Magisterio de la Iglesia

Humani generis in rebus (Cont. 03)
Carta Encíclica

   d) La doctrina de Santo Tomás

16. Una filosofía que la Iglesia ha aceptado y aprobado

   Si bien se examina cuanto llevamos expuesto, fácilmente se comprenderá por qué la Iglesia exige que los futuros sacerdotes sean instruidos en las disciplinas filosóficas, según el método, la doctrina y los principios del Doctor Angélico(9), puesto que con la experiencia de muchos siglos conoce perfectamente que el método y el sistema del Aquinate se distinguen por su singular valor, tanto para la educación de los jóvenes como para la investigación de las más recónditas verdades, y que su doctrina suena al unísono con la divina revelación y es eficacísimo para asegurar los fundamentos de la fe y para recoger de modo útil y seguro los frutos del sano progreso(10).

   Es, pues, altamente deplorable que hoy día algunos desprecien una filosofía que la Iglesia ha aceptado y aprobado, y que imprudentemente la apelliden anticuada en su forma y racionalística, así dicen, en sus procedimientos. Pues afirman que esta nuestra filosofía defiende erróneamente la posibilidad de una metafísica absolutamente verdadera, mientras ellos sostienen, por el contrario, que las verdades, principalmente las trascendentes, sólo pueden expresarse con doctrinas divergentes que mutuamente se completan, aunque entre sí parezcan oponerse. Por lo cual conceden que la filosofía que se enseña en nuestras escuelas, con su lúcida exposición y solución de los problemas, con su exacta precisión de los conceptos y con sus claras distinciones, puede ser apta preparación al estudio de la teología, como se adaptó perfectamente a la mentalidad del medioevo; pero creen que no es un método que corresponda a la cultura y a las necesidades modernas. Añaden, además, que la filosofía perenne es sólo una filosofía de las esencias inmutables, mientras que la mente moderna ha de considerar la existencia de los seres singulares y la vida en su continua fluencia. Y mientras desprecian esta filosofía, ensalzan otras, antiguas o modernas, orientales u occidentales, de tal modo que parecen insinuar que cualquier filosofía o doctrina opinable, añadiéndole algunas correcciones o complementos, si fuere menester, puede compadecerse con el dogma católico; lo cual ningún católico puede dudar ser del todo falso, principalmente cuando se trata de los falsos sistemas llamados inmanentismo, o idealismo, o materialismo, ya sea histórico ya dialéctico, o también existencialismo, tanto si defiende el ateísmo como si al menos impugna el valor del raciocinio metafísico.

   Por fin, achacan a la filosofía que se enseña en nuestras escuelas el defecto de atender sólo a la inteligencia en el proceso del conocimiento, sin reparar en el oficio de la voluntad y de los sentimientos. Lo cual no es verdad, ciertamente; pues la filosofía cristiana nunca negó la utilidad y la eficacia de las buenas disposiciones de toda el alma para conocer y abrazar plenamente los principios religiosos y morales; más aún, siempre enseñó que la falta de tales disposiciones puede ser la causa de que el entendimiento, ahogado por las pasiones y por la mala voluntad, de tal manera se obscurezca que no vea cuál conviene. Y el Doctor Común cree que el entendimiento puede percibir de algún modo los más altos bienes correspondientes al orden moral, tanto natural como sobrenatural, en cuanto experimente en el ánimo cierta afectiva connaturalidad con esos mismos bienes, ya sea natural, ya por medio de la gracia divina(11); y claro aparece cuánto ese conocimiento subconsciente, por así decir, ayude a las investigaciones de la razón. Pero una cosa es reconocer la fuerza de los sentimientos para ayudar a la razón a alcanzar un conocimiento más cierto y más seguro de las cosas morales, y otra lo que intentan estos novadores, esto es, atribuir a las facultades volitiva y afectiva cierto poder de intuición, y afirmar que el hombre, cuando con el discurso de la razón no puede discernir qué es lo que ha de abrazar como verdadero, acude a la voluntad, mediante la cual elige libremente entre las opiniones opuestas, con una mezcla inaceptable de conocimiento y de voluntad.

