24. Teo. sacramentos del camino. La Penitencia en la Sagrada Escritura
24. Teo. sacramentos del camino  

LA PENITENCIA EN LA SAGRADA ESCRITURA

La experiencia de pecado del hombre surge fundamentalmente ante el encuentro con la grandeza y santidad de Dios. Desde la conciencia se descubre como el hombre está empecatado, hace el mal, no sólo en su relación con Dios, sino con sus semejantes y consigo mismo. El hombre tiene un sentido moral, es consciente de la diferencia entre el bien y el mal, pero además, desde la experiencia religiosa, y esto es casi común en cualquier religión, se toma conciencia de la contrariedad de Dios por el pecado y de la ejemplaridad de su santidad.

En el AT se emplean términos diferentes y muy ricos para referirse al pecado, lo cual prueba la experiencia de Dios del pueblo judío. Entre los muchos conceptos destacan los términos "resha´" que significaría "injusticia", "pesha" que vendría a ser una infracción voluntaria como al rebeldía o la insumisión. Otro término es "hatta", cuyo sentido es "errar el blanco", "fallar", "resbalarse", "caerse" o "desviarse", es trasgresión, equívoco. Finalmente la palabra "awon" que podríamos traducirla por extravío, violación o delito. De alguna forma se identifica la palabra pecado con la violación de una norma social aceptada por todos, cuya trasgresión supone una deuda para con Dios, que es en último término el que ha dado la Ley. Esa Ley debe cumplirse en virtud del pacto firmado: la Alianza. Esta segunda denominación viene también constantemente al AT, el pecado niega el plan salvífico que Dios tiene, se rompe la Alianza frustrando la acción de Dios.

A lo largo del AT, nos encontramos con muchísimos textos que nos hablan del pecado de los hombres y de la misericordia de Dios. Si clasificamos por el tipo de pecados descubrimos casi siempre un rechazo de Dios y una autoafirmación del hombre, una autosuficiencia no necesitada de la divinidad, Ex 10, 16; Jos 7, 20; Os 7, 15 o 2 Sam 12, 13. Lo que sí se repite en el AT es que el pecado coloca a la persona en una relación idolátrica con las cosas, que sustituye a las personas por los objetos; modifica también las relaciones horizontales y fraternas con los hombres quebrantando la Alianza con Yahvé. El pecado es un retroceso en la relación con Dios, precisamente porque desdibuja y empeora las relaciones comunitarias y humanas. Por eso hay una conciencia de pecado colectivo muy fuerte en el AT, todo el pueblo es pecador, todos se desvían. El texto de Gn 18, 16-36 es significativo, Yahvé es misericordioso con los pocos justos que hay sobre la tierra, pero los pueblos son pecadores y abominables a su ojos. El pecado es colectivo.

Hay un elemento que capacita al hombre para detectar el pecado: la fe, que abre la conciencia del hombre y lo sitúa en cercanía con Dios. Por eso, los profetas tienen un papel de denuncia del pecado, fruto de su relación con Dios. El mensaje de pecado está vinculado con la esperanza y el perdón, siempre otorgada tras el arrepentimiento sincero. La sordera del pecador conlleva castigos, la atención y arrepentimiento atraerá la misericordia de Dios, que es sobre todo bueno y justo. Por otra parte, junto con la fe, el pueblo Judío tiene por escrito las normas que le permiten no pecar, vivir cerca de Dios y hacer lo que le agrada. La ruptura con Dios lleva a la esclavitud, al alejamiento de Dios y a la pérdida del favor divino. La explicación que los profetas de Israel dan al destierro es que se trata de una consecuencia de su pecado reiterado, fruto de su infidelidad. El pecado conlleva la ruina, es camino para la perdición y la destrucción en una historia personal distinta a la historia de salvación pretendida por Dios.

La imagen que se va construyendo el pueblo de Israel respecto a Yahvé es que es un Dios bondadoso y misericordioso, dispuesto siempre al perdón, a la paz y a la reconciliación. El lenguaje bíblico habla de volver a Dios, de reencontrarse con Yahvé tras el pecado. Dios está pronto y dispuesto al perdón ante una actitud sincera, que se expresaba mediante oraciones, obras de piedad, sacrificios en el templo o signos de dolor y compunción. Son mediaciones que sirven para la expiación de los pecados y que ayudan a la reconciliación con Dios, a quien corresponde el verdadero perdón.

Los sacrificios expiatorios, las fiestas relacionadas del perdón, las ofrendas llevadas al Templo formaban parte de las tradiciones y las formas religiosas que trataban de ganar la misericordia. Un aspecto esencial para ese perdón era el reconocimiento del pecado, como hace el Rey David ante la denuncia del profeta Natán, "he pecado contra Yahvé", reconoce. No hay perdón sin reconocer el pecado propio con arrepentimiento. El miedo al castigo juega también un papel cultural importante, la "atrición" es ese miedo que provoca el arrepentimiento, y que consideramos inferior a la "contrición", que sería el arrepentimiento causado por el amor a Dios, no por el temor.

En los Salmos aparecen también entonaciones de personas que se reconocen culpables, pecadores que piden a Dios la compasión. Entre estos encontramos los Salmos 6, 32, 38, 51 o 102. Son textos donde se invoca al amor misericordioso de Dios, para que olvide la culpa, borre el delito. Especialmente referencial es el Salmo 51, llamado de Misericordia, "Miserere", cantado antiguamente por la comunidad cristiana los días de Pasión del Señor.

