, coyotes,
mapaches, gato montés, víboras, águilas, halcones,
búhos, zopilotes, cuervos etc. La hidrografía de Aguascalientes
forma parte del sistema Lerma-Chapala-Santiago. Su clima es templado. Las
lluvias por lo general son escasas, solamente en verano caen
pero son muy discontinuas. “... las precipitaciones de verano --que
son la únicas-- pasan de 500 o 600 mm anuales a sólo 300
o 400...” 2 Esta agua que cae no es suficiente
para que haya buenas cosechas, pero si para que se formen enormes pastizales
que son muy benéficos para la ganadería. Al respecto Chevalier
nos dice que: “la insuficiencia general de las precipitaciones pluviales
y sobre todo una notable irregularidad en las partes septentrionales no
podían hacer de la porción mayor de la altiplanicie sino
un país de ganadería muy extensiva o bien un terreno de pastos
ocasionales para los inmensos rebaños...”3
De esto
se puede concluir que la poca precipitación pluvial no alcanza para
dedicarse a la agricultura y si a la ganadería la cual se
da de manera más natural, porque no necesita un excesivo cuidado
y capital como lo requiere la agricultura.
Las pocas
precipitaciones pluviales que había en Aguascalientes, no impidieron
para que muchas personas se dedicaran a la agricultura, pues lo que ayudó
en un principio a los primeros pobladores de la villa fueron los ojos de
agua, los cuales “dieron vida a las estancias y ranchos; y también
con la perforación de pozos de zoga y construcción de estanques
se trató de contrarrestar la sequía y asegurar el liquido
indispensable para el consumo domestico y labores agrícolas y ganaderas”4.
Aunque tomaran estas medidas no por eso dejó de haber escasez de
agua, la cual provocaba que se suscitaran constantes pleitos... por culpa
de los “acaparadores”. Incluso un vicario del Barrio de Triana --hoy del
Encino-- “se ponía tan completamente al lado de la gente modesta
y en contra de los ricos acaparadores, que no vacilaba en decir que, en
ciertas ocasiones y por culpa de los segundos, la iglesia misma había
llegado a carecer ¡de agua bendita¡”5
.
Aguas Calientes
Lo que hoy
forma el territorio del estado de Aguascalientes, antes y después
de la conquista de México-Tenochtitlán, estaba “ocupado”
por el grupo chichimeca denominado Cazcán, eran seminómadas
que se dedicaban básicamente a la caza y recolección de frutos
silvestres; y algunos indios que ocupaban la parte sur del estado,
tenían un cierto conocimiento de la agricultura, debido al contacto
con otomíes y tarascos. Estos indios fueron pacificados hasta finales
del siglo XVI por medio de una política de guerra, persuasión
y compra, por parte de la corona española.
Aguascalientes
fue fundado el 22 de octubre de 1575 según cédula real; dicha
fundación fue hecha “por Juan de Montoro por si y en nombre de Jerónimo
de la Cueva, y Alonso de Alarcón y otras muchas personas...”6
Estas gentes tenían mercedes y estancias de tierra en la recién
fundada villa, la cual tuvo un proceso lento de colonización por
los constantes ataques de indios chichimecas y epidemias como el matlazáhuatl
y cocolistli.
Así
como ellos, empezaron a llegar otras personas que iban a buscar riquezas
a las minas de Zacatecas. Esta efervescencia por las minas provocó
que alrededor de ellas se instalaran colonos, principalmente dedicados
a la agricultura y ganadería, pues ellos eran quienes proveían
a las minas de alimento y bestias. Y se puede decir de manera genérica
que surgió un complejo “mina-hacienda”, porque muchos mineros se
convirtieron en hacendados a la vez.
Aguascalientes
no se distinguió por su mineral, aunque había dos minas,
una era la de Tepezalá y otra la de Asientos de los Ibarra; su distinción,
más bien radicó en ser una zona netamente propensa para la
ganadería, que hizo que muchos hombres empezaran a adquirir estancias,
mercedes, caballerías etc. Tal fue el caso “en los últimos
años del siglo XVI, un simple labrador, Pedro Mateos, desplegó
una gran actividad entre el Bajío, Teocaltiche, Aguascalientes y
más allá”7 .
A principios
del siglo XVII la población en la villa era escasa, tanto española
como indígena. “Domingo Lázaro Arregui reportó para
1619-1620 quince a veinte vecino españoles en la villa”8
. En cuanto a los indígenas, sólo había un pueblo
de indios en lo que hoy es el Barrio de San Marcos, fundado por tlaxcaltecas
--traídos para pacificar-- en 1604, según dicen muchos historiadores
de Aguascalientes, pero el Dr. José Antonio Gutiérrez dice
que “en los documentos no se menciona el pueblo de indios sino a partir
de 1822”, y no fue fundado por tlaxcaltecas sino por “... naturales de
Nochistlán, Apozol, Jalpa, San Gaspar, Mitic, Teocaltiche, chichimecas,
tarascos o mexicanos, y sólo encontramos un registro tlaxcalteca...”9
.
Mucho antes
de la fundación de Aguascalientes, en el Altiplano Central comenzó
“una prodigiosa multiplicación de ganados”, tanto de ganado mayor
como menor, todos ellos traídos de las Antillas en los primeros
años después de la conquista. Este ganado provocó
la necesidad de establecer “estancias”, las cuales sirvieron para que el
ganado que andaba por allí suelto, provocando destrozos en cultivos
indígenas y españoles, tuviera un lugar fijo de asentamiento.
“La fortuna de la palabra “estancia” implica el nacimiento de ciertos derechos
sobre lugares designados por ella”10. Eran muchos
los destrozos que en Aguascalientes “el visitador de la Fuente tuvo que
prohibir en 1609 la entrada de ganado a los ejidos de la villa para preservar
los pastos para el uso de los vecinos y de los trajinantes”11.
También hubo que recurrir a las mercedes de tierras, que eran principalmente
dadas a conquistadores o militares, pero por lo general, cualquier español
que no tuviera tierras la podía solicitar, a cambio de ciertos requisitos
y obligaciones . Debido a este acaparamiento de tierras en la región
surgieron “hombres ricos” a los que Chevalier se refiere y nos dice: “en
efecto, uno de los rasgos característicos de esas zonas septentrionales
es la presencia de ciertos señores riquísimos y potentes
que se destacan vigorosamente en un medio de gente pobre, de mineros y
pobladores poco estables o de aventureros, de vagabundos a caballo y de
ladrones de ganado”12.