  e) La tarea de la teodicea y de la ética

17. La teodicea y la ética en peligro

   Ni hay que admirarse de que con estas nuevas opiniones se ponga en peligro a dos disciplinas filosóficas que, por su misma naturaleza, están estrechamente relacionadas con la doctrina católica, a saber, la teodicea y la ética, cuyo oficio creen que no es demostrar con certeza algo acerca de Dios o de cualquier otro ser trascendente, sino más bien mostrar que lo que la fe enseña acerca de Dios personal y de sus preceptos es enteramente conforme a las necesidades de la vida y que, por lo mismo todos deben abrazarlo para evitar la desesperación y alcanzar la salvación eterna: todo lo cual se opone abiertamente a los documentos de Nuestros Predecesores León XIII y Pío X y no puede conciliarse con los decretos del Concilio Vaticano. No habría, ciertamente, que deplorar tales desviaciones de la verdad si aun en el campo filosófico todos mirasen con la reverencia que conviene al Magisterio de la Iglesia, al cual corresponde por divina institución no sólo custodiar e interpretar el depósito de la verdad revelada, sino también vigilar sobre las disciplinas filosóficas para que los dogmas católicos no sufran detrimento alguno de las opiniones no rectas.

2. Respecto de las ciencias positivas

18. Sobre el evolucionismo y el poligenismo.

   Réstanos ahora decir algo acerca de algunas cuestiones que, aunque pertenezcan a las disciplinas que suelen llamarse positivas, sin embargo se entrelazan más o menos con las verdades de la fe cristiana. No pocos ruegan, con premura, que la Religión católica atienda lo más posible a tales disciplinas; lo cual es ciertamente digno de alabanza cuando se trata de hechos realmente demostrados, empero se ha de admitir con cautela cuando más bien se trate de hipótesis, aunque de algún modo apoyadas en la ciencia humana, que rozan con la doctrina contenida en la Sagrada Escritura o en la tradición. Si tales conjeturas opinables se oponen directa o indirectamente a la doctrina que Dios ha revelado entonces tal postulado no puede admitirse en modo alguno.

   a) Problemas biológicos y antropológicos

   Por eso el Magisterio de la Iglesia no prohíbe que en investigaciones y disputas entre los hombres doctos de entrambos campos se trate de la doctrina del evolucionismo(12), la cual busca el origen del cuerpo humano en una materia viva preexistente (pues la fe católica nos obliga a retener que las almas son creadas inmediatamente por Dios), según el estado actual de las ciencias humanas y de la sagrada teología, de modo que las razones de una y otra opinión, es decir, de los que defienden o impugnan tal doctrina, sean sopesadas y juzgadas con la debida gravedad, moderación y templanza; con tal que todos estén dispuestos a obedecer al dictamen de la Iglesia, a quien Cristo confirió el encargo de interpretar auténticamente las Sagradas Escrituras y de defender los dogmas de la fe(13). Empero algunos, con temeraria audacia, traspasan esta libertad de discusión, obrando como si el origen mismo del cuerpo humano de una materia viva preexistente fuese ya absolutamente cierta y demostrada por los indicios hasta el presente hallados y por los raciocinios en ellos fundados, y cual si nada hubiese en las fuentes de la revelación que exija una máxima moderación y cautela en esta materia.

