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Senos |
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Los senos cuyo valor desconoce el dueño Nadie jamás había tocado sus senos. Habían tenido una perfecta seriedad en su pecho. Estaban reservados para que muriesen inactivos en el árbol solitario. No supo él los senos nuevos e intactos que se llevaba, los senos de miel que tenía entre manos. La noche de sus bodas aquella mujer debió buscar el amante que se diese cuenta. ¡Qué irreparable pérdida! En aquella noche, como todas las noches, perdieron su fragancia los senos preciosos en las manos del tratante de naranjas. ______________________________ Los senos de verdadero Sèvres En casa del anticuario apareció la fina mujer, cuya cintura se cimbreaba en la luz. –¿Qué desea? ¿Me trae algún abanico? El anticuario al verla sin ningún paquete, creyó que era una de esas que se sacan de no se sabe dónde un abanico, un abanico viejo, que llena de lentejuelas la tienda cuando ellas lo abren. Ella acercándose más al anticuario le dijo: "Le traigo unos senos de verdadero Sèvres". –Venga, pase –le dijo el anticuario pasándola al despachito donde compraba las joyas más importantes. Ella entró con la determinación de la que va dispuesta a todo y allí sacó sus senos y los enseñó al anticuario. –¿De Sèvres?... ¿De Sèvres? –decía el anticuario sin dejar de darles vueltas como a los jarrones a los que se busca la marca. –Sí, mire usted la señal –y la mujer que tenías los más puros senos de Sèvres y que sabía dónde estaba el grabado frío como una cicatriz de marca, le dijo: "Aquí está". El anticuario con su lupa se quedó asombrado de la autenticidad, y comenzó a contar como quien cuenta papeles de fumar los billetes que daba por ellos. Y la mujer de los puros y verdaderos senos de Sèvres salía de la tienda sin senos, lisa, como la que ha vendido la última joya que le quedaba de sus padres. ______________________________ El que se los comió Quizá unos senos comidos con el valiente apetito con que se podría realizar ese acto, sepan a ancas de rana o cosa por el estilo. ¿Y su pezón? Su pezón debe saber como el tostado pezón de los panes que acaban en punta, en una punta exquisita. También parece que algunos senos deben saber a guayaba. (Ramón Gómez de la Serna, Senos, 1918; Buenos Aires: Albino, 1979.) |
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