Estos hombres
ricos se hicieron de tierras porque se las quitaban a los indios o las
compraban a viudas y huérfanos, o en muchas ocasiones las usurpadaban.
En Aguascalientes pronto surgieron las haciendas --casi en las mismas condiciones--
como las de Cieneguilla, Monte Grande, Labor de San Diego, San Nicolás
de Chapultepec, Pabellón, San Pedro Río Verde etc. “La palabra
misma hacienda, a diferencia de la estancia, hace pensar en el capital
incorporado a la tierra, el que los ´hombres ricos´ habían
empleado en hacer presas y otras instalaciones fijas, en adquirir esclavos
y herramientas, carros y animales”13. En estas haciendas
laboraban criollos, mestizos, mulatos, indios y negros, como peones o gañanes,
todos ellos junto con los “estancieros, vaqueros y amos, tenían
en común esa pasión por el caballo y los toros...”14.
Cabe hacer mención que muchas de las haciendas y en general casi
todas las de la Nueva España, durante la época colonial e
independiente, estuvieron constantemente cambiando de un dueño a
otro.
En general,
se puede decir que en Aguascalientes destacó por tener “señores
de ganados”; incluso su comercio no se limitaba a ser solamente regional,
sino que también vendían ganado a la Nueva España.
Entre estos “señores de ganados” que tenían licencia para
vender se encuentran: “...don Antonio de Emazabel por 1,800 mulas, 700
toros, y 500 caballos. Nicolás Flores Alatorre en octubre del mismo
año de 1748 obtuvo licencia de venta para 1,300 toros, 350 mulas
y 100 caballos”15. Pero no todo era progreso en la
villa en las ventas comerciales tanto de ganado mayor como menor, en ocasiones
tenían sus bajas, pues “alrededor de Lagos y Aguascalientes --los
más importantes centros ganaderos de todo el norte-- los becerros
habían disminuido de 50 mil a 40 mil”16.
Como se
puede ver hasta ahora, todas las “clases” que trabajaban dentro de una
hacienda o con un “señor de ganados”, gustaban de los toros, pero
quienes participaban o jugaban con el toro, eran los amos, quienes contaban
con el capital suficiente para matar a una bestia y al hacerlo no afectar
su economía. Sin embargo las “clases” más bajas, los peones
o gañanes (mestizos y esclavos), a veces hacían la función
de “cuadrilla”, y sobre todo los vaqueros quienes eran “estupendos jinetes”,
y hacían “peligrosas hazañas” en las cuales desarrollaban
“suertes del jaripeo , mitad corrida de toros y mitad fiesta ecuestre,
en el cual se lucen actualmente los rancheros mexicanos”17.
Aparte
de los hacendados y “señores de ganados”, también tenían
gusto por los toros los clérigos, obispos, alcaldes mayores y “los
indios en un principio parodiaban las corridas haciendo por ejemplo danzar
al son de un tamboril a un toro contrahecho de utilería, pero acabaron
por aceptarlas de buen grado...”18.
De las primeras fiestas
En España,
antes de la era cristiana había una relación hombre-toro,
“en cuestiones de TAUROMAQUIA, sólo --hay-- impresiones vagas y
oscuras en las pinturas rupestres en el neolítico y en la iberia
pre-romana...”, 19 abundaban cantidades enormes
de toros salvajes y en todas las partes de la península Ibérica
había diferentes formas de “jugar” con el; y es hasta “la reconquista
de Sevilla, sitio donde abundan los toros bravos, hasta la desembocadura
del río , y parece que el origen de torearlos, tanto a pie como
a caballo, coinciden con las festividades de todo índole...”20
De esta manera se dio en el sur, en los países vascos, “parece ser
más exclusivo desde tiempos milenarios torear a pie; las mismas
cuevas de Altamira son reflejos de la lucha de hombre y toro sin montar
el caballo”21. Pero una característica especial
de los vascos es que el juego con los toros es hasta cierto punto salvaje
e incivil, pues Alejandro Mora nos dice respecto al toro que: “el sur lo
adora y el norte lo inmola”.
Y en nuestro
país, México, no es sino hasta después de la conquista
de México Tenochtitlán que se empieza a traer ganado de Las
Antillas, y sólo unos cuantos conquistadores de la empresa de Cortés
son los que disponen de ganado mayor y menor; y por consiguiente, son ellos
quienes lidian a los “primeros” toros en territorio mexicano. El Marqués
del Valle en su huerta de “Atelinca guardaba sus bovinos: 195 vacas, 73
becerras, 6 toros, 91 novillos y 64 becerros...”22.
Una de
las primera fiestas que se hicieron, fue la que se ofreció en honor
a Cortés, la cual se celebró en el año de 1526, a
su regreso de la expedición de las Hibuerias (Honduras). Posteriormente
se celebrarían muchas más, en honor a San Juan, Santiago
y San Hipólito.
Ocho años
después de la conquista, el cabildo acordó que se efectuasen
corridas de toros para conmemorar el día de la “captura de México-Tenochtitlán
; de modo que de aquí en adelante, todos los años por honra
de la fiesta de Señor Sant Hipólito, en cuyo día se
gano esta cibdad, se corran siete toros, e que de ellos se maten dos y
se den por amor de Dios a los monasterios e hospitales”23.
Años
después, cuando llegó el primer virrey, don Antonio de Mendoza,
el Marqués del Valle le organizó un festejo en el que “hubo
cenas, torneos, juego de cañas, corridas de toros y otros muchos
juegos con disfraces que organizó Luis de León, un caballero
romano”24. Y desde entonces los colonos ricos,
y antes en España, la aristocracia, al nacimiento de un príncipe,
en la celebración de un matrimonio real, o de una festividad con
motivo de guerra o religiosa, celebraban corridas de toros y toda clase
de juegos: mascaradas, justas, torneos, juegos de sortijas etc; todos ellos
producto de la “herencia medieval”.
