Cuando me sugirieron que escribiera un artículo para incluirlo en
el primer número de conciencia, pensé: pues de que
podría hablar un tipo como yo, de segundo semestre de la carrera
de Historia, que apenas sé esta enseñando a escribir, que
todavía no tiene los elementos suficientes como para hacer un artículo
de crítica o de comentar algo con bases necesarias como para sostener
sus propuestas y que además carece de experiencia. Pero dije: pues
que importa, de alguna u otra manera me he de enseñar a escribir,
a criticar, a comentar, y que mejor oportunidad de empezar a hacerlo que
aquí.
Así
que se me ocurrió hablar de cómo fue que opté por
la Historia, las dudas que tuve, todos los momentos de tensión que
se vivieron en mi casa por mi decisión, las felicitaciones de algunas
personas, las burlas de otras, los clásicos “no te preocupes cuando
quieras ir a comer o a bañarte a mi casa, eres bienvenido”, en fin
todos los momentos “antes de” y, por supuesto, también los de “después
de”. Porque después de que entré, me encontré con
un cosmos que yo jamás me imaginé, y que me ayudo a reafirmar
mi decisión de continuar en el estudio de la Historia.
Me acuerdo,
que desde que estaba en el segundo año de prepa --cuando te dan
una materia, para mi gusto inútil e innecesaria, que se llama Orientación
Vocacional, que lo único que logra es confundirte mas-- yo sentía
el cosquilleo de la Historia, me gustaba mucho leer, y además la
clase de Historia y de Literatura me producían gran interés,
pero todavía no lograba decidir que era lo que en verdad quería.
Cuando llegó el momento de decidir a que área ingresaría,
estaba entre la de físico y la de Humanidades, finalmente me decidí
por los números, y aunque nunca fui bueno en la forma de tratarlos,
creo que no fue tiempo perdido. Tome esa decisión, porque creí
que era lo mejor, pues yo todavía no estaba seguro de mi elección,
sí elegía una ingeniería ya tendría bases para
hacer llevadera la carrera, pero si elegía alguna de humanidades,
sería menos difícil ponerme al corriente.
Comenzó
el año, el último de mi prepa, y por lo tanto, yo tenía
que decidirme por alguna opción. Recuerdo que cambié de opinión,
fácilmente unas 5 o 6 veces, de las carreras que había
decidido a estudiar en algún momento de tan trajinante año.
De las que me acuerdo eran: arquitectura, turismo, economía, electrónica,
y finalmente la que casi, casi caigo en sus garras, ingeniería industrial,
(recuerdo que hasta hice examen para ingresar a conocida universidad al
sur de la ciudad, e inclusive fui aceptado y molestado aproximadamente
como un mes para que me inscribiera). A todas estas carreras, exceptuando
las ingenierías, les encontraba sentido porque tenían algo
que ver con la historia. Porque aún tenía miedo de expresar
externamente lo que yo ya sabía por dentro. Pero fue gracias a muchas
circunstancias las que me ayudaron a exteriorizar mi sentir.
Y precisamente
cuando logré decidirme por la Historia, fue cuando comenzaron los
comentarios, que fueron los que me dieron más ánimos por
estudiar y vivir de lo que más me gusta. Buenos, malos y de lástima,
todos me ayudaron y a todos se los agradezco. Pero algo fundamental para
tomar mi decisión, fue el constante apoyo recibido de una persona
que como yo, también quería estudiar una carrera humanística,
no la misma, pero sí muy parecida, y que ahora la estudia y es muy
feliz; indudablemente sin su apoyo, tal vez yo estuviera estudiando en
la parte meridional de la ciudad, a esa persona le estaré eternamente
agradecido.
Ya tomada
la decisión, ya hechos todos los trámites necesarios para
entrar a la Universidad, llegó el día 6 de agosto, un viernes
antes de comenzar el curso para que se hiciera una presentación
de la carrera. Ese día conocería a mis nuevos compañeros,
a mis nuevos maestros y lo más importante, a la carrera de Historia.
Recuerdo
que entré al salón asignado para dicha presentación
y lo primero que creo que todos hicimos, fue ver y analizar las caras de
las personas que serían nuestros compañeros, al menos por
el primer semestre, ya luego nos fijamos en la de los maestros.
Algo que
me impactó de entrada fue ver que entre los alumnos que ingresaríamos
estaban los rostros de dos personas ya maduras, que por su aspecto, supuse
que eran madres de familia, me dije: ¿pero cómo?, ¡Dios!,
vamos a tener a dos mamás en la clase, y efectivamente así
fue, pero para bien, porque nos aportan su experiencia de vida, que es
más importante que otros menesteres. Transcurrió el día,
nos hablaron varios alumnos, un exalumno, todo para mí fue muy tranquilo,
conocí a algunos de los compañeros, platiqué con ellos,
conocí la difícil situación por la que pasaron nuestras
maduras compañeras para acceder a estudiar una carrera como ésta,
en fin, fue muy agradable el día.
Pero lo
más importante sería el desarrollo de ese experimentador
y temeroso primer semestre. Para mí fue increíble, porque
descubrí los modos de sacarle provecho a la Historia, porque descubrí
que hay mucha gente que se interesa por esto, y que la Historia no es sólo
aprenderte nombres y fechas, sino mucho más; porque haciendo los
trabajos, a pesar de que algunos de ellos son muy pesados, hay cansancio
pero nunca fatiga, y lo más importante, que cada vez que entrego
un trabajo o hago un examen siento la satisfacción de que estoy
haciendo lo que me más me gusta.