Nos había llamado unos diez minutos antes, desde la
estación.
Mientras entrábamos le comenté que la próxima vez
bastaría con empujar con decisión la puerta del apartamento para que ésta se
abriera sin más, porque el resbalón está roto. Y el portal lo abriría
cualquier vecina, sin preguntar: No tenía que esperarnos.
Me miró un momento, no sé si enfadado, o perplejo...
Pero no dijo nada. De nuevo tenía prisa. La excitación
delataba su interés, apenas reprimido.
Sacó de la bolsa lo que a primera vista parecía una
pequeña cámara de vídeo digital, un cuaderno de notas, y algunos planos
militares.
Nos resumió que el documento parecía describir, sin más,
una amplia zona sobre el término municipal de Aranjuez, si la interpretación
era correcta. (Esto confirmaría el acierto de la elección de Aranjuez como
centro de operaciones). También la forma en que esa superficie se debía
explorar.
Como de pasada, aclaró lo de buda.
En la primera entrada de buda, en el diccionario de la RAE,
explica:
"Buda, de origen hispano o africano, espadaña de agua,
anea".
-Me dejé llevar por el exotismo, cuando la respuesta la
teníamos delante de las narices. Tuvimos suerte de que Juan se resistió.
Andaríamos ahora perdidos por algún aeropuerto de Egipto, Calcuta o vaya usted
a saber –se disculpó el doctor.
-¿Quién es pues, Buda?
-No quién. Qué. Ayer, camino del restaurante, lo vimos. La
laguna que dejamos a nuestra derecha está cubierto de carrizo, espadaña, enea,
anea,... buda.
-¡Coño!
-Suerte que tenemos a Juan...
Me hacían la pelota de una forma sospechosa. Les dejé
hacer, en espera de tiempos peores...
Decidimos -decidieron, a raíz de la interpretación del
texto-, que había que ponerse a ello de inmediato; me abstuve de dar mi
opinión, que tampoco era muy apreciada, pero seguía sin ver el motivo de tanta
prisa...He de confesar que en parte me divierte esta inhabitual hiperactividad.
-¿Has probado la cámara?
-No. Pero me han garantizado que es lo que necesitamos. Me
han dado explicaciones que coinciden con nuestras necesidades. Tenemos un buen
laboratorio en la Autónoma.
-¿En todos los detalles?
-Creo que sí. Vamos a repasar.
-La óptica.
-Un gran angular. Ojo de pez. "Se ha de tomar en
consideración la curvatura de la superficie"... –el doctor manejaba unas
curiosas notas, cuyo origen no explicó, ni Eugène ni yo preguntamos. Quizá
ella sí las conocía. A mí me sonaban a chino.
-El transductor, térmico, infrarrojos, ultravioleta,
filtros...
Todas estas referencias se fueron mezclando en su
conversación, aunque no hay que fiarse de mi trascripción: En las cuestiones
técnicas, como ya se habrá observado, tampoco soy muy fiable,...
-"Se ha de considerar la agitación de los componentes
más ínfimos, las partículas elementales. Bajo el efecto de los (una palabra
de difícil traducción: magnetos quizá), interaccionan en forma no natural,
producen luz invisible, que marca el camino, el núcleo. La interpretación de
la luz delinea puertas y accesos, superficiales y profundos. Los (magnetos,
suponemos) se hallan en lo más profundo, y son violetas, porque son más que
rojos. La gradación de luz marca el sendero. En la superficie, se difumina,
hasta desaparecer al mezclarse con las partículas no magnetizadas. Allí, en lo
profundo, se manifiestan puertas y accesos"...
-Será preciso usar más de un filtro.
-En realidad, muy poco. El filtrado se hace mediante un
proceso digital. La óptica recoge todas las ondas, visibles o invisibles, todas
las frecuencias de vibración lumínicas, relacionadas, cada una, con una
determinada actividad atómica, en toda la banda, del infrarrojo al
ultravioleta. De ahí se toma una grabación digital, manipulable, que
posteriormente se procesa para individualizar los resultados, superponerlos,
combinarlos.