Las corridas
no se hacían como ahora las conocemos, sino que los toros que se
corrían eran alanceados por jinetes, los cuales se "reunían
en la plazuela del Marqués o en la plaza del volador". Respecto
a la manera en como se toreaba a caballo o se alanceaba, consistía
en que “el caballero hostigaba y trataba de matar al burel con una lanza
de combate a la manera del rejoneador moderno; y sino lograba sacrificar
al animal, entraba en funciones, a pie, un mozo de espuela con capa y espada.
Este daba fin a la bestia y con el tiempo se convirtió en el ´matador´,
figura principal de la plaza de toros desde fines del siglo XVIII”25.
Hasta ahora
podemos concluir, que quines practicaban el “toreo”, eran gente noble y
soldados, los cuales, aparte de divertirse, les servía como ejercicio
para tiempos de combate. Había dos formas de torear, a la “brida”
y a la “jineta”, la segunda era la de mayor tradición en España,
esta forma de “lidiar” fue introducida por los moros en la Edad Media.
El caballo jugaba un papel fundamental:
“Para
alancear debían previamente vendarse los ojos de la cabalgadura,
con el
objeto de evitar que, viéndolo avanzar sobre sí, cobrara
temor del astado, cuya
embestida debía aguantar
el presunto matador con serenidad, a pie firme,
sosteniendo el arma fijamente en la mano derecha, apuntándola hacia
la bestia que
debía ir rectamente a clavarse en ella. Sólo después
de haber quedado ensartado
y herido su enemigo, podía el caballero destapar la mirada de su
corcel y, entonce sí,
Algunos
de estos alanceadores traían sus trajes de lujo debidamente adornados,
los cuales muestran claramente la magneficencia y ostentación que
se vivían en esa época barroca. Estos alanceadores, como
ya se había dicho, muchas de las veces era gente aristócrata
y altos funcionarios administrativos de la Nueva España, rancheros
y hacendados; entre éstos figuran virreyes y arzobispos; tal
es el caso de Fray García Guerra, quien llegó a la Nueva
España en la primera década del siglo XVII. Era amante de
las corridas de toros, y pronto se convertiría en virrey por la
llamada de Luis de Velasco a España. Era tanta su pasión
por los toros, que incluso dejó de financiar construcciones del
clero regular para celebrar corridas de toros. En 1611 Fray García
Guerra “decretó que estos espectáculos taurinos tuvieran
lugar todos los viernes de ese año. Y más tarde, se impuso
a un cabildo renuente para construir una plaza de toros privada dentro
del palacio, ya que no parecía adecuado para una eminencia eclesiástica
asistir a tales funciones en sitios públicos”27.
En el siglo
XVIII, durante la administración de los borbones, se manifestó
en la Nueva España una cierta apatía hacia las corridas de
toros, por ser éstas un tanto salvajes e inciviles, por ser un juego
propio de la gente falta de razón. También en este siglo
hay un abandono por torear montado a caballo, por lo que se inicia a torear
a pie, “así, las más antiguas noticias sobra actuaciones
de cuadrillas de chulos de infantería en la capital novohispana
datan de 1734, muy poco posteriores a las referentes a las de las primeras
contratadas por la propio maestranza de Sevilla”28.
Otra innovación de este siglo es la de torear con capote y “clavar
rejoncillos”, sin embargo, esto se dio de manera lenta, pues era muy difícil
de un momento a otro dejar las antiguas costumbres del “toreo”. Parece
ser que Francisco Romero “fue a quien se le ocurrió primero coger
el engaño con un palo, utilizándolo para fijar y citar al
animal... para entonces se podría decir que había surgido
la muleta y la suerte de matar recibiendo”29.
Estos matadores
eran, muchas de las veces, personas con problemas ante la justicia, carniceros
y hombres que fungían como matadores en los rastros andaluces, quines
daban fin a las reses con un puñal conocido como “chulo”, nombre
que después se les daría a los matadores.
Ya en la
segunda mitad del siglo XVIII se darían corridas de toros en “forma
de cuadrillas”; esta nueva forma de torear a pie había sido del
gusto en un principio de “los estratos humildes de la sociedad...” y después
sería del agrado de la aristocracia, de aquellos “señores
de a caballo”.
En Aguascalientes
--como ya se ha repetido en varias ocasiones-- existían “hombres
ricos”, “señores de ganados”, hacendados, mineros y comerciantes
que tenían arraigado ese sentimiento por el toreo. En la segunda
mitad del siglo XVIII la villa combinó la actividad ganadera con
la comercial; a la ganadería estaban dedicados pequeños y
medianos ganaderos, que lo mismo que los comerciantes, se vieron beneficiados
con las reformas implantadas por los borbones.
Básicamente
lo que les ayudó a estos comerciantes fueron las leyes de libre
comercio, pues éstas permitían que los comerciantes “provincianos”
expandieran su área de comercio, esto porque una vez abolido el
monopolio que tenía el Consulado de Comerciantes de la Ciudad de
México, dio paso a que los “pequeños comerciantes” nacieran
en proporciones grandísimas, porque “ya no se necesitó tener
contacto con ricos almaceneros de la Ciudad de México o de Jalapa
para poder instalar un comercio, ya que, al debilitarse el monopolio de
estos grupos, surgieron nuevos almaceneros...”30 los
comerciantes vendían una gran variedad de productos como cigarros,
queso, aguardiente, telas de seda, calzado, etc.
Los comerciantes
no se establecían solamente en la ciudad, sino también cercas
de las minas, en las que vendían una gran variedad de productos
y herramientas para la explotación de las mismas. Dichos
comerciantes y no los grandes hacendados, latifundistas
y mineros --dice Brading-- fueron los que llegaron a formar “la verdadera
Aristocracia de la Nueva España”.
Nos habíamos
referido ya a los Alcaldes Mayores; ellos también tenían
ese gusto por los toros, y eran dueños de grandes porciones de tierra
y ganado, aunque se les tenía prohibido hacer negocios en las villas
donde administraban. Pero sucedía o contrario, esto porque muchos
de estos funcionarios habían adquirido su puesto a través
de compra, por lo que al llegar a su jurisdicción, tenía
que sacar el mayor provecho de ella posible; Aguascalientes no fue la excepción,
y con el “contrato que pasó el alcalde Pedro miguel de Prados en
1715 para llevar 1,200 toros y novillos y doscientos caballos a vender
en Puebla, Tlaxcala y México”31.
