Batalla de Chapultepec
Participación de los Poucel
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Antoine Poucel
Fernando Poucel Gonzalez
La Batalla de Chapultepéc --Resumen
Emiliano Poucel y Santa Cruz
Gutierrez-Poucel-Oosthuysen family
Luis Emiliano Gutierrez-Poucel
La Participación de Fernando y Miguel Poucel
--Como nos lo contaba mi TíaDuba (María Luisa Poucel)
Los cadetes se defendían valientemente ante la superioridad numérica y la escasez de pertrecho bélico. Fernando corría de un lado para otro, sin preocuparse de las balas, las que caían a su alrededor, sin lograr dar con él. Gradualmente, los fusiles dieron lugar a las armas blancas, y la lucha se tornó cuerpo a cuerpo. Varios soldados atacaban a Miguel Poucel y otro de sus compañeros, quien recibió tremenda estocada que lo deshabilitó, cayendo al suelo. Miguel, diestro espadachín entrenado junto con su hermano por su Padre Antoine Poucel, a pesar de sus 17 años resistía el ataque de los norteamericanos, sin permitir apertura alguna que decidiera el combate, pero sin poder penetrar el ataque concentrado de los soldados invasores. En ese momento Fernando apareció de la nada y en cuestión de segundos tres norteamericanos yacían en el suelo agarrándose sus heridas.
Un teniente norteamericano, testigo de aquel intercambio, prendió en cólera y fue en busca de Fernando quien continuaba, junto con Miguel, hiriendo a soldados norteamericanos a diestra y siniestra con certeras estocadas y tajos. El teniente finalmente alcanzó en la salida al jardín a Fernando, increpándolo y desafiándolo a que lo enfrentara. La mayoría de los cadetes ya estaban en el jardín, escasos de municiones y rodeados.
La luz del sol entraba por el portal y el amplio ventanal iluminando la habitación. El teniente tendría cerca de 30 años de edad, era un poco más alto que Fernando, de pelo rubio, con ojos de un azul tan claro e intenso como la mañana de aquel día en Chapultepéc. Fernando, al escuchar los gritos insultantes y el desafío, paró, dando la vuelta con su sable en el puño derecho. El teniente norteamericano se la acercaba lentamente, casi perezosamente, con altanería, conciente de su superioridad y destreza con el sable. El rostro de Fernando estaba oculto por el sudor, la sangre y el humo de la pólvora, haciéndolo mayor que sus 18 años de edad. No obstante, el temple, la frialdad y seguridad en su mirada hicieron al norteamericano titubear. "Señor -comenzó el norteamericano - parece que le gusta atacar más por la espalda que de frente como los hombres." La acción en ese lugar del Castillo cesó, consciente los soldados norteamericanos y Miguel de que iban a presenciar algo insólito. El teniente no solo era admirado por sus soldados, sino por sus equivalentes y superiores, aparte de ser reconocido como el mejor espadachín del regimiento. Miguel conocía a su hermano, quien no solo era el mejor espadachín de la escuela, sino que ya en alguna ocasión había logrado detener los ataques de práctica, e inclusive hecho retroceder a su Padre Antoine Poucel, considerado por muchos el mejor espadachín de la época en México. Miguel reconoció la sonrisa burlona casi triste de su hermano que auguraba peligro.
Una inclinación de la cabeza indicó el comienzo del duelo. El teniente respiró profundamente, haciendo una finta y lanzando senda estocada a fin de sorprender a Fernando y terminar el combate antes de que empezara. Fernando con ligero movimiento de muñeca, desvió el sable antes de llegar a su marca. Ambos se reconocieron como dignos adversarios, guardando su distancia y manteniendo sus posiciones con soltura, elegancia y rapidez. El norteamericano mantenía la iniciativa de los ataques, mientras que Fernando se defendía esperando una apertura para su contraataque. La contienda llevaba dos o tres minutos y prometía alargarse. Los oponentes empezaban a conocerse lo suficiente como para poder a anticipar sus movimientos.
El sable del teniente llegó como relámpago al brazo izquierdo de Fernando, brotando la sangre. Fernando continuaba como si no hubiese recibido herida alguna, desconcertando al norteamericano. Una recia estocada al aire de Fernando, le indicó al norteamericano que el combate estaba lejos de estar decidido. Con vigor renovado y brazo firme, Fernando arrebató la iniciativa del ataque, dispuesto a terminar de una vez por todas con la disputa. El teniente norteamericano sonrió, aceptando el reto. Los sables chocaban con estruendo infernal, y cortaban el aire con penetrante zumbido en donde momentos antes estaba el adversario. Un refilón del sable de Fernando abrió la mejilla del norteamericano, que en lugar de amedrentarlo le hizo redoblar esfuerzos. El suelo mostraba la ferocidad del combate, manchado con la sangre pisoteada de los oponentes, que apenas notaban sus heridas. El duelo parecía empatado, condenado a continuas tablas, pero ya sea la juventud de Fernando, las enseñanzas de su padre, su pasión o el desprecio hacia la muerte, empezaron a inclinar la balanza a su favor. En un suspiro, después de dos fuertes estocadas en sucesión de Fernando, el norteamericano no recuperó suficientemente rápido su defensa y Fernando lo atravesó alto en el pecho. El teniente sorprendido se agarró la herida con la izquierda esperando que Fernando lo rematara.
Los norteamericanos pensando que Fernando iba a terminar con su teniente se le echaron encima, lo cual hizo a Miguel salir de su contemplación y apoyar a su hermano. Antes de que la veintena de soldados enardecidos pudieran acabar con los hermanos, el Teniente norteamericano intervino calmando los ánimos de la soldadesca, y encarando a Fernando le preguntó que porqué le había perdonado la vida. Ante lo cual Fernando, pasándose la mano por la cara, limpiando algo del sudor y tizne, le dijo "señor, estaba usted desarmado". El Teniente norteamericano viendo las caras de Fernando y Miguel cayo en cuenta de su juventud, exclamando ¡Por dios, si son tan solo unos niños! No, le contestó Fernando, no somos niños, soy el Teniente Fernando Poucel González y éste es el Subteniente Miguel Poucel Gonzáles y sabemos pelear y morir como hombres en defensa de nuestra escuela y de nuestra patria. Admirado el teniente norteamericano por la hombría y desplante encomió a los hermanos a rendir sus armas conduciéndolos hasta el jardín que quedaba sobre el velador donde estaban siendo rodeados y apresados los cadetes sobrevivientes derrotados ante la superioridad numérica y material de guerra de los norteamericanos.
En 1871, después de mas de dos décadas de la batalla, sus compañeros que lucharon con él lo nombraron Presidente Fundador de la Asociación del Heroico Colegio Militar en reconocimiento a su destacada participación en la defensa del Castillo de Chapultepéc.
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