La población humana que los españoles hallaron a su arribo al continente americano planteó un interrogante ya desde el mismo momento del Descubrimiento: ¿De dónde eran originarios los seres que Colón llamó "indios"?
En un principio los propios conquistadores, sacerdotes, teólogos, y viajeros, más tarde los arqueólogos, antropólogos y etnólogos buscaron responder a este interrogante, dando origen a infinidad de teorías explicativas, la mayoría producto más de la fantasía de sus autores que el resultado de estudios concienzudos.
Pero en los dos últimos siglos, gracias a la paciente labor de investigadores de diversas disciplinas, vieron la luz varias teorías científicas que trataron de resolver, con dispar resultado, el enigma del primer poblamiento de América.

PRIMERAS TEORIAS

Para la Cristiandad europea de los siglos XV y XVI, la Biblia era la unica fuente válida para explicar los orígenes del mundo y a ella recurrieron al interrogarse sobre la población americana, buscando en los textos sagrados alguna mención al respecto.
Pronto se definieron dos argumentos opuestos y excluyentes: o los indios eran descendientes de Adán y Eva -y por lo tanto dignos de considerárselos parte de la familia humana-, o su origen era independiente, con la consiguiente exclusión de su condición de seres humanos, pudiéndoseles, por añadidura, someter a la esclavitud.
Tanto una como otra hipótesis -origen común o independiente- hallaron pronto acérrimos enemigos y defensores.
Pero en el mes de junio de 1597, el papa Paulo III declaraba en una bula que los indios americanos eran hombres verdaderos. Consecuentes con el dictámen pontificio, los Reyes Católicos decretaron prohibida la esclavitud indígena y renovaron a sus súbditos la recomendación de procurar su cristianización.
De esta manera la bula papal zanjó una parte de la discusión: los indios eran seres humanos descendientes de Adán y Eva como todos los demás. Pero ahora se abría un nuevo planteo en la polémica: ¿cuándo aparecieron estos hombres en el continente americano?
Para responder a esta pregunta nuevamente se echó mano de las fuentes bíblicas, aduciendo que los indios eran descendientes de Noé o de los cananeos expulsados de sus tierras por las huestes de Josué; que habían llegado a las costas americanas siendo parte de la expedición que el rey Salomón había enviado a las exóticas tierras de Ophir o que constituían las Diez Tribus perdidas de Israel. Esta última creencia fue sostenida, en especial, por los colonos puritanos de América del Norte, quienes afirmaban que los indios no habían emigrado al Nuevo Mundo, sino que habían sido traídos por el diablo (una buena justificación, por demás, para exterminarlos).
Un religioso español escribía, en el siglo XVI, que América había sido poblada por los hijos de un tal Jeothán, nieto de Sem y biznieto de Noé: Ophis pobló el Perú y América del Norte, en tanto que su hermano Júbal hizo lo propio en Brasil.
En 1607, Gregorio García publicó en su libro "Orígenes de los indios del Nuevo Mundo" que un tal Heber, padre de los hebreos, había poblado el oeste de América hasta el Perú, al tiempo que un pariente suyo se expandía en Brasil.
Nótese que estas teorías afirmaban que los indios descendían de antepasados semitas (prejuicios raciales aparte), haciéndolos hermanos de raza de árabes y judíos. Basábanse estas afirmaciones en segmentos bíblicos que contaban cómo los descendientes de Noé se habían asentado en un país llamado "Ophir", topónimo que muchos encontraron semejante al vocablo "Perú", aunque también se postuló la ubicación de este legendario lugar en Haití o en la Amazonia.
Tan atractivas resultaron estas teorías, que todavía en el siglo XIX había quien aseguraba que las selvas brasileñas eran el sitio de donde Salomón extraía sus maderas, oro y piedras preciosas.
Paralelamente se razonaba el origen americano como resultado de colonizaciones egipcias, fenicias, cartaginesas o de los sobrevivientes de la legendaria Atlántida de Platón. Un adscripto a la hipótesis egipcia fue el arqueólogo inglés Elliot Smith, quien creía ver en las desarrolladas culturas mesoamericanas y peruana la inconfundible influencia faraónica. Por su parte, el origen fenicio se reforzó con el hallazgo de una inscripción rupestre en Massachussetts, en 1680, que fue interpretada en principio como fenicia, luego como vikinga, para ser reconocida finalmente como indígena. Posteriormente, el hallazgo de perlas supuestamente fenicias avivó la idea de una colonización púnica, hecho que fue desvirtuado cuando se comprobó que dichas perlas tenían un origen veneciano del siglo XV, probablemente llevadas a América por los españoles con fines comerciales.

