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CURSO DE ORIENTACIÓN

Profesor : Jaime Mazzei Molina

 

 

GUÍA Nº 2

LA IDENTIDAD DE LA ESCUELA


GUÍA Nº 2.

LA IDENTIDAD DE LA ESCUELA[1]

            La expresión “educación de la persona” podría ser entendida, en rigor, como una tautología, pues sólo en relación con el hombre, con la persona humana, se puede hablar de educación. Lo mismo vale para la frase “curriculum centrado en la persona” cuando está referida al curriculum de un establecimiento educacional, porque un establecimiento de tal carácter no puede, racionalmente, tener otro centro que el desarrollo del hombre y de su condición de persona.

            Las expresiones citadas cobran, sin embargo, su justo sentido cuando se las considera vinculadas a una determinada realidad en que, por diversas razones, el propósito básico de la educación se ha deteriorado. En este caso, constituyen un llamado a situar el desarrollo personal en su lugar propio. Con referencia a las escuelas significan una interpelación para que estos centros educativos aseguren su consecuencia, para que cumplan su misión propia en el servicio de las personas. No es un instarlas al empleo de una forma determinada de organizar los estudios. Se las insta al encuentro con su identidad, la que puede manifestarse  a través de una multiplicidad de planes y de formas de organizativas.

            Sabemos que los establecimientos escolares, en el campo del deber ser, poseen la intencionalidad de participar en la educación de las personas a través de la constitución de un ambiente en que sea posible, para todos, en un proceso único e inseparable, el crecimiento personal y el encuentro con el saber.

          Se trata ahora de comparar esta intencionalidad con la que se da en la práctica. Donde la intencionalidad del deber ser esté bloqueada o perdida, habrá que ir a su rescate. Donde esté debilitada habrá que realimentarla. Donde esté vigente habrá que profundizarla y darla a conocer para que su testimonio sirva a la recuperación de la intencionalidad propia en la realidad total.

            Si a la intencionalidad propia de la escuela la llamamos su identidad, tenemos que decir que un determinado establecimiento escolar, es idéntico a sí mismo, es propiamente una escuela, cuando es un lugar donde las personas pueden crecer y desarrollarse y donde el encuentro con el saber es una realidad a la que todos los alumnos y alumnas tienen acceso. Dicho de otra manera: estamos en presencia de una escuela leal a su identidad:

 

a)       cuando las personas que la integran - directivos, docentes, alumnos, paradocentes, padres - se sienten participando en un medio favorable a su desarrollo personal, es decir, sienten que están aprendiendo el valor de la convivencia humana y un sentido positivo de la propia existencia;

b)      cuando los alumnos tienen un encuentro productivo con el saber. Lo dicho hace posible afirmar que, una escuela, es propiamente una escuela, cuando la observación de su realidad permite visualizar la ocurrencia de tres principales características:

                                

La existencia: a) de un sentido positivo de la vida,
b) de un ambiente de convivencia, y
c) de un compromiso con el aprendizaje de todos los alumnos y alumnas.

 1. La existencia de un sentido positivo de la vida

            Los seres humanos quieren ser felices; pero les cuesta encontrar una alegría que no termine con el primer golpe de la adversidad. Corren, entonces, el riesgo de llegar a un mundo perceptivo atado a la amargura y el absurdo.

           Si así acontece, toda actividad humana pierde cimiento, y el amor, el trabajo y la búsqueda de la verdad no pueden sostenerse y echar raíces. El hombre amargo, el que lleva la frustración consigo, como un cambiado rey Midas, cuanto toca lo convierte en soledad y desánimo. Ni se educa él porque no puede propiamente amarse, ni educa a otros porque no puede llegar a amarlos.

 

           Por eso, todo hombre y toda mujer tiene la necesidad de llegar a descubrir el significado de sus límites, de la separación y de la muerte. Necesita asimismo saber que no es huyendo del dolor que se encuentra la alegría duradera y que ella se guarda en el sentido real de la vida, el que puede ser objeto de descubrimiento y aprendizaje.

           La vida humana tiene un sentido. La vida de todo hombre singular tiene un sentido. Cuando esto se descubre, surge el fundamento más importante del vivir, del trabajar, del estudiar. Y, aunque el dolor y la muerte no desaparecen, toman su verdadero sitio y su exacta estatura.

           Es cierto que la escuela no puede tomar sobre sí la responsabilidad total de la educación del hombre. Nadie se la ha entregado y ella tiene muy claro que su función es manifiestamente una participación en un proceso global de educación  que ha de ocurrir en toda la sociedad.