Pero algo
más controversial pasó con el ultimo alcalde mayor, originario
de Andalucía y “caballero de la orden de Santiago” y “capitán
de infantería española”. Beatriz Rojas dice que “a fines
de 1784 llegó Alejandro Vázquez de Mondragón”, que
como buen andaluz y español tenía afición hacia
los toros. El pueblo de la villa de Aguascalientes no quería a este
alcalde; la población se quejó ante la Audiencia de la Nueva
Galicia por las costumbres y derroches que tenía el alcalde. “Se
le acusó de haber promovido los juegos de cartas, los tablajes de
boliches, las peleas de gallos y la lidia de toros en la fiesta del pueblo
de San Marcos, que se efectuaba cada año con el único fin
de llenarse los bolsillos; que hizo durar las fiestas más de lo
acostumbrado para que rindiera más y que, apenas terminada en Aguascalientes,
se llevó la feria al mineral de Asientos, en donde, para obtener
más entradas, se lidiaron los mismos toros que en la villa”32.
Aquí
surgen dos preguntas: ¿la gente amante de los toros estaba disgustada
porque promovía los juegos y la lidia? Es lógico que no,
lo que realmente le disgusto fue que el alcalde se enriqueciera al establecer
y prolongar las fiestas cada año. La otra pregunta y que más
curiosidad me causa es la de que ¿había feria en el pueblo
de San Marcos? Puede haber dos posibles respuestas, la primera y la más
congruente es de que al estar hablando de “feria” Beatriz Rojas, quiera
referirse a la fiesta que se celebraba en el pueblo de San Marcos; la otra
y menos aceptable es la de que con las “leyes de libre comercio” se allá
establecido un intercambio comercial entre la alcaldía --lo cual
se llevaba a cabo en el pueblo de San Marcos-- y los lugares circunvecino
de la misma alcaldía. Pero lo cierto es que la feria hizo su aparición
en el siglo XIX en el año de 1828.
Después
de lo ocurrido, el alcalde huyó hacia España, por el temor
al juicio de residencia. Posteriormente, las reformas borbónicas
suplieron a estos alcaldes por Intendentes y subdelegados, estos nuevos
funcionarios de la corona española eran “burócratas profesionales”
asalariados. Después, durante el periodo de la lucha armada, para
lograr la emancipación de México, es casi seguro que se siguieran
practicando las corridas de toros entre los “hombres ricos” y “señores
de ganados”, altos funcionarios del gobierno virreinal, y nada ni nadie
les podía prohibir que siguieran practicando esa “herencia medieval”,
salvo en algunas ocasiones en el siglo de las luces y en la segunda mitad
del siglo XVI, los grandes prelados de la iglesia católica y el
máximo pontífice, porque “entre1567 y 1596, los papas prohibieron
las corridas de toros, incluso Pío V impuso la pena de excomunión
a quien en ellas participase; pero el descontento causado tanto en España
como en México por esas medidas anularon sus efectos en la práctica”33.
Y así fue, hoy en la actualidad hasta se puede ver al famoso “padre
Willy” en las corridas de toros pidiendo limosna.
Feria y toros
El “motor”
--desde la antigüedad-- de la “vida económica” son los centros
comerciales. En la época de los señores feudales “uno de
los rasgos de mayor relieve en la organización económica
fue el papel de primer orden que desempeñaron las ferias...”; 34
entre las más famosas están las que “se agruparon más
o menos a la mitad de la gran ruta comercial que va de Italia y de Provenza
hasta la costa de Flandes”. Son las famosas ferias de Champaña y
de Brie, “que se celebran una tras otra en todo el transcurso del año”;
decayeron en el siglo XIV y surgieron otras locales como: “ Lyón,
Medina del Campo, Francfort del Maine, y más tarde Leipzig”. En
estas feria se ven grandes mercaderes y vendedores ambulantes modestos,
“representantes genuinos de un modo campesino que pone a la venta sus productos:
animales, tocino, barriles de carne salada, cueros, pieles, quesos, toneles
de huevos, almendras, higos secos, manzanas, vinos corrientes...”35
Otra característica de las ferias es que su importancia no depende
del lugar donde se establece, “ y esto se entiende fácilmente, pues
la feria es sólo un lugar de reuniones periódicas para una
lejana clientela y su frecuentación no está relacionada con
la mayor o menor densidad de la población local”36.
En la Nueva
España había tres ferias famosas: la de Jalapa, Veracruz,
a la que cada año llegaban los galeones desde Cádiz. A ella
acudían los grandes monopolistas del Consulado de la Ciudad de México,
quienes acaparaban las mejores mercancías para después distribuirlas
en sus tiendas y darlas a precios altísimos. A la de Acapulco llegaban
productos de la ruta de la Nao de China, pero esta feria sólo duraba
poco por su “clima insaludable” y lleno de mosquitos. Estaba también
la de San Juan de Los Lagos, a la que llegaban productos, tanto de Jalapa
como de Acapulco, en ella se producía un tráfico comercial
enorme por tener una excelente ubicación.
La primera
feria en Aguascalientes “tuvo lugar en el año de 1828” porque en
Zacatecas, “su legislatura decretó una feria anual que tenía
lugar en Aguascalientes del 20 al 30 de noviembre...”37
pero lo cierto es que “ se celebró por primera vez en 1828, entre
los días 5 y 20 de noviembre, y tuvo como su sede un parián
a medio construir”38 sin pago de alcabalas ( impuesto
sobre las transacciones comerciales y sobre todo en las ventas de ganado),
la sede de la feria --el parián-- fue en “una plazuela situada frente
al templo de San Diego”, pero mucho antes de que fuese decretada la feria,
“el 7 de febrero de 1809, don Fernando Martínez Conde, criollo de
primera generación, comerciante, vecino prominente de la villa,
alcalde ordinario de primer voto y encargado de la subdelegación
mando que el mercado público que se efectuaba cotidianamente en
la plaza real fuese trasladado a un solar, situado en frente del templo
de San Diego, cedido por don Pablo de la Rosa”39.