   Mas tratándose de otra hipótesis, es a saber, del poligenismo, los hijos de la Iglesia no gozan de la misma libertad, pues los fieles cristianos no pueden abrazar la teoría de que después de Adán hubo en la tierra verdaderos hombres no procedentes del mismo protoparente por natural generación, o bien de que Adán significa el conjunto de los primeros padres; ya que no se ve claro cómo tal sentencia pueda compaginarse con la que las fuentes de la verdad revelada y los documentos del magisterio de la Iglesia enseñan acerca del pecado original, que procede del pecado verdaderamente cometido por un solo Adán y que, difundiéndose a todos los hombres por la generación es propio de cada uno de ellos(14).

   b) Valor histórico del libro del Génesis

19. La interpretación de los libros históricos del Antiguo Testamento.

   Del mismo modo que en las ciencias biológicas y antropológicas, hay algunos que también en las históricas traspasan audazmente los límites y las cautelas establecidos por la Iglesia. Y de un modo particular es deplorable el modo extraordinariamente libre de interpretar los libros históricos del Antiguo Testamento. Los fautores de esa tendencia para defender su causa invocan indebidamente la Carta que no hace mucho tiempo la Comisión Pontificia para los Estudios Bíblicos envió al Arzobispo de París(15). Esta carta advierte claramente que los once primeros capítulos del Génesis, aunque propiamente no concuerden con el método histórico usado por los eximios historiadores grecolatinos y modernos, no obstante pertenecen al género histórico en un sentido verdadero, que los exégetas han de investigar y precisar; y que los mismos capítulos, con estilo sencillo y figurado, acomodado a la mente del pueblo poco culto, contienen las verdades principales y fundamentales en que se apoya nuestra propia salvación, y también una descripción popular del origen del genero humano y del pueblo escogido. Mas si los antiguos hagiógrafos tomaron algo de las tradiciones populares (lo cual puede ser concedido), nunca debe olvidarse que ellos eran guiados y ayudados por el soplo de la imaginación divina, inmunes de todo error al elegir y juzgar aquellos documentos.

   Empero, lo que se insertó en la Sagrada Escritura, sacándolo de las narraciones populares, en modo alguno debe compararse con las mitologías u otras narraciones de tal género, las cuales más proceden de una ilimitada imaginación que de aquel amor a la simplicidad y la verdad, que tanto resplandece aún en los libros del Antiguo Testamento, hasta el punto que nuestros hagiógrafos deben ser tenidas en este punto como claramente superiores a los antiguos escritores profanos.

EPÍLOGO

20. Los deberes de las autoridades eclesiásticas y de los profesores.

   Sabemos, es verdad, que la mayor parte de los doctores católicos, que con sumo fruto trabajan en las universidades, en los seminarios y en los colegios religiosos, están muy lejos de estos errores que hoy abierta u ocultamente se divulgan o por cierto afán de novedades o por un inmoderado deseo de apostolado. Pero sabemos también que tales nuevas opiniones pueden atraer a los incautos y, por lo mismo, preferimos oponernos a los comienzos que no ofrecer un remedio a una enfermedad inveterada.

   Por lo cual, después de meditarlo y considerarlo largamente delante del Señor, para no faltar a Nuestro sagrado deber, mandamos a los Obispos y a los superiores religiosos, onerando gravísimamente sus conciencias, que con la mayor diligencia procuren que ni en las clases, ni en las reuniones, ni en escritos de ningún género se expongan tales opiniones en modo alguno, ni a los clérigos ni a los fieles cristianos.

   Sepan cuantos enseñan en institutos eclesiásticos que no pueden en conciencia ejercer el oficio de enseñar, que les ha sido concedido, si no reciben religiosamente las normas que hemos dado y si no las cumplen escrupulosamente en la formación de sus discípulos. Y procuren infundir en las mentes y en los corazones de los mismos aquélla reverencia y obediencia que ellos en su asidua labor deben profesar al Magisterio de la Iglesia.

   Esfuércense con todo aliento y emulación por hacer avanzar las ciencias que profesan; pero eviten también el traspasar los límites por Nos establecidos para salvaguardar la verdad de la fe y de la doctrina católica. A las nuevas cuestiones que la moderna cultura y el progreso del tiempo han suscitado, apliquen su más diligente investigación, pero con la conveniente prudencia y cautela; y, finalmente, no crean, cediendo a un falso irenismo que los disidentes y los que están en el error puedan ser atraídos con buen suceso, si la verdad íntegra que rige en la Iglesia no es enseñada por todos sinceramente, sin corrupción ni disminución alguna.