MITOS MODERNOS

La referencia a los orígenes bíblicos de los pueblos indígenas ya ha sido descartada hace tiempo y sólo sobreviven como alegres anécdotas, pero aún hoy perviven algunas de estas creencias legendarias transformadas por la mitología moderna en colonizaciones de origen extraterrestre. Y al igual que con las pirámides egipcias, atribuyen el origen de las grandes construcciones prehispánicas a fabulosos seres de otros planetas, llegados a la Tierra en tiempos remotos y que serían los auténticos creadores de las civilizaciones americanas. Los que afirman estas hipótesis se basan en pruebas como las famosas "Líneas y figuras de Nazca" del Perú, que suponen mojones o pistas de aterrizaje de aeronaves prehistóricas, o el archiconocido altorrelieve maya de Palenque, en México, que representa a un supuesto "astronauta" en su nave espacial. Ninguna de estas pruebas tiene fundamento científico hasta la actualidad.

TEORIAS ANTROPOLOGICAS

A partir de siglo XIX, algunos antropólogos comenzaron a postular sus propias teorías acerca del origen del hombre americano basados en investigaciones de tipo científico. A partir de estos estudios se fueron perfilando dos vertientes bien definidas: la que apoyaba un origen "in situ", es decir, autóctono, y la segunda, actualmente aceptada, que planteaba el origen del indio americano en el Viejo Mundo.

Origen autóctono

Hoy en día nadie sostiene esta postura, pero vale mencionarla como testimonio de la opinión de algunos antropólogos. En su momento, el autoctonismo fue representado bajo dos aspectos, uno poligenista, que sugería la aparición simultánea del hombre en Asia, Africa, Europa y América, y otro monogenista, defendido por el argentino Florentino Ameghino, quien, basándose en sus hallazgos en la Argentina llevó la antigüedad de un ser inteligente hasta el período Plioceno, a fines de la Era Terciaria.
Explorando en la formación geológica pampeana, Ameghino halló un fragmento de cráneo en la parte inferior de dicho estrato, al cual denominó Diprotomo. Más tarde, a un cráneo excavado en el estrato pampeano medio, le dio el nombre de Homo Pampaneus. Según sus hipótesis, el Homo Sapiens descendería del Homo Pampaneus, cuyos ancestros serían el Diprotomo, el Triprotomo, etc.
Actualmente se sabe que las edades otorgadas por Ameghino a sus hallazgos fueron erróneas por basarse en una datación equivocada de la formación geológica pampeana, a la cual atribuía una antigüedad excesiva.

Origen en el Viejo Mundo

Aceptado el origen del hombre americano en el Viejo Mundo, las teorías afines formaron dos grupos: las que otorgaban a los indios un carácter homogéneo y único origen y las que sostenían su heterogeneidad física y el origen múltiple.
La unicidad de origen del hombre americano, basado en los caracteres físicos comunes de tipo mongoloide tuvo sus precursores en los siglos XVIII y XIX, pero fue a comienzos del siglo XX cuando tomó carácter científico con los aportes del antropólogo norteamericano Alex Hrdlicka, padre de la llamada "escuela americana" que ejerció gran influencia en los círculos académicos hasta la década del '50.
Hrdlicka admitía que había diferencias entre los grupos indígenas, pero consideraba que éstas no alcanzaban a ocultar ciertos rasgos homogéneos -típicos de las razas mongoloides de Asia- que permitían reconocer un origen ancestral común. Las diferencias -afirmaba- eran producto de mutaciones o de la adaptación al medioambiente.
La puerta de entrada habría sido el Estrecho de Bering que apenas separa Asia de América y por esta ruta se habría dado el ingreso de uno o varios grupos poco numerosos, que con el tiempo fueron poblando ambas Américas de norte a sur. Factores genéticos y adaptativos dieron luego como resultado las variaciones que se observaron en los descendientes de estos primeros inmigrantes de raza mongoloide.
Es justo agregar que para la época en que Hrdlicka publicaba sus trabajos (1912 y 1923) aún no se habían descubierto antiguos restos humanos en América, por lo que el antropólogo norteamericano apenas otorgaba algunos miles de años a esta primera inmigración y por ello daba por descontado el carácter mongólico de los indios americanos. Hoy en día, con descubrimientos arqueológicos de más de 60.000 años es obvio que para cuando ingresaron los primeros humanos a América, el tipo mongólico asiático aun no se había conformado.
La oposición a esta teoría tomó cuerpo desde la Universidad de Harvard, donde algunos investigadores admitían diferencias en los grupos humanos americanos que reconocían como provenientes de aportes proto-australoides, proto-negroides, mediterráneos, caspianos y alpinos. Esto se debía a que los antiguos tipos de Asia oriental ya presentaban mezclas en su constitución física al momento de su ingreso en América.
Howells, en 1940, afirmaba que los humanos que atravesaron el Estrecho de Bering eran todavía físicamente no especializados y que esta especialización se realizó paralelamente del lado americano y asiático; cuando se produjeron nuevas migraciones, los recién llegados aportaron el carácter mongoloide típico que señalaba Hrdlicka. Los esquimales -los últimos en llegar- eran el ejemplo de mongoles puros.
Opuesto a la teoría de la vía única de entrada (Estrecho de Bering), Imbelloni afirmaba que el poblamiento se realizó por distintas vías, que no solo incluía la ruta terrestre a través del Estrecho sino que hubo inmigraciones marítimas provenientes del Pacífico.