El motivo del traslado de los mercaderes fue porque en la plaza real, en
su centro, se pondría la estatua del rey Fernando VII, esto provocó
que hubiera un pleito entre los comerciantes y el Ayuntamiento; incluso
llegó a la Audiencia, la cual dio en cierta forma la razón
a los comerciantes.
Una vez
tomado posesión del lugar, se dio paso a su construcción
--el Parián-- para entonces “don Anastasio Terán, un acaudalado
comerciante que estuvo de acuerdo en prestar a la corporación 8
000 pesos, pagaderos en un plazo de tres años y redituantes de un
interés del cinco por ciento anual” 40. Este
mismo señor prestaría posteriormente otra cantidad para “terminar
la primera cuadrada del parián”, de esta manera comenzó la
feria, de manera improvista y un tanto apresurada, pero que con el tiempo
llegaría a tener un gran éxito.
El Parián
nunca dejó de funcionar después de terminado el “carnaval”,
sus locales siguieron permaneciendo abiertos; en ellos había
boticas, barberías, sombrerías etc. Y desde entonces como
ahora – las calaveritas –, se celebraba en el parián a todos los
Santos y difuntos, ello hacía que el parián se llenara de
niños, jóvenes y adultos que caminaban alrededor de los arcos,
donde podían encontrar “macabros juguetes sobre temas de ataúdes,
osamentas, sepelios y sarcófagos al lado del uso perenne, como pelotas,
trompos, aros, carretones y cornetas”41. también
se podían encontrar cañas de azúcar, granadas, membrillos,
mangos, “plátanos pasados”, puestos de comida, tortas, tacos, etc.
En el año
de 1851 fue cuando se trasladó la feria al jardín de San
Marcos, el cual es un “enorme cuadrilongo, limitado por balaustrada de
cantera, uniforme, simétrica, bien proporcionada, donde el cincel
dejó filigranas”42. La balaustrada se construyó
en el periodo de administración del general veracruzano Condell.
En ese mismo año de 1851 se dispuso que cambiarían las fechas
del “carnaval”, en vez de noviembre, sería en abril para que coincidiera
con la fiesta del evangelista. Las condiciones fueron las mismas que en
el parián, pero ahora con exposiciones artísticas, ganaderas
e industriales. Pero al igual que en la actualidad, el jardín, después
de que la “muchedumbre” se fue y los puestos de comida cerraron, se ve
de manera como Eduardo J. Correa describe: “las cazuelas que escupen su
grasa y tizne sobre la balaustrada, so pretexto de iluminarla con sus vacilantes
lenguas, que despiden más humo que fuego; los faroles de papel haciendo
de los arbustos y los rosales bateas de comistrajo; las guías de
colorines de rama a rama, como tendederos de vecindad, y el amontonamiento
de cáscaras, huesos y demás desperdicios, que lo convierten
en basurero, le producen sensación de náusea”43.
Ahora,
alrededor del jardín y en la calle J. Paní se ven acostados
a alcohólicos crónicos, vagabundos, vómitos de los
borrachos, orines, excremento y demás porquería... lo cual
se podría evitar en cierta medida si ya no se diera tanto permiso
para venta de bebidas embriagantes, lo cual se pretende hacer, pero parece
que hay más puestos y locales donde venden licor, que locales donde
se efectue un intercambio comercial, que es el propósito de establecer
la feria. Y si nos salimos del perímetro ferial y aún terminada
la feria, tal parece que en todo el estado hay más expendios de
licor que escuelas. No por nada ha sido nombrada «la cantina más
grande del mundo», allí podemos encontrar a jóvenes
– menores de edad – y a adultos bebiendo; por otra parte, también
se ha convertido en un centro de vicio enorme donde hay una gran venta
de drogas y en donde la prostitución está a la orden del
día.
También,
la feria está pasando a ser un lugar de diversión elitista,
esto porque los precios para presenciar o estar en cualquier evento o espectáculo,
están demasiado elevados, lo cual no permite a las clases medias
(y no se diga a las más humildes) disfrutar del lugar o espectáculo.
Ya no se da tampoco ese roce entre el rico y el pobre, entre el explotador
y el explotado, entre el que todo tiene y nada tiene, entre el que tiene
capital y cuenta con los medios de producción y entre el que sólo
cuenta con sus brazos, los cuales representan su fuerza de trabajo.
Pues ahora
el vulgo ha sido orillado a los «tapancos», al Teatro del Pueblo
y al jardín de San Marcos, que quizás por su ignorancia o
falta de cultura no logra apreciar lo que tiene frente a sus ojos y por
eso lo rayonea y maltrata, pero todo esto es producto de la falta de oportunidades,
espacios y apoyos para poder desarrollarse. Porque mientras el niño
rico nace en cuna de oro y es cambiado con mantillas de seda y se dedica
solamente al estudio --lo cual le da bienestar-- el niño pobre muchas
veces tiene que combinar desde muy pequeño el trabajo con el estudio
y sucede que el primero termina por consumir al segundo. Ahora bien, se
podría referir a que hay becas, pero ¿ cómo un niño
que combina dos actividades va a obtener el promedio que le exigen para
obtener su mísera beca?
Hay quien
dice que el jardín de San Marcos era “el espacio – de diversión
– reservado a la “alta”, mientras que el pueblo se divertía en el
exterior
de la balaustrada” 44. Y que este último fue
invadiendo el espacio del primero, lo cual provocó que ésta
buscara otros centros dediversión como bares, “salas de baile” y
discotecas. Esto no lo considero así, más bien la clase “alta”
fue la que empezó a marcar las diferencias de “clase”, fue buscando
la opulencia y la comodidad, fue creando sus propios espacios, en los cuales
podría encontrar a gente de su “misma clase”. Esta diferencia la
podemos encontrar muy bien marcada en la coronación de la reina,
pues se realiza «ante el pueblo, junto y con el pueblo,
pero inmediatamente después se pasa a otro espacio, el del baile
de coronación al que la prohibición de los precios le impide
al pueblo asistir”45.
