SUPERIORIDAD DE LA DEMOCRACIA

Roberto Laserna

Publicado en PULSO 515

(www.columnistas.net)

 

Pablo Stefanoni pretende polemizar con EL INEVITABLE FRACASO DE LA REVOLUCIÓN (PULSO 513) con un texto que, probablemente, fue escrito en menos tiempo del que le tomó leer el mío. No me explico de otra manera que me ataque cuando está de acuerdo con lo que escribí y que se enrede en tantas confusiones, cuando podía esperarse algo más de un “Maestrando en Ciencia Política de la IDAES-UNSAM”, que es como se presenta en una publicación argentina.

Se excusa de polemizar con el libro de Kelley y Klein, pero se concentra en debatir la tesis que, precisamente, les pertenece. En los primeros párrafos de mi artículo reconocí que la paternidad del primero era de KyK. Dije que ellos exponían su teoría del fracaso de las revoluciones igualitarias y que la demostraban haciendo referencia, aunque no exclusiva, al caso concreto de la revolución boliviana del 52.

El argumento de KyK es directo. Las revoluciones fracasan porque redistribuyen recursos materiales, pero al hacerlo generan tal desorden que aumentan la importancia de los recursos no materiales, que no se pueden redistribuir con la misma facilidad, como el conocimiento, la creatividad, etc.

Que Stefanoni crea que ésta es una visión economicista, reduccionista o estrecha, es otra prueba de la confusión con que escribió su apurada respuesta.

Así, la ambiciosa refutación de la idea de revolución no resulta de un ensayo improvisado para Pulso, sino de un esfuerzo intelectual de dos autores que, lejos de recurrir a la retórica ideológica, analizaron datos sobre las vidas de personas concretas.

Lo que hice fue comunicar con la mayor sencillez posible un libro que merece ser más y mejor conocido.

En lo que hace a la revolución del 52, ni los autores del libro, ni este servidor, desconocimos sus “conquistas efectivas” ni pretendimos simplificar las revoluciones. Cualquier lector inteligente podía darse cuenta de que no se trataba de evaluar la revolución en abstracto, sino en aquella dimensión redistributiva que parece común a una gran parte de ellas y que funciona como promesa movilizadora, justificándola desde antes de su realización misma.

Tampoco se trataba de refutar al marxismo. Ni lo mencionamos.

Al titular provocativamente el artículo como “El inevitable fracaso de la revolución” yo esperaba que los defensores de la idea revolucionaria buscaran demostrar que no fueron fracasos. Nunca pensé que, como hace Stefanoni, se animaran a justificarlos.

Porque lo cierto es que, cuando sobreviven a su fracaso, los líderes revolucionarios buscan la manera de encubrirlo, con la complicidad de sus seguidores. Ahí está Stefanoni: atribuye la desviación de la revolución rusa al conservadurismo de Stalin (en serio), y el “estancamiento como sacrificio necesario” en Cuba y Corea del Norte no a la búsqueda de la igualdad sino a la preservación de la “independencia nacional”. Con esto reconoce que el sacrificio no fue (tampoco lo es ahora) igualmente compartido por el pueblo y por la nueva élite (cuyo surgimiento reconoce), y que al final el nacionalismo lo justifica todo (a él apelaron Hitler y Mussolini, de revoluciones breves, como Franco, que duró tantos años aunque menos que Fidel, que sigue culpando al imperio).

En mi artículo me referí también a que la represión, el autoritarismo y la violencia contra los ciudadanos, que en muchas revoluciones solamente busca tapar su fracaso. Para que no queden dudas de su militancia, Stefanoni justifica esos procesos acusando a los mencheviques y a los liberales por no haber hecho las reformas a tiempo, culpándolos así del crecimiento de los bolcheviques, y de sus abusos. En suma, parece decirnos, resistirse al programa revolucionario es una provocación que justifica la violencia.

Si hubiera leído con atención mi texto se habría dado cuenta de que sólo después de presentar las tesis de KyK hago un planteamiento complementario. No porque no comparta aquella tesis, sino justamente porque me parecía necesario matizarla y someterla a una prueba empírica adicional para comprenderla mejor.

Así, destaco que si bien las desigualdades renacen de las revoluciones, se trata de nuevas desigualdades, lo que en cierto modo matiza el fracaso de la revolución. Para algunos no es un fracaso sino una oportunidad de ascenso social.

Y en esto, curiosamente, Stefanoni, que tanto adjetivo me echa, ¡me da la razón! No solamente reconoce que es “evidente que todas las revoluciones dan lugar a nuevas élites” sino que, afirma enfático, “a la luz de la historia, el reformismo social fue superior a las revoluciones para conseguir el desarrollo de las sociedades”. ¿Dónde quedó su intención polemizadora si al final expresa su acuerdo conmigo?

Fue en la contraprueba, apelando a los datos de la historia (y no a la historia abstracta), que llegué a esa misma conclusión. Puede no gustarle a Stefanoni, pero fue justamente al comparar los años revolucionarios con los años de democracia que, usando las mismas variables, encontré que éstos lograron más y a menor costo social: reducción de la pobreza, reducción de la desigualdad y aumento de la movilidad social.

Si Stefanoni interpreta mi artículo como un “escrito para cuestionar al actual gobierno” no es más que la confesión de que lo reconoce como un proyecto igualitarista cuyo fracaso, al parecer, anticipa.

Y por ahora ni cabe discutir la confusión de Stefanoni cuando intenta caracterizar al proceso actual atribuyéndole intenciones modernizadoras. ¿No leyó la nueva CPE o el Plan “Para vivir bien”?

Sin más razón que su desorientada bronca, Stefanoni me empuja lejos del “campo reformista” para disimular que es él quien cuestiona al actual gobierno, cuando al final de su artículo salta con esa afirmación de que “la vuelta acrítica al capitalismo de Estado no parece la vía más adecuada para avanzar en la “utopía reflexiva” de construir una sociedad más justa y próspera”. ¿Con quién polemizaba al escribir su pretendida refutación?

Al preparar mi artículo yo intuía que la propuesta de diferenciar igualdad de equidad sería intolerable para los igualitaristas. Más aún al insistir en que es la equidad la que importa, porque la igualdad es imposible y buscarla puede, además, causar terribles injusticias.

Sería tonto creer que, con esta afirmación, defiendo la desigualdad. De ninguna manera. ¡Si en mi artículo mencioné la reducción de la desigualdad como uno de los logros de la democracia liberal! Por eso insisto en que el reduccionismo igualitarista ha sido causante de muchas tragedias sociales, y en que podemos superarlo si pensamos desde términos más amplios y profundos, como los de equidad y libertad, o emancipación, claro, pero no sólo simbólica o “nacional” sino real, efectiva, de las personas. Y construyéndolas con ellas, no solamente con su sacrificio.

Si Stefanoni no quiere comparar la democracia de los 90 con la revolución nacional de los 50, que observe América Latina y compare Chile con Cuba o, si prefiere, Colombia con Venezuela. O las dos Alemanias, antes de la unificación (que ya ocurrió, por si acaso) o las dos Coreas. Tal vez así aprenda más que de sus lecturas.

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