21. Bendición Apostólica

   Fundados en esta esperanza, que vuestra pastoral solicitud aumentará todavía, impartimos con todo amor, como prenda de los dones celestiales y en señal de Nuestra paterna benevolencia, a todos vosotros, Venerables Hermanos, a vuestro clero y a vuestro pueblo, la Bendición Apostólica.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 12 de Agosto de 1950, año duodécimo de Nuestro Pontificado. 
                                                            Pío Papa XII

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NOTAS

  • (8) Compárese Conc. Vat. II De Fide Cath. cap. 4. Denzinger-Umb. nr. 1796. (volver)

  • (9) C.  I. C. can. 1366, 2. (volver)

  • (10) Compárese Pío XII Alocución de los delegados al Capítulo General de los dominicos. 22-IX-1946. A. A. S. 38 (1946) 387;  en la Exhortación que el 14 de enero de 1958 dirigió Pío XII al Colegio "Angelicum" de Roma recalcó extensamente a Santo Tomás y su importancia refiriéndose especialmente a este paso de Humant Generis. La parte principal de esa alocución reza así, en versión del L'Osservatore Romano edic. argentina, año VII Nº 3 22, del 30-I-58:
      
    Columbramos vuestra alegría por la próxima celebración del cincuentenario de la inauguración y por la importancia del acontecimiento. Pues, en verdad, lo que entonces era una temblorosa esperanza y el comienzo del camino, ahora, bajo l a protección de vuestro valiosísimo Patrono Santo Tomás, ha llegado a ser un éxito felicísimo por el trabajo de tantos eximios doctores de vuestro Instituto. Ciertamente, si éste alcanzó tan preclara fama en la casa de, Dios... que es la Iglesia de Dios vivo, columna y fundamento de la verdad (I Timoteo 3, 15), precisamente y en gran parte sucede porque estudia con solicitud y divulga extensamente las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino. Bueno es el camino que seguís, llevando a la cabeza el resplandor de éste vuestro gran protector, adornado de eximias virtudes. 
      
    En las preces litúrgicas que, en la fiesta de  Santo Tomás de Aquino se dirigen a Dios, se hacen estas dos principales e importantes peticiones: ...comprender lo que enseñó e imitar lo que hizo. (Oración de la fiesta).
      
    Y bien, preguntamos: ¿qué enseñó sobre todo el Aquínate? ¿Dónde se centra a primera vista su excepcional magisterio apto para instruirnos? Esto salta a la vista con lúcida claridad: con la palabra y con los ejemplos de su vida enseñó, ante todo, a los estudiosos de las sagradas disciplinas y también a los amantes de la filosofía racional, la máxima sumisión y reverencia que se deben a la autoridad de la Iglesia Católica. (S. Th. 3 p. Sppl. q. 29, a, 3, Sed contra 2; y 2a 2ae p, q, 10, a. 12 in c.). 
      
    Esta total sumisión a la autoridad de la Iglesia tenía origen en su plena persuasión de que el magisterio vivo e infalible de la Iglesia es la regla próxima y universal de la verdad católica.
       Siguiendo la senda de Santo Tomás de Aquino y de los eximios varones de la Orden dominicana que se distinguieron por la religiosidad y santidad de costumbres, doquiera resuene la voz del magisterio extraordinario de la Iglesia, escuchadla atentamente y recibidla con ánimo sumiso, principalmente vosotros, amados hijos, que, por especial favor de Dios, os dedicáis al estudio de las disciplinas sagradas en esta Alma Urbe junio a la Cátedra de Pedro e Iglesia principal, de donde nació la unidad sacerdotal. (San Cipriano Epist. 55c. 14-Ed. Harte!, Corp. Script. Eccl. Lat. vol. 3, p. 2, pdfif. 683). Ni tan sólo debéis asentir diligente y prontamente a las disposiciones y decretos del sagrado Magisterio que pertenecen a verdades divinamente reveladas, ya que fiel custodio e intérprete no falible del depósito de éstas es la sola Iglesia Católica, Esposa de Cristo; sino que también han de ser aceptados con humilde sumisión de la mente los documentos que versan sobre cuestiones pertenecientes a ternas naturales y humanos, pues los que profesan la Pveligión católica, especialmente los teólogos y filósofos, como es justo deben apreciar en mucho también éstos, dado que las cosas de un tal orden inferior se proponen, en cuanto conexas y unidas con las verdades de fe y con el fin sobrenatural del hombre.
      
