Sadelas

(Sociedad Amigos de la Salud)

Estadísticas cerebrales

 Manuel C. Martínez M.

Los valores medios que estadística o paramétricamente tanto ayudan a la predicción de sucesos estocásticamente ocurridos  son medidas a las suele dirigir   sus pasos la Naturaleza que hasta ahora conocemos, salvedad hecha de la espontánea  impredictibilidad que seguimos teniendo en materia de caos.

Retomando el tema del caos y la Naturaleza, efectivamente, hemos introducido la hipótesis de que no existe un universo único que mueve caótica e interconectadamente sus infinitas variables dentro de sí, sino que constantemente surgen nuevas plataformas independientes de las que son reemplazadas, y dentro de cada una de ellas y simétricamente el azar también da cuenta de sus múltiples e intrínsecas  manifestaciones fenoménicas.

Digamos que el caos se renueva a sí mismo como si se tratara de universos en constante mutación como un todo. Cada universo es caótico, pero no existe un universo único, sino que cada una de las  mutaciones del primero da origen a otro, cambia la configuración de partida, como si cambiáramos de dado para seguir jugando, y dentro de los cuales  observamos la ocurrencia de fenómenos de errática conducta. Es al control de  estos últimos a los que la Estadística viene ayudando, pero sigue ingobernable el supracaos  que hasta el sabio Einstein dio por inexistente, o no logró vislumbrarlo, cuando negó que Dios pudiera formar parte  del juego.

Sobre esa base, para poder matematizar y hacer proyecciones estadísticas de la población conformada por el *universo de los universos* tendríamos que conseguir los promedios de los universos conocidos y proceder a las inducciones del caso. Sin embargo, es bueno adelantar que si aguzamos nuestras observaciones, notaremos que toda la propensión natural hacia valores medios se torna utópica e inalcanzable, y meramente tendenciosa, porque admitir valores estrictamente medios sería negar el cambio y convalidar la quietud, la misma quietud vaticinada por  ciertos Físicos  en caso de de que se llegue a una entropía máxima.

No basta, pues, la obtención de un matriz general (mónada) que, al buen estilo de los Leibnitzianos, permita atrapar al universo en una fórmula matemática: necesitaríamos miríadas de mónadas afines. Por eso sí es altamente  probable que a Dios *juegue a los dados*, sobre todo si queremos garantizar la inevitabilidad del cambio.

Entonces, nos toca hipotetizar también sobre la preexistencia, o no, de estadísticas naturales muy capaces de ofrecernos la posibilidad de que sometamos al control matemático la multiplicidad de variables dinamizadas con el movimiento mismo de la materia.

Es así cómo observamos la tendenciosa formación de valores medios: la histéresis sufrida por los cuerpos alargados en posición horizontal, o la formación piramidal o cónica de  estos mismos cuerpos cuando adoptan posturas verticales. En dichos cuerpos la gravedad aplica su fuerza sobre los puntos medios, y, en el primer caso, origina  los achinchorramientos que observamos en el cableado público de  calles y  carreteras. Asimismo, cuando debemos reacomodar nuestros libros de la biblioteca que  tienden a caerse hacia el centro de los plúteos desde su postura izquierda o derecha. En el segundo caso, el entrabamiento involuntario de las bisagras de puertas y ventanas y no propiamente por falta de lubricación.

El crecimiento de las copas de los árboles, su follaje simétricamente dispuesto, rama por rama, hoja por hoja, hasta adoptar la conocida formación cónica que desde las primeras hojuelas nos ofrecen la dicotiledóneas; igualmente, la formación del oleaje marino con sus gruesas olas bajo y delgadas crestas. Semejante simetría aparentemente es una expresión inequívoca valores medios. Esto supondría reposo, quietud, y estaría negando el necesario desequilibrio que da cuenta al movimiento mismo.

Pero, en materia cerebral, es de notar que las personas poco vivaces, conscientes  de su  inferioridad respecto de sus congéneres,   tienden a subsanar esa desigualdad   mediante niveladores artilugios como la ecolalia para disimular el desconocimiento  de temas tratados por su interlocutor, como el empleo de  la escritura microscópica para disimular errores, o macroscópica, para  llenar más página con un mismo contenido sustancial, y  todas juntas para atenuar  la baja velocidad de sus reacciones.

De esa manera los hombres buscan una ponderación natural de su capacidad intelectiva: deficiencias en contenido la suplen con repeticiones, y su  incomprensión  de fenómenos varios  la suavizan con digresiones impertinentes o con mentiras lanzadas al voleo y sin mayor sustentación. Es así  como surgen  las famosas conjeturas o flechazos a ver si la pegan  o aciertan sin entrenamientos previos.

Tal sería el mecanismo estadístico que el cerebro de los seres humanos utiliza para presentarnos un hombre estadísticamente  dotado por igual sobre la base de facultades con dos dimensiones sustitutivas: largo y ancho, fuerte y lento, intenso y de bajo alcance o viceversa, locuaz  e indocumentado, teórico y poco práctico, empírico de pobre teoría, etc. Estas variables dicotómicas toman un valor de conjunto igual, a punta del recurso estadístico de las correspondientes ponderaciones, algo así como que 6 = 3x2, e = 2x3, según el caso.

Hacemos la salvedad de que ni siquiera -1 +1 = 0 es concretable. Los valores medioos son sólo aproximaciones hacia ese valor cero, y uno de los sumandos termina gobernado la suma en cuestión.

En la novela Don Quijote de la Marcha, Cap.  LI,  Sancho Panza nos explica cómo dos sentencias opcionales, excluyentes y paradójicamente equivalentes, resultan inaplicables ante ciertos casos, y la *salomónica* salida es la elección unilateral de una de las dos soluciones con cargo a la otra. Esa decisión se concilia con el desequilibrio judicial, ese de la balanza que sirve de  icono a la Jurisprudencia.  

 

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