Magisterio de la Iglesia

Humani generis in rebus (Cont. 02)
Carta Encíclica

4. Falso concepto del Magisterio de la Iglesia

10. El Magisterio de la Iglesia y la Encíclicas.

   Por desgracia, estos amigos de novedades fácilmente pasan del desprecio de la teología escolástica a tener en menos y aun a despreciar también el mismo Magisterio de la Iglesia, que tanto peso ha dado con su autoridad a aquella teología. Presentan este Magisterio como impedimento del progreso y obstáculo de la ciencia; y hay ya católicos, que lo consideran como un freno injusto, que impide el que algunos teólogos más cultos renueven la teología. Y aunque este sagrado Magisterio, en las cuestiones de fe y costumbres, debe ser para todo teólogo la norma próxima y universal de la verdad (ya que a él ha confiado Nuestro Señor JESUCRISTO la custodia, la defensa y la interpretación del depósito de la fe, o sea de las Sagradas Escrituras y de la tradición divina); sin embargo, a veces se ignora, como si no existiese, la obligación que tienen todos los fieles, de huir aun de aquellos errores, que más o menos se acercan a la herejía, y por tanto de observar también las constituciones y decretos, en que la Santa Sede ha proscrito y prohibido las tales opiniones falsas(2).

   Hay algunos que de propósito desconocen cuanto los Romanos Pontífices han expuesto en las Encíclicas sobre el carácter y la constitución de la Iglesia, a fin de hacer prevalecer un concepto vago, que ellos profesan y dicen haber sacado de los antiguos Padres, sobre todo de los griegos. Porque los Sumos Pontífices, dicen ellos, no quieren determinar nada en las opiniones disputadas entre los teólogos; y así hay que volver a las fuentes primitivas y con los escritos de los antiguos explicar las modernas constituciones y decretos del Magisterio.

   Este lenguaje puede parecer elocuente, pero no carece de falacia. Pues es verdad que los Romanos Pontífices en general conceden libertad a los teólogos en las cuestiones disputadas entre los más acreditados doctores; pero la historia enseña que muchas cuestiones, que un tiempo fueron objeto de libre discusión, no pueden ya ser discutidas.

   Ni hay que creer que las enseñanzas de las Encíclicas no exijan de suyo el asentimiento, por razón de que los Romanos Pontífices no ejercen en ellas la suprema potestad de su Magisterio. Pues son enseñanzas del Magisterio ordinario, del cual valen también aquellas palabras: El que a vosotros oye, a Mí me oye(3), y la mayor parte de las veces, lo que se propone e inculca en las Encíclicas, ya por otras razones pertenece al patrimonio de la doctrina católica. Y si los Sumos Pontífices en sus constituciones de propósito pronuncian una sentencia en materia disputada, es evidente que, según la intención y voluntad de los mismos Pontífices, esa cuestión no se puede tener ya como de libre discusión entre los teólogos.

11. El Magisterio de la Iglesia y la fuentes de la doctrina revelada.

   Es también verdad que los teólogos deben siempre volver a las fuentes de la revelación; pues a ellos toca indicar de qué manera se encuentre explícita o implícitamente(4), en la Sagrada Escritura y en la divina tradición, lo que enseña el Magisterio vivo. Además, las dos fuentes de la doctrina revelada contienen tantos y tan sublimes tesoros de verdad que nunca realmente se agotan. Por eso con el estudio de las fuentes sagradas se rejuvenecen continuamente las sagradas ciencias; mientras que, por el contrario, una especulación, que deje ya de investigar el depósito de la fe, se hace estéril, como vemos por experiencia. Pero, esto no autoriza a hacer de la teología, aun de la positiva, una ciencia meramente histórica. Porque, junto con esas sagradas fuentes, Dios ha dado a su Iglesia el Magisterio vivo, para ilustrar también y declarar lo que en el depósito de la fe no se contiene más que obscura y como implícitamente. Y el Divino Redentor no ha confiado, la interpretación auténtica de este depósito a cada uno de los fieles, ni aun a los teólogos, sino sólo al Magisterio de la Iglesia. Y si la Iglesia ejerce este su oficio (como con frecuencia lo ha hecho en el curso de los siglos, con el ejercicio ya ordinario ya extraordinario del mismo oficio), es evidentemente falso el método que trata de explicar lo claro con lo obscuro; antes es menester que todos sigan el orden inverso. Por lo cual Nuestro Predecesor de inmortal memoria Pío IX, al enseñar que es deber nobilísimo de la teología el mostrar cómo una doctrina definida por la Iglesia se contiene en las fuentes, no sin grave motivo añadió aquellas palabras: con el mismo sentido con que ha sido definida por la Iglesia.