TEORIAS ETNOLOGICAS

La posición del orígen único y el ingreso exclusivo por vía terrestre del hombre americano se apoyaba principalmente en estudios antropológicos. Tomando otro camino, algunos etnólogos sostenían el origen múltiple y por distintas vías, basando su argumentación en principios de orden físico, cultural y lingüístico. Según su visión, el contacto entre el Viejo y el Nuevo Mundo no sólo se habría producido por Bering, sino también a través del Océano Pacífico. Estos múltiples contactos explicaría, en el plano cultural, la existencia de grandes civilizaciones como la Maya, la Azteca e Inca conviviendo en espacios geográficos cercanos con grupos recolectores primitivos; mientras que en el aspecto físico daría justificación a la existencia de diferencias sustanciales en la talla de algunos indios (los longilíneos patagones, por ejemplo, comparados con la baja estatura de los amazónidos), así como en la conformación craneana (braquiocéfalos y dolicocéfalos).

Origen múltiple

A partir de 1924, Paul Rivet, fundador y director del Museo del Hombre de París se conviertió en la principal figura defensora del origen múltiple del hombre americano. Según su teoría, el poblamiento de América se llevó a cabo en sucesivas oleadas separadas por distintos espacios de tiempo, que aportaron caracteres asiáticos, australianos y melanesio-polinésicos procedentes del continente asiático y de las islas del Pacífico.
Los primeros en ingresar a América serían los asiáticos, a través del Estrecho de Bering; separados en el tiempo, los diversos grupos aportarían elementos pre-mongólicos y mongólicos propiamente dichos, evolucionando física y culturalmente en forma diferente.
En segundo lugar, hicieron su arribo los elementos australianos, demostrado -según Rivet- por grandes similitudes físicas entre los cráneos de los patagones y de los australianos, del predominio del grupo sanguíneo 0 en ambos grupos y del común uso de producciones culturales como la cerámica, los mantos de pieles animales, las chozas circulares de ramas, el uso de troncos ahuecados como canoas, parecidas ceremonias religiosas, etc.
Pero es en el aspecto lingüístico donde Rivet pone mayor énfasis, demostrando que existen analogías entre las lenguas patagónico-fueguinas y las australianas. Como ejemplo, menciona que en australiano, mano se designa mar / mara en tanto que en lengua chonik (patagónica) marr se aplica al mismo vocablo; piedra, en australiano es duruk y druka en chonik.
Ahora bien, en un planisferio observamos que las latitudes de Australia y la Patagonia difieren notablemente y por lo tanto, la inmigración australiana no pudo arribar directamente, sino que debió hacerlo por el norte o por el sur. Por el norte es poco probable, puesto que no hay huellas de su paso más allá del sur argentino, por lo que sólo resta la vía del sur, es decir la región magallánica. A esta conclusión arribó Mendes Correa, formulando la hipótesis de que los australianos llegaron a América sorteando el camino antártico.
Observando nuevamente un planisferio, podemos ver que la distancia entre Australia y el extremo sur de América se acorta si en lugar de navegar el océano en línea recta, se aprovecha un puente formado por las islas de Tasmania, Auckland, Campbell y otras para arribar a la Tierra de Graham y de ahí a las islas del Cabo de Hornos. Mendes Correa afirmaba que hace unos 6.000 años las condiciones climáticas favorables pudieron haber hecho posible tal recorrido y que la excepcional adaptación de los pueblos magallánicos a aquellas heladas regiones sería testimonio de una prolongada experiencia subantártica.
La tercera oleada que arribó a América, segun Rivet, aportó el elemento melano-polinésico, mayormente extendido en el Nuevo Mundo y el que presenta mayores analogías antropológicas, culturales y lingüísticas. Vale mencionar el tipo dolicocéfalo, común a algunos grupos indígenas americanos y melanésicos; el predominio del grupo sanguíneo 0; el uso de armas comunes como el atlatl o propulsor, cerbatanas, mazos, arcos y hondas; la utilización de morteros de madera, redes, mosquiteros; la ejecución de instrumentos musicales como la trompeta de concha, la flauta de caña, el tambor de madera y membrana de cuero; idénticas técnicas de navegación con piraguas dobles, balsas de cañas; la preparación de bebidas alcohólicas con semillas, el cultivo de tubérculos como la batata; la amputación de los dedos en señal de luto, etc.
