24. Teo. sacramentos del camino. Penitencia y Teología Moral.
24. Teo. sacramentos del camino  

PENITENCIA Y TEOLOGÍA MORAL.

Tradicionalmente, el tratado sobre las cuestiones de penitencia venía a ser estudiado y resuelto por los moralistas, antes que por la teología litúrgica. Lo cierto es que siguen existiendo una serie de conexiones importantes entre la teología moral y la teología sacramental, basadas en que la vida cristiana es una, integrada, aunque para estudiarlo necesitemos fragmentar las cosas. Aquí vamos a apuntar algunas consideraciones sobre este tema.

A la teología moral y a la pastoral le interesa mucho la cuestión crítica del sacramento, su sentido en el mundo actual. Es cierto que para la comunidad cristiana sigue siendo un elemento válido, pero tampoco podemos dejar de constatar que su frecuencia ha disminuido mucho en los últimos años. El concepto de pecado juega mucho en esta cuestión, y hoy asistimos a una devaluación de su sentido. El orgullo cultural de nuestra sociedad impide que una persona se arrepienta en público, y casi en privado, de sus actos. Se tiende a negar los errores cometidos, y se separa gravemente la moral pública de la privada. Es pecado lo que afecta públicamente, lo privado se valora como una intimidad inviolable. La culpabilidad se trata de esconder, y las voces de la conciencia no son contestadas por la cultura mediática. Se ha pasado del "no hacer al otro lo que no quieras que te hagan a ti", al "aquí vale todo", "no te preocupes, se feliz"; o "disfruta y vive". También concurre la secularización de nuestra sociedad, el pecado se desdibuja como algo privado, lo moral desaparece, y ante los conflictos en la vida, y el pecado es uno de ellos, nos basta con ir psicólogo, que hace las veces de confesor, pero sin perdonar los pecados y cobrando.

A esta crisis tampoco podemos dejar de hacer autocrítica. La Iglesia ha exagerado y mostrado como pecado cuestiones que años más tarde no lo son, y otras cuestiones graves no se les ha dado importancia. Por ejemplo, el pecado en lo sexual se ha mostrado más grave que los pecados contra los pobres, la violencia de género o el consumismo social. El exceso de culpabilización moral de una sociedad ha propiciado el bandazo contrario, hoy nadie es culpable de nada, pero nuestros pies y manos están manchados de la sangre de muchos muertos de hambre. La rigidez y la forma de celebrar el sacramento no siempre ha facilitado en los creyentes la participación en este sacramento, que ha pasado de un excesivo formalismo, a una práctica sacramental demasiado dispar en la vida de la parroquias, incluso se puede decir que casi ha desaparecido para amplias capas de la sociedad.

En el fondo, los problemas de la filosofía moral, con su incapacidad para centrarse solidamente, salpican también a la vida de la Iglesia, e irremisiblemente afectan a la celebración del perdón y la misericordia del Señor. El riesgo final es que el perdón es un asunto privado de Dios y el creyente, olvidando la pauta y orientación eclesial. Se ha pasado de un clericalismo y un infantilismo en estos temas, a un rechazo grave por parte de los fieles, con las consecuencias graves que puede tener a largo plazo si no se afronta y se presenta mejor el sacramento.

Moralmente el hombre está limitado en su conciencia, está sometido al juicio moral, cuyo ejercicio sano lo responsabiliza y le ayuda a crecer como persona. La reconciliación es así un elemento fundamental, único e imprescindible para devolver el equilibrio a la ruptura de límites, que el hombre quiere hacer y hace, pero que desearía no hacer hecho. A la luz de la fe se percibe el pecado como una ruptura con Dios, con su voluntad, con los hombres en fraternidad y consigo mismo, atacando en la raíz lo que deberíamos ser y nos negamos a constituir por nuestra fragilidad.

El sentido de la reconciliación tiene un proceso, tanto en las personas como en el tiempo. La ruptura que producía el pecado se percibía como una violación de la norma, era el primer paso hacia la profundidad moral. La ley es traspasada y el castigo deviene automáticamente. Este momento podría coincidir con el pecado entendido como "tabú" en los pueblos más primitivos, pero que hoy algunas personas siguen viviéndolo así, el pecado es no cumplir con las normas, sean las que sean.

En el AT descubrimos ya el convencimiento interno que tratan de demostrar los profetas con su denuncia, superando el anterior estadio. Esa acción interna es la conversión, que empujada por el remordimiento, invita a acercarse a Dios. Finalmente, en el NT se descubre el amor de Dios y el reencuentro como la guía imprescindible para reconciliarse. Ese encuentro entre Dios y los hombres se produce de manera brillante en Cristo. En el amor y seguimiento a Cristo uno asume su responsabilidad, y va permitiendo que redima lo más íntimo, cambiando el corazón de piedra en corazón de carne.

La reconciliación nos sitúa moralmente en la perspectiva de Dios, bajo su mirada, donde concuerda la apariencia y la realidad. La experiencia de contingencia y de dependencia se revuelve en clave de esperanza y crecimiento, rompiendo la tensión entre el ser y el deber ser moral, logrando la paz interior, anhelo de toda condición humana. La liberación del pecado es algo profundo e interior, con fuerte repercusión externa en nuestras vidas, en el fondo porque sólo es verdaderamente liberador Jesucristo.

El problema de nuestro tiempo es la formación de una errónea concepción de la culpabilidad cristiana, entendida como regodeo y masoquismo para el creyente. Es precisamente lo contrario, sabemos quién nos salva y de quién nos hemos fiado. La culpa es una carga excesiva para el hombre, y la liberación de la misma la realiza Jesús en la cruz. Al hombre corresponde reconocer su realidad pequeña e impotente ante el pecado, y mirar la gran acción misericordiosa de Cristo en la cruz, por amor nos perdona y nos reconcilia. Esto no significa la irresponsabilidad ante el pecado cometido, porque sigue siendo un acto libre, decidido por el hombre concreto, pero tampoco es el destino del hombre estar siempre sometido a su culpa y a su pecado. La gracia de Dios nos libera de esa esclavitud. Por eso, la perspectiva cristiana transforma la culpa en responsabilidad o integridad, no siendo obsesión el pecado, sino la redención. Lo grande no es el pecado, sino la gracia.

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