    Sea también ley para el varón teólogo, siguiendo el ejemplo del Aquinate, escrutar diligentemente y con asiduidad la Sagrada Escritura, de incomparable importancia y peso para los estudiosos de las disciplinas religiosas; ya que, como atestigua el mismo Santo Doctor, la ciencia sagrada usa en su argumentación la autoridad de los libros canónicos con toda propiedad y por necesidad... pues nuestra fe se funda en la revelación hecha a los Apóstoles y Profetas que escribieron los libros canónicos y no en la revelación qne pudieron tener otros doctores (S. Th. 1, p. q. 1 a. 8 ad 2). Así lo enseñó y practicó siempre. Sus comentarios a los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, principalmente a las Epístolas del Apóstol San Pablo, gozan, según el pareecr de los más entendidos, de tal madurez, agudeza y diligencia que se pueden equiparar a sus mayores obras teológicas, estimándolas como un complemento bíblico, muy apreciable de éstas; por ello puede decirse que no tiene total y perfecta familiaridad con el Santo Doctor quien descuida estas obras. Nunca se echen de menos en vuestros estudios y prácticas de vida espiritual la investigación y el uso de las Sagradas Escrituras que continuamente estuvieron unidas a las meditaciones teológicas del Doctor de Aquino y que tan admirablemente alegraron su fin. Consideramos digno, por otra parte, de especial recomendación el estudio de la Teología Tomística especulativa que debéis estimar grandemente conforme a la prescripción de vuestro último Capítulo electivo: La Teología especulativa Tomista ha constituido siempre el singular patrimonio de la Orden (Acta Cap. Gen. eect. 1955, n. 113). Florezca, pues, en vuestro Ateneo, con gran influjo y estima la sagrada teología para la que el ilustre Aquinate justamente vindicó en su tiempo las prerrogativas de verdadera disciplina y sabiduría, concediéndole el primado entre todas las ciencia (S. Th. 1 p. q. 1 a. 5).
      
    Nos mismo hemos abiertamente vindicado sus principales méritos en la Encíclica Humani generis contra algunos seguidores de novedades (Acta Ap. Sedis a. 42, 1950, pág. 573). Por lo que atañe a las varias cuestiones teológicas, aunque se ha de tener muy en cuenta, como es justo, el progreso de las ciencias históricas y experimentales, conviene, no obstante, que defendáis los principios y principales puntos de la doctrina de Sanio Tomás.
      
    Esto mismo pensamos debe aplicarse, observando la comparación y proporción debidas, a las materias filosóficas.
       Y ahora, después de haber admirado la casi angélica sabiduría de vuestro ínclito Protector y Maestro, meditad con Nos sus virtudes, que debéis procurar con empeño constante reproducir en vuestras costumbres. Él convirtió, sin duda alguna, en propio provecho espiritual las frases del Apóstol: cuando tuviere el don de profecía y penetrase todos los misterios y toda ciencia... no teniendo caridad, no soy nada (I Corintios 13, 2) y la ciencia hincha, la caridad es la que edifica (1 Corintio 8, 2); pues aunque cultivó con todo ardor las doctrinas especulativas, comprendió que el primer puesto corresponde a la caridad, a la que sirven, como a reina coronada, las demás virtudes: de ella la fe saca vida y vigor los dones del Espíritu Santo: de ella se nutre también la escondida llama de la contemplación de los divinos misterios. Cultivad también vosotros con toda diligencia y esfuerzo la caridad y con ella el gozoso sentido de la religión y las demás virtudes convenientes a vuestro estado para que los severos estudios a que os dedicáis no sólo no no obstaculicen, sino más bien ayuden, a escalar los grados de la perfección evangélica. Y junto con las virtudes sobrenaturales observad con todo cuidado religiosos, las normas y leyes del propio Instituto: sea la liturgia vuestra casta delicia: salgan a menudo y fervientes, más de vuestro pecho rebosante que de vuestros labios, conversaciones espirituales: sean vuestras fidelísimas y estimulantes compañeras la caridad de la verdad y la verdad de la caridad". (volver)

