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Estrellas
sin anillos
( ANECDOTA
N.1 )
Corría el año 1958 (año geofísico internacional), y la idea que tenía yo del telescopio era la de un tubo todo lleno de lentes, de punta a punta, y me quedé bastante sorprendido cuando aprendí que, en realidad, se podía hacer con solo dos lentes. Así que enseguida me construí uno, usando como objetivo un lente de unos viejos anteojos de mi padre, como ocular una lupa de aumento de esas que usan los relojeros, y como tubo ... papel arrollado!
Como
se trataba de un telescopio que, si bien era mejor que el de Galileo, era
bastante modesto, empecé a pensar en algo mejor.
Estaba
a la venta en Italia un refractor de 120 mm; una cosa que también hoy no está
al alcance de todos. Pero, dado que era bastante simple, no teniendo ni montura
ecuatorial ni relojería, su precio estaba bastante accesible. No tanto para mi,
quizás, jovencito y sin un mango en el bolsillo. Pero por suerte coleccionaba
estampillas, y con la venta de mi colección pude permitirme su compra.
Ya
había aprendido de los libros que la imagen de un punto producida por un
objetivo no es un punto matemático, sino un punto de dimensiones finitas,
llamado “imagen de difracción” y formada por dos partes: una central,
causada por la superficie de objetivo, y una periférica, causada por el borde del mismo.
Así
que, ni bien pude probar el telescopio, lo primero que hice fue comprobar como
era eso.
Enseguida me di cuenta que las estrellas dobles muy cerradas no se podían separar
como uno quisiera, debido a la presencia de esos anillos.
Mi
intuición fue inmediata:
“¡que
lindo sería si se pudieran ver las estrellas sin esos anillos!”
¿Como
hacer? Medio imposible ¿no es cierto? ¡como se puede imaginar un objetivo sin
borde!
Lo
pensé un poco y me dije: “pero sí, si yo consigo un filtro degradé, cuya
transparencia vaya disminuyendo desde el centro hacia el borde, causando la
extinción de la luz ante de llegar al borde... “
Acababa
de hacer el invento del siglo!
Y como si no fuera
bastante, encontré también otra manera de lograr el mismo resultado,
realizando el objetivo acromático con el lente convergente bien transparente, y
el divergente con un vidrio negro, que en el centro, debido a su mínimo
espesor, haría pasar mas luz, y en el borde, donde el espesor sería máximo,
causaría la extinción total.
Con
una notable pérdida de luminosidad, obviamente, pero vendría bárbaro para la
Luna, y, sobre todo, para el Sol.
Bien
persuadido, como todavía lo estoy después de 48 años, que patentar un invento es
mucho mas difícil que hacerlo, guardé en secreto mi invención por un par de décadas.
Hasta que caí en la biblioteca del Observatorio astronómico de La Plata, Argentina, ciudad a la cual había sido destinado como funcionario administrativo de la Cancillería italiana.
Ahí
encontré un libro (*) donde estaba explicada una técnica llamada “apodización”
(del griego α-ποδος = sin patas), así
llamada por el aspecto que tiene la representación gráfica de la imagen de
difracción producida por un objetivo “apodizado”.
Cosa
curiosa:
¡El libro donde estaba mencionada esta técnica era del año 1958!
Es
bastante raro constatar que esta técnica sea así poco difundida.
En
los objetivos que poseen diafragma sería difícil de aplicar, pero en los
astronómicos, para mi, valdría la pena probar, por lo menos para ciertos usos,
como la observación del Sol y de la Luna.
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(*) "Concepts of classical optics" de John Strong - John
Opkins University -
Edic. W.H. Freeman & Co. - San Francisco - 1958.
Pagg. 410 y sig., by Pierre Jacquinot
para ver anécdota # 2 hacer clic acá