También
la feria es el lugar donde se contrasta el derroche con la miseria y donde
se viola la ley de Dios, es donde el rico disfruta de “la sangre del pobre”,
que representa su dinero; y con la cual “el rico crucifica al pobre: acrecienta
su patrimonio a costa de la sangre de éste. Luego va a jugar
su ganancia al casino de San Marcos: echa a suertes la sangre del pobre”46.
En un estado
tan “católico” no se puede concebir esto, pues ya Jesucristo había
condenado al rico por explotar, marginar y no querer ayudar al pobre.
Le dijo estas palabras: “es más fácil que un camello pase
por el ojo de una aguja, que un rico entre al reino de los cielos”. Entonces
estamos hablando de que “lo que pasa en San Marcos es un sacrilegio, del
cual, en un pueblo tan “cristiano” como el nuestro ni siquiera nos percatamos”47.
Siguiendo
con los toros, siempre de tras de toda gran festividad ya sea civil o religiosa,
desde la época colonial se hacían festejos, ya fuesen de
toros o rejoneos, representaciones teatrales, torneos, juegos de cañas,
carreras y escaramuzas, cohetes, música etc. Entre las religiosas
se celebraban las de San Marcos, San Lorenzo, San Ignacio, y la de “el
día de San Francisco de Asís patrón de la villa, 4
de octubre de 1738, en cuyas fiestas de dedicación hubo de todo:
connotados oradores, juegos pirotécnicos, teatro y corridas de toros”48.
Para la
feria de Aguascalientes celebrada en 1828 no podrían faltar las
corridas de toros, las cuales seguramente se celebraron. Para tal evento,
el Ayuntamiento sería el encargado de organizar la verbena; se encargaría
de “convocar a una subasta pública, por medio de carteles, en los
que se indicaba el lugar, la fecha y la hora en la que los postores habrían
de presentarse”49.
Una vez
hecho esto, el ganador tenía que dar una buena suma de dinero al
Ayuntamiento, así como reservar un palco de honor para los funcionarios
de éste. La plaza o el coso donde habrían de celebrarse las
corridas de toros, eran hechas de madera y de manera improvisada, al igual
que las de la época colonial, tal como lo muestran las litografías.
En la corrida intervenían los llamados “locos”, los cuales eran
contratados por los empresarios; eran una especie de payasos de circo que
jugaban con el toro, los “locos” frente al toro “ bailaban gesticulaban,
lanzaban al aire naranjas que recibían con la frente, se acostaban
al lado del toro – después de muerto éste –o sobre el vientre--”50.
Después de muerto el toro, éste era arrastrado por las mulas,
las cuales deberían estar perfectamente adornadas --no como ahora,
que en ocasiones sale una espantosa camioneta para el arrastre del toro--,
el Ayuntamiento hacia uso del monto recaudado en mejoras de obras públicas.
Para el
año de 1826 las entradas fueron totalmente gratuitas, porque la
gente se quejó del elevado precio del boleto, y por esa única
ocasión, a los asistentes a las corridas “ no se les cobró
un solo centavo”.
Sin embargo,
al igual que en la época colonial --con los clérigos--, había
hombres ilustrados que se oponían a los festejos por considerarlo
propios de sociedades inciviles, en Aguascalientes esta tendencia se manifestó
con el diputado García Rojas quien “sostenía que el problema
no consistía en cobrar o no la entrada a los toros, sino en tomar
medidas que permitiesen desterrar paulatinamente un espectáculo
propio de pueblos barbaros”51. Esto no pasó
a mayores y la tradición se impuso sobre la legislación,
así como la razón --el torero-- se impone a la bestialidad
--el toro--. Durante la cuarta década del siglo XIX, la feria sufrió
algunas interrupciones, pero esto no fue motivo para que no se siguieran
realizando las corridas de toros. En general se puede decir que bajo estas
circunstancias se realizaban las corridas de toros en la primera mitad
del siglo XIX.
Pronto
Aguascalientes tendría su primer coso, el cual se dio en 1849 con
la construcción de la “placita del Buen Gusto” y que se debe a “el
primer personaje que en rigor merece el nombre de empresario taurino: don
José María de Nava”52, quien en muchas
ocasiones fungió como miembro del Ayuntamiento, y que, en repetidas
veces actuó como primer espada en las corridas celebradas en la
llamada “plaza del Buen Gusto”, “aunque no se le encuentra por parte alguna”.
Esta plaza era un “redondel de medianas dimensiones, cercado por valla
formada en vigas, de fácil acceso para los lidiadores. Lo separa
de la gradería que ocupa dos zonas, la de sol y la de sombra, divididas,
a su vez por frágiles enverjados de madera. Al poniente, coronado
el anfiteatro de sombra, los palcos con sillas de tule cargadas de polvo,
cuando no de chinches”53.
A los festejos
se introdujeron medidas para que la función tuviera un agradable
y respetable desarrollo, ya en 1815 el virrey Calleja había expedido
uno reglamentos en los que especificaba que la gente asistente se debería
comportar correctamente y no se admitirían ebriosporque se debía
guardar en todo momento respeto a los “matadores”. Varios años después,
el Ayuntamiento de la ciudad dispuso establecer ciertas medidas para el
bien del espectáculo y del público presente. Básicamente
se referían a guardar el orden dentro de la plaza* . Muchas de las
veces los “matadores y picadores”, era gente aficionada quienes vestían
“... desvelados trajes de luces exhumados de viejos guardarropas, charros
musculosos en función de picadores...”54 pero
aunque la “placita fuera considerada como “menor” dentro de las que había
en México, no por ello no fue pisada por grandes “toreros” españoles,
“entre los que vino el famoso matador de toros Diego Prieto Cuatro Dedos
uno de los últimos que actuó en la mencionada placita denominada
de El Buen Gusto”55. Muchas de las veces, después
de terminada la función, la gente pedía a gritos que se regalase
un toro, entonces surgían lo espontáneos, los cuales “se
lanzaban al ruedo y con los sarapes capean a la res”, la acosaban demasiado
hasta el grado que ya no embistiera. Muchas de las veces el ganado no era
de buena calidad, pues no tenían bravura ni trapío, como
dijeran ahora los “conocedores”, estos toros eran “una mojiganga ridícula.
Bueyes mansos, despuntados, y lidia detestable, hecha dizque por toreros
con disfraz de mamarrachos”56.