  • (11) Compárese S. Thom., Summa Theol., II-II quaest. 1. art. 1 ad 3 et quaest. 45 2, in c. .(volver)

  • (12) Sobre el evolucionismo y la unidad del género humano ya se habían pronunciado la Pontificia Comisión Bíblica en su "Respuesta 6ª sobre el carácter histórico de los tres primeros capítulos del Génesis'', del 30 de Julio de 1909 (AAS. 1 [1909] 567-569).
      
    Luego Pío XII en un discurso a la Pontificia Academia de Ciencias, 30-XI-1941 repitió la enseñanza dogmática sobre la espiritualidad del alma humana, y su inmediata creación por Dios, para conceder luego la competencia de las ciencias profanas en la procedencia del cuerpo humano: "El día en que Dios plasmó al hombre, dijo el Papa, y coronó su frente con la diadema de su imagen y semejanza, constituyéndolo en rey de todos los animales vivientes, del mar del cielo y de la tierra (Gen. 1, 26) aquel día el Señor, Dios de toda sabiduría, se hizo su Maestro... Solamente del hombre podía venir otro hombre que le llamase padre y progenitor; y "la ayuda" dada por Dios al primer hombre viene también de él y es carne de su carne, formada como compañera, que tiene nombre del hombre porque de él ha sido sacada (Gen. 2, 23). En lo alto de la escala de los vivientes, el hombre, dotado de un alma espiritual fue colocado por Dios como príncipe y soberano del reino animal. Las múltiples investigaciones, tanto de la paleontología como de la biología y de la morfología acerca de otros problemas referentes a los orígenes del hombre, no han aportado hasta ahora nada que sea positivamente claro y cierto. No queda, pues, sino dejar al futuro la respuesta a la cuestión de si un día la ciencia, iluminada y guiada por la revelación, podrá dar resultados seguros y definitivos sobre argumento tan importante... La verdadera ciencia no rebaja ni humilla al hombre en su origen, sino que lo eleva y exalta, porque ve, encuentra y admira en cada uno de los miembros de la gran familia humana la huella más o menos grande en ella estampada de la imagen y semejanza divinas".
      
    El Papa rechaza aquí el transformismo materialista, toda otra transformación que salve la espiritualidad del alma humana, y por ello, la diferencia esencial entre el hombre y los demás animales es posible, pues nunca podrá llamar el hombre: "padre" al animal, ni considerarse descendiente de él sino en cuanto al cuerpo que es lo específico en el hombre.
      
    Aquí en Humani Generis Pío XII es más explícitoito todavía que en su discurso.
      
    Relacionado con el origen del hombre narrado en la Biblia está la cuestión de si todos los hombres actuales, proceden de una sola pareja (monogenismo) o de varias parejas (poligenismo) Pío XII señala claramente que el poligenismo no es admisible, y esto a causa de la naturaleza y universalidad del pecado original que consta no en el Génesis sino en otros libros sagrados. (volver)

  • (13) Compárese Allocut. Pont. ad membra Academiae Scientiarum, 30 Novembris 1941. AAS. 33.  (volver)

  • (14) Compárese Rom. 5, 12-19; Conc. Trid., sess.V, can. 1-4, Denz-Umb. nrs. 788-791.  (volver)

  • (15) 16 de enero de 1948; AAS. 40 (1948) 45-48. (volver)

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