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La Casa Winchester: tantas habitaciones como leyendas, realidades y mitos

Una viuda hereda el emporio más poderoso del rifle de Estados Unidos, decide huir de las víctimas convertidas en espíritus vengativos, se traslada a California y construye una mansión llena de excentricidades, habitaciones falsas y escaleras que no llegan a ningún lado. Un vistazo breve a la Casa Winchester y a su peculiar inquilina

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Por Hernán Bitze

MAYO, 2022. Luego de una película que mis pocas agallas como crítico cinero me permiten clasificar de mediocre, algo luego refrendado con su cinepléxico fracaso --con todo y que la talentuda Helen Mirren llevó los estelares sobre sus espaldas-- la historia de la Mansión Winchester, y en especial de su muy peculiar inquilina, volvió a poner en marquesina frontal a esta construcción que algunos calificarían de "favela californiana" dado el modo alucinante en que fue erigida y que cualquier motocirculante por el (obvio) Winchester Boulevard, allá en San José, California, no lubricaría mucho seso para juzgar su fachada como megavivienda propiedad del empurado y bienvestido Homero, no el de Springfield sino el mandamás de la alocada Familia Addams.

Con todo, resumamos que la céntrica casona nunca ha pertenecido al tan buenazo como ficticio de Homero Addams, quien de manera igualmente fantasiosa había acumulado su fortuna explotando minas de diamantes en Sudáfrica. Esta mansión, de la cual excavaremos sus igualmente desmedidos datos líneas más adelante, fue juntando habitaciones sin parar durante 38 años, un gastoral financiado por Sara Winchester, personaje más que cautivante pese a que un repaso ligero a su biografía corre el riesgo de tachar injustamente a esta decimonónica dama en el rol de desequilibrada y paranoica.

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Y aunque la circunstancia que dio origen a que la Mansión Winchester no cesara de crecer por décadas tiene poco o nada de relación con el terror o machetes empuñados por un fulano con máscara de hockey, el caserón-hoy-museo se abarrota de visitantes cada que cae un Viernes 13 o en la víspera de Halloween, además de albergar por unas horas a esos aficionadetes a la parapsicología, quienes asejuran cómo varios espíritus (aunque, convenientemente, no el de doña Sarah) pululan dentro de la laberintíca mansión.

Pero todo refleja más una houdinística leyenda: cuando el celebérrimo ilusionista de raíces húngaras hizo crujir las tablas de la casona poco después de la muerte de su singular moradora, refirió al salir que "todo el asunto" en torno a la construcción y sus supuestos espantajos era "un misterio para mí"... o sea, no quiso comprometerse. De ahí el apodo que tanto winchesterianos como gas-a-fantasmas han dado a la residencia: "casa misteriosa".

Si usted es adulto y cuenta con 40 wáshingtons en su bolsa/monedero o tarjetazo, puede agendar un paseín por la mansión-museo, aunque con esto del covidazo, la afluencia ha bajado noticiosamente. Advertido está que no se le permitirá tomar video al interior del caserón y tendrá que conformarse con puras fotos, como cualquier turista de cámara Kódak o tipo Mafafa Musguito. Pero la limitación no es tanto porque los tipos sean sangrones sino porque los dueños buscan mantener el "misterio" d de la construcción de modo que nadie tenga una idea de cómo descifar este caos de habitaciones y estancias sobre el cual los albañiles estuvieron dedicados, día y noche, por casi cuatro décadas. Buena justificación.

La leyenda de la casa misteriosa arrancó cuando Sarah, cuyo nombre de soltera era Sarah Lockwood Pardee y originaria de Connecticut, contrajo matrimonio con William Winchester. Aquí nos topamos con la primera idea errónea en el sentido de que esa dama era esposa del creador del Winchester, ese rifle de doble percusión que mandó a la obsolescencia al diverso arsenal que pululaba en su momento. La mujer, menudita y de cabello rizado, de hecho se casó con el hijo de éste, llamado William Wirt Winchester y quien asumió el mando luego que el suegro falleció a los pocos años.

Los historiadores estiman que en aquel momento la fortuna Winchester era de 2 millones de dólares, los cuales heredó William Wirt. (Para formarnos idea, si dos millones de dólares son mucha pachocha hoy, asómbrense: hoy esa cifra equivale a unos 350 millones de wáshingtons actuales).

La pareja tuvo una hija, potencial heredera, pero murió al mes de nacida. Para colmar el plato, el marido, quien siempre había tenido una salud débil, falleció por tuberculosis seis años más tarde. Aquello fue mucho para Sarah, apenas cuarentona y ya viuda, quien como carambola del destino quedó al frente del emporio Winchester sin habérsele propuesto por un segundo.

¿Qué hacer, entonces? Desesperada por contactar a su difunto esposo, la mujer comenzó a buscar ayuda en el espiritismo, actividad que en el último cuarto del siglo XIX estaba en total apogeo, entre otras cosas porque viudas como ella producto de la guerra civil, desesperadas por indagar acerca de sus esposos en el más allá, alimentaron el espiritismo a niveles de paroxismo, en especial por el montón de cosas que esos conscriptos, fueran confederados o sureños, dejaron irresueltos en esta vida.