La posibilidad de contactos entre el mundo americano y el malayo-polinésico -hasta incluso con las islas japonesas- se ve reforzada por algunos hallazgos sorprendentes, como las piezas de cerámica halladas en Valdivia, Ecuador que tienen su similar en las elaboradas por la cultura Jomón. Además, las fuentes indígenas de Colombia, Ecuador y Perú hablan del arribo de extranjeros a sus costas. Incluso las crónicas incas mencionan la expedición del Inca Tupac Yupanqui a las islas occidentales que llevó al Tahuantinsuyo (Imperio Inca) prisioneros de piel negra, oro y otros objetos que se conservaron en el Cuzco.
La referencia a la expedición americana a Oceanía del Inca Tupac Yupanqui sirve aquí para mencionar la teoría del noruego Thor Heyerdahl, quien afirma que los polinesios eran originarios del Nuevo Mundo. Para probar su teoría, se enfrascó en un exitoso viaje de América a la Polinesia en una nave -la Kon Tiki- construida con materiales propios de los pueblos prehispánicos. Sus conclusiones se basaban en las diferencias notables entre los pueblos polinésicos y sus vecinos melanésicos, micronésicos, malayos y mongoles, diferencias que eran insignificantes con respecto a los grupos indoamericanos. Con estos elementos concluyó que los polinesios, diferentes de sus vecinos y culturalmente más afines a los pueblos americanos, necesariamente debieron salir del Nuevo Continente.
Recientemente, el norteamericano William S. Laughlin, de la Universidad de Connecticut ha lanzado la teoría de que los primeros inmigrantes asiáticos no eran cazadores que perseguían a renos y mamuts a través del puente de Beringia, sino que se trataban de pescadores que vivían en las costas capturando ballenas. Hasta unos 15.000 años, se fueron desplazando a lo largo de la costa sur del puente hasta los Estados Unidos y luego remontando los ríos alcanzaron el corazón de América.
La hipótesis costera se fundamenta en el hecho de que para esa época, el clima del interior de Beringia era demasiado riguroso para que existiera la vida vegetal necesaria con la que se pudieran alimentar las grandes bestias que eran perseguidas por los cazadores. En cambio, la costa sur debió ofrecer mejores condiciones para la vida animal, sobre todo para los mamíferos y aves marinas con los que se podían alimentar las primeras poblaciones de América. Provistos de botes de madera para desplazarse, estos cazadores marinos habrían progresado a lo largo de los milenios, modificando sus costumbres al ingresar al interior del continente, dando origen a la multitud de pueblos amerindios.

 

La llama, un animal presente desde los primeros asentamientos humanos en Sudamérica; detrás se recortan las imponentes murallas de la fortaleza de Sacsahuamán (Perú)

 

 

 

Las leyendas mesoamericanas hablaban de los primeros americanos como los superviventes de un gran cataclismo que sumergió las tierras del "Mar Oriental" (Atlántico)

 

 

 

La Atlántida de Platón, según un investigador griego. Europa aparece unida al Africa y el desierto del Sahara está ocupado por un mar interior conectado con el Atlántico. Su proximidad con América sugirió que los indios se originaron allí.

 

 

 

Representación azteca de la isla de Aztlán, la patria original de los mexicanos, ubicada según la leyenda, en el océano Atlántico.

 

 

 

¿Naves fenicias en América? Algunos autores sostuvieron la postura de una antigua colonización fenicia en Brasil.

 

 

 

Imagen satelital de las famosas "líneas de Nazca" (Perú)

 

 

 

Fotografía aérea de uno de los petroglifos de Nazca (Perú)

 

 

 

"El Astronuauta", altorrelieve maya tallado en roca procedente de Palenque (Chiapas, México)

 

 

 

Piel cobriza, cabellos negros lacios, ojos rectos y obscuros, barbilampiño, tal es el tipo humano que ingresó a América a través del puente terrestre que unió Asia y América hace 70.000 años

 

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