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Los plumeros

 

 

   
 

Los plumeros
   Nadie se acuerda de que los plumeros fueron pájaros. Se pasa a lo doméstico bajando tanto la vista que no se piensa que los plumeros fueron descolgados del cielo.
   Son los pájaros del humorista en su vuelta de caza.
   En el fondo la humanidad no ama más que a los animales que se va a comer y apenas se acuerda con gratitud y encanto de los que se comió ya.
   El plumero es la alegre prestancia de la mañana.
   Somos ingratos con estos pájaros de nuestro fetichisino cotidiano cuando con menos razón se han entronizado otras cosas así en las religiones.
   En seguida tenemos el olvido de las plumas blancas o pintadas que llevaba sobre sí el animal ahora pelado. No se recuerda la admiración que nos produjo vestido con ellas sobre el cuerpo vivo.
   El plumero no canta, pero eso depende de su infecundidad. Todo lo infecundo no canta.
   Es un híbrido doméstico. Nace de aves que pasan y que se mezclan perteneciendo a distinta especie.
   Hay un vientecillo vital entre sus plumas y se tiende a descansar siempre que puede.
   Nadie sabe de dónde son originarios. Quizás se usaron por primera vez en África, donde servían para espantar fantasmas. En las vitrinas de la idolatría en el museo de Basilea hay colgados plumeros.
   Fueron utilizados antes que nada por las brujas para fines de la magia negra. El plumero era como el pájaro evocado, el pájaro de la aspersión de plumas que es necesaria en el misterio, el roce del ala del misterio.
   Después el plumero sirvió de gala en los cascos y en el capacete de los militares, y un día uno de aquellos militarotes irónico usó la gala para limpiar el polvo de la mesa.
   Ese día fue inventado el plumero doméstico que ya siguió su destino de limpiador de muebles y cosas.
   Las costumbres del plumero son pacificas, amables, morigeradas. Nunca se ha dado el caso de que un plumero haya mordido a nadie. Tiene una paciencia ilimitada en espera de ser útil sobre el velador empañado, y lo que más le gusta limpiar son los fanales de reloj.
   A veces el plumero se oculta, es difícil de encontrar, pero eso no se debe a que sea insociable, sino a que gusta de esconderse para descansar y para hacerse la ilusión de que tiene nido. En esos casos se pliega entre papeles y periódicos sin dejar asomar ni una pluma de su cola.
   –¿Quién se ha llevado el plumero?
   –¿Se habrá escapado?
   Se piensa reprender a la servidumbre porque deja las ventanas abiertas, pero hay una especial telepatía entre el plumero y su dueño y él lo encuentra en su remetedura secreta.
   Es la cimera caída de nuestra ridícula fe en aristocracias posibles. Es gala de entierro desmayado.
   Tiene un alma inerte, escondida, de flauta sin canto.
   Les hirió el tiro del cazador en pleno mango y llevan la bala dentro.
   Napoleón fue el que dignificó más a los plumeros, y quizás el que más vale de todos es el que llevó él en su tricornio.
   Hay plumeros cruzados en que se reúne la gallina y el pavo y plumeros hermafroditas en los que se reúne el gallo y la gallina. Pájaro en limbos de espera, volverá a reanimarse ese día del Juicio Final, que será el día compensativo de todas las cosas que fueron.
   Por ahora sólo es un pajaroide que se burla de lo animado con su virtud de inanimado y supera la cortedad de servicios del pájaro que vuela, acariciando libros, vidrios, obras de arte.
   Cuando traigo una cosa del último suburbio, del Rastro, todos tienen repugnancia a la cosa envuelta en un polvo de no se sabe qué tiempo, en un polvillo de incineración de cosas muertas, de exudación de otros cueros y otros muebles, el polvo más promiscuado del mundo, con caspas de cáncer.
   Sólo el plumero me ayuda en la no aprensión y gracias a él logro purificar la cosa inmunda dejándola libre de su peor contagio. Sólo él y yo sabemos no tener miedo de la cosa apestada, como médico y practicante de la primera operación.
   Tengo en observación distintos plumeros, rojos con cogollo blanco, amarillos con puntas rojizas, inmaculados como garzas, navideños como los de pluma de pavo, cacareantes color pluma de bersaglieri, azules como pájaros azules. Todos son dóciles y benefactores.
   En los días en que engalano mi cuarto de naturalista de las cosas, los coloco empingorotados en la librería, como pompones y pipiripingos de la gala debida a la llegada de una dama o de un grande hombre.
   Tiene este pajaroide la condición de no morir de pronto, de ser estoico frente a todas las horas y sólo se mueve con vientos interiores.
   Cetro de loro o de rey salvaje, el plumero merece mayor consideración y temblor ante la sonrisa que hay en él. Ante su tiesura debe acrecentarse la desconfianza ante todos los atributos, puesto que él es un atributo caído y debe acrecentarse también la humildad para desdeñar la suntuosidad de la vida mientras nos quede de compañero un plumero.
   Lo que apunta una forma vaga, lo que es un símbolo secreto, lo que organiza con sentido dos ingredientes –plumas y mango– merece atento respeto.
   La neurastenia de la vida se cura igual con un plumero que con consejos morales.

(Ramón Gómez de la Serna, Lo cursi y otros ensayos, Buenos Aires: Sudamericana, 1943.)

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Los bebés con chupete miran al fumador en pipa como a un compañero de cochecito.
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Ramón Gómez de la Serna
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