5. Equivocada interpretación de la Biblia

12. Disminuyen la Autoridad Divina y de la Sagrada Escritura.

   Volviendo a las nuevas teorías, de que tratamos antes, algunos proponen o insinúan en los ánimos muchas opiniones, que disminuyen la autoridad divina de la Sagrada Escritura. Pues se atreven a adulterar el sentido de las palabras, con que el Concilio Vaticano define que Dios es el autor de la Sagrada Escritura, y renuevan una teoría ya muchas veces condenada, según la cual la inerrancia de la Sagrada Escritura se extiende sólo a los textos que tratan de Dios mismo o de la religión o de la moral. Más aún, sin razón hablan de un sentido humano de la Biblia, bajo el cual se oculta el sentido divino, que es, según ellos, el solo infalible(5). En la interpretación de la Sagrada Escritura no quieren tener en cuenta la analogía de la fe ni la tradición de la Iglesia; de manera que la doctrina de los Santos Padres y del sagrado Magisterio debe ser conmensurada con la de las Sagradas Escrituras, explicadas por los exégetas de modo meramente humano; más bien que exponer la Sagrada Escritura según la mente de la Iglesia, que ha sido constituida por Nuestro Señor JESUCRISTO.

   Además, el sentido literal de la Sagrada Escritura y su exposición, que tantos y tan eximios exégetas, bajo la vigilancia de la Iglesia, han elaborado, deben ceder el puesto, según las falsas opiniones de éstos, a una nueva exégesis. que llaman simbólica o espiritual; con la cual los libros del Antiguo Testamento, que actualmente en la Iglesia son una fuente cerrada y oculta, se abrirían finalmente para todos. De esta manera, afirman, desaparecen todas las dificultades, que solamente encuentran los que se atienen al sentido literal de las Escrituras.

13. Frutos venenosos que estas novedades han producido.

   Todos ven cuánto se apartan estas opiniones de los principios y normas hermenéuticas, justamente establecidos por Nuestros Predecesores de feliz memoria: LEÓN XIII, en la Encíclica "Providentissimus Deus", y BENEDICTO XV, en la Encíclica "Spiritus Paraclitus", y también por Nos mismo, en la Encíclica "Divino afflante Spiritu".

6. Diez errores teológicos modernos

   Y no hay que admirarse de que estas novedades hayan producido frutos venenosos en casi todos los tratados de la teología. Se pone en duda si la razón humana, sin la ayuda de la divina revelación y de la divina gracia, pueda demostrar la existencia de un Dios personal con argumentos deducidos de las cosas creadas; se niega que el mundo haya tenido principio, y se afirma que la creación del mundo es necesaria, pues procede de la necesaria liberalidad del amor divino; se niega, asimismo, a Dios la presencia eterna e infalible de las acciones todas contrarias a las declaraciones del Concilio Vaticano(6).