El camino para la vuelta a Dios, la "conversión" en hebreo se dice "shub" y "teshubab", es el cambio del corazón, de las entrañas, el fin del corazón de piedra y su sustitución por un corazón de carne. La conversión es la propuesta de un camino de vida, de esperanza y de futuro, en definitiva, un proyecto de salvación que proporciona la felicidad a los hombres.

En el Nuevo Testamento la misericordia y el amor se multiplican en gestos de la mano y la voz de Jesucristo. Si en el Antiguo Testamento había una cierta contraprestación de la acción redentora de Dios, ahora en el NT se descubre la autoexclusión del pecador, que en respeto a su libertad escoge el camino de la vida o el de la muerte. Cristo con los brazos abiertos ofrece el perdón y la salvación para los hombres, la libertad del hombre consiste en pedirla para sí reconociendo el pecado.

El NT emplea varios términos para la palabra "pecado". El griego distingue principalmente entre "amartia", "adikia" y "parabasis". "Amartia" podríamos traducirlo por pecado contra Dios. En los sinópticos se emplea en plural y siempre vinculado a perdón, en las cartas, tanto paulinas como joánicas, prevalece en forma singular. La palabra "adikia" significa injusticia o iniquidad, designa algo exterior y visible por todos, como una injusticia pública. "Parabasis" sería una trasgresión de la Ley o de la Alianza.

Cuando nos acercamos al NT, llama la atención en contraste con el AT, la actitud de Cristo hacia los pecadores. Jesús se acerca a ellos, incluso escandalosamente. Come y bebe con ellos, y frecuenta su trato. Se habla de estar con pecadores y prostitutas, algo que en aquella época, también hoy seguramente, estaba mal visto.

En los Evangelios Sinópticos el pecado habita en el interior del hombre, no viene del exterior. No es por lo que se come, o por los rituales que se dejan de hacer o se hacen mal, sino que el pecado está en el corazón humano. Las normas dejan de tener mucho del valor que tenían, siendo sustituidas por una conducta basada en el amor y la entrega a los demás. Las ofensas a Dios y las idolatrías tienen que ver más con el dinero, o con el olvido de los más pobres y necesitados que con el alimento o el culto. Es el corazón el que necesita convertirse. Por eso el seguimiento de Cristo es radical, y la profundidad del pecado se puede medir por esa pérdida de radicalidad. El pecado se concreta además en actitudes no evangélicas, como el orgullo, la soberbia, la vanidad o la riqueza. La fidelidad y la santidad también hacen una llamada a la acción, los pecados de omisión también arrancan de un corazón duro y frío, de una respuesta tardía al seguimiento.

En la literatura paulina el pecado es una situación y está personificado. Es un poder que entra en el mundo y que afecta a todos los hombres, y se extiende por el universo. El pecado trae consigo la muerte, pero no es una muerte teológica y eterna, sino que es la acción de Cristo la que nos ha devuelto la vida, aniquilando el poder del pecado. Cristo nos libra de esa tiranía, si antes estábamos bajo la acción del pecado, ahora somos criaturas nuevas nacidas a una nueva gracia. La lucha fundamental del hombre debe ser contra el pecado que Cristo nos ha redimido, que sigue estando anclado en el interior del hombre, no en los ritos o normas externas de purificación o redención.

La literatura joánica habla de la abundancia del pecado frente a Cristo. Cuando lo utiliza está indicando la respuesta negativa del hombre que se encuentra con Jesús, es una injusticia y una hostilidad con Dios. El Único que puede librarnos del pecado es rechazado, ese es el peor pecado, contra la acción de Espíritu, y contra la aceptación de Cristo como Señor. En San Juan la libertad del hombre de aceptar a Cristo es total, la condena arranca de la autoexclusión que los hombres hacen de Jesús. El pecado como fuerza es tratado en términos de "diabolon" de disgregación de muerte, homicidio, mentira y autosuficiencia espiritual. El pecado es en San Juan rechazo o incredulidad a Cristo, empleando las antinomias de muerte y vida. El pecado es una obra perversa inspirada por el lucro o la mentira y se traduce a una injusticia. La acción de Jesús es quitar el pecado del mundo, es el nuevo cordero, la definitiva expiación, como indicará la teología de la carta a los Hebreos. Muerto Cristo, ya no muere más, es el sacrificio definitivo que perdona los pecados de los hombres. La apuesta ahora es aceptarlo o rechazarlo.

El paso del pecado a la vida y la salvación se produce desde el amor de Dios, que invita al hombre a tomar las riendas de la vida desde su voluntad y misericordia con los hombres. Uno de los signos del Reino es que los pecados son perdonados, que la condena de los enfermos y pecadores no es eterna, sino puntual, y que ante el arrepentimiento y el reconocimiento de la gracia de Cristo somos redimidos y salvados.

El mensaje central de Cristo es una invitación a la conversión: "el Reino está cerca, convertíos". El término que utilizan los evangelistas es "metanous", es decir, cambio de mentalidad, de interior, de entraña y de cabeza. El Reino que Jesús instaura es fundamentalmente de perdón. Las parábolas del hijo prodigo, de la misericordia, nos muestran un amor profundo hacia los hombres. Es Cristo el pastor que va en busca de la oveja perdida, es el que espera y da el perdón a la pecadora arrepentida: "vete en paz, tu fe te ha salvado", "tampoco yo te condeno, vete en paz".

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