-Suena un poco como que va a resultar cualquier cosa que
queramos, aunque no sea real. Eso de manipular...
-No es posible. Lo importante, en principio, es la óptica, y
aplicando criterios racionales, no hay engaño. Me han garantizado que la
óptica es la mejor, un gran angular de casi ciento ochenta grados.
-¿No lleva cinta magnética? La veo muy pequeña.
-Ese método, analógico, es primitivo. Lo que lleva es una
memoria de elevadísima capacidad y capaz de trabajar a una velocidad
impresionante en tiempo real acumulando datos organizados para ser procesados.
La velocidad de recepción también es muy importante: Interesa tener tomas a
alta velocidad, para poder visualizar el resultado lentamente. Y el sistema de
compresión es el más novedoso y eficaz.
-¿Cuándo la tienes que devolver?
-Mañana.
-Tenemos, pues, algo de prisa. El problema es localizar un
lugar lo suficientemente elevado para abarcar todo el valle. Hay que buscar,
sobre plano, los lugares más altos de la meseta, hacer diferentes tomas, y
luego relacionarlas.
-Mucho trabajo es eso, para una sola noche.
-Además, en los traslados invertiremos un tiempo que
trastocará las condiciones, y por tanto la luz, por lo que se obtendrá un
resultado muy confuso. Resultará muy laborioso reconstruir el conjunto.
-Necesitaríamos varios días, y que el clima no varíe
mucho.
-No disponemos de ese tiempo. Tenemos la cámara y esta
noche.
-¿Vamos a pasarnos toda la noche dando vueltas por el
cerro?.
-Además, mi Golf no está hecho para caminos de cabra.
-No parece buena idea...
-Necesitaríamos un avión, un planeador, un globo...
-Un helicóptero sería ideal.
-¿Tiene alguien un helicóptero?...
-Voy a llamar a Ángel.
(...)
-Ángel, soy Juan. (...) Sí. (...) Oye ¿Tú sabes qué hay
que hacer para alquilar un helicóptero?
-¿Un qué?¡Busca en las páginas amarillas!
-Uno con tres plazas.
-¿Para ti? Espera –hablando al interfono-. Marta, ven un
momento, por favor –a mí de nuevo-. ¿Y no sería mejor un globo?
-Lo necesito para esta noche.
-¡Joder!¡Si son las seis de la tarde!
-No creo que estén tan solicitados...
-Marta. Alquílame un helicóptero, para tres personas... –pausa,
para consultar el reloj- para dentro de dos horas.
-¿Con piloto? –se escuchó de fondo.
-Preferiblemente. Cárgalo a Juan.
-¡Enseguida!¿Dónde lo esperan?
-Juan: ¿Dónde lo quieres?
Estaba aún asombrándome de la eficacia de Marta. Y de
Ángel. Consulté con un gesto a Eugène, que me sopló:
-¿Puede aterrizar en el aeropuerto deportivo que hay en
Ocaña?
-Por supuesto. Y en la plaza del pueblo.
-Es más discreto el aeropuerto.
-Donde tú digas. Marta: el aeropuerto de Ocaña. ¿Necesitan
algún permiso?, ¿Algo...?
-No. Ellos se ocupan de la burocracia. Estará en veinte
minutos –Se la oye irse-.
-¿Has oído, Juan? En una hora está allí.
-¡Pues nos vamos! Hasta pronto.
-¿No me vas a contar...?
-Tenemos prisa.
Y colgué, interrumpiendo: ¡Buen viaj...!.
-¡Vamos! En una hora está en Ocaña.
-Bien. Tenemos hasta las diez de margen.
-¿Cuánto vale alquilar un helicóptero para dar un paseo?
-No tengo ni idea. Espero que mi próxima novela se venda
bien.
