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Ridículos históricos: Gary Hart es atrapado in fraganti
Se le llegó a considerar el sucesor natural de John F. Kennedy. Pero un affaire envió su carrera,. hasta entonces regular, al fondo del resumidero
JUNIO, 2012. Si hubiera forma de regresar a 1986, nos toparíamos con una desmedida pleitesía hacia un senador que parecía tenerlo todo, excepto la presidencia de Estados Unidos. Gary Hart poseía una cálida sonrisa --trazada igual a la de Kennedy lo cual, como veremos, no era casual-- era carismático, poseía facilidad de palabra, su cabello negro presentaba ya algunas canas en sus sienes, signo, dicen los que saben, de su experiencia varonil. También era gran deportista, padre de familia dedicado, vestía impecablemente y su discurso retumbaba en los tímpanos de quienes lo escuchaban. ¿Qué más se podía pedir a un político?
Si leyéramos los encabezados de entonces veríamos cosas como ésta:
"Gary Hart, estrella demócrata, rumbo a la presidencia"
(Washington Post), "Hacia la Casa Blanca a paso firme" (The New Republic), "Desde John F. Kennedy no se había percibido a alguien tan carismático como el senador
Hart" (The New York
Times), y nuestro favorito: "Integridad, dedicación e honestidad, cualidades que le sobran al senador Gary Gart
(TIME).
Retrocedamos un poquito más y veamos el porqué de tanto optimismo en torno a
míster Hart. En 1984, los demócratas --y sus publicaciones achichincles, como las mencionadas el párrafo anterior-- apostaron todas sus cartas a quienes parecían ser los candidatos que sacarían a
Ronald Reagan, a sonoras patadas, de la Casa Blanca. Uno era Geraldine Ferraro
(qepd), candidata a la vicepresidencia, y el otro era el otrora vicepresidente Walter
Mondale, alguien con menos carisma que Mike Tyson. La noche de la elección se derrumbó el teatro y miles de camisas con la leyenda
Mondale President tuvieron que ser incineradas o echadas a la basura. Nadie suele mencionarlo, pero ese año los demócratas tuvieron su peor derrota electoral desde 1972.
El quid del asunto --diría el buen y ocurrente amigo Mario Gálvez-- era que uno de los críticos del fallido boleto
Mondale-Ferraro había sido, precisamente, el senador Gary Hart, quien había perdido en las primarias de 1984 frente al candidato por un escaso margen (el irritante Al Gore aún no aparecía por aquellos pasillos). Los medios norteamericanos de izquierda son expertos en tapar aquello que no les conviene y exaltar a mediocridades como Hart a alturas insospechadas de mesianismo. El senador por Colorado había quitado del camino al sempiterno
aspírante, el senador Edward Kennedy, y a otro competidor de trámite, el reverendo Jesse
Jackson. En 1987 el Gary Hart la tenía libre, como
Forrest Gump cuando dejaba atrás a todos y anotaba touchdown.
El 8 de enero de ese hace año el Miami Herald pegó la primera trompada a las aspiraciones de Hart cuando publicó una nota donde indicaba que el senador había sido visto con otra mujer durante un viaje a la Florida. Naturalmente, Hart desestimó la acusación y no solo eso, retó al periódico: "No he hecho nada malo, y si saben que haya hecho algo indebido, vamos publíquenlo, no lo hallarán", los retó. El matutino
agregó tener las pruebas e incluso el nombre de la mujer, quien claramente no era Lee, esposa de
Hart, e incluso reveló el nombre, era Donna Rice, un forro --hasta eso nadie podrá negarle su buen gusto en féminas guapas-- que había comprado boleto de avión
procedente de Nueva York, con la increíble coincidencia que en el mismo vuelo viajaba el reportero de ese diario. Y aquí comienzan las carcajadas: No obstante que la cornamenta ya le pesaba sobre su cabeza, la esposa de Hart aseguró "confiar en mi marido" y que la chica
realmente asistió a un "evento de campaña" y que no había "nada de reprobable en ello". Era obvio que el
Miami Herald tenía ya fotos de la chica pero hasta entonces no las había publicado.
Y entonces, en su edición de mayo, el National Enquirer publicó la foto donde la guapa Rice aparecía sentada sobre las piernas del senador, muy abrazaditos, en un muelle de Miami. Obviamente, los asesores de Hart aseguraron que se trataba de un "montaje", aunque la esposa, esta vez, optó por quedarse callada. Además ¿que podría decir al respecto? ¿que la muchachona era una secretaria tomando dictado o simplemente confundió al senador con Santa
Claus?
La carrera de Gary Hart yacía en escombros. Las encuestas indicaban que su popularidad se había desplomado más de 40 por ciento en menos de 48 horas. Hubo colegas que lo defendieron y acusaron a la prensa de haberle puesto una
vendetta (cuando los implicados son políticos republicanos entonces sí, se cumple la labor periodística) pero, al final, Hart presentó su renuncia al senado. Durante una conferencia de prensa se le preguntó si sus aspiraciones presidenciales quedaban truncadas a lo que respondió con un "no tengo porqué responder a esa pregunta". Estúpida obviedad, por lo demás, igual a que se inquiriera a Barack Obama si es
socialista.
El matrimonio de Hart duró unos años más. Pero el ex senador, sumido ya en el ridículo total, culpó a la prensa y optó por irse a vivir a Irlanda, aunque su nombre, por cierto, pasó a convertirse en sinónimo de mala suerte: años después se registró un accidente
ferroviario en Gran Bretaña ¿y adivinen cómo se llamaba el maquinista? Exacto, aunque bien pudo haberse llamado
Walter Mondale.
O también Michael Dukakis, quien finalmente fue nominado por los demócratas para enfrentar a Ronald Reagan en las elecciones de 1988. Dukakis recibió una paliza, tanto así que para las 4 de la tarde ya se había decidido todo el asunto. Y por cierto, dado que Hart era el candidato favorito de Hollywood --"idóneo para el puesto", llegó a decir Steven
Spielberg-- ni un solo milímetro de cinta se ha rodado en torno a este ridículo; ha habido películas que aludieron al tema, pero ninguna de ellas mencionó directamente al destronado político.
Los demócratas, sin embargo, no aprendieron la lección: casi un decenio después Bill Clinton se inmiscuía con Mónica
Lewinsky, una becaria de la Casa Blanca. Y ahí sí había pruebas, entre ellas ciertas manchas en el vestido de la interfecta, como dijera Cantinflas.
El comediante Dennis Miller dijo años después en torno al escándalo: "Todo aquello evitó que Gary Hart quizá alcanzara la presidencia. No sé si habría sido bueno pero algo es seguro: nos habríamos divertido mucho con sus exabruptos".
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