A las corridas
de toros asistían una gran variedad de personas, entre las que se
podía encontrar a políticos, abogados, ricos comerciantes
y hacendados, y en menor medida al populacho, pues así lo muestran
los grabados de Posada y las fotos de la época, claro que sin generalizar,
por que el populacho era quien “ en los tendidos apuraba con desesperación
jarras de pulque; el pueblo que reñía, que disputaba a voz
en cuello, sarcásticos; el pueblo que hacía y deshacía
ídolos, que abucheaba ruidosamente al diestro desafortunado y levantaba
en hombros a sus favoritos”57.
Ya casi
al terminar el siglo XIX, fue construida la plaza de toros San Marcos,
que actualmente tiene en su interior 3 salidas, 12 gradas alrededor de
la plaza y 22 arcos de medio punto, que quizás no sea tan ostentosa
como la Monumental, pero sí es muy cómoda y de buen agrado.
Esta plaza fue inaugurada el 24 de abril de 1896, en la que actuaron “Juan
Jiménez (El Ecijano), y Ripoll”, matando cinco magníficos
toros de la ganadería de Venadero. “El Ecijano, hombre ya con la
cabeza cubierta de canas, al frente de sus cuadrillas, realizó hazañas
que seguramente envidiarían muchos de los actuales primates de la
torería”58.
Pronto
el coso san marqueño tomaría fama y en el se celebrarían
múltiples corrida y novilladas, incluso llegó a batir “el
record de celebración de corridas de toros”, llegó a sumar
“sesenta festejos en un año”. En 1904, se celebró una corrida
que causó gran expectación entre la afición; en ella
actuarían “nada menos que el notable estoqueador don Luis Mazzantini,
alternando en la muerte de cinco toros, con Caro Grande y otro matador
de prestigio”59. Dicha plaza se llenó, “no
obstante lo elevado de los precios”.
En repetidas
ocasiones, el espectáculo de los toros decaía por falta de
empresarios o por la culpa de los matadores, quienes exigían una
mayor cantidad de dinero por sus presentaciones. Sin embargo para la feria
de 1937-1938, se darían “dos históricas feria taurinas”,
la de 1937 fue un “cartel de tronío; el máximo cartel que,
por entonces y por mucho tiempo podía confeccionarse en México:
el mano a mano entre los dos colosos de la época “Armillita”, elMaestro
de Saltillo y Lorenzo Garza, el califa de Monterrey”60.
Para 1938 actuaron los mismos toreros, pero el 24 de abril, participaron
en la corrida “Armillita”, Ricardo Torres y Paco Gorráez, en esta
corrida el triunfador fue el de Saltillo. Para la del 25 de abril, día
de la celebración del evangelista, actuarían “Armillita”
y Lorenzo Garza, en una magnífica e inolvidable corrida en la cual
“...cuando la plenitud torera del Maestro de Saltillo lució esplendorosa
desde los iniciales lances de capa hasta la estocada mortal; fue entonces
cuando en pleno apoteosis, le fueron otorgados a “Armillita” las dos orejas,
el rabo y una pata del estupendo “Venadito”, primer trofeo de esta índole
que se concedió en Aguascalientes”61.
Así
como estas corridas, hubo muchas más, en las
que participaron otros hombres --toreros-- de gran altura
como Alfonso Ramírez “El Calesero”, Efrén Adame “El Cordobés
Mexicano”, Jesús Delgadillo ”El Estudiante” y una infinidad de personajes
y toreros que nunca acabaríamos de contar. Durante la segunda mitad
del siglo XX, Aguascalientes empezó a experimentar una incipiente
industrialización que provocó que empezaran a llegar personas
de otros estados, con lo cual la ciudad aumentó considerablemente
su población. La insuficiencia de la plaza de toros San Marcos para
albergar a tantos espectadores, dio origen a la construcción de
un coso con mucha mayor capacidad, éste fue construido en 1974,
y después sufrió una remodelación. Por ella han pasado
grandes figuras del toreo como Eloy Cavazos, Rafael Ortega, “El Zotoluco”,
“El Juli”, que tan embobada trae a la gente, Fermín y Miguel Espinosa
“Armillita”, entre otros grandes toreros de España, México
y la región.
Como se
ha visto en el desarrollo del trabajo, quienes en un principio practicaban
la torería eran las personas nobles de España, entre las
que estaban conquistadores de México-Tenochtitlán, virreyes,
arzobispos, ricos hacendados, mineros y comerciantes, quienes muchas de
las veces hacían su propia placita dentro de su misma hacienda.
Estos hombres trasmitieron al indio, al esclavo, al mestizo y al criollo,
la pasión por los toros, y fueron estos últimos quienes en
varias ocasiones fungían como cuadrilla o de toreros a pie, pues
hay que recordar que la aristocracia gustaba de torear a caballo.
Durante
el siglo XVIII y después, en el XIX, cuando se empezó a dar
el toreo de manera similar a la de ahora, presenciaban el espectáculo
“todas las clases” habidas y por haber; aunque sí se daba la distinción
entre las clases, los altos funcionarios del gobierno y ricos --como ahora--
ocupaban los palcos de honor y las mejores localidades y al vulgo se le
dejaba en “gallola”, pero de un tiempo para acá, la gente humilde
--también amante de los toros-- y un poco las “clases medias”, han
ido abandonando las plazas por los elevados costos que llegan a tener los
precios para entrar a las corridas, pues la gente por apasionada que sea,
prefiere comer, antes que pagar la entrada a los festejos. Claro que estamos
consientes que para dar dicha función se requiere de un enorme capital,
porque hay que pagar el coso, a los ganaderos, toreros, cuadrillas, monosabios
y al personal que labora en la plaza. Entonces lo que en un principio fue
un entretenimiento para la aristocracia colonial, que después paso
a ser de “todas las clases “, ahora esta volviendo de nuevo a ser sólo
un espectáculo para las élites.