   Algunos también ponen en discusión si los Ángeles son personas; y si la materia difiere esencialmente del espíritu. Otros desvirtúan el concepto de gratuidad del orden sobrenatural, sosteniendo que Dios no puede crear seres inteligentes sin ordenarlos y llamarlos a la visión beatífica. No sólo, sino que, pasando por alto las definiciones del Concilio de Trento, se destruye el concepto de pecado original, junto con el de pecado en general en cuanto ofensa de Dios, como también el de la satisfacción que Cristo ha dado por nosotros. Ni faltan quienes sostienen que la doctrina de la Transubstanciación, basada como está sobre un concepto filosófico de sustancia ya anticuado, debe ser corregido; de manera que la presencia real de Cristo en la Santísima Eucaristía se reduzca a un simbolismo, en el que las especies consagradas no son más que señales externas de la presencia espiritual de Cristo y de su unión íntima con los fieles, miembros suyos en el Cuerpo Místico.

   Algunos no se consideran obligados a abrazar la doctrina que hace algunos años expusimos en una Encíclica, y que está fundada en las fuentes de la revelación, según la cual el Cuerpo de Cristo y la Iglesia Católica Romana son una misma cosa(7). Algunos reducen a una vana fórmula la necesidad de pertenecer a la Iglesia verdadera para conseguir la salud eterna. Otros, finalmente, no admiten el carácter racional de la credibilidad de la fe cristiana.

Resumen

   Sabemos que éstos y otros errores semejantes se propagan entre algunos hijos Nuestros, descarriados por un celo imprudente o por una falsa ciencia; y Nos vemos obligados a repetirles, con tristeza, verdades conocidísimas y errores manifiestos, y a indicarles, no sin ansiedad, los peligros de engaño a que se exponen.

II. LA EXPOSICIÓN DE LA DOCTRINA CATÓLICA

1. Respecto de la filosofía

   a) Recto juicio sobre la razón

14. La razón, nutrida por la filosofía cristiana

   Es cosa sabida cuánto estime la Iglesia la humana razón, a la cual atañe demostrar con certeza la existencia de un sólo Dios personal comprobar invenciblemente los fundamentos de la misma fe cristiana por medio de sus notas divinas, expresar por conveniente manera la ley que el Creador ha impreso en las almas de los hombres y, por fin, alcanzar algún conocimiento, y por cierto fructuosísimo, de los misterios(8).

   b) La filosofía tradicional

   Mas la razón sólo podrá ejercer tal oficio de un modo apto y seguro si hubiere sido cultivada convenientemente, es decir, si hubiere sido impregnada con aquélla sana filosofía, que es ya un patrimonio heredado de las presentes generaciones cristianas y que por consiguiente, goza de una autoridad de un orden superior, por cuanto el mismo Magisterio de la Iglesia ha utilizado sus principios y sus principales asertos, manifestados y definidos paulatinamente por hombres de gran talento, para comprobar la misma divina Revelación. Esta filosofía, reconocida y aceptada por la Iglesia, defiende el verdadero y recto valor del conocimiento humano, los inconcusos principios metafísicos -a saber, los de razón suficiente, causalidad y finalidad- y la consecución de la verdad cierta e inmutable.

   c) El genuino progreso filosófico

15. Lo que la Iglesia deja a la libre disputa

   Cierto que en tal filosofía se exponen muchas cosas que, ni directa ni indirectamente, se refieren a la fe o a las costumbres y que, por lo mismo, la Iglesia deja a la libre disputa de los peritos; pero en otras muchas no tiene lugar tal libertad, principalmente en lo que toca a los principios y a los principales asertos que poco ha hemos recordado. Aun en esas cuestiones esenciales se puede vestir a la filosofía con más aptas y ricas vestiduras, reforzarla con más eficaces expresiones, despojarla de ciertos modos escolares menos aptos, enriquecerla cautelosamente con ciertos elementos del progresivo pensamiento humano; pero nunca es lícito derribarla, o contaminarla con falsos principios, o estimarla como un grande monumento, pero ya en desuso. Pues la verdad y su expresión filosófica no pueden cambiar con el tiempo, principalmente cuando se trata de los principios que la mente humana conoce por sí mismos o de aquellos juicios que se apoyan tanto en la sabiduría de los siglos como en el consenso y fundamento de la divina revelación. Cualquier verdad que la mente humana, buscando con rectitud, descubriere, no puede estar en contradicción con otra verdad ya alcanzada, pues Dios, Verdad suma, creó y rige la humana inteligencia, de tal modo que no opone cada día nuevas verdades a las ya adquiridas, sino que, apartados los errores que tal vez se hubieren introducido, edifica la verdad sobre la verdad, de modo tan ordenado y orgánico como aparece formada la misma naturaleza de la que se extrae la verdad. Por lo cual el cristiano, tanto filósofo como teólogo, no abraza apresurada y ligeramente cualquier novedad que en el decurso del tiempo se proponga sino que ha de sopesarla con suma detención y someterla a justo examen, no sea que pierda la verdad ya adquirida o la corrompa, con grave peligro y detrimento de la misma fe.