           Pero, si no tiene la responsabilidad total de la educación del hombre, tiene la responsabilidad suya. Y, en su cumplimiento, ha de constituirse en un lugar en que cada uno de sus integrantes tenga la ocasión de aprender que el amor, la amistad y la solidaridad existen, que existen la lealtad y la justicia, que existen la verdad y la libertad, que estos valores son el signo de lo humano y que cada hombre está llamado a ocupar un puesto, destinado especialmente para él, en la edificación de un mundo de mayor plenitud. La escuela ha de permitir aprender que la violencia, la opresión y el odio empequeñecen al que cree en ellos, lo llevan hacia lo antihumano, lo alejan del sentido real del existir; que, por el contrario, cuanto más profundamente desarrolle alguien su capacidad de amar, su capacidad de respeto y su capacidad de alegría, más crece como hombre y más se le revela el valor de la vida.

 

2. La existencia de un ambiente de convivencia

 

           La convivencia es la forma  propiamente humana de vivir, es la relación confiada entre persona y persona   Se la llama, también, diálogo, encuentro, fraternidad y sus signos son el respeto, el acogimiento y la promoción de las personas.

           Cuando surge, las personas no están más solas ni en pugna y, en cambio crecen, dándose y recibiéndose; construyendo juntas.

           La convivencia es una condición sustantiva para el crecimiento humano. Si ella no existe, todo es prisión y hostilidad, surgen, por todas partes, el temor, la amenaza y la desconfianza y, en palabras de Sartre, “el cielo es de bronce y el infierno son los otros”.

           Si no hay convivencia, las personas se quedan improductivas pues toda su energía la gastan en agredir, en buscar corazas, en cavar trincheras y defenderse. La interacción se hace penosa, las palabras parecen venir sesgadas, los comportamientos más naturales son vistos a través de un prisma distorsionante. Todo se llena de normas y sanciones y las instituciones pasan a ser ordenadas maquinarias a las que se sacrifica la creatividad, la confianza y el crecimiento tranquilo de las personas.

           Cuando, en cambio, el diálogo empieza a edificarse, los ánimos se desarman, las capacidades bloqueadas se liberan, las normas disminuyen y se flexibilizan, la comunicación es fluida, las palabras son herramientas constructivas, la interioridad de cada cual florece. La inmensa energía, antes cautiva de la odiosidad, pasa a mover, ahora, la amistad, el estudio, el trabajo y la producción. Las personas comienzan a mostrar un rostro,  un pensamiento  y una voluntad que, hasta el presente, no habían logrado expresar. Todos comparten la búsqueda de los mismos propósitos y están de acuerdo con los medios básicos para alcanzarlos Estos últimos son lo que son: medios. No son fines, y, por ello, son susceptibles de transformaciones, y hasta de abandono, cuando los propósitos de servicio de la persona así lo hacen necesario.

 

3. La existencia de un compromiso con el aprendizaje de todos los alumnos y alumnas.

 

            La escuela es depositaria de un saber sistematizado que debe poner al alcance de sus alumnos. Su misión no es presentar este saber, sino transferirlo, no es ocuparse de que se  enseña sino de que se  aprende. Y como los que llegan hasta ella poseen medios y talentos dispares y una distinta historia, la escuela tiene que buscar las maneras de generar, entre esas diferentes  personas y el saber, un encuentro productivo.

           Para que así suceda, no hay otro camino que el compromiso con la persona que aprende.

           Lamentablemente, en algunos establecimientos, la misión escolar frente al aprendizaje del saber ha sido distorsionada. El lugar central  destinado a la persona que aprende ha sido ocupado por las materias que hay que saber. El propósito de asegurar que todos los alumnos, y no sólo algunos, avancen en el aprendizaje ha cedido el paso al de asegurar que todos los contenidos programáticos , y no sólo parte de ellos, sean desarrollados. Por un trastrueque de medios y fines, la adaptación de los programas a los alumnos se ha transformado en la adaptación de los alumnos a los programas.

Las escuelas en que esto ocurre necesitan volver a su responsabilidad central frente al aprendizaje. Tienen que ser como esas otras escuelas en que tal responsabilidad no se ha perdido; en que los programas son un medio y las personas  el fin; en donde, pese a la, en ocasiones, escasez increíble de recursos, los alumnos siguen siendo irrenunciablemente atendidos; en donde los seres humanos no son catalogados como capaces o incapaces, sino que son percibidos como personas únicas y diferentes que, por ello, poseen ritmos y maneras distintas de aprender.    Hay, en la realidad nacional, diversas escuelas en que la identidad ha sido asumida y en donde toda acción es enderezada al desarrollo y al aprendizaje confiado de las personas. A partir de esta situación, es posible decir que la extensión del espíritu y la vida de estas escuelas a todas las escuelas del país sería una buena definición de lo que se hemos denominado el rescate de la identidad de la escuela.

 

Actividad: Construya un mapa conceptual de este documento.

[1]  Gabriel Castillo Inzulza, Proyecto de perfeccionamiento de directivos superiores. CPEIP.1987

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