Una pitonisa advirtió a doña Sarah que la herencia estaba maldita pues había sido producto de un artefacto que cobró cientos de miles de vidas de modo que los espíritus de esos muertos estarían buscándola para ajustarle cuentas. La señora de Winchester decidió por tanto huir al oeste, específicamente a San José, muy cerca de San Francisco, y adquirió un terreno donde erigió una granja que le ayudara a encontrar la paz espiritual.

Con frecuencia la historia es torcida y se nos insiste en que esos espíritus eran los de indios (hoy llamados nativoamericanos, aunque sea pleonasmo), todos ellos aniquilados por las Winchester que terminaron conquistando el Oeste. Lo cierto es que ese rifle fue ampliamente utilizado durante la guerra civil de modo que, De Tenessee pa'l oriente del país, es donde los wincheterazos provocaron más muertes.

Previsiblemenente, la pobre mujer nunca encontró la anhelada paz interior pero sí fue agregando cuartos y habitaciones a la casa al punto que a los dos años ya había duplicado su tamaño tres pisos más encima del original. Del mismo modo doña Sarah le fue agregando escaleras, muy pequeñas y angostas dado que comenzó a padecer arteriosclerosis y no podía levantar mucho los pies.

Luego brincó otro error de cálculo: dado que la mansión fue construida sobre un terreno inestable, el peso de la casona resultaba en ruidos extraños durante la noche, situación que debió provocar indudable alarma a la heredera Winchester. En vez de andar contratando arquitectos, la mujer se puso a diseñar ella misma las habitaciones durante la noche; a la mañana próxima entregaba los planos a los albañiles, quienes laboraban 24 horas ampliando la propiedad martillando sin parar.

Para fines de siglo la rimbombante construcción podía ser vista des de la distancia; tenía siete pisos, pasadizos que no iban a ningún lado, cuartos dentro de cuartos, puertas en los segundos pisos que daban directamente al exterior, terrazas construidas en interiores y tragaluces con un techo encima. Era claramente la manera de esta mujer para ahuyentar a esos fantasmas; recorría la mansión, entraba a un cuarto y lo abandonaba segundos después par dejar encerrados a los fantasmas.

Sus empleados le tenían un enorme respeto ¿y cómo no, si les estaba dando trabajo en la construcción que duraba décadas, cuando ese tipo de encargos apenas y duran unos meses? Dado que Sarah era una mujer instruida: su padre fue carpintero pero ella comenzó a devorar libros de arquitectura para poder reproducir sus ideas en los planos. Después de todo, dinero le sobraba para llevar a cabo sus extravagancias.

Es indudable que Sarah Winchester llegó a experimentar periodos de paranoia, e igualmente d e esquizofrenia, pero de ahí a asumir que estaba loca suena a exageración. Se le educó para ser una ama de casa de acuerdo a los cánones del siglo XIX, no para tener millones de dólares a su disposición; de hecho, el erigir cuarto sobre cuarto era una manera, quizá inconciente, de irse terminando ese dinero de modo, digamos, explicable, lo cual nos lleva a otro mito: de que al morir en 1922, Sarah Winchester estaba en la quiebra y había dilapidado toda su fortuna. Su biógrafa oficial, Mary Jo Ignoffo, apunta que en ese momento la herencia rondaba los 40 millones de dólares, aproximadamente unos 650 millones actuales.

Luego del terremoto de 1906, los tres pisos superiores se derrumbaron, lo que llevó a la mujer a ir expandiendo la residencia a los lados. A casi un siglo que Sarah Winchester dejó este mundo, la mansión tiene hoy cuatro plantas, cuenta con 161 habitaciones, 47 chimeneas, 467 puertas, 10 mil vidrieras, 52 tragaluces, dos salones de baile, 40 escaleras, dos sistemas de calefacción, seis cocinas y dos elevadores. La viuda pasaba la noche en una habitación distinta para engañar a los espíritus. El visitante también podrá encontrar unos agujeros al lado de varias puertas: la señora Winchester los utilizaba para comunicarse con los sirvientes a manera de Interfon del siglo XIX.

El estilo de las habitaciones es variopinto. Si bien es una mansión tipo victoriano, impera el estilo japonés y una obsesión con el número13, usualmente rehuido por los supersticiosos, aunque en doña Sarah por lo visto le veía propiedades especiales a ese numeraco.

La viuda realizaba sesione espiritistas aunque no hay evidencias que haya contactado a su marido, quien evidentemente optó por descansar en paz, ello sin olvidar que el espiritismo del siglo XIX era por necesidad un fraude químicamente puro.

Visitar la Mansión Winchester, aunque es algo cariñoso y un tanto complicado en este momento por el covidazo, nos lleva de vuelta a un pasado de extravagancias y el gusto muy peculiar de la señora Sarah Winchester. El dinero gastado en comprar cientos de miles de rifles de doble percusión tuvo, al final, un buen uso.

 

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