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NOTAS

  • (2) C. I. C., can. 1324; cfr. Conc. Vat.I, D. B., 1820, Const. De Fide cath., post. canones, Denz-Umb. nr. 1820. (volver)

  • (3) Luc., 10, 16. (volver)

  • (4) Pius IX, Inter gravissimas, 28-X-1870, Pii IX Acta, vol. I, p. 260. (volver)

  • (5) Dos errores se condenan aquí: por una parte, el de los que limitan la imposibilidad de errar de la Biblia (la inerrancia) a las cosas de la fe y la moral, y por otra, el que afirma que en ls Sagrada Escritura se distinguen, así como dos autores, así también dos sentidos, el uno divino y por tanto infalible, y el otro humano y por eso sujeto a error. Dado que la inerrancia de la Biblia se basa en la inspiración trataron de restringir la inspiración para eliminar así los presuntos errores de la Biblia. Conceden que la Sagrada Escritura tiene a Dios por autor (Concilio Vaticano I, sesión III, cap. 2; Denz..Umb. 1787) pero disminuyen el significado de la palabra del Concilio que dice que son inspirados "los libros íntegros en todas sus partes".
       Como ya señalamos en la "Introducción" a la Encíclica "Spiritus Paraclitus" (1920) de Benedicto XV, el Cardenal Newman, juzgando la inspiración -no por el origen divino que tiene sino por el fin que Dios con ella persiguió, escribió que "las cosas dichas de paso", "obiter dicta" no eran inspirados porque no eran necesarias para el fin que Dios se propuso al inspirar un libro, por cuanto lo único que interesaba a Dios era el aspecto religioso de la Revelación.
       Lenormant y Mons. D'Hulst menos avanzados concedían la inspiración de la Biblia en todas sus partes, pero admitían -ilógicos consigomismos- la posibilidad que algunas cosas hubieran sido tomadas del medio ambiente y no reveladas.
       Ambos errores fueron condenados por León XIII en Providentissimus Deus (Enchir. Biblic. nr. 109,; más claramente aun por Benedicto XV en la Encíclica Spiritus Paraclitus (Denz-Umb. 2186).
       Pío XII renueva aquí primero la condenación de ambos errores y luego la extiende a una sutileza que afloró en la "Nueva Teología": Dios no siempre quiere decir las mismas cosas que el autor humano. El sentido que da Dios a las palabras de la Biblia es, naturalmente, infalible, pero "el sentido humano" o sea el que da el hombre a las mismas palabras es falible. Según esta teoría errónea no hay inconveniente en conceder que la Sagrada Escritura contenga errores, pues no fueron revelados por Dios sino que se deben al "sentido" que les dio el autor "humano". También este subterfugio es falso dice aquí Pío XII. (volver)

  • (6) Compárese Conc. Vat. II, Const. De Fide cath., cap. 1, De Deo rerum omnium creatore, Denzinger-Umb. nrs. 1782 ss. (volver)

  • (7) Compárese Pío XII, Encíclica Mystici Corporis, 29-VI-1943, AAS. 35 (1943) 193-248. (volver)

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