21. Antropología. La libertad y la gracia.
21. Antropología  

LA LIBERTAD Y LA GRACIA.

El catolicismo mantiene que el hombre es libre, aunque condicionado, y afirma la necesidad de la gracia. Hemos visto otras posturas que niegan, o bien la libertad, o bien la gracia. En el pelagianismo se afirma que somos libres y que no se necesita la gracia. Esta espiritualidad está más extendida de lo que nos creemos, responde a la vida cristiana activista, donde la naturaleza humana es optimista cien por cien, es posible hacer todo, y la justificación está al alcance de la mano de cualquier hombre que se lo proponga. Esta línea de pensamiento está muy cercana al antropocentrismo liberal, que hace del hombre el centro del universo, y con capacidad para redimirse a sí mismo. En esta antropología, Cristo se convierte en un buen hombre, un magnífico ejemplo, pero nunca en el Hijo de Dios salvador. En el fondo late soberbia ante la pobreza y el pecado del hombre, del que no nos libramos por nuestro esfuerzo, sino por la gracia de Cristo muerto en la cruz. La tendencia del cristianismo pelagiano, su tentación, es transformar la fe en unas orientaciones morales, se acaba fácilmente idolatrando la humanidad, cayendo en un activismo olvidadizo de la acción de Dios en el hombre.

Este pelagianismo está presente en muchas convicciones de la vida pastoral contemporánea, importa el número, la eficacia, la organización, se confía más en la voluntad del hombre que en Dios. Es cierto que todo esto es necesario, pero "si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles". Los medios ascéticos se convierten en fines, faltando la oración del hombre humilde, "Señor, ten piedad de mi, que soy un pobre pecador". Las obras se colocan por encima del hombre, y la vida cristiana precisa resultados, balances, normas y reglamentos para funcionar.

El luteranismo subraya la gracia, pero niega la libertad del hombre. Sería la antítesis más total del pelagianismo. Ya hemos indicado este posicionamiento, cuyo final en la vida pastoral es la parálisis para la vida comprometida con la fe. Aceptar el pecado del hombre puede originar el estancamiento y la pasividad ante el mismo, al menos esa es su principal tentación. No se lucha ante el pecado, porque sabiendo que Cristo nos redime, la oposición al mismo se considera absurda. Se corre el riesgo de no intervenir en la vida pública, convirtiendo la religión en una cuestión personal e íntima, sin incidencia en la vida pública. El pietismo religioso de los siglos siguientes al nacimiento del protestantismo respondía perfectamente a esto. Las tesis predestinacionistas, que decían que la salvación o la condena ya estaban escritas de antemano, eran conocidas. Sea lo que sea, ya está escrito tu futuro, invita a la pasividad, al desinterés, a la aceptación de la realidad condenatoria. No es necesaria la pauta moral, basta con saberse salvado.

Tampoco faltan en la filosofía contemporánea la negación de la libertad y de la gracia. El hombre es construido como máquina, como ser para el trabajo indicaba Marx, pero yendo más lejos, el determinismo moderno acaba negando el pecado en el hombre, que si no es libre, tampoco deberá ser responsable. Esta conciencia formada en la modernidad filosófica, aparece en la posmodernidad con la conciencia blanda de que no somos ni pecadores ni responsables. El hombre deja de fijarse en la ética para deslumbrarse por la estética y el espectáculo. La libertad del hombre de hoy es la que corresponde a los dioses, la intuye total, absoluta para hacer y decir lo que venga en gana. Pero la realidad práctica es que sin ética, la libertad se convierte en el imperio de los sentidos y la superabundancia de libertad que hoy afirma la sociedad Occidental, no es sino el espejismo de una esclavitud total, un apegarse al instinto y al capricho como el mejor, o el peor, de los animales. Se confunde la libertad con el poder elegir, el medio se convierte en un fin, y la irresponsabilidad ante la libertad es total. La ausencia de necesidad de gracia convierte al hombre contemporáneo en un vagabundo, un eterno buscador de la trascendencia que reniega de Dios, pero que necesita una solución a su soledad. La religión es reinventada a modo de mercado, y asistimos a un auge de nuevas formas de religiosidad hoy: sectas, esoterismo, magia, ocultismo,... En el fondo, la negación de la libertad y de la gracia hace del hombre un pesimista absoluto, un gran derrotado que necesita refugiarse en el espectáculo y la distracción. Es mejor mirar a otro lado porque lo que hay en el espejo no gusta, pero esta respuesta que se da el hombre posmoderno no resuelve sus interrogantes, al contrario lo aboca a un sinsentido nihilista.

El Catolicismo afirma la libertad del hombre y la necesidad de la gracia. La libertad está condicionada por el pecado original y por la naturaleza humana, pero sigue siendo un patrimonio para relacionarse con Dios y con otros hombres. La necesidad de la gracia confiere una carácter armónico al hombre. Dios tiene la iniciativa con el hombre, expresa su voluntad salvadora y amistosa para con el hombre, pero no fuerza ni niega la libertad del hombre de escoger el mejor camino. La clave de la vida cristiana deberá ser la confianza en Dios, que desde la suavidad de la acción del Espíritu transforma al hombre. Sin esa intervención de Dios no es posible la redención, pero es también necesario la aceptación por parte del hombre, la humildad y el reconocimiento de sus limitaciones.

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