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Memoria de las voces
Por: I. Kungiler - 06/02/2009

Este es un escrito de nuestro hermano I. Kungiler, recordando a uno de nuestros grandes abuelos, Olokindibipilele (Simral Colman)

Cierro mis ojos y me imagino a un dule caminar cerca del Vaticano, o sentado en el Mall de Washington DC o llegar al aeropuerto de Barajas en Madrid. Me viene a la mente las aventuras de un joven grumete dule que se embarcó hace más de un siglo y medio, para a conocer los puertos del mundo. Osado, valiente e inteligente.

Quise conocerlo un día a través de las voces que escucharon sus rabias, sus dolores, sus virtudes, sus amores y sus defectos. Descubrí entonces que para mis interlocutores, hablar de él era imprescindible hablar de la Revolución Dule. Me transporto y escucho su entrecortada voz cantando en la hamaca y llorando sus decenas de muertos en Orwila, por el brote de una epidemia. Lugar donde se refugió junto a su pueblo; porque la madrugada de la partida de los guerrero estaba cerca.

También me lo imagino parado empuñando su bastón con dolor e ira, dando los últimos consejos a aquellos guerreros, bañados del tallo del níspero y que bebieron la sangre del jaguar y sus feroces miradas irradiando la cólera acumulada de años. Cuando él y los líderes de Dulenega decidieron escoger a los guerreros, seleccionaron a adolescentes y jóvenes. Irreverentes, rebeldes y los más certeros cazadores eran los escogidos.

Dejando a los conocedores de la naturaleza, los líderes espirituales, mujeres y niños en Orwila, pues sabían que en ellos garantizaban su pervivencia en esta tierra, la fecha, febrero de 1925. Varias décadas antes de los hechos de febrero, en sus viajes como grumete, conoció varias culturas, convivió con varios amigos y quizás tuvo varios amores.

Cuando llegó de sus viajes decidió especializarse en varios conocimientos de su cultura: podía hacer tronar un rayo, encaminar a los muertos a la patria final, conoció los secretos de las plantas y sobre todo, conocía las metáforas del amor del Gran Creador.

Cuando a finales de febrero terminó la toma de Ukupseni y Dad Nakwe Dupbir, él junto a los más ancianos en el arte de los conjuros y las plantas. Decidieron que aquellos jóvenes que habían llegado debían estar un tiempo alejados de la población, para rescatar su alma de la ira. Sus espíritus dule murieron al partir. Algunos arrancaron en la batalla hasta el nombre de sus victimas. Era entonces preciso rescatarlos.

Abro hoy los ojos, veo a una mujer dule caminar por la calles de la ciudad de Panamá, New York, London, México o Quito. Con la frente en alto, devolviendo una sonrisa a un transeúnte. Miro un niño jugar entre los carruseles de un centro comercial. Un joven pescando en los tranquilos mares cerca de una isla y saber que un cazador sube por las sendas de la angosta cordillera de Dulenega.

Si hay que agradecer la garantía de nuestro territorio, no seria precisamente a los gobiernos de turno. Es gracias a aquellos jóvenes irreverentes, rebeldes y cazadores. A aquellos líderes que dedicaron toda su vida al pueblo, pues era su vida y hoy la nuestra. Confinados en nuestras realidades, nuestra ingrata memoria, prefiero decir, mi amnesia histórica se ha olvidado de su nombre.

Debo entonces pedirle a mi abuelo, que me conjure una planta y me haga recordar que soy un dule y escribiré entonces en letras de molde su nombre, la de los irreverentes, los rebelde y los cazadores.

I. Kungiler
(vianor pérez rivera)
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Otro escrito del autor: Luminar de una rebeldia

18/02/2009
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