Porque
en las corridas te encuentras a personas que a todos los cotejos asisten
--tienen capital--, y sobre todo a los altos funcionarios de gobierno que
van acompañados de sus “lame botas”. También asisten empresarios
--explotadores--, burócratas --corruptos--, comerciantes
--hurtadores--, y uno que otro oprimido, explotado y marginado, que trata
de ir lo mejor presentado para no ser señalados. Los opresores y
autócratas lucen chamarras de cuero, camisas y pantalones vaqueros,
y botas de algún animal exótico. Las mujeres lucen de manera
semejante, pero las señoras más “recatadas” traen espléndidas
y ostentosas joyas.
De todo
lo visto en el desarrollo del presente trabajo sólo queda hacernos
la siguiente pregunta, tanto para los toros como para la feria, ¿fiesta
para quién?
Notas
1 Agustín R. González,
Historia
de Aguascalientes, tipografía de Francisco Antúnez, Aguascalientes,
1974, p. 1.
2 Francois Chevalier,
La
formación de los latifundios en México. Haciendas y sociedad
en los siglos XVI, XVII y XVIII, F.C.E. México, 1999, p. 87
3 Idem, p. 88.
4 José Antonio
Gutiérrez Gutiérrez, Aguascalientes y su región
de influencia hasta 1810. Sociedad y Política, SEMS, 1998, p.
14.
5 Francois Chevalier,
Op.
cit., p. 330.
6 Agustín R.
González, Op. cit., p. 12.
7 Chevalier, Op.
cit., p. 274.
8 Beatriz Rojas,
Las
instituciones de gobierno y la élite local. Aguascalientes del siglo
XVII hasta la Independencia, El Colegio de Michoacán/Instituto
Mora, p. 31.
9 José Antonio
Gutiérrez, Op. cit., p. 188.
10 Chevalier, Op. cit.,
pp. 175-176.
11 Beatriz Rojas. Op. cit.,
p.41.
12 Citado en Francois Chevalier,
Op.
cit., p. 245.
13 Idem, p. 266.
14 Idem, p. 204.
15 Citado en Rojas, Op.
cit., p. 112.
16 Citado en Chevalier, Op.
cit., p. 194.
17 Idem, p. 204.
18 Luis Weckmann, La Herencia
Medieval de México, El Colegio de México, Tomo I, 1984,
p.164.
19 Alejandro Mora, El Enigma
de la Fiesta, Plaza y Valdés Editores, 1995, p.69.
20 Idem, p. 70.
21 Idem, p. 73-74.
22 José Luis Martínez,
Hernán
Cortés, F.C.E/UNAM, 1990, p. 774.
23 Benjamín Flores,
La
ciudad y la fiesta tres siglos y medio de tauromaquia en México,
INAH, 1986, p. 13.
24 José Luis Martínez,
Op.
cit., p. 710.
25 Luis Weckmann, Op. cit.,
p. 163.
26 Benjamín Flores,
Op. cit., p. 22.
27 Leonard A. Irving, La
Época Barroca en el México Colonial, F.C.E., 1974, p.
35.
28 Flores, Op. cit.,
p. 50.
29 Idem, p. 52.
30 Rojas, Op. cit.,
p. 150.
31 Idem, p. 196.
32 Idem, pp. 215-216.
33 Weckmann, Op. cit.,
p. 164.
34 Henri Pirenne, Historia
Económica y Social de la Edad Media, F.C.E., 1994, p. 75.
35 Idem, p. 77.
35 Fernand Braudel, El
Mediterráneo y el mundo Mediterráneo en la época de
Felipe II, F.C.E., 1987, Tomo I, p. 507.
36 Pirenne, Op. cit.,
p. 77.
37 González, Op.
cit., p. 66.
38 Jesús Gómez
Serrano, Mercaderes, Artesanos y Toreros. La Feria de Aguascalientes
en el Siglo XIX, ICA, 1985, p. 15.
39 Rojas, Op. cit.,
pp. 178-179.
40 Gómez, Op. cit.,
p. 16.
41 Eduardo J. Correa, Un
Viaje a Termápolis, ICA, 1992, p. 191.
42 Idem, p. 41.
43 Correa, Op. cit.,
p. 41.
44 Genaro Zalpa Ramírez,
"Hegemonizarás las ferias. El uso Social del Espacio en la Feria",
en El Unicornio, suplemento cultural de «El Sol del Centro»,
núm. 128, 27 de abril de 1986.
45 Ibidem
46 Jesús Antonio de
la Torre Rangel, "San Marcos: su Feria y su Evangelio", en El Unicornio,
suplemento cultural de «El Sol del Centro», núm. 128,
27 de abril de 1986.
47 Ibidem
48 José Antonio Gutiérrez,
Historia
de la Iglesia Católica en Aguascalientes, Volumen 1.- Parroquia
de la Asunción de Aguascalientes, U.A.A./U.de G./Obispado de
Aguascalientes, 1999, p. 221.
49 Gómez, Op. cit.,
p. 60.
50 Ibidem
51 Enrique Rodríguez
Varela (comp.), “La primera edad de la fiesta de toros en Aguascalientes”,
en: Aguascalientes en la Historia 1786-1920. Documentos, crónicas
y testimonios, Tomo IV/Vol. I, p. 163.
52 Idem, p. 167.
53 Correa, Op. cit.,
p. 48.
* Si se quiere saber
más sobre los reglamentos, véase: "La primera edad de la
fiesta de toros en Aguascalientes", en: Gómez, Mercaderes...,
Op.
cit., pp. 58-74; también en: El Unicornio, suplemento
cultural de «El Sol del Centro», Núm. 24, 29 de
abril de 1984.
54 Correa, Op. cit.,
p. 48.
55 Jesús Antonio de
la Torre Rangel, “La plaza de toros San Marcos en los recuerdos de El-Hombre-Que-
No-Cree-En-Nada”, en: Crisol, año VIII, Núm. 91, abril
21 de 1997, p. 38.
56 Correa, Op. cit.,
p. 283.
57 Gómez , “Mercaderes...”,
Op.
cit., p. 73.
58 Jesús Antonio de
la Torre Rangel, Crisol, Op. Cit., p. 39.
59 Idem, p. 40.
60 Jesús Gómez
Medina, “1937-1938: Dos Históricas Ferias Taurinas”, en El Unicornio,
suplemento cultural de «El Sol del Centro», Núm. 128,
27 de abril de 1986.
61 Ibidem