-Te podemos ayudar, pero tiene que ser de forma discreta.
-¿Con dinero?¿En negro?
-Lo que haga falta.
-Eso va a ser más complicado que alquilar el helicóptero.
Tendré que consultar con Ángel.
-Parece competente.
-Lo es.
(...)
La excursión fue divertida.
Emocionante y estresante.
Estuvimos cuatro horas bajo el monótono estruendo del motor
del artefacto, entre las diez y las dos de la madrugada.
Se nos hizo corta.
Supongo que los vecinos se preguntarían qué leches hacía
un helicóptero dando vueltas por los alrededores a tales horas.
Marta, en conexión con el doctor, lo había solucionado
todo.
El piloto era muy amable. No hubo un sólo por qué: Se le
dijo lo que queríamos, y sugirió la mejor forma de llevarlo a cabo, lo que fue
aceptado.
Esperamos a la hora adecuada.
Partimos.
Barrimos toda la zona en varios sentidos, volvimos, nos
despedimos del piloto, y éste despegó, hacia su helipuerto habitual, supongo.
El doctor también demostró su eficacia: Estaban advertidas
todas las autoridades pertinentes, todos los permisos en regla para un grupo de
científicos de una universidad Bávara, de Munich, en trabajo conjunto con
Suiza, Lausana, y la Universidad Autónoma de Madrid, más una pequeña
contribución de Limerik, que necesitaba filmar el hábitat de las mariposas
nocturnas autóctonas, endemismo muy interesante y sobradamente conocido en
círculos entomológicos.
Yo iba a pasar por inglés, pero, advirtiendo el dominio del
piloto, aún con acento centroeuropeo, eslavo, yo que sé, decidí permanecer
callado, pasando por sueco, y dejar que Eugène y el doctor Simón se
comunicaran en francés, y con el piloto en una mezcla de inglés,
mayoritariamente, entremezclado con el castellano con acento francés que yo
conocía de Eugène.
Mi papel de sueco mudo estuvo perfecto, tengo que decirlo. Me
estoy especializando en este tipo de papeles, parece. No quisiera
encasillarme...
Los datos que veníamos manejando se iban confirmando, y
durante el paseo, que insisto se nos hizo corto, no paramos, el doctor de grabar
con atención, dando instrucciones al piloto, Eugène y yo de ir tomando notas y
ella de ir dando la pauta al doctor.
Partíamos para casa de madrugada.
-¿Nos vamos a acostar?
-Yo he de volver a Madrid ahora –dijo el doctor- Pero
tenemos que descargar la grabación de inmediato, y borrar la memoria de la
cámara, para devolverla mañana por la mañana.
-¿Cómo vas a justificar el gasto? –me comentó Eugène,
mientras nos dirigíamos al coche, para volver a mi casa.
-No sé. Eso, Ángel.
-¿No te va a preguntar?
-Sí –medité un instante-: Le diré que he ligado con una
sueca, y que tenía un antojo.
-Dile que era francesa, así mientes menos.
-Bueno. Tendré que pedir un anticipo al editor. Y estar
varios meses sin comer...
-No será tanto: Yo te daré de comer –bromeó Eugène-.
Ahora en serio, el dinero se reembolsará en tu cuenta, cuando Ángel nos diga
dónde ingresarlo. Eso no va a ser un problema.
No quise indagar sobre el tema.
-Vamos a tu apartamento a descargar la grabación ¿Tendrás
espacio en tu PC?
-Depende. Pienso que sí, porque escribo sobre discos. El
disco duro debe estar casi vacío.
-Bien. Vamos allá.
Pensábamos descargar y dormir después un rato, pero se
aproximaba el amanecer y, excitados como estábamos, no pudimos por menos que
echar un vistazo al resultado.
-No sabía que mi máquina fuera tan eficaz –comenté
ilusionado ante la pantalla, donde se deslizaba, lentamente, todo el valle, en
contornos extraños de azules, verdes, amarillos brillantes. No entendía nada,
pero el resultado parecía satisfactorio, coherente, a juzgar por el
asentimiento del Doctor.
-¿Ha salido bien? –preguntó Eugène, que miraba apoyada
sobre mi hombro.
El Doctor manejaba alternativamente ratón y teclado. Yo me
había sentado a su lado, en el suelo, y Eugène sobre mis hombros.
Sonrió al ver deslizarse el extraño paisaje. Volvió a
asentir despacio.
-¡Basta por hoy! Me voy. Tengo que devolver la cámara antes
de las diez. Por la tarde analizaremos el resultado.
Cogió el equipo y se marchó en el taxi que le pedimos hacia
la estación.
Eugène y yo hicimos planes para pasar lo que quedaba de
noche, encontrando pocas dificultades.
(...)
Por la tarde, volvió el doctor.
Optamos por abandonarle en mi apartamento para que,
suministrándole la mejor ayuda, que suele ser no estorbar, pudiera por sí
mismo descifrar el resultado de las grabaciones que habíamos realizado.
Hasta donde pude entender, se trataba de utilizar algoritmos
de tipo adaptativo, similares a los que se usan en medicina para obtener
gráficas cerebrales o cardiológicas.
Consiste en un tratamiento digital de la información que
aprende por sí mismo una pauta para discriminar la información válida de la
accesoria, siguiendo criterios matemáticos que, aunque al neófito le pueden
parecer gratuitos o infundados, están matemáticamente garantizados.
En el terreno de las matemáticas, yo sólo podía aportar mi
fe, y Eugène tampoco parecía muy ducha, con lo que nuestra decisión de
escurrirnos del asunto resultaba, en la práctica, muy acertada.
Más teniendo en cuenta que el doctor empezó a sentirse
molesto por nuestras interrupciones basadas en la curiosidad infantil, lanzando
un par de gruñidos de inequívoca interpretación, acompañados de gestos que
nos indicaban claramente la puerta.
Eugène inició y culminó una retirada táctica que nos
condujo a la tasca de la esquina, calculando un par de horas para malgastarlas
convenientemente.
El doctor debía mientras deducir del galimatías obtenido la
probable configuración del entramado subterráneo que suponíamos bajo el
humedal, en la meseta que desagua en dirección al valle donde se asienta
Aranjuez, y con probable final en la ribera del río, siendo muy optimista en
cuanto al resultado, por lo que no nos sentimos culpables de abandonarle.
Traté en la tasca de aprovechar para sonsacar a Eugène
algunos datos sobre su secta, asociación, orden, o lo que fuera a lo que
pertenecían (no podía olvidar la facilidad con que aparentemente podían
disponer de dinero), intentando parecer astutamente despectivo para obtener de
su enfado alguna sustancia, pero con éxito casi nulo.
Su forma de eludir el tema, dado que en este tipo de local
público no podía utilizar su habitual táctica de llevarme al huerto, fue
describirme sus supuestas aventuras previas en Aranjuez, antes de contactarme.
Por algún motivo que no me quiso explicar, la primera
hipótesis de trabajo, una vez situado el foco sobre Aranjuez, se centraba en
una presunta red de comunicaciones aérea que ponía de hecho en contacto los
edificios históricos de la población, sobre los tejados o a su través, a la
vista del público, pero de acceso complicado, interrumpida en absurdos vanos y
adornos inútiles, tramos de terrazas sin continuidad aparente, cruzados por
pasillos aéreos a un nivel a todas luces inapropiado para la comunicación.
Traté de imaginar a Eugène haciendo excursiones nocturnas
por tan singulares pasos...
Ella lo explicaba divertida y yo creí sin dificultad en su
palabra de que había hecho tales recorridos sobre terrazas, arcadas y tejados,
en grata compañía de gatos, murciélagos, mochuelos, palomas y demás
habitantes de las alturas.
Se mostró sin embargo elusiva sobre la forma en que había
evitado ser vista durante algunas de sus travesías diurnas.
Tan sólo comentó que usaba métodos para mimetizarse con el
medio que yo no llegaba a comprender, porque conocía y describió tramos de
terraza que pasaban sobre los arcos que a su vez cruzaban sobre la antigua
carretera general, con tráfico abundante, tramos bien visibles desde cualquier
punto y sin salida aparente que justificara la circulación de ninguna persona
por ellos.
Tampoco explicó cómo había atravesado las amplias terrazas
que pertenecían a los palacios que daban a la plaza, y a las que se abrían
numerosos balcones de casas habitadas, con la única protección hacia el
exterior de amplias balaustradas bajas de piedra.
La imaginé toda de blanco para confundirse con las piedras
predominantes en las construcciones neoclásicas de la zona central de Aranjuez,
pareciéndome una solución bastante cogida por los pelos; de madrugada yo
sabía que el tráfico por la que fue carretera general tampoco cesaba, por lo
que también hubiera resultado un trasiego sospechoso:
Sobre las galerías de arcadas laterales se sustentan amplias
terrazas, de ancho superior a la propia galería, que se interrumpen por verjas
de hierro fundido que separan las amplísimas fachadas.
Al centro de las galerías se abren sendos arcos de medio
punto, que son las puertas de los patios. Y sobre ellos, otra terraza
independiente de las laterales, separada de éstas por un muro de altura que es
la diferencia del arco central con los de la galería, más la consabida verja,
lo que supone una barrera difícilmente salvable en condiciones normales, y a
cara descubierta.
Lo mismo sucede en los arcos de las esquinas, que, adosados a
la iglesia y sobre la carretera, sustentan terrazas inaccesibles, por el
exterior inútiles, y por el interior absurdas.
Su misión parece sólo ornamental, a pesar de su amplitud y
sus bellas balaustradas de piedra, enverjadas de hierro fundido y bronce.
Las galerías resultan larguísimas, porque están
perfectamente alineadas en una recta que a la vista se hace interminable.
Por ese mismo efecto, la bóveda de cañón no parece muy
alta, aunque no baja de los tres metros, y en las arcadas angulares se eleva
mucho más. Los arcos de las esquinas doblan en altura a la bóveda, lo que
produce ese efecto de hacer parecer más bajo el túnel recto.
La sensación dentro de la galería es de túnel, a pesar de
que la arcada al exterior es continua y en cualquier momento podemos
abandonarla, pero como las columnas son muy gruesas, y cada arco se sustenta
sobre una base de un metro cuadrado, la luz difícilmente penetra hasta el
interior.
Una de las alas, la más cercana a Palacio, ocupa todo el
lateral completo de la plaza, sin interrupción; la paralela, se corta más o
menos hacia la mitad en una calle, y se prolonga luego -frente a una fuente
dedicada a Venus- en un jardín cerrado por una verja, y abierto en cuatro
puertas situadas en el centro geométrico de los lados del cuadrado donde el
jardín está inscrito.
El jardín tiene interés por sí mismo, y merecería
capítulo aparte si anduviéramos en descripciones, pero tan sólo interesa
anotar, como anécdota, que la Venus de la plaza en algún momento se enfrentó
a la estatua que ocupa el centro del jardín y que representa a una princesa de
la casa real, lo que es interpretado en la localidad como señal de enemistad o
animadversión; o burla.
Posteriormente, al encontrarse inconveniente, la lejana Venus
volvió a girar con desdén para enfocar horizontes menos comprometidos.
La curiosa situación de las estatuas, a todas luces
apócrifa, se tomó como cierta por conveniencia de la población de Aranjuez.
(...)
Cuando me quise dar cuenta, dos vermús y dos horas habían
sido consumidos.
Igual de perplejo que al principio, Eugène me hizo notar